La mansión del diablo.
1. La Orden Omayda (El Libro de Fuego (Ethequiel "El Martir"))
Ethequiel Mathias Kerbholz dormía plácidamente junto a sus demás compañeros de la Orden Omayda en el ala este del Nuevo Naciente.
Cuando empezaba a entrar en su tercer sueño, las letras comenzaron a llegar a su mente en forma de hierros incandescentes, los cuales se iban moldeando formando las mismas.
Cuantas más letras se iban sumando formando palabras más era el calor y el dolor que iba padeciendo en su interior.
Quiso gritar pidiendo socorro, pero sus cuerdas vocales parecían haber sido segadas, pues no podía emitir ningún sonido, ningún fonema desde las mismas.
Tampoco podía moverse de su cama, era paralítico, necesitaba ayuda para levantarse de esta.
No entendía que eran aquellas letras que iban formando aquellas palabras, estaban escritas en un idioma que no era conocido por el mismo.
Entre letra y letra tenía un pequeño momento de lucidez, lo justo para pensar en cómo podía despejar su mente de aquellas espantosas palabras que quemaban como teas encendidas su psique.
Se acordó de una vieja pizarra que estaba apoyada en una de las paredes de la habitación. Una pizarra que a veces usaron los hermanos para escribir los rituales, las listas negras de personas que serían sus victimas en cada uno de ellos.
Pensó en como podría girar en la cama de tal manera que pudiera llegar al suelo y desde allí hasta la pizarra. Con el dolor interno que estaba padeciendo, hizo un esfuerzo inhumano por girarse hasta llegar al borde de la cama.
Poco a poco se fue acercando al mismo, ya estaba casi en el borde, solo un poco más y estaría en el suelo de la habitación. Ethequiel hizo el último esfuerzo, casi estaba sin energías, su cabeza daba vueltas en medio del sopor del dolor y el calor que cada vez iba siendo mayor.
En un momento, cogió fuerzas y se arrojo al vació cayendo con un golpe seco en el suelo como si fuera un burdo saco. Empezó a arrastrarse sobre éste como una serpiente reptando hasta la pizarra.
Cuando llegó a la misma, buscó desesperadamente alguna tiza que le permitiera extraer aquel horror que tenía introducido de alguna manera en su interior y plasmarlo sobre ésta cómo si de un lienzo oscuro se tratara y él fuera el pintor que con fuego y dolor fundiera aquellas horribles palabras parando aquél tormento. No encontró ninguna tiza, Ethequiel puso un dedo sobre la pizarra y éste se encendió desde la yema del mismo, ahora el dolor no solo estaba en el interior de su cabeza, también lo estaba en su extremidad, comenzó a mover la misma, las letras se fueron dibujando cómo si quemaran el cuerpo de la pizarra, cuantas más letras escribía el dolor de su mente iba siendo menor, las letras incandescentes iban saliendo depositándose allí entre lenguas de fuego, dejando un espacio vacío, un espacio de alivio en su interior.
El olor de la carne que se iba quemando, iba creando un ambiente nauseabundo, Ethequiel estaba acabando las últimas letras, ya casi no podía escribir pues su dedo había sido devorado por las llamas y estas empezaban a quemar el resto de su mano. Con la última de las letras escritas en su particular lienzo oscuro, a Ethequiel le llegó la hora de expirar por última vez.
La obra había sido escrita, el libro de la Oscuridad veía la luz de manos de uno de los seguidores más fieles al Inombrable, quién tendría un lugar especial para el alma de este último, el no iría al Lago de Fuego como los demás que son enviados allí, para él el propio Diablo tenía su planes trazados de antemano. Ethequiel Mathias Kerbholz sería recordado por todos sus hermanos de la Orden Omayda, cómo el primer martir de la Iglesia Negra.
El Nuevo Naciente no dormía, era el guardián eficaz y leal que llevaría el cuerpo de Ethequiel a su último viaje, aunque antes de ello, se encargaría de que llegará a las calderas cómo los demás.
Ethequiel sería el honrado huésped cuya sangre y carne figuraran en la fachada más vistosa de la Mansión. El Nuevo Naciente parecía complacido de tener lo mejor de éste cara a los demás, así daría ejemplo de cómo se debía de servir en verdad a la Bestia. Al día siguiente los hermanos tendrían mucho trabajo, las palabras escritas en aquella vieja pizarra, debían de ser traducidas al Alemán pues su origen era Latín. Ese era el idoma que el pobre Ethequiel no podía entender ni comprender.
El nunca pudo estudiar como sus hermanos, el accidente que lo dejo inválido hizo que no pudiera continuar sus estudios en la escuela. Ethequiel se quedó en básica elemental durante tanto tiempo que al final no logró remontar el resto de lo que sería una carrera para él.
A partir de ahora la Orden Omayda tendría unas directrices sobre las que basar sus ritos y misas negras. El nuevo Evangelio del Innombrable sería el camino para que los cientos de miles de seguidores de éste pudieran satisfacerle con una lógica, con unas leyes que les llevaría a crear el mayor caos y la destrucción de la obra del nazareno, la obra que más odia el angel caído, la creación humana.
Escrito por Carlos Them
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