El lugarteniente empujaba un carrito por el corredor del pabellón de la prisión, mientras hurgaba entre los bolsillos, buscando infructuosamente la caja de cerillos, para encender las velas que adornaban el improvisado pastel de cumpleaños; cumpliendo así la orden del dictador vitalicio, de conceder una ultima cena a todos los presos de conciencia, capturados durante el octubre de pacificación republicana. Para las mil cuatrocientas horas del 19 de agosto se programó la ejecución y aunque restaban apenas algunas horas, el condenado a muerte numero cincuenta y tres aguardaba con calma, sentado al borde de la cama, mientras concentraba toda la atención en su ferviente deseo de cumpleaños.
Cuando el pastel - después de un tránsito azaroso - finalmente llegó a su destino; le ordenaron al preso cinco tres acercarse lentamente a la reja, mientras el lugarteniente encendía la vela y vigilaba nerviosamente el cuchillo, con el cual debía tajar el pastel. Emmanuel aspiro a fondo y a través de los barrotes, expulso un soplo enérgico que dejo en total oscuridad el pasillo, mientras que con todas las fuerzas del corazón, deseaba salir a como diese lugar de esta cárcel y librarse así del inminente fusilamiento.
Ni siquiera probó una tajada de pastel y en cambio lo obsequió completo para la guardia; risueño soporto el último interrogatorio con valor, pues a pesar de la insistencia de los compañeros de celda, jamás revelo su deseo de cumpleaños y por el contrario marcho alegremente por el corredor, escoltado por la guardia, plenamente confiado en que Dios sería fiel a su promesa y cumpliría su deseo. Jugueteaba pensando si tal vez el pastel envenenaría irremediablemente a sus verdugos o sería acaso una llamada de indulgencia en su día de natalicio, tal vez un cometa enceguecedor.
Vendado y con la frente perlada de sudor, seguía sonriendo esperando que tal vez la guardia hastiada de tanta sangre, se sublevara antes de terminar de preparar los fusiles con cargas aleatorias de municiones de salva. No obstante nada de esto sucedió, así que el lugarteniente ordeno sin mayor ceremonia, abrir fuego. Mientras los proyectiles - despidiendo un ruido ensordecedor - viajaban presurosos hacia el condenado, su Dios por fin se apiadó de tanto sufrimiento y decidió interponer Su preciosa humanidad entre Emmanuel y las balas.
Cuando las palomas que espantadas, habían levantado vuelo, regresaron al tejado, el lugarteniente se acerco a Emmanuel y retirando la venda que cubría sus ojos, le extendió el indulto firmado con las iniciales del mismísimo General Giménez García. Emmanuel aun sin entender por completo, fue obligado a incorporarse y a empellones llegó hasta donde yacía el cuerpo humeante de Dios. El lugarteniente complacido puso una mano sobre el hombro de Emmanuel, confirmándole la orden de perdón y principalmente agradeciendo su valiosa ayuda para cumplir el deseo mas intimo del dictador Giménez García.
|