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El visitante

1° Un cigarrillo en la oscuridad.

Era una noche fría, desolada y muerta, nadie caminaba, nada se movía, solo el viento invernal de junio resoplaba vehementemente sobre los árboles desnudos, resollaba recio sobre los techo helados de las casas y arrastraba la hojarasca reseca en remolinos ocres.
En las calles solitarias una gran fila de autos aparcados al nivel del cordón sé congelaban lentamente, cuyos parabrisas comenzaban ha cubrirse por una delgada capa de hielo, la feroz helada quemaba el pasto de las veredas tiñéndolo de un blanco opaco. La cuadra entera parecía estar desabitada desde antaño; En las casas casi pegadas unas a otras, no existían registro alguno de vida, se hallaban sumergidas en una profunda oscuridad con excepción de algunas luces que iluminaban el porche y los postes de alumbrado de veredas. De todas formas el aspecto era de un vació total.
En el cielo de un azul negruzco, correteaban unas nubes bajas y pesadas recargadas de lluvias y truenos, mientras se desplazaban hacia el sur dejaban de manifiesto una luna llena de matices plateados, que impactaba débilmente en el oscuro territorio poblado de casitas de madera.
Eran más de las once y media de la noche cuando una figura le dio un toque de vivacidad al paisaje muerto, una figura de aspecto humano moviéndose envuelta en sombras. Caminaba con paso lento y pesado, dirigiéndose a la casa más próxima, de echo a una de las pocas con iluminación en la entrada, quizás se sintió atraído como un insecto por la cálida luz. Sus pasos siguieron camino resonando ahuecadamente en el silencio ha causa de los pesados zapatos negros que olían a pomada; No siguió por la vereda de concreto como lo había hecho anteriormente, ahora tomaba una atajo por el pasto escarchado y en sus pulcros zapatos renacieron una gotitas de roció.
Había llegado a las escaleras del porche cuando se detuvo, palpo con manos enguantadas su sobretodo en busca de algo, definitivamente dio con lo requerido y extrajo del bolsillo interior del abrigo una cajilla de cigarros Marlboro, el paquete estaba a medio usar, saco uno y lo deposito entre sus labios; a continuación retomo a la tarea de palparse con el fin de encontrar los fósforos.
Cuando hubo encendido el cigarrillo, agito la mano velozmente para extinguir la llama del fósforo, para luego arrojarlo al pasto húmedo, quitó el cigarro de la boca y exhaló una bocanada de humo grisáceo; finalmente subió las escaleras, dejando huellas mojadas en los escalones de madera. Estaba frente al umbral, sobre su cabeza una lamparita pendía del cable oscilando por acción del viento, desparramaba destellos dorados por todo el porche, él fumador nocturno miró hacia arriba y observo con gran atención el enjambre de mosquitos y otros insectos que bailoteaban alrededor del foco; el humo seguía brotando de sus fauces carcomiendo la madera del lugar con aroma a nicotina y pronto no tardaría en llamar.

2° En el interior de la casa.

El interior de la casa se hallaba bañado en un silencio total. En la planta baja se encontraba el pequeño vestíbulo que daba a la puerta de entrada y la escalera que conducía al segundo piso. Estaba decorado por un diván chico y cómodos sillones, como también la clásica biblioteca rellena de libros intocables y poco interesantes, a la derecha del vestíbulo estaba el comedor, en el cual reposaba una mesa familiar de roble circundada por seis sillas de altos respaldares; las paredes de este cuarto estaban empapeladas de un soberbio color salmón. Si uno atravesaba hacia el norte del comedero se topaba en la cocina (la cual también estaba conectada con una arcada al norte del vestíbulo), en ella un gran horno de acero inoxidable y seis mecheros sé mantenía incrustado entre la mesada revestida en mármol, donde la pileta y la vajilla encontraban su lugar, coronados de un aparador atiborrado con latas de conservas, especias, una caja de cereales Kellogs y una botella de whisky J&B.
Subiendo hacia la pequeña planta alta, esta hallaba sé compuesta por un descanso cuadrangular en cuyo piso dormitaba un cómodo tapete de dibujos árabes y hacia la izquierda surgía el oscuro pasillo de madera barnizada que exhibía cuatro puertas en sus lados. En la parte occidental estaba el dormitorio principal y el cuarto de baños, en la parte oriental la habitación de huéspedes (cargada de cajas de cartón, ropa vieja y una bicicleta oxidada), y la cuarta puerta pertenecía a un pequeño closet. El fondo del pasillo desembocaba en una puerta-ventana que daba hacia la terraza.
A las doce menos veinte, Edward Flichmann dormitaba apaciblemente envuelto en sábanas azules que olían a loción barata, su pesada frazada como la piel de un oso acaba de caerse enroscándose deformadamente en el suelo helado, a esa hora la temperatura rondaba en los tres grados; suficiente frió para una prematura noche invernal. El cuarto estaba acompañado por dos sonidos, el continuo tic-tac mecánico del reloj ubicado en la mesita de luz y sus ronquidos entrecortados, a excepción de eso lo demás era silencio vago o espacio inerte. Pero poco tiempo mantuvo sé la calma, cuando esta se vio amenazada por un desconcertante y fuerte golpe en la puerta de entrada; no era un leve golpecito con los nudillos que sonaba ¡Toc-Toc!, Si no que era un brutal manotazo que resonaba pesadamente ¡Pom-Pom-Pom!. Al principio Edd, (como lo llamaban sus amigos y Eddie como le decía su madre), no se percato del estruendo, pero cuando los golpeteos se hubieron repetido en dos ocasiones de cuatro golpes cada uno, noto la diferencia. Al principio creyó que era efecto de la somnolencia, pero luego se sobresalto al darse cuenta que era real e iban más allá de los límites del sueño. Descendió distraídamente de la cama olvidando calzarse las pantuflas, de modo que no tubo tiempo de quejarse por lo frió que estaban poniéndose sus cálidos pies, lo habían desconcertado, habían interrumpido esa delgada y recta línea del ensueño en descomunales picos de sobresalto y nerviosismo; De alguna manera le recordó los aparatos de hospitales que monitorean el corazón del paciente con una línea verde fosforescente.
Una vez que salió del cuarto en penumbras, su vista estaba rodeada de puntitos blancos y tubo que sacudir la cabeza para borrarlos, “¿quien demonios puede joder a estas horas de la noche?”, Se pregunto malhumoradamente con voz pastosa, pero a su vez con un dejo de miedo que se acrecentaba con cada paso que daba. Otro golpe, esta vez lo sorprendió en medio del pasillo tragado por la oscuridad, dio un respingo desquiciado y su corazón aumento la marcha a miles de latidos por segundo, golpeteándole el pecho desenfrenadamente, “pareces un maricón Edd, toma el arma por seguridad, solo por seguridad y ve a ver quien es”, esto lo dijo para sus adentros pero no lo convenció mucho.
En realidad a no ser por urgencia, ¿quién sé atrevía a golpear a la medianoche tu puerta?, Creyó que nadie, exceptuando bromistas, alcohólicos o ambas opciones, pero de todas formas tenia que comprobarlo, la duda e intriga lo consumían.
Se dirigió tambaleándose hacia el closet todavía sofocado por el sueño, abrió la puerta y encendió el pequeño interruptor para iluminar el interior negro, allí una serie de objetos descansaban afablemente; Cosa que Edd ya no podría hacerlo al menos por el resto de la noche. Rastreó con la mirada hasta que finalmente lo halló, o mejor dicho “la” halló, se trataba de una escopeta Brenta, arma antigua pero con la suficiente potencia para dejarte un agujero en la cabeza del tamaño de un anillo, quizás el tamaño del orificio no es lo suficientemente grande como para desfigurar el cuerpo, pero la fuerza de cada proyectil bastaba para desconectarte de este mundo. Tomo el rifle con manos temblorosas pero seguras; trataba de convencerse que era causa del frió pero no era idiota sabia que estaba asustado, tubo tiempo para quitarle el polvillo que recubría el arma y por un momento la sostuvo del cañón, buscaba algo más, hurgó con su mano izquierda pero sin éxito, entonces se coloco en puntas de pies e introdujo a medias el cuerpo para tener una mayor perspectiva y detrás de uno cofre de aluminio encontró lo requerido. Regreso a su postura habitual con una pequeña caja de balas, en cuyo frente decía “Balas Rio calibre 36”, justo lo que necesitaba ya que recordaba que el rifle estaba descargado desde hacia dos años cuando lo había utilizado por última vez, lo disparo en una navidad completamente borracho y en la embriaguez alcohólica y la falta de pirotecnia, hizo que recurriera al viejo fusil, obsequio de su abuelo paterno. Desde esas fiestas colgó el rifle, luego de meditar sobre su inconsciente acto, pero ahora era por urgencia, necesitaba protegerse, así que comenzó con la tarea de recargar el artefacto, quito el seguro, bajo el fino cañón de acero e introdujo una bala, pero no llego a implantarla en el orificio cuando otro golpe restallo desde bajo causándole un sobresalto que logro soltar el proyectil y la caja.
La cajita cayo al suelo y fue regando con balas la superficie de madera, dos de ellas rodaron hacia la oscuridad, pero ha Edd no le preocupo, se agacho y junto el resto de las municiones, colocándolas desordenadamente en el interior de la caja. Otro estrépito, esta vez no lo afectó, cargó la escopeta y entro nuevamente al cuarto, fuera quien fuese aquel extraño o aquella extraña, no podía descender semidesnudo. Encendió la luz, dejo el arma sobre la cama, tomó sus gastados jeans y una remera blanca que olía a sudor añejado. Una vez vestido guardó solo cinco balas y las repartió de la siguiente manera, tres en el bolsillo derecho y las otras dos en el izquierdo, él por que de esta acción, ni él lo sabia, se supone que los bolsillos delanteros de los jeans son demasiados chicos y una sobrecarga de largos proyectiles causaría molestia. Agarró nuevamente el arma y salió del cuarto olvidando apagar la luz y calzarse, camino por el pasillo con paso ligero cargando la escopeta con la mano derecha, sus pies desnudos y congelados marcaban un ritmo uniforme, pero a punto de salir hacia el pequeño descanso tropezó con algo o mejor dicho “pisó” algo, el dolor subió desde su pierna, pasando por el estomago, hasta llegar a la cabeza, provocándole un espantoso escalofrió que puso su piel áspera como la de un sapo, “mierda, que demonios pise” y al levantar el pie notó un leve coloración rojiza en la planta derecha, al mirar hacia abajo encontró una bala, suponía que era aquella que no había podido cargar y soltó asustadamente en el momento del golpe. Inclinándose levemente tomó el alargado cilindro rojo de base plateada y mirándolo incrédulamente lo depositó en el bolsillo trasero, “ya me servirás amiga, como reserva estarás bien”. Bajó las escaleras, lentamente comenzó el descenso, la madera crujiendo bajo su peso, empuñaba la vieja Brenta calibre 36 en ambas manos, ¡Pom-Pom!, Esta vez fueron leves, estando a pocos metros del insistente extraño el terror lo devoraba como si su cuerpo fuera un vegetal y el pánico una tenaz plaga. Despostado en suelo firme fue sigilosamente hacia la puerta sintiendo la abrumante presencia que yacía del otro lado, como si emanara una especie de calor abrazante que consumía hasta sus huesos, pudo observar que por debajo de la puerta unas sombras (dedujo que pertenecían a sus pies) se movían impacientemente, oscureciendo el leve resplandor que filtraba amarillento por el espacio horizontal entre el suelo y la puerta.
Quien sea el que estaba fuera, comenzaba a incomodarse y no tardaría en marcharse, al menos eso creía.
_Llama a la policía_ Se dijo en un susurro que apenas pudo oír_ Es enserio, no pierdas tiempo en esto, solo retrocede y toma el teléfono.
Pero sus pies no respondían, avanzaban en lugar de retroceder. Por fin se animo a soltar unas palabras dirigidas hacia el visitante, por que en definitiva si alguien esta parado en tu puerta llamando insistentemente alguna razón o propósito debe tener, por lo general si desea verte es por que te conoce y eso adopta un carácter de visita, pero lo extraño de esta situación es que una persona con una pequeña medida de educación no realiza visitas de amistad o de tipo familiar a la medianoche, al menos que no tenga donde dormitar que eso es otra cosa.
Su voz salió entrecortada por los nervios, adoptando las características típicas del estado nervioso.
_ Que quieres_ Solo hubo silencio. Dejando espacio hacia el hosco y malhumorado Edd_ Dime que tienes una buena excusa para molestar a esta hora, de otra forma saldré y te moleré a golpes, me entiendes.
Silencio. Solo silencio combinado con un viento que comenzaba a violentarse cada vez más. Las sombras de debajo dejaron de moverse, como si el visitante hubiese acatado alguna orden, pero ninguna palabra o sonido gutural en cuestión de respuesta se registro aquella noche.
_ Contesta de una vez, no lo hagas difícil amigo, por que si buscas enojarme lo estas logrando y muy bien.
La misma situación se repitió, pero esta vez golpeo la puerta nuevamente, como si no oyera a los reclamos por parte de Edd.
Ante la preocupación por estar lidiando con un demente, Flichmann observó por la mirilla circular de la puerta, de esas en que los objetos o personas parecen estar en la vereda de enfrente. Al espiar se encontró con una horrenda sorpresa, no había nadie, mejor dicho la visión era imposible ya que todo era oscuridad, como si alguien hubiese coloreado el agujero con pintura negra o quizás estuviera tapándola con la palma de la mano. Algo no cuadraba, la situación se tornaba algo anormal, pero debía serenarse, no perder la calma ni la cabeza.
Probó con espiar por la cerradura. Inclinándose asomo el ojo izquierdo por el cerrojo, donde un haz de luz polvorienta proveniente del porche, iba a su encuentro como una larga aguja dorada a punto de perforarle el lóbulo ocular.
Nuevamente ausencia, la extraña presencia ya no estaba, tal vez hubo partido, esto pensó Edward para calmarse, no creía en fantasmas, ni en seres extraterrestres, ni en hombres de negro, ni en nada de carácter esotérico, pero esa noche estaba dispuesto a entender cualquier cosa.
Quitó la mirada del cerrojo, en el mismo momento que notaba las sombras pertenecientes a los pies, nuevamente cortando el resplandor que entraba por debajo de la puerta, el extraño había regresado o pero aún, siempre estuvo allí.
El aire estaba enrarecido, lo notó mas cargado que nunca, y pudo percibir un tenue olor a cigarrillo que lentamente iba impregnando el vestíbulo.
_De modo que siempre permaneció parado en el pórtico. Se dijo Edd pensativamente_ Pero por que demonios no se ve, bueno no quiero saberlo.
Pero si quería averiguarlo, la mayor parte de su mente era morbosa, quería jugar con el peligro y no dudo en comprobarlo. Asomándose nuevamente por la cerradura iluminada; fue su ojo derecho quien exploró el terreno, como si dudara de lo que el izquierdo contemplaba y al asomarlo lentamente, del otro lado surco otro ojo, espiando para saber quien se encontraba adentro.
Los dos iris se mantuvieron unidos, enlazados por la curiosidad, hasta que por fin Edd rompió el silencio profiriendo un chillido infernal que obligo a quitarse de allí, cayendo bruscamente de espaldas al suelo.
A continuación observó como el picaporte giraba tratando de abrirse, por más que halla echado llave la acción lo apabulló e incorporándose casi de un salto, empuño su arma tensamente, apuntando en la oscuridad. Algo extraño sucedía allí afuera, pero también lo sucedía en su cuerpo, comenzó a sentirse débil y enfermo, un inicio de lo que luego sé canalizaría con vómitos, se agito en su estomago. Pero Edward era fuerte, olvidó su miedo, su futura descompostura y siguió tratando de ahuyentar al posible invasor.
_ Así que te empecinas. Muy bien, te di tu tiempo para expresarte “Jhonny”, ahora lárgate a la cuenta de tres... o mejor de dos. Uno... mira que estoy armado amigo, no quisiera cometer mi primer crimen, pero parece que te has ganado todo los números... y... ¡DOS!.
Sucedió, parecía mentira pero pasó. Jalo del gatillo y la explosión resonó en toda la casa. El disparo provoco que sus brazos retrocedieran rápidamente, como fomentado por una patada de electricidad, debido a empuñarla muy débilmente.
La bala salió del orificio herrumbrado de la vieja Brenta, marcando una corta trayectoria que acabo con el impacto de la misma en el centro de la puerta, dejando un orificio (del tamaño de un anillo) y una lluvia de astillas.
El cartucho humeante repicó en el suelo desnudo y Edward se sintió triunfante. Comenzaba a enloquecerlo la situación, era muy probable que estuviera despertando su demencia o estaba actuando inconscientemente segado por el pánico, el miedo a lo desconocido, a que “un” desconocido irrumpa en su casa y mayor aún sospechar que te asechaba algo fuera de lo normal.
_ No puedo creerlo, dispare sin pensarlo. Maldición, espero no haberlo matado, no hablaba en serio.
¿Estaba en lo cierto? Mejor no saberlo. De todas formas ni siquiera lo había rozado, el extraño había desaparecido, por lo menos eso era lo que aparentaba.
Decidió comprobarlo, esta vez lo haría por la mirilla circular y cuando lo hizo sucedió el milagro, pudo ver claramente el porche iluminado y lo escalones que parecían perderse en el más allá.
_ No más peligro, el desgraciado se fue.
Lo dijo con la respiración entrecortada, su frente era un cultivo de gotitas de sudor, al igual que debajo de las axilas. La transpiración caliente del cuerpo aplicada a la atmósfera fría, provocó una picazón desquiciada similar a la alergia, en las zonas del cuello y el cuero cabelludo.
Mientras rascaba su sarna, el reloj tañía las doce. Aquel gigante ciclópeo de cuerpo de roble y entrañas de bronce apostado en el lúgubre vestíbulo, juntaba sus agujas negruzcas sobre el número doce tallado. El viento aullaba funesto augurando lo malo, golpeteando los vidrios y sacudiendo las finas ramas de los árboles que bailoteaban frenéticamente.
La luna asomaba entre las nubes marrones cargadas de lluvia, como un ojo ciego similar al que había aparecido en la cerradura. De la ventana ubicada al lado de la biblioteca, la luz lunar entraba uniformemente dibujando sombras macabras en las paredes y proyectando por acción de las ramas, unos dedos finos que amenazan con desgarrarle la carne y arrancarte los órganos.
El sueño había sido arrebatado, el visitante por lo menos había logrado eso y cuando hubo dispuesto a subir hacia la habitación, la oscuridad se tornó más oscuridad. Un corte de luz completó la cuota a esta siniestra situación. Primero notó la ceguera del porche y luego los postes de luz también cedieron, ensombreciendo las ventanas. De todas formas la visión no era dificultosa gracias a la luminosidad pálida de la luna.
_No estas asustado Eddie, claro que no. Ahora mantente ocupado en como solucionaras el hueco de la puerta por mañana.
Pero no se consoló, imágenes enfermizas danzaban en su mente y quizás pensó que nunca amanecería, era un pensamiento cruel pero no dejaba de repetirse.

3° Movimientos en la segunda planta.

Depositó un pie entumecido en la escalera, cuando se oyó un ruido en la segunda planta, seguido de un golpe sordo. Edward Flichmann quedó petrificado apoyando la espalda en la pared, el primer pensamiento que surcó frente a él fue que sé había introducido por la ventana. No estaba errado, a veces el miedo te hacia ver la realidad.
_ Eres un idiota Edd_ Se reprocho depositando una mano en la frente, ahora más sudado que nunca_ Olvidé trabar la ventana del cuarto.
Y respondiéndose a si mismo espetó.
_ Cierra el pico, es imposible que suba al techo, no hay forma, la única manera es por una escalera manual.
Y así era, pero el visitante era insistente y rendía honor a su nombre, venia a visitar al solitario Edd, venia a irrumpir en su casa para sacarlo del rutinario esquema que venia llevando desde años.
La ventana corrió en sus rieles y de un salto aterrizo en el suelo, los pasos resonaron en el cielorraso, él extraño sé había filtrado buscando algo que Edd desconocía.
Ya había abierto la puerta del cuarto y pronto saldría al pasillo, encontrándose cara a cara. Edward se apresuro para cargar el fusil, con manos frenéticamente temblorosas pudo destrabar el seguro y tomando un proyectil del bolsillo, cargó la escopeta dispuesto a todo, inclusive de matarlo. Pero su estomago estaba a punto de estallar, pronto comenzarían los mareos y concluirían con un copioso vomito, seguido de un ataque de escalofríos.
Ante la inevitable presencia y antes de cometer cualquier locura, prefirió ocultarse, observar lo que buscaba y en el instante que atravesaba su cuerpo hacia el comedor, la figura se poso en el pequeño descanso.
Se ocultó detrás de la mesa del comedor tragado por la soberana oscuridad, permanecía en cuclillas doliéndole cada vez más las rodillas y pronto comenzaría a sentir un hormigueo en las piernas, jamás supuso que en su vida le sucederían cosas de tal naturaleza y apuntando hacia la entrada oyó lo irrevocable, el tan temido descenso.
Nuevamente cegó su cabeza y disparo. Esta vez apunto hacia la pared del comedor calculando por el sonido de los pasos, con el objetivo de perforarle el costado izquierdo, tocándole algún órgano e hiriéndole de muerte o mejor aún, matándolo. La delgada pared de yeso empapelada sucumbió ante el impacto del proyectil, dejando una nubecilla de polvo de tiza y pudo percibir casi maravillado el sonido del cuerpo desplomándose en los escalones. Consiguió deshacerse de la tan detestada visita y para celebrar se irguió soltando un chorro de espeso vomito que se desparramo por la mesa lustrada. Tarde o temprano desencadenaría en eso. Finalmente el alivio de detener la marcha del demente y a su vez el nerviosismo de cometer un posible crimen, terminó con pujar su estomago revuelto.
Presionó el abdomen con la mano que aun sostenía el arma, sintiendo el calor del cañón en su vientre, su boca sabía a salsa putrefacta y ácida, respiraba exageradamente permitiendo entrar unas gotas de sudor salado en sus labios resecos, la mano libre se aferraba en la mesa, evitando caer al suelo. Estaba enfermo, de eso no cabía duda, evitó mirar la superficie bañada de líquidos nauseabundos, hasta el olor comenzaba a condensarse en un aroma rancio que perforaba su nariz, finalmente prosiguió su marcha hacia la cocina con el fin de telefonear a la policía reportando un posible herido, no se atrevía a espiar quien yacía en las escaleras, por más de que se hallaba en un estado desquiciante suficiente como para disparar, no soportaría mirarle el rostro, con esos ojos celestes blanquecinos casi ciegos, como el que había espiado en la cerradura.
Recargó el arma por protección, tambaleándose con asco hacia la cocina donde el teléfono de pared descansaba imperioso al lado de la heladera, cuyo grueso cable de espiral colgaba como una serpiente que desembocaba en una pequeña mesita almacenando entre otras cosas, la agenda telefónica. Deposito el fusil contra la pared, tomó el auricular, marcó el 101 dejando huellas de sudor en las teclas y se interno en la tarea de escuchar.
Se oyó un silbido agudo, las líneas estaban muertas. Parecía que el temporal no solo afectaba la corriente eléctrica, lo más probable era que el viento había volteado algún poste de teléfono incomunicándolo momentáneamente.
Ahora estaba realizado, aislado en su propia casa, sin luz, enfermo y con un cadáver en sus escaleras, que más se puede pedir.
_ Mierda, ahora si que estoy echo.
Soltó el auricular con fuerza, este reboto como enganchado por un resorte y golpeo contra la pared, quedó oscilando en la oscuridad, emitiendo ese silbido macabro.
Tomó él arma y dirigiéndose hacia el lecho del posible muerto, percibió algo.
Detuvo la marcha cuando los escalones crujieron, alguien se estaba moviendo allí. Quedó parado en medio de la cocina escudriñando ambos lados, podría surgir tanto por la izquierda (el comedor), como también por la derecha (el vestíbulo), aguardo abrazando la Brenta, deseando que acabara todo, que el visitante cuyo propósito comenzaba a comprender se disipara como un mal sueño. Volvieron los espasmos estomacales, debilitándolo a pasos de gigante.
La rata se había encerrado buscando un trozo de queso y como siempre decían, el cazador se vuelve presa. Esta vez debería adivinar, jugarse por un lado u otro, siempre y cuando respete la regla máxima, no toparse con el extraño.
Debería haberle leído el pensamiento, por que cuando Edward decidió su entrada cambio repentinamente de opción. Se disponía a surcar el vestíbulo cuando observo detrás de él una sombra alta y delgada, una figura amenazante que se proyectaba en la cocina iluminada tenuemente por la luna, así que volvió sobre sus pasos lo mas sigilosamente posible e internándose nuevamente en el comedor, aguardo la aparición.
Tenia poco tiempo para decidir que hacer, cabían dos opciones en su cabeza, una era subir y atrincherarse en alguna habitación para luego disparar al blanco móvil y la otra consistía en aguardarlo para asestarle una bala en el cráneo, pero ambas carecían de lógica ya que desembocaban en lo mismo, y si bien el intruso no había demostrado señal alguna de estar armado, suponía que contaba con una fuerza brutal como para soportar dos disparos y estar en pie; siempre y cuando los dos tiros lograsen haber tocado su cuerpo.
Pero en su mente abrumada surgió un hilo de esperanza, pequeño y delgado que amenazaba con cortarse cuanto antes, se trataba de la tercera opción; quizás la más arriesgada pero factible. El riesgo era que debía regresar a la cocina, pero las posibilidades de tener éxito eran amplias. La bendita opción era sencilla, salir al pequeño jardín trasero y acceder al garaje, atravesando la salida más factible que era una puerta casi invisible ubicada a la izquierda de la cocina, esta era la única entrada que dejaba sin llave por el simple echo de que la cerradura estaba dañada hacia más de medio año. Un dejo de esperanza iluminó el rostro demacrado de Edd, que ahora comenzaba a poblarse de unas leves llagas rojizas, probablemente eran manchas a causa de su hígado enfermo.
_ Demonios_ susurró oculto detrás de la mesa_ Pero claro, eres un necio Eddie. Debo llegar al auto lo antes posible, las llaves están dentro. Solo es cuestión de tiempo, hasta que el hijo de puta aparezca en el blanco como un patito de feria.
Pero no pudo permitirse semejante lujo, esperar era demasiado arriesgado en una situación alerta, y por alguna razón desconocida el visitante no avanzó más, quedo ubicado en la cocina como sí hubiese agotado la batería.
Pero escuchó lo indebido, primero un cajón abriéndose, luego el sonido metálico de los cubiertos entremezclándose y concluyó con un sonido silbante, como cuando algo afilado roza con otros utensilios de metal, finalmente los pasos reanudaron.
_ El desgraciado agarró un cuchillo. Pero no tendrá tiempo de usarlo, no se lo permitiré.
Se irguió ignorando que sus piernas temblaban, apuntó lo más firme posible y cuando la sombra estaba a punto de condensarse en un cuerpo, disparó.
Erró el disparo que asestó en la alacena y una nueva lluvia de astillas salpicó el aire.
_ Mierda, allí estaba el whisky_ Tomó el tercer proyectil y ultimo del bolsillo derecho. Apresuro en cargarla, en la medida que avanzaba inconscientemente hacia el vestíbulo_ Ya esta... prepárate para viajar Jhonny.
Apuntó y un nuevo disparo resonó en la casa, esta vez fue donde había planeado, la bala encontró su lugar en el marco color salmón de la arcada, dejando un huequillo considerable, logrando arrancar un fragmento de material.
El visitante consiguió un retroceso ante la amenaza de los disparos, entonces Edward se largo a la carrera, era el momento oportuno. Atravesó el vestíbulo corriendo y cuando hubo depositado un pie en el suelo de la cocina no se atrevió a mirar hacia la derecha. Extendió una mano tensa que se aferró con fuerza al picaporte de cromo, dio un tirón y la puerta cedió en un quejido espeluznante, grazno de mala gana sobre sus bisagras oxidadas y cuando tubo frente a sus ojos él jardín a oscuras, registro con el rabillo del ojo derecho la tan temida presencia, por primera vez él visitante realizaba movimientos con rapidez, dio una media vuelta ante el berrinche de sus pasos y casi había logrado tomarlo de un brazo de no ser por que Edward salió apresuradamente, cerrándole la puerta en la cara.
Victoria para Edd.

4° El jardín.

El pequeño jardín trasero se hallaba sumido en una profunda oscuridad. Era una considerable porción de tierra más bien cuadrada, en cuyo fondo dominaba un pequeño bosque de retoños de pinos, sabia que en un futuro se convertirían en gigantes y las raíces levantarían su casa y la del vecino, pero no le importaba. Hacia la derecha en el micro-invernadero; Como lo había bautizado, dormitaban una serie de flores (actividad que ocupaba Edd en los tiempos de ocio), de las cuales solo quedaban ramas retorcidas y resecas por la helada, hacia tiempo que debía de haber juntado los cadáveres y plantar unas cuantas semillas de naranjos, quería sacar las inútiles flores para suplantarlas por algo que le redite aunque fuese una naranja reseca y agusanada. En la alfombra de césped cortado dormitaba una pareja de estatuas carcomidas por los años; Una garza cuyo pico estaba destrozado y un enano con una cesta en el cual la pintura de los ojos se había borrado, dándole un aspecto demencial. Su próximo proyecto era construir en él ultimo espacio disponible, una especie de cobertizo pequeño para acopiar las herramientas de jardín.
Volviendo a Edward, este seguía luchando contra su agresor encerrado en la casa, ahora sostenía el picaporte que giraba desesperadamente en son de abrirse.
El visitante era dueño de una fuerza paranormal y pronto cedería ante la debilidad de Edd, de modo que coloco el fusil debajo de la axila derecha y presionándolo se ayudo con la otra mano, ambas sostenían el picaporte que temblequeaba frenéticamente. Los dedos comenzaban a dolerle, lentamente tomaban una coloración blanca debido a la presión que estos ejercían sobre la superficie de cromo.
Sudaba en cantidad y el dolor en sus manos era insoportable, además el arma esta descargada de modo que tendría que huir hacia el garaje, rogaba que estuviera abierto de otra forma estaba perdido.
A punto de ceder jugándose su ultima carta, el ajetreo finalizó por parte del extraño y el silencio coronó nuevamente esa terrible noche. Los grillos cantaron con sus sonidos agudos, como verdugos que canturrean antes de degollar a la victima, Edward no se atrevía a soltar el picaporte y apoyando la cabeza contra la puerta, sudado y agotado, una vaga imagen vino a su mente y vio que mientras descansaba, la punta de un cuchillo perforaba la superficie de madera dejando ver claramente una cresta color plomo a cinco centímetros de su nariz y lanzando un grito de espanto sentía como otro chuchillo, oxidado y mellado, perforaba la puerta hasta surcar el túnel de la oreja, taladrando hasta sus tímpanos, para luego comenzar a escarbar dentro de su cabeza.
_ Deja de ver películas amigos, nutren tu imaginación con mierda.
Nada de eso sucedió. Aprovechó el receso y recargo la vieja Brenta lo más rápido que sus manos le permitieron y se alejo caminando de espaldas al bosquecillo de retoños, apuntando la puerta pintada de blanco a la espera de que se abra y reaparezca él blanco móvil, sus pies desnudos se sumergieron en el pasto helado y por primera vez sintió frío.
_ Vamos, ven aquí amigo, no me...
Pero no termino, y la palabra que quizás era “asustas” salió entremezclada con un nuevo escape de vómitos, de la nada y sin previo aviso su boca soltó nuevos líquidos estomacales, pero esta vez era algo que parecía flema. Se encorvó levemente para soltar los últimos restos repugnantes que la tierra comenzó a absorber.
_ ¡Ahhh!... Dios, que demonios me pasa, cada vez empeoro más.
Presionaba la palma izquierda en el abdomen, jadeando desesperadamente y miró el suelo percibiendo el tenue vapor que brotaba del charco de nauseas.
Observó hacia ambos lados escudriñando la oscuridad, el cielo había terminado de nublarse y unos cuantos relámpagos resplandecían en el este, mientras tanto la neblina elevaba su velo fantasmal hundiendo las estatuillas del jardín, por un instante pensó en dar un grito de alerta para sus vecinos, pero era inútil, sino habían oído los disparos menos escucharían su voz.
Cuando pudo recuperarse a medias, camino hasta la puerta del garaje, subió el pequeño sendero de baldosas negras dejando huellas de roció. Echó mano a la puerta de la cochera, giro el picaporte y efectivamente estaba cerrado. El manojo de llaves se encontraba en el cajón de su mesita de luz, de esta manera se descartaba la posibilidad de entrar civilizadamente, tendría que hacerlo por las malas.
_ Bien aquí vamos Eddie, espero que surta efecto.
Colocó la punta del arma en la cerradura, deposito su dedo índice en el tan conocido gatillo y tiro de él.
Nunca había cometido tal imprudencia, debió haberla alejado por lo menos un metro para que el impacto no lo afecte. Salió airoso de su jugada pero no como lo había planeado, el disparo era tan potente y la distancia era ínfima casi inexistente que provocó un fuerte rechazo al salir despedida la bala, sus manos soltaron la escopeta como si esta quemara y la cerradura se transformo en un agujero donde restos de madera y engranajes brotaban inagotablemente. El arma cayo al suelo y Edd agito sus manos hormigueantes para que el aire fresco le devolvieran el tacto. Alrededor de lo que había sido la cerradura unas profundas grietas levantaban la superficie y extendiéndose como dedos finos hasta casi la mitad de la puerta, agarró la escopeta con palmas insensibles, todavía vibrantes y cargó su ultima munición.
Abrió la entrada fácilmente y buscó a tientas el interruptor, cuando dio con él lo accionó, dejando más oscuridad.
_ Tienes razón, lo siento, olvide el corte luz... es la costumbre.
También olvidó por un instante al visitante que no dio señales hasta ahora. Pero se equivocaba, siempre regresaba en el momento oportuno para evitar que su conejillo huyera.
Las primeras gotas cayeron de las acolchonadas nubes, una de ellas impacto en la nuca de Edd, sobresaltado por lo fría que estaba, giró la cabeza hasta que su cuello sonó, miró hacia arriba y una membrana de luz blanca recubrió el cielo por una fracción ínfima y concluyó en un estallido solemne. Después las gotas se hicieron más copiosas hasta que el rostro lacerado de Edd se transformo en la pista de aterrizaje, unas cuantas golpearon sus ojos logrando que pestañee para rechazarlas. Terminó en una exquisita tormenta.
Un sonido familiar surco el aire helado, el picaporte de la entrada a la cocina giraba lentamente y Edd clavó su mirada empañada por las gotas en la puerta que se entreabría, pestañó nuevamente, levantó el fusil empapado; ya sentía que era un ávido tirador después de cinco chances, esperó con la paciencia de un lobo y cuando una mano aparentemente enguantada asomó, Edward Flichmann disparó.
Dio en el lugar indicado, la poderosa bala calibre 36 perforó la mano por la parte superior, desgarrándole los músculos y venas, quebrándole los finos huesos de los dedos y perforándole el guante de cuero. Sin embargo este no apartó la mano, ni articuló un grito de dolor, pero en cambio un reguero de sangre salpicó el aire, chorreaba en forma de cascada hasta llegar al suelo donde comenzaba a teñir los charcos de lluvia color escarlata.
_ Ahora si que estas echo Eddie, lo heriste y no tienes mas municiones.
No se permitió perder mas tiempo y se internó en la oscuridad del garaje, su única salida seria escapar en automóvil y dejar atrás al demente. Quizás iría a la policía o tal vez huiría no estaba seguro, pero estaba dispuesto a alejarse de allí, de eso no cabía duda.

5° La recta final. El garaje.

Internó su cuerpo cautelosamente en la penumbra, evitando tropezar con alguna herramienta o golpearse fuertemente con el auto.
El interior olía a nafta, madera húmeda y grasa fresca, como también una leve pero penetrante fragancia a oxido proveniente del panel de herramientas, donde una variedad de llaves, destornilladores, martillos, dos serruchos y una pequeña hacha de mano, se mantenían crucificados por los clavos enterrados en el panel de corcho, debajo, en una mesada de madera, dormitaba una pesada agujereadora industrial circundada por orificios de prueba, una caja de hierro contenía toda una fauna de mechas, desde la mas pequeña hasta la que era capas destrozar un ladrillo. Un metro antiguo de madera amarilla se hallaba solitario cuyos números eran ilegibles, junto con una comunidad de tuercas aceitadas, y clavos retorcidos.
En el suelo; en un hueco debajo de la mesada, se hallaba un bidón plástico de gasolina, junto a la motosierra y las tijeras de podar.
Edward camino a tientas, tomándose de unas estanterías que almacenaba cosas que no recordaba, pisó un charco de algo que olía a combustible y supuso que se encontraba al lado del automóvil.
Tanteo ha ciegas y dio con la puerta del conductor, deslizó sus dedos hasta que estos dieron con la manija, oprimió el botón y tiró de ella, abriéndose en un sonido quejumbroso. El interior del automóvil se ilumino automáticamente, una fragancia a pino artificial dominaba el aire cerrado, el tenue foco lastimaba los ojos de Edd que sé habían adiestrado a la oscuridad, introdujo primero la cabeza y vio las llaves que colgaban en la ranura de ignición, suspiro aliviado y deposito pesadamente el cuerpo en la butaca, cerró la puerta con un fuerte estruendo, deposito su fiel compañera en el asiento contiguo y echó mano al seguro, encerrándose herméticamente.
Estaba aislado en el interior de su Peugeot 206, color gris plomo metalizado, el esfuerzo de más de cuatro años como empleado bancario.
Tomó la llave; haciendo vibrar el llavero con la cara Garfield impresa, y a punto de encender el motor un destello surco su mente, abofeteándolo para despertarle... la compuerta del garaje funcionaba a electricidad.
_ Mierda, mierda y mierda.
Refregó con manos ásperas su rostro hirviente, notando leves montículos que provocaron inquietud, azorado realizó un sondeo con la yema de sus dedos, notando unas cinco elevaciones. Decidió mirarse en el espejo retrovisor y contempló horrorizado su rostro demacrado, consumido por una serie de llagas purulentas que amenazaban con devorar hasta él ultimo rincón de su piel, debajo de los ojos colgaban unas hinchadas ojeras inyectadas de azul como si reposaran dos gusanos de sangre coagulada, en las comisuras de la boca notó una serie de cascaritas pertenecientes al vómito y saliva reseca, en los polos de los ojos nacían unas venitas rojas y tenia la piel escamosa, pálida y fría como la de un anfibio. Además la delgada iluminación ensombrecía ciertos sectores, dándole un aspecto sepulcral.
_ Increíble en lo que se transformo mi rostro_ Lo dijo apartando la vista, realmente costaba creer la decadencia de su aspecto. _Algo sucede en mi cuerpo y no logro saber, una descompostura no puede estropearte tanto.
Un relámpago iluminó el cielo, penetrando en la cochera negra. La figura reapareció, de pie en el umbral y cargando un ostentosos cuchillo. El final se acercaba y la rata había cometido el mismo error, esta vez era irreversible.
Edward lo captó, por primera vez desde los golpes en la puerta del vestíbulo apreció la presencia del extraño. La figura caminó, era demasiado alto, delgado, los brazos eran más largos que cualquier otro ser humano, caían pesadamente hasta pasar las rodillas dándole el aspecto de un primate evolucionado, vestía una especie de tapado negro largo, llegando casi a la altura de la tibia, además de poseer unos zapatos pulcros y un par de guantes de cuero. Si bien la cara no lograba apreciarse, sé sabía que era calvo con una serie de abolladuras en su cráneo, el rostro nacía en los pómulos huesudos y desembocaba finamente en el mentón como una especie de triangulo invertido; además recordaba los ojos enormes y ciegos bordeados por un halo negruzco.
Edd comenzó a moverse inconscientemente por la butaca helada, al rozar el trasero sintió una leve molestia, precisamente en la zona derecha, palpó distraídamente sin apartar un segundo la vista del maniático que ya estaba a centímetros. Deslizó la mano y levantando el trasero encontró su salvación, él último proyectil que había pisado al salir del cuarto. Lo sacó del bolsillo y mirándolo con una sonrisa diabólica, recargó el arma.
Una sombra envolvió la ventanilla del conductor, Edward captó el movimiento y chillo inconscientemente, levantó la escopeta y a punto de jalar se inmutó, recordó el incidente de la puerta y sonrió de mala gana en una mueca retorcida.
Él visitante levantó la mano que empuñaba el cuchillo y descargo un fuerte golpe en el vidrio, la punta consiguió perforar un pequeño orificio para luego resbalar, reproduciendo un sonido que hizo a Edward apretar los dientes.
Ahora ante la imposibilidad de romper el cristal con un cuchillo, usó la inversa. Lo empuñó por el filo helado y ahora comenzaba a golpear con el macizo mango de madera, logrando unas cuantas grietas que nacían del diminuto agujero, no faltaría mucho para que el vidrio cediera. Después de apalear inútilmente, el visitante asomó su blanca cabeza y con una mirada profunda escudriño el interior, depositando las manos enguantadas alrededor del rostro para hacerse sombra.
El demente Edward Flichmann jugó un comodín, su ultima esperanza. Lentamente movió su cuerpo hasta el asiento de acompañante, apoyó la espalda contra la puerta, levantó la escopeta calibre 36, cerró un ojo para proporcionar mejor visión, sonrió mostrando sus blancos dientes y disparó.
El tiempo congelo su marcha, el proyectil rojo salió despedido envuelto en calor, al mismo tiempo que Edd golpeaba su cabeza con el vidrio rechazado por él disparó, el cartucho emergió por la ranura oscura del cargador despidiendo un olor a plástico derretido. Finalmente la bala atravesó el vidrio marcando un enorme cráter circundado de ínfimas rajaduras e impacto en la frente del visitante, abriéndole una brecha en el cual la sangre y fragmentos de lo que parecían ser sus sesos, empaparon el cristal, la figura alta y delgada fue perdiendo equilibrio, retrocedió tres pasos soltando el puñal, y cayó sentado, golpeando la espalda con las estanterías, su cabeza colgaba apoyada en el hombro, mientras el rió escarlata bañaba su tapado.
Edward suspiro aliviado, por fin lloró. Varias lágrimas finas se deslizaron en lo que ya no era su rostro, sino un criadero de pus y piel desprendiéndose, tiró el arma en la alfombra de goma y haciendo un esfuerzo sobrehumano volvió al asiento de conductor. Unas lágrimas cayeron en sus jeans, dejando manchitas oscuras, apagó el foquito sumiéndose en una oscuridad asfixiante, pudo ver por la puerta abierta del garaje como la lluvia caía apaciblemente, levantando cortinas de vapor.
Eddie parpadeo para deshacerse de lagrimas molestas y lentamente apoyo su rostro en el volante, observando la ventanilla estropeada, empapada con hemoglobina que se resecaba lentamente.
Permaneció allí hasta que sus pensamientos se desvanecieron.



6° Recorte periodístico.

Mientras que naciones enteras luchan para terminar con los arsenales nucleares, armas biológicas y el terrorismo, muchos hacen oídos sordos a sus reclamos.
Tal es el caso de “Carmen”, un pintoresco pueblo de la costa Atlántica de Bs.As, que ayer cerca de la medianoche sucumbió bajo él error humano.
Carmen limita con un pequeño complejo militar, donde desarrollaban una serie de experimentos con virus manipulados para uso bélico. El plan fracasó cuando una usina se incendió misteriosamente, explotando inmediatamente. Mas de la mitad del equipo científico liderado por él biólogo norteamericano Ernest H.Kaufmann, murió en la explosión y hasta después de la dos de la madrugada los bomberos no pudieron con el fuego.
Aparentemente la usina que estalló contenía los cultivos del nuevo virus cuyo nombre desconocemos, permitiendo el escape del material viral que fue arrastrado por los vientos de la creciente tormenta.
Es aquí donde se repite tragedias como la de aquel 26 de abril de 1986, cuando la central nuclear de Chernobil (Ucrania)cedió ante la incompetencia del hombre. El poblado de Carmen vivió algo similar esta madrugada, mientras que niños, mujeres, hombres y ancianos dormitaban en sus cálidos hogares. La nube virulenta azotó la pequeña comunidad costera y siguió su marcha por otros poblados del norte, de los cuales no se registraron excesos de muertes debido a que el virus viró atraído por las correntadas oceánicas.
Hace minutos termino la primer expedición a Carmen, por parte del llamado “Grupo Naranja”, pero hasta el momento la información es reservada.
Por ahora la tragedia de Carmen se convierte en el peor desastre humano en la historia Argentina.

Fragmento del diario Clarín. Jueves 9 de junio del 2004

7° Los Agentes naranja.

Nuevamente el desolado paisaje. Eran la 5:30 de la mañana del jueves nueve de junio. La temperatura marcaba en los termómetros de pared un grado bajo cero, registrándose una de las mañanas más frías del año.
Las calles de Carmen eran opacas, encharcadas por los restos de la lluvia, donde un velo de niebla cubría las casas dificultando la vista a menos de dos metros. En el jardín delantero de una casita despintada, yacía un gato muerto color grisáceo, miraba con ojos parduscos desorbitados hacia el pasto glaciar, mientras su pequeña lengua colgante tomaba una coloración morada.
Unos enormes focos desgarraron la neblina calle abajo, seguido de un pesado ruido a motor y de las entrañas brumosas una sombra negra salió al encuentro; era un enorme camión Mercedes Benz de cabina negra que arrastraba un largo acoplado. Estacionó frente a la casita despintada, mientras los pistones chillaban.
Cuando el motor concluyó en un suspiró, las compuertas del acoplado se abrieron escupiendo una media docena de hombres enfundados en trajes brillantes, tenían mascaras de gas y transportaban en sus espaldas enormes mochilas. Los hombres descendieron con paso ligero y uniforme, reuniéndose en línea recta, ignorando el gato muerto que yacía a sus espaldas.
De la cabina descendieron el conductor y su acompañante, ambos repetían la misma vestimenta exceptuando las mochilas.
El acompañante, un hombre alto y corpulento camino hasta la fila de uniformados, detrás lo seguía el conductor, cuyo traje bailoteaba cómicamente dejando entrever lo flaco que era.
_ Bien, comencemos con el sondeo_ Hablo el hombre corpulento a su gente.
Se trataba del capitán Luis Parrendo, miembro de la cúpula militar que comandaba el complejo donde procedió el desastre, su tarea era más o menos la de conducir el llamado “Grupo Naranja”, una tropa de seis expertos enfundados en trajes de caucho hermético, cargaban mochilas que contenían una especie de gas desinfectante conectado a través de una manguerita que desembocaba en los tubos rociadores. El equipo estaba integrado por tres soldados altamente calificados, dos biólogos preparados físicamente, y un científico; también se los denominaban “Agentes Naranja”, por el simple echo de la coloración fosforescente de sus trajes que resplandecían en la niebla u oscuridad.
El conductor era el teniente William (Willy) Church, mano derecha de Parrendo. El capitán habló a sus hombres, que detrás de las brillantes mascaras yacían sus verdaderos rostros, donde sus ojos trémulos temían enfrentarse con la cara de la muerte.
Dividieron los grupos de exploración. El primer grupo lo integraba el mismo Parrendo, Willy Church, él científico Herman Add y el soldado N°1. El segundo grupo estaba liderado por él biólogo Deerh Gungship, Jack Moon segundo biólogo y los soldados N°2, N°3.
_ Trabajaremos del siguiente modo. El equipo numero dos se encargara del perímetro frente nuestro, ocupando un terreno de cuatro cuadras. Nosotros haremos lo mismo pero en esta parte. El resto esta a cargo de la infantería, desde luego, después de pasar el primer informe_ Parrendo hablaba con voz ahogada, mientras frotaba unas manos enguantadas_ Bien, el objetivo es registrar cada vivienda a la redonda, puede resultar tedioso y algo monótono pero debemos estudiar lo ocurrido. Todos sabemos que nadie soportaría el contacto de Morff o “sueño plateado”, así que debemos hacernos la idea de no encontrara nada vivo.
Mientras tanto, en el cielo, la luna se había tornado en media fase, todavía estaba a oscuras y los postes hacían brillar sus tarajes, parecían ocho pigmeos de luz entre una aldea ceñida por la bruma.
_Nosotros somos culpables en cierta manera del desastre. Debemos recolectar muestras, estudiar que tan nocivo es Morff.
Hizo una pausa, escudriñando el sitio, por primera vez apreció él vació que los rodeaba. Prosiguió en su charla.
_Así que aunque nos disguste debemos ordenar la cagada que lleva nuestro nombre y por lo menos limpiar la zona afectada. ¡Vamos!, Apuremos un poco el paso, debemos terminar antes de las siete.
Mientras que los equipos comenzaban la tarea, Herman tomó por el hombro a Parrendo, deteniéndolo sin saber lo que hacia.
_Pero... que demonios sucede, no sabe llamar a las personas por su nombre doctor.
_Perdone capitán... es que debo confesarle algo...
_Bien, conque nos saldremos ahora.
_Es... es...
_Vamos, sin rodeos hombre, tengo asuntos que atender.
_ Lo siento... es que no estoy seguro de querer entrar.
_Bien no lo haga señor...
_...Add.
_Sí, eso es. Haga lo que se le antoje señor Add en estos momentos no quiero lidiar con insensatos.
_Pero...
Parrendo caminó ligeramente dejando atrás al doctor Add, ignorando el comportamiento cobarde que este había planteado, sinceramente el capitán Luis Parrendo sé sentía culpable de tremendo desastre y no quería lidiar con personajes del calibre de Add, el imaginar en por lo que prefirió hacer oídos sordos y caminar hasta perderse en la neblina.
Estaban en la puerta de una pintoresca casita, cuyo porche aun conservaba las luces prendidas (debería de haber regresado después de la tormenta), era la primer vivienda de la cuadra. El soldado N°1 sé encontraba junto a la puerta, esperando la orden de estacarle un disparo en el cerrojo. Church se hallaba apoyado en la barandilla del pórtico, de espaldas a la calle muerta y cuando sintió pasos en los escalones giro la cabeza, mirando al gran Parrendo que subía pesadamente al encuentro. Church emitió unas palabras congestionadas, que fueron rechazadas con la maestría del capitán.
_Disculpe capitán y el doctor...
_¡Shhh! No hablemos de él_ Miró hacia la puerta_ Muy bien, comience soldado.
Y palmeando el hombro derecho de Willy acotó en voz tenue.
_Terminemos esto de una vez teniente. Me muero por fumar un puro.
El soldado retrocedió unos pasos, desenfundo el revolver 22 que portaba en el cinturón y apuntando con la firmeza propia de un recluta, disparó.
Chispas y motas de madera volaron, del hueco de la cerradura brotaba un fino humo y antes de abrir N°1 detuvo sus pasos.
_Que demonios pasa soldado.
_Observe capitán, la puerta contiene un disparo.
_ ¿Cómo Dice? _Por primera vez, su tono era diferente.
_Así es capitán.
_Y recién ahora lo nota.
_Sinceramente, sí señor. Es que la niebla dificulta la visión.
_No se preocupe, ya lo averiguaremos. Prosiga.
Empujo levemente y la puerta cedió con un quejido, abriéndose lentamente. N°1 empuñaba su arma, inclinando levemente la espalda. Atravesó la entrada, pasando al vestíbulo de manera inmediata, dentro el silencio era tétrico. Un fino manto brumoso bañaba el interior, flotaba como fantasmas ambulantes en el lúgubre recinto. Las botas de N°1 resonaban en el suelo de parqué, demostrando la inquietante soledad, detrás Parrendo escudriñaba el sitio mientras que Church se persignaba, caminando temerosamente, hasta que de la nada halló el primer síntoma. Su pie derecho pateo inconscientemente algo liviano, saliendo despedido hasta golpear el talón de Parrendo, para luego repicar sordamente. Los tres invasores detuvieron su caminata de manera automática, rastreando el origen del ruido. Al fin Church vio el objeto, se agachó y lo arrebató sin tomar el menor recaudo.
_Es un cartucho capitán, solo un maldito cartucho.
Mientras que exhibía el pequeño cilindro rojizo, Parrendo habló.
_Es parte de la infección, suponíamos que no pero aparentemente era cierto.
Continuaron el registro desde la segunda planta hasta la primera, pasando por habitaciones, el cuarto de baño, comedor y cocina, sin encontrar el menor rastro humano, lo que sí descubrieron fueron más cartuchos dispersos en toda la casa.
Habían recolectado unos cuatro cuando salieron al jardín.
El soldado N°1 echó un vistazo rápido al jardín sin encontrar respuesta, luego sé reunió con ambos que aguardaban cerca del garaje.
Esta vez fue Parrendo quien atravesó la entrada y a ciegas buscó el interrumpir, que accionándolo bañó esplendorosamente el interior. Lo siguieron Church y N°1, oyendo el zumbante rumor eléctrico que emanaba de los tubos fluorescentes.
Parrendo inmuto su cuerpo de oso plástico al descubrir la figura que yacía en el interior del automóvil, como un naufrago de ficción durmiendo en las entrañas de una ballena plateada. Sin darse vuelta, extendió una mano en ademán de alto. Fue inútil ya que ambos habían notado el cuerpo, petrificándose como si nunca hubieran visto un cadáver.
Con cautela Parrendo avanzo hasta la portezuela de conductor y vocalizó un sonido exclamatorio que convulsiono levemente sus hombros.
_Dios santo, acérquense por favor.
Church se adelanto, seguido del soldado y observaron el vidrio perfectamente entero, con excepción del balazo ubicado en el centro. El capitán tomó la manija, oprimo el botón y abrió el automóvil.
Allí yacía Edward Flichmann iluminado tenuemente por una luz amarillenta, estaba mirándolos con ojos perdidos, estos habían tomado una coloración opaca dándole aspecto de estar congelados, su cara estaba hendida en los pómulos consumida por la infección. En la piel casi blanca, las llagas habían rasgado la piel además de reventar como globos, ensuciando la cara de Edd con un caldo de pus reseca. Los lagrimales eran hervideros de lagañas y las comisuras de la boca dormitaban costras blanquecinas. Unas moscas anidaban en sus oídos, probablemente depositando larvas en los tímpanos, estas levantaron vuelo en un pequeño enjambre, cuando Parrendo posó el dedo índice en la llaga abierta.
_Por Dios, nunca imagine que Morff podría causar tremendo daño. Es horrible saber que apadrine tan cruento proyecto. Me siento una enorme mierda de solo pensar en que íbamos a utilizarlo como defensa ante una posible guerra.
Pero nada tiraría el tiempo atrás, las inútiles suplicas de arrepentimiento del capitán eran vergonzosas, sabía desde un principio que la creación del virus Morff seria para uso bélico en armas químicas, sabía que era letal en animales y posiblemente en humanos (ahora no cabían dudas), sospechó que tarde o temprano la usina que contenía la cría virulenta estallaría, sabía que la estructura de los laboratorios era obsoleta y sabía además que jugaba con fuego, hasta que sintió el calor y comprendió que se estaba quemado pero ya era demasiado tarde, entonces de la nada un pueblo se destruía por la imprudencia de un grupo de militares codiciosos. Parrendo y su cúpula eran los responsables del genocidio más rápido y silencioso de la historia.
_Bien soldado, rocíe el cuerpo para aislar la peste. Tenemos mucho trabajo y esto es apenas el comienzo. Teniente Church prepare un informe.
Y así nacía la mañana. Church redactó mas tarde en su informe; corroborando con el testimonio del equipo numero dos, lo siguiente:
“Del perímetro inspeccionado por ambos grupos de trabajo, se pudieron apreciar los síntomas tan temidos. Primer síntoma: el contagio es inevitable una vez que entra por las vías respiratorias o entra en contacto con la piel, causando las primeras descomposturas tales como mareos, dolor de cabeza, estados febriles y nauseas, además de una serie de sarpullidos purulentos en todo el cuerpo; también conocidos como “cápsulas de desperdicios”. Segundo síntoma; quizás sea el más alarmante, aparentemente el virus Morff debió mutar en algo similar a un alucinógeno, de modo que los infectados tenían sueños inquietos o alucinaciones en la vigilia, hasta el punto de ser tan realistas que lograban trastornar al portador sumiéndolo en el tan temido “sueño plateado”, estado en el que quiebran los patrones racionales, sumiendo en una locura prematura a la victima, en cuyos delirios aparentemente veían seres sobrenaturales, familiares muertos o demás apariciones(no hay pruebas de las visiones)
Este segundo síntoma no es seguro, pero teniendo en cuenta lo visto esta mañana sobran motivos para suponer que estábamos en lo cierto. La prueba irrefutable son los cartuchos que aparecieron a montones en las casas, demostrando que las victimas disparaban a sus delirios materializados en “seres reales”.
Fin del informe registrado a las 7 horas, 20 minutos del día jueves 9 de junio del año 2004, redactado por el teniente primero William Church.”










































Texto agregado el 02-06-2004, y leído por 367 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-08-2004 uf, que largo joeya_tempest
09-06-2004 eh chinga es lo mejor que lei,, sigue asi tienes pasta,,saludos Indrid_Cold
 
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