ECO Y NARCISO
Cefiso y liríope visitaron un día al adivino Tiresias, deseosos de conocer el porvenir de pequeño Narciso; pero quedaron desilusionados por la ambigua profecía que aquél pronunció: “Este niño vivirá mientras se desconozca a sí mismo. La muerte escogerá su propia imagen.”
Con el pasar del tiempo Narciso se convirtió en un esbelto joven, siendo famoso por su gran perfección, y muchas ninfas se enamoraron de él; pero, ignorante de su propia belleza, se alejaba de ellas, rechazando su cariño y entreteniéndose con la caza en los bosques.
También Eco fue seducida por el hermoso joven; pero no tuvo mejor suerte que sus compañeras, porque aquél parecía no advertirlo. Eco sufrió hondamente por la indiferencia de Narciso, y presa de la desilusión y la desesperanza fue a vivir en la soledad de una gruta. Al fin, de la hermosa ninfa no quedó más que la voz, la cual repitió siempre la última sílaba del nombre del amado.
La despiadada indiferencia de Narciso hacia a la infeliz Eco, quien murió de amor por él, suscitó la indignación de los dioses del Olimpo, y Némesis, la diosa de la venganza, fue la encargada del castigo. Conducido por ella hasta una fuente, Narciso se miro en el agua y quedó prendado de su figura, no pudiendo jamás dejar de contemplarse.
Quedó así aclarado para todo el significado del vaticinio que Tiresias había pronunciado cuando Narciso era niño. Como símbolo de la mitológica figura del joven que se enamoró de su propia imagen reflejada en el agua, ha quedado la flor amarilla que lleva su nombre y que, pálida y delicada, crece junto a los pequeños arroyos, doblando sus pétalos como si quisiera mirarse en el agua.
Adaptación de la Enciclopedia “Lo Sé Todo”
MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI. |