Cuando callo la madrugada su suerte estaba torturada pero como excelente suicida se echó al precipicio. Y hablaron de sus historias. Con sus pensamientos no se dijeron nada. Con sus temblores no se dijeron nada. Nunca se dijeron nada. Deambularon por la acera de enfrente, entre caminos de gente indecente. Cabalgaron entre árboles y sombras y el amanecer se anunciaba a deshora. Pequeños bufones de la corte los invitaron a pasar. Sonrieron antes de abrir su mente al sol. No presenciaron la Caída. Ella se dejó dormida mientras el vigilaba la herida. Podía ver sangre, confusión, tempestades y tristeza. Era un pajarito cuidando a un águila enfermo. Y cómo las buenas historias nunca terminan bien, ellos terminaron mal. Porque los pajaritos no se enamoran de las Águilas. Ellos solo juegan a cuidarlas por la noche, y luego regresan a su jaula y sueñan con dominar en su nido. Empollar con golondrinas o gorriones chiquitos.