Daniel pega su espalda a la pared del ascensor, frota sus sudadas manos mientras observa absorto, la lenta sucesión de números rojos, que indican piso a piso, el descenso progresivo del ascensor, un sudor frio inunda su frente, siente como lentamente el espacio que le rodea. se cierra sobre si mismo, el aire falta en los acelerados pulmones y la sensación de vértigo se apropia de todas y cada una de las células de su cuerpo, el ruido de las poleas arrastradas por el monumental motor del sótano, bujan cual cancerbero mítico; un miedo indescriptible e incontrolable se adueña de su voluntad, las rodillas ceden y la conciencia huye. dejando el cuerpo en una extraña postura fetal, aun recostado contra la pared.
Daniel escucha una vos jovial que le llama desde lo lejos, luego siente como su hombro es sacudido repetidas veces, unos amarillos y puntudos zapatos de tacón alto le miran de frente, la dueña de los zapatos, una joven de nos mas de veinte y cinco maños de edad, de piernas largas, cabello castaño y ojos azules; le sostiene un brazo en alto e intenta reanimarlo, dándole palmaditas en el rostro y hablándole al oído.
Como en cámara lenta, cuadro a cuadro la realidad empezó a adueñarse de Daniel, las imponentes paredes metálicas, seguían a lado y lado, la puerta estaba abierta y la mujer estaba sentada al lado de su cabeza, lloraba despacio y sin hacer ruido, tenia la cara atrincherada entre las manos, el largo cabello le caía sobre los hombros cual cascadas furiosas; Daniel se sentó con parsimonia y se quedo mirando largo rato, en silencio a la joven que ahora le miraba y se reía tímidamente.
Infructuosamente Daniel intento entablar una conversación, a toda pregunta la respuesta era un monosílabo o una risita saturada de miedo y nerviosismo, la crisis de
Claustrofobia empezaba a desaparecer completamente, Daniel miro el reloj que cabalgaba su muñeca izquierda, el tiempo pasaba y la chica seguía allí sentada ahora a los pies de Daniel, este se debatía entre, abandonarla para cumplir una cita preestablecida para la cual ya estaba atrasado, o intentar ayudar a la mujer, que hacia unos minutos lo acompañara en una de sus cotidianas crisis.
Inesperadamente la mujer se puso de pie, beso la mano que Daniel le ofreciera para ayudarla a ponerse de pie; y salió del ascensor caminando despacio, apoyando una mano siempre en la pared, evitando a toda costa mirar por los ventanales del edificio y agradeciendo a Daniel por la compañía en el ascensor, pues sus crisis de Aerofobia siempre eran muy difíciles de superar; y le decía a Daniel que definitivamente no existe, un lugar mas placentero que un ascensor cerrado.
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