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Inicio / Cuenteros Locales / Heraclitus / ¡CÓMO DIJO LA COTORRA…!

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(Cuento burocrático: como solucionar un divorcio)

Mi amigo Pepe, angustiado y triste con lágrimas en los ojos, pero eso si, nobleza obliga, muy correcto, se levantó de la silla para decirle con voz suave al abogado de oficio Luis de una manera clara y precisa:
—Abogado Luis, como dijo mi amiga la cotorra: ¡Vaya y chinge a su madre... y que Dios lo socorra!
Salió rápido del despacho antes de que reaccionara el asombrado abogado.
Me costo trabajo seguir su paso, hasta el estacionamiento donde habíamos dejado su carro BMW. Sin decir palabra le imprimió velocidad al auto, salimos raudos en ese elegante vehículo, que estaba fuera de tono en el complejo del Tribunal de lo Familiar, a donde lo había acompañado esa gris mañana.
Ustedes se preguntaran: ¿Qué hacía un joven como Pepe con su costoso traje y dueño de un carro de lujo, en la oficina de un abogado de oficio?
Les contaré la vulgar pero interesante historia de mi amigo José Luis alias Pepe.

Pepe y yo, nos conocíamos desde la infancia ya que los dos somos del mismo pueblo: San José Iturbide, Guanajuato, en el centro de la República Mexicana. Él era el hijo de Don Pepe que, en el mercado del pueblo, atendía el prestigiado negocio Tortas Don Pepe, donde todo el mundo va a desayunar, comer y cenar; pues aparte de barato es sabroso, se degustan ahí todos los antojitos de la región.
Desde luego el changarro da para bien vivir, pero sin lujos, por lo que tanto Pepe como yo, ya que mi papá era el zapatero remendón del pueblo, teníamos que ir a las escuelas oficiales, donde terminamos la secundaria, con más pena que gloria, pues ninguno de los dos éramos unos ases para el estudio.
Si bien Pepe distaba mucho de ser una lumbrera intelectual, en compensación era el carita del grupo y traía de un ala a todas las chavas, no solo de la escuela, sino de todo el pueblo. Aunque él, no destacaba en la escuela como estudiante, sin embargo, para eso del romance no había quien lo igualara, sobre todo el amor prohibido, pues dicen las malas lenguas que andaba enredado incluso con viejas casadas.
Para no hacerles larga la historia, Pepe convenció a su papá de que lo mandara a la preparatoria en la capital, León, Guanajuato.
Él, en la bohemia perdió el tiempo, pues si se paró en la prepa dos o tres veces fue mucho. ¡Eso sí!, tenía engañado a su papá. Hasta que éste maliciándose, las mañas de su retoño, fue personalmente a cerciorarse de su chavo.
¡Sorpresa! Pepe era conocido en las cantinas, casas de citas y otros lugares semejantes, pero no sabían nada de él en la preparatoria.
Total, que el papá le canta las verdades a su hijo más o menos de esta manera:
—Ya estuvo suave de hacerte pendejo y lo peor hacerme a mí —dijo el pobre señor a punto de la apoplejía.

No le quedó a Pepe, más que buscar la vida por otro lado, pues la verdad la friega que se llevaría en el negocio del papá no le gustaba.
Pepe hizo de todo, fue dependiente de tienda, donde al poco rato lo corrieron por flojo y tranza, de lavaplatos, donde entró por hambre; hasta que en el gimnasio donde iba al fisicoculturismo, que era su hobby y al que nunca dejo de ir, incluso en sus peores momentos de pobreza, lo contrataron de stripper, para que junto con otros muchachos bien formados se encueraran delante de las viejas ricachonas que los contrataban para sus fiestas.
En una de estas fiestas conoció a la gorda Lucha, que era gerente de una fábrica de medicamentos en León, cuyo dueño era su papá, viudo y sólo tenía una hija ya solterona: Lucha.

Lo contrataron de agente viajero, pues el dueño de la fábrica, el papá de la Lucha, nada tonto y desconfiado quiso probarlo primero. ¿Y saben qué? Dio resultado, como Pepe tiene buen carácter, es muy simpático además de trancero, le cayó como anillo al dedo ese trabajo, de ir elegantemente vestido, con un maletín; visitar médicos, coquetear con las secretarias de los galenos y repetir como loro todo lo que le enseñaban en los cursos de capacitación. Hasta se creía que sabía más que los médicos.
Mas lo bueno es efímero, como tenía que recorrer por mucho tiempo varios estados, como Guanajuato, Jalisco, Zacatecas y hasta Durango, pasaba mucho tiempo fuera y a la Lucha le entraban unos celos terribles de que su viejo estuviera refocilándose alegremente con cuanta vieja se le presentaba y más que lo conocía que era un hombre re-fácil.
Cuando regresaba a León era horrible para Pepe, pues además de que tenía que darle servicio pero a lo bestia a la Lucha, insaciable, como toda mujer arriba y con mucho de los cuarenta años que ella decía tener. Le recriminaba su comportamiento fuera de León, que aunque él juraba y perjuraba que se portaba como San francisco de Asís, la Lucha, con buen criterio no le creía ni el bendito.

Nadie en León se explica como convenció la gorda Lucha a su papá, para que aceptara su matrimonio con Pepe, que fue a todo lujo, en la hermosa Catedral de la ciudad. La misa estuvo oficiada por el padre Joruco (Joruco es su apodo, ignoro su nombre real), el más famoso sacerdote católico de León.
Todos los que conocíamos a Pepe, estuvimos de acuerdo de que había dado el braguetazo con la mujer más rica de León, hija única, que además era la que manejaba la fábrica y cuyo papá estaba delicado de salud, pues padecía de una diabetes mal controlada, pues era muy cusco para comer el viejo y no hacía caso de las recomendaciones médicas.
Que la novia fuera vieja, gorda y fea era lo de menos, con el dinero que tenía era más que suficiente para que compitiera con la belleza mejor del mundo. Aunque nada es perfecto, después supimos que también ella, como buena glotona que era, igual que su padre tenía diabetes, pero eso si, bien controlada.

Pasaron los años, por un milagro del cielo con ayuda del Pepe, la Lucha quedó embarazada, dando luz a un bello niño, que para nada salió a la mamá, Dios socorrió al inocente bebé con la apostura del papá. Aquí se hace verdad de que lo que se hereda, no se hurta.
¿Cuál era la vida de Pepe?
—Sabes hermano, —me confeso Pepe, un día en la casa de su papá en San José, único lugar al que la Lucha lo dejaba ir solo y donde él me mandaba llamar, pues yo terminé siendo su único amigo y confidente— mi vida es infame. Mi suegro me dio el nombramiento de sub-gerente. ¡Pero mentira!, de vil gato me tiene el infeliz, con un sueldo miserable que se lo da a la gorda de mi mujer para que lo administre, de que me sirve estar bien vestido, con un carro precioso, si no tengo un pinche quinto mío, hasta los criados me tiran de a lión.
—Algo bueno has de tener —le comenté.
— ¡Nada! Lo que es peor —continuo él tristemente— la Lucha me hace que me confiese con el padre Joruco cada semana. Pues de no hacerlo así, me amenaza con levantarme la canasta y ahí tienes a tu pendejo en confesión cada viernes. El viejo sangrón de mi suegro se la pasa trasegando el mejor coñac que existe: puro Hennessy y yo en friega, hago todo su trabajo, ¡y ya vez!, aquí nosotros bebemos este corriente chínguere, que incluso no es mío, sino que se le agarre a mi papá.
Con todas estas tristezas, terminamos como placa trasera de tráiler: hasta atrás, tirados en el suelo. No sé la verdad como llegué a mi casa.

En la sesión alcohólica que les he contado, planeamos, ya que Pepe no contaba con dinero, ir a visitar las oficinas del Tribunal de lo Familiar, para que ayudaran a Pepe en su problema y de ser posible lo divorciaran con algo de plata.
¡Que tragedia es acudir a oficinas públicas sin dinero para mordidas! De la ceca a la meca nos trajeron, hasta que terminamos con el abogado de oficio Luis.
El abogado Luis, al principio, al ver bien vestido a Pepe lo escuchó con deferencia, pero al darse cuenta que no tenía ningún recurso suyo, lo trajo a puras evasivas. Hasta que mi amigo perdió la paciencia y le dijo lo que ustedes ya conocen en el inicio de este relato.

Los amigos de la infancia de Pepe, me dijeron que el mal trato que le daban a Pepe, su mujer y su suegro, bien merecido lo tenía por gandalla, que mejor se hubiera quedado como todos a trabajar, él con su papá y no andar presumiendo de grandezas.
Pero vueltas que da la vida, con el tiempo, que se muere el suegro de Pepe de un coma diabético complicado con un infarto masivo.
Mas la muerte del suegro de Pepe era de esperar, lo que me provocó una sorpresa es que al poco tiempo que se muere la gorda Lucha y Pepe quedó como único dueño de una gran fortuna.
Más sorprendido quedé cuando recibí un llamado telefónico de Pepe, para invitarme a tomar un coñac Hennessy en su despacho. Lleno de curiosidad me presente. Se encontraba eufórico, se notaba su alegría cuando me dijo, que lo acompañara a catedral pues tenía que confesarse con el padre Joruco, al que le había enviado una caja de doce botellas de coñac Hennessy, ya que le encantaban.
—Lo quieres comprar, para que te perdone tus pecados anteriores, actuales y futuros — le dije en broma.
— ¡No! Te quiero de testigo. —Fue su misteriosa respuesta.

Llegamos a Catedral por todo lo alto, en un automóvil Cadillac último modelo, manejado por el chofer, que había servido muchos años al suegro de Pepe. Toda la gente saludaba a Pepe y lo trataba de don José Luis, dándole el doble pésame: por el fallecimiento de su suegro y el de su mujer. Él de una manera amable se dejaba querer.
Me hizo prometerle que me ubicaría cerca del confesionario para que oyera su confesión.
Al ver mi extrañeza, se rió y me calmó al decirme:
— ¡No te preocupes!, es que necesito que alguien sepa lo que voy a decir, para sentirme bien y que tenga sentido mi vida —extrañamente terminó de decirme Pepe.
Obviare los primeros pormenores de una confesión e iré directamente al grano:
— ¿Cuales son tus pecados hijo? —preguntó el padre Joruco.
—Padre —inició humildemente Pepe— primero tengo que saber y perdone mi ignorancia, ¿si lo que le diga aquí es secreto de confesión y no puede ser repetido nunca?
—Desde luego hijo, ten confianza en mí, es un secreto que no saldrá de este confesionario. —contestó el padre Joruco y dulcificó la voz, probablemente pensaba en las botellas Hennessy que se prometía en poco tiempo disfrutar.
— ¡Padre! Confieso que soy culpable de dos asesinatos. —Sin más, soltó Pepe.
— ¿Cómo es posible eso? ¡Explícate! —Exigió el padre Joruco.
—La idea de matar a mi suegro y a mi mujer — comentó con voz clara y fuerte Pepe— se me ocurrió cuando visite a un médico endocrinólogo, que se quejaba de que un paciente había abandonado los medicamentos propios para la diabetes y estaba usando medicinas alternativas hechas de nopal. De ahí me nació la idea, como era secretario de mi suegro; lo tenía bien surtido de botellas de coñac, eso si, del más fino y todo el día le tenía servida su copa; yo sabía que no podría resistir la tentación de tomársela, como así fue. ¡Espero de corazón!, que el diablo, en el infierno, donde de seguro está, le sirva su copa de coñac Hennessy. En cuanto a mi mujer emplee un arma letal, no un coñac, ya que era abstemia, como recordará Usted.
— ¿Y qué empleaste como arma letal? —Preguntó el padre, muy amoscado.
—Leí en el periódico: La voz de León que los enfermos diabéticos no debían de tomar alimentos azucarados en grandes cantidades y menos tener un ejercicio violento después. En el mismo periódico venía la receta que tomé como arma letal —contestó Pepe.
— ¡Así que la envenenaste desgraciado! —Gritó el padre Joruco
— Pues lo que se dice veneno, no le administré.
— Entonces que le diste.
— Nieve preparada.
— ¿Explícame que quieres decir con nieve preparada?
— Recordará padre, que mi mujer aparte de lujuriosa era muy golosa, por lo que le di una nieve preparada.
— ¿Cómo preparaste la nieve?
— ¡Ahí está el chiste! —Respondió risueño Pepe— como base crema Chantilly, sobre de ella un copo de nieve de vainilla con fundición de chocolate oscuro.
— ¿Sólo eso? —volvió a cuestionar el padre Joruco.
— ¡No!, le añadí otro copo de nieve, ahora de coco con ralladura de lo mismo. Al ver los ojos de gula con que Lucha miraba mi obra de arte, le agregué una tercera bola de nieve, ésta de banana con mermelada de albaricoque y ananás. Para que esta preparación tuviera espacio, todo lo preparé en una olla grande de esas frijoleras.
— Muy exagerada tu preparación —dijo el padre.
— Pero falta el toque maestro que fue dado por otra porción de nieve de frambuesa con mouse de mango y todo lo coroné con un adorno de caramelo derretido y sobre el cual coloqué una cereza jubile —terminó por fin Pepe de describir la receta.
— ¿Y? —Preguntó con expectación el padre.
— Yo sabia que Lucha tenía la glucosa muy alta, casi al borde del coma diabético, pues aunque ella se media su glucosa en sangre, hacía trampa. Ella no pudo vencer el pecado capital de la gula y se dio un atracón de padre y señor mío. —Respondió Pepe.
— ¿Quieres decir que se murió de coma diabético? —cuestionó el padre.
— ¡No!, murió de placer.
— ¿Cómo?
— Yo sabía el otro pecado capital al cual ella era adicta, así que media hora después de que Lucha ingirió la cantidad monstruosa de nieve, la hice gozar de las delicias mayores de la lujuria. Rebuznaba de placer la condenada hasta que quedó exhausta. Y como buena hija, fue a acompañar al infierno a su papá, victima también de un infarto masivo al corazón: un infarto fulminante, pero eso si muy contenta —terminó de contar Pepe.
Aturullado, preguntó el padre Joruco:
— ¿Pero dime que te arrepientes? ¿No es así?
—De ninguna manera. —Contestó Pepe y con lágrimas en los ojos, pero de risa, entre carcajadas continuó— padre, como dijo mi amiga la cotorra: ¡Vaya y chingue a su madre... y que Dios lo socorra!
Salió Pepe despacio de la iglesia, doblado de la risa.




Texto agregado el 11-08-2009, y leído por 520 visitantes. (4 votos)


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