TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / rombiano / la sacristana

[C:416996]

La sacristana
La sacristana


























rombiano
arqcaf@yahoo.com.ar

Ni aún los más viejos del pueblo recuerdan a su centenaria iglesia sin la silenciosa e inalterable presencia de la sacristana. Los párrocos van cambiando cada seis o siete años pero ella es inmutable parte integrante del mismo templo; como el sagrario, el cáliz o los crucifijos. Delgada y mucho, con el pelo estirado hacia atrás y atado de cualquier forma, vestida apenas un poco mejor que la pordiosera del lugar. Se ocupa de mantener la iglesia y los ornamentos propios de las celebraciones bien limpios, tocar las campanas antes de la misa y mantener ordenada la humilde vivienda del sacerdote. Es imposible calcular su edad… igual sucede con el timbre de su voz, ya que solo habla si la interpelan y lo hace en voz muy baja, casi inaudible. Su presencia en las misas es acontecimiento de un par de veces al año, para la Navidad y la Pascua y siempre en un lateral recóndito en el cual sólo algunos de los presentes la pueden ver.
En el inicio de ese tórrido verano volvió del internado suizo el último heredero de la única familia de prosapia que aún habita en el lugar; cuyos fundadores habían donado la totalidad del mobiliario de noble roble europeo que hay en el templo. El joven Víctor Hugo, tiene veinte años y viene a pasar el verano con su madre para luego ir a estudiar a una universidad de Lausanne. Aún vistiendo en forma sencilla su presencia destaca en cualquier lugar del pueblo. Alto, de piel tan blanca que parecía pálida, muy rubio y tanto que entre el linaje curtido e indígena propio de su pueblo natal debía destacar por causa de fuerza evidente y, a fuer de delgado, aparece cuasi trasparente; no hay dudas que todas las mujeres mayores sienten una atracción maternal inevitable hacia el muchacho y las otras, algo más jóvenes o mucho más jóvenes, la mismísima atracción molecular que mantiene unida la materia de los cuerpos sólidos.
Cada domingo inexcusablemente, la madre y el muchacho acuden a la misa matinal de las once y, a pesar del contraste de ambas figuras, ya que la cincuentona Señora parece tener marcada atracción por los dulces serranos que se elaboraban en su estancia, nadie podía dudar del amor que unía a la madre y a su único hijo… apenas después de la segunda misa juntos de ese verano el observador imparcial de las cosas y las vivencias del pueblo, el distinguido escribano jubilado, Don Julio F., observó el hecho inusitado: la presencia en el templo de la sacristana; como rejuvenecida de limpia, arreglada y casi, bien peinada…
“Claro, piensa Don Julio, sus años siguen siendo muchos e imposibles de descifrar”.
A más y dado que la madre y su hijo ocupaban por derecho propio el primer banco frente al altar, la sacristana se queda de pie en la misma puerta de la sacristía.
“Claro, un poco más adelante del joven y en forma lateral a él… la pobre mujer lo
puede observar a todas ganas. Sin quitar un segundo los ojos del dulce muchacho”
Durante todo ese largo verano de Los Reartes, cada domingo, el observador imparcial repitió la misma reiterada observación… sin poder agregar ni quitar nada… ni siquiera un gesto. Menos aún llegar a notar, ni aún una sola vez, que el rubiecito heredero tomara nota de ser el primordial foco de la fija mirada de la sacristana, durante la hora de la misa dominical.
Finalmente la observación pasó a ser un registro más en la memoria del escribano jubilado; sin más importancia que la de cualquier certificación, trámite o escritura que hubiera realizado en su antigua vida profesional. El largo verano de ese año de gracia de 1936 llega a su fin; al terminar la santa misa de ese domingo y un momento antes de la bendición final, el sacerdote hace una invocación especial:
“Para que nuestro querido hijo y amigo; Víctor Hugo de Olazábal, que parte mañana de retorno a Europa para continuar sus estudios, tenga un viaje venturoso y que Dios Nuestro Señor proteja e ilumine su vida durante el largo período que va a estar separado de su querida madre y de nosotros, sus amigos. Que nuestra Virgen Santísima lo ayude, aparte de todo mal y le brinde a manos llenas la fortaleza necesaria para vivir lejos de sus seres queridos. Amén”
La gente de la villa serrana, como respondiendo a ignota e ineludible convocatoria se va reuniendo frente a su Iglesia; es un hecho inusitado en grado de superlación para una mañana de lunes. El cuerpo sin vida y ya cubierto con uno de los inmaculados manteles de ceremonias yace al pie del campanario. Con la primera luz del día fue avistado por un paisano, transeúnte habitual en camino a sus labores. El agente policial de consigna y el cura párroco, parados a ambos lado del cadáver muestran la misma expresión de la más pura consternación… el murmullo sostenido del gentío que aumenta a cada momento comienza a tomar una única dirección: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Pero, ese murmullo no sabe darse respuesta a sí mismo.
A unos cuantos pasos, Don Julio F. es el único que no se suma al murmullo generalizado. Él ha sabido en un instante lúcido y total el porqué:
“La sacristana se mató de puro amor”

(Víctor Hugo cada domingo repara un poco más en mí; hoy me ha mirado varias veces durante la celebración… Sé que este desconocido sentimiento, esta creciente ilusión, este galopar creciente de mi pobre corazón son una verdadera locura; que mis sueños son un desvarío total, pero es así y no lo puedo evitar. Y cada noche es él el cálido habitante de mi vigilia y de mis sueños; sus manos y sus labios me recorren total e íntimamente, se me aparece noche a noche en forma única e inevitable, pronto a ser el más dulce de los amantes, el verdadero amo y señor de mi amor y de mi vida toda.)



































Nota del autor:
Todos los personajes de este cuento son ficticios.
No así, el Pueblo de Los Reartes ni su Capilla dos
Veces centenaria; el artista plástico Dante Silva la
Inmortalizó en el cuadro del mismo nombre que
Obtuvo el 2º Premio del Salón Nacional de 1987.
Tal obra pertenece a la Colección del Arq. Carlos
Alberto Fernández.

La historia fue escrita a pedido de algunos amigos
Habitantes de ese hermoso pueblo de la serranía
Cordobesa del Valle de Calamuchita, de la cual
Forma parte Los Reartes.
Cumplo con ellos.



























rombiano
arqcaf@yahoo.com.ar

Ni aún los más viejos del pueblo recuerdan a su centenaria iglesia sin la silenciosa e inalterable presencia de la sacristana. Los párrocos van cambiando cada seis o siete años pero ella es inmutable parte integrante del mismo templo; como el sagrario, el cáliz o los crucifijos. Delgada y mucho, con el pelo estirado hacia atrás y atado de cualquier forma, vestida apenas un poco mejor que la pordiosera del lugar. Se ocupa de mantener la iglesia y los ornamentos propios de las celebraciones bien limpios, tocar las campanas antes de la misa y mantener ordenada la humilde vivienda del sacerdote. Es imposible calcular su edad… igual sucede con el timbre de su voz, ya que solo habla si la interpelan y lo hace en voz muy baja, casi inaudible. Su presencia en las misas es acontecimiento de un par de veces al año, para la Navidad y la Pascua y siempre en un lateral recóndito en el cual sólo algunos de los presentes la pueden ver.
En el inicio de ese tórrido verano volvió del internado suizo el último heredero de la única familia de prosapia que aún habita en el lugar; cuyos fundadores habían donado la totalidad del mobiliario de noble roble europeo que hay en el templo. El joven Víctor Hugo, tiene veinte años y viene a pasar el verano con su madre para luego ir a estudiar a una universidad de Lausanne. Aún vistiendo en forma sencilla su presencia destaca en cualquier lugar del pueblo. Alto, de piel tan blanca que parecía pálida, muy rubio y tanto que entre el linaje curtido e indígena propio de su pueblo natal debía destacar por causa de fuerza evidente y, a fuer de delgado, aparece cuasi trasparente; no hay dudas que todas las mujeres mayores sienten una atracción maternal inevitable hacia el muchacho y las otras, algo más jóvenes o mucho más jóvenes, la mismísima atracción molecular que mantiene unida la materia de los cuerpos sólidos.
Cada domingo inexcusablemente, la madre y el muchacho acuden a la misa matinal de las once y, a pesar del contraste de ambas figuras, ya que la cincuentona Señora parece tener marcada atracción por los dulces serranos que se elaboraban en su estancia, nadie podía dudar del amor que unía a la madre y a su único hijo… apenas después de la segunda misa juntos de ese verano el observador imparcial de las cosas y las vivencias del pueblo, el distinguido escribano jubilado, Don Julio F., observó el hecho inusitado: la presencia en el templo de la sacristana; como rejuvenecida de limpia, arreglada y casi, bien peinada…
“Claro, piensa Don Julio, sus años siguen siendo muchos e imposibles de descifrar”.
A más y dado que la madre y su hijo ocupaban por derecho propio el primer banco frente al altar, la sacristana se queda de pie en la misma puerta de la sacristía.
“Claro, un poco más adelante del joven y en forma lateral a él… la pobre mujer lo
puede observar a todas ganas. Sin quitar un segundo los ojos del dulce muchacho”
Durante todo ese largo verano de Los Reartes, cada domingo, el observador imparcial repitió la misma reiterada observación… sin poder agregar ni quitar nada… ni siquiera un gesto. Menos aún llegar a notar, ni aún una sola vez, que el rubiecito heredero tomara nota de ser el primordial foco de la fija mirada de la sacristana, durante la hora de la misa dominical.
Finalmente la observación pasó a ser un registro más en la memoria del escribano jubilado; sin más importancia que la de cualquier certificación, trámite o escritura que hubiera realizado en su antigua vida profesional. El largo verano de ese año de gracia de 1936 llega a su fin; al terminar la santa misa de ese domingo y un momento antes de la bendición final, el sacerdote hace una invocación especial:
“Para que nuestro querido hijo y amigo; Víctor Hugo de Olazábal, que parte mañana de retorno a Europa para continuar sus estudios, tenga un viaje venturoso y que Dios Nuestro Señor proteja e ilumine su vida durante el largo período que va a estar separado de su querida madre y de nosotros, sus amigos. Que nuestra Virgen Santísima lo ayude, aparte de todo mal y le brinde a manos llenas la fortaleza necesaria para vivir lejos de sus seres queridos. Amén”
La gente de la villa serrana, como respondiendo a ignota e ineludible convocatoria se va reuniendo frente a su Iglesia; es un hecho inusitado en grado de superlación para una mañana de lunes. El cuerpo sin vida y ya cubierto con uno de los inmaculados manteles de ceremonias yace al pie del campanario. Con la primera luz del día fue avistado por un paisano, transeúnte habitual en camino a sus labores. El agente policial de consigna y el cura párroco, parados a ambos lado del cadáver muestran la misma expresión de la más pura consternación… el murmullo sostenido del gentío que aumenta a cada momento comienza a tomar una única dirección: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Pero, ese murmullo no sabe darse respuesta a sí mismo.
A unos cuantos pasos, Don Julio F. es el único que no se suma al murmullo generalizado. Él ha sabido en un instante lúcido y total el porqué:
“La sacristana se mató de puro amor”

(Víctor Hugo cada domingo repara un poco más en mí; hoy me ha mirado varias veces durante la celebración… Sé que este desconocido sentimiento, esta creciente ilusión, este galopar creciente de mi pobre corazón son una verdadera locura; que mis sueños son un desvarío total, pero es así y no lo puedo evitar. Y cada noche es él el cálido habitante de mi vigilia y de mis sueños; sus manos y sus labios me recorren total e íntimamente, se me aparece noche a noche en forma única e inevitable, pronto a ser el más dulce de los amantes, el verdadero amo y señor de mi amor y de mi vida toda.)



































Nota del autor:
Todos los personajes de este cuento son ficticios.
No así, el Pueblo de Los Reartes ni su Capilla dos
Veces centenaria; el artista plástico Dante Silva la
Inmortalizó en el cuadro del mismo nombre que
Obtuvo el 2º Premio del Salón Nacional de 1987.
Tal obra pertenece a la Colección del Arq. Carlos
Alberto Fernández.

La historia fue escrita a pedido de algunos amigos
Habitantes de ese hermoso pueblo de la serranía
Cordobesa del Valle de Calamuchita, de la cual
Forma parte Los Reartes.
Cumplo con ellos.

Texto agregado el 09-08-2009, y leído por 88 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]