El cursor titilaba sobre el fondo blanco, intermitente, impasible, eterno.
Sentía el pecho vacío, al igual que la hoja de Word... y su mente una inmaculada luz.
Debía de estar en un sueño, no podía ser otra cosa.
Se lamió el brazo, sal amarga... No, no es un sueño.
¡¡Una pesadilla!!, debe ser, ¡tiene que ser!.
El cursor titilaba sobre el fondo blanco y la nada aturdía con el pitido incesante del silencio. Se masajeó la cara, le ardían los ojos.
Y el reloj perpetuo, baterías inagotablemente absolutas.
El vacío es un pozo blanco relleno de luces brillantes, la ausencia de los dedos hormiguea en las falanges... llora, devuelve, se mancha.
El cursor titila impasible.
Lo envuelve.
Vomita, le duele el pecho.
El aire se evapora y con el su parte más viva.
Y si hasta las hojas con tintas no son más que unas mancha de blancura sobre el escritorio lúcido antes lleno de ojeras de café.
Quizá es el fin... nada es para siempre. Solo que pensaba que su paredón era la muerte.
Muerte blanca, cursor inamovible.
El destino un ojo albo inmenso, suda blancas gotas de cristal.
La raya negra del cursor no mancha, pero adormece sus ojos, se cierran y todo se oscurece en un estallido de cándidos espermas infértiles.
Negrura... descanso en un punto sobre la hoja.
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