Me despierta la muerte arremolinada en mi boca. Su aliento, el mío.
Mi vida ha dejado de ser, se ha mixturado en el confeso deseo de matar y morir. No hay más dios ni misericordia ni perdón. Solo mi sangre espesa, desahuciada, abanico gris de lluvia y soledad.
He perdido al hombre, al poeta, al padre, al amigo. Quedando la imagen.
¡Cuánta premeditación ponen buscando mi huesa!
¿Que sonidos de metales soñaran sus bolsillos?
Es un horror mi averno de flores, montes y pájaros y ser el padre de tan cruentos destinos. Horror de horrores no poder consolarles el hondo dolor y ser solamente la excusa de sus envenenados odios, el blanco de sus derrotas y ahora cuando la noche de las noches caiga, quizás también sus muertes.
Matar y morir, confeso deseo que invade, haciéndose irrenunciable, irrevocable. Haciéndose la única mirada (muerta mirada). El solo pensamiento (pensamiento frío). La razón (razón sin latidos).
Ente que no es, ser que no soy, macabro instrumento letal.
¡Pero yo, el que fui, el que he sido, el enorme, el poeta, el que podía!
¡Pero yo el hombre, en este destajo de conciencia, donde el alma grita: -¡Quiero vivir!-!
Apelo a la tinta, a las letras, a los poetas, los amigos, a los mágicos duendes de sus sueños.
¡Que me arranquen de aquí, que no quiero matar ni morir!
Gritos que no se escuchan, que se leen pero no se oyen. Inútiles sonidos de la desesperación.
Hay un sol y un arco iris en mi llanto, el de mi alma que desteje la desesperanza, que espera tu mirada, tu mano, tu palabra acertada. La tuya, la del dios humano, la del ángel de la guarda de los niños. Y que malo no soy, por eso el alma desteje en arco iris la desesperanza.
Hay un dios humano en el libro de cuentos de cada vida que espera y vela.