Ese dolor que no duele de tanto doler. Ese minuto de lágrimas compartidas que su recuerdo transforma en horas de sonrisas. Ese mirar al vacio sintiendo su aliento.

Porque se fue y no se fue, porque murió y sigue vivo, porque, ahora, lo tenemos dentro del alma, grabado a fuego.

El ver su cuerpo inerte no fue suficiente para que él desapareciera de nuestra presencia. El se fue feliz, así me lo dijo, con el morral lleno de recuerdos. Tuvo que irse. En el otro lado muchos le esperaban. Porque, donde estaba él, solo había ternura. Donde estaba él, solo había cariño. Donde estaba él, solo había belleza.

Yo lo quería. Era posible el que nunca hubiera podido demostrárselo. Siempre he sido distante. Pero seguro que le quería. Era mi hermanico pequeño. Compartimos muchas cosas. Recorrimos juntos muchos kilómetros lejos de casa, muchas horas de risas y muchas horas de lágrimas.

¿ Debería dedicarle un poema? No lo se. Solo sé que hay un dolor que no duele de tanto como duele. Solo sé que, cuando la vida misma es poesía, las palabras solo son una cortina de humo que ocultan la esencia de las cosas. Solo sé que vivir, como el vivió, tiene más belleza que el más bello de los sonetos. Sentir, como el sintió, posee más lirismo que la más sublime de las canciones. Morir, como el murió, se solapa con la mas brillante de las estrellas.