Estabamos como pobres, replegados contra la pared del fondo. Ninguno de nosotros daba real crédito a al situación. No importaba que estuvieramos semi desnudos, con caras aletargadas por el calor de la tarde, simplemente permanecimos allí. Cíclicos eternos, rumiantes excitados por la cebada que aún contenía nuestro cuerpo. No fue hasta que llegó el auobus que me di cuenta de la trampa. Todos subieron indiferentes menos yo, que estaba pensando en lo que pensaba mi cabeza. Boris voltea para mirarme sin ojos y decirme "Hasta aqui no más llegamos compañero". El bus se aleja dejando tras de sí una nube gris que me recuerda que debería estar en otro sitio... en un sitio lleno de papeles y migajas olvidadas... pero no, yo no puedo. Sólo quedo yo enfrente de aquella pared que poco a poco comienza a llenarse de flamas caloricas que iluminan el entorno con un rojo endiablado. Cayó la noche y no volvieron. Miro hacia la izquierda y un par de vagos se me acercan con rostros hambrientos. Miro hacia abajo y siento que mis rodillas no dan más. Es la hora de la cena, y en mi hogar un plato queda inmóvil ante la ausencia. Fumo un cigarrillo. No. El último se lo di a Boris. Maldito bastardo, me dejó sólo frente a estos vagos que comienzan a manosear mi cuerpo húmedo y languidecido. No se preocupen por avisarle a mamá, seguramente ya estará sirviendo el postre.