El ruido seco, producido por los pasitos del segundero del reloj de pared, cual cañonazos en medio de este pesado silencio, que ahogaba la pequeña habitación de techo bajo y paredes en esterilla, lograban acrecentar la tensión del momento, Luis sostenía sobre su mano derecha la carta que llevase esperando desde hace ya doce años, cuando María salió de la casa y de su vida, dándole un beso matizado en lagrimas y llevándose con si la promesa de escribir a cambio del trozo de alma que se le robaba a Luis.
Luis tomo con la mano izquierda, la única silla que había en la habitación y la ubico al lado de la cama, que ocupaba casi todo el estrecho cuarto, se sentó con la parsimonia que solo los viejos poseen, después de toda una vida de correrías y afanes sin sentido, busco las gafas para leer en el roído bolsillo de su camisa, se las puso sin presura y reviso cuidadosamente el sobre que ahora sostenía entre ambas manos, no tenia escrito mas que el nombre y dirección del destinatario, nada decía del remitente, pero solo existía en el mundo, un puño que pudiese servir de remitente, para una carta enviada a el.
Al destapar el sobre, se encontró con una hoja de papel blanco, doblada a la mitad en medio de la cual, reposaban dos billetes de veinte pesos y una foto de bolsillo con el rostro de María; a pesar de que Luis ya sabia lo que era una fotografía, era la primera ves que veía una, aunque borrosa por las lagrimas acumuladas, en los lentes de las gafas, la foto era la imagen mas hermosa que Luis veía en muchos años, pues la soledad le da un matiz gris a todo, inclusive a los mas bellos atardeceres, que se pueden presenciar al vivir a horillas del mar, en la carta que Luis tenia en las manos solo estaban escritas unas cuantas líneas, en las cuales María le contaba sobre su vida en la ciudad, que era una pesadilla, que el frio y el hambre le había acompañado en mas de una noche, que la gente era fría, inmisericorde y desagradecida, que no había nada como la casa, pero que todo cambiaria que se casaba y se iba del país, que todo mejoraría, la carta terminada desándale lo mejor a Luis y con la promesa de que escribiría de nuevo.
Luis cerro la carta, la doblo, la puso en el roído bolsilla de su camisa y se fue cabizbajo, arrastrando los pies como apiadado del suelo, con la inminente certeza, de que llegaría una nueva carta de María, en la cual anunciara la visita de su hija, salió de la casa al patio y se tiro al suelo al lado del rosal, donde hace ya tres años lo enterraran los vecinos.
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