Desperté en la calle y no recuerdo qué calle, ni cómo llegue ahí, desperté de frío, solo. Ahora que lo cuento, me hubiera gustado despertar lamido por un perro callejero que me avisara que ya era hora, que hace tiempo lo es, que despierte ya.
Hace unos 5 años hubiera despertado en iguales circunstancias y me hubiera incorporado en dos tiempos, al tercer tiempo hubiera revisado mis bolsillos, el celular, la billetera, los documentos, el reloj pulsera y la foto de la negra y los niños. Quizás el reloj antes que los documentos.
Ahora me levanto en un tiempo que no es el mío, me demoro menos en comprobar los daños pues el reloj y el celular hace mucho que no me guían, la billetera no contiene más que una tarjeta Bip para el Transantiago que es la mejor tarjeta de crédito que se ha inventado, si no, cómo hicieron los políticos para que la gente les creyera.

El dinero que hoy día porto siempre es sólido; monedas, gran cantidad de monedas que recibo por el sólo hecho de ser un buen tipo que pide monedas, con cara de buen tipo, con ese certificado de buena familia que se lleva en los ojos, y la gente parece que me tiene buena onda, o no quiere verme mucho. Quizás les recuerdo a un hermano caído en la droga o alcohol. Me imaginan de terno y corbata, afeitado, duchado y limpio, y se hacen la imagen que me nutre cada día. Quienes más me dan son las mujeres de 40, basta que extienda la mano y las mire con mis ojos verdes, como pidiendo perdón. Y ellas también imploran perdón. Intuyo la fantasía que las posee de convertir al sapo en príncipe, que mis brazos marcados por los músculos, que mis manos y mis dedos, marcados por el deseo le den la absolución, y como no osan destrozar la realidad que viven, me llenan a cambio las manos de monedas.
De eso vivo.

Desperté en la calle y no sé dónde, sin teléfono celular, billetera, documentos ni dinero, tampoco había un perro lindo que me despertara. Desperté porque ya no había más, como en una película en que no se puede mantener por más tiempo el mismo plano, el close up del rostro, la panorámica… debe haber alguien que haga algo, que se aleje o acerque, que mire al cielo con alguna intención, que abra la boca en una cita del expresionismo alemán. Tal vez por eso desperté, por el vacío, el silencio y la nada.

Despertar en la nada es una cita de suicidas, el desapego absoluto, la nada en los 4 puntos cardinales: familia, amor, trabajo, futuro. Lo malo es que la nada está llena de tanto; los ojos de la negra y sus lágrimas. ¿Acaso es mucho pedir no recordarla llorando? Esos ojos grandes, inmensos y limpios. Tanta negra y tanto amor, tanto de todo y al final tanto de nada. Al final es pura literatura, tratar vanamente de explicar lo que nunca tuvo sentido.

Registro mis calzoncillos buscando la foto de la negra, si existe el ancla a tierra, esa imagen es mi ancla al cielo y la guardo donde los demonios no buscan. He perdido en las calles todo, pero conservo dentro de mí el origen. Y ahí está la negra sonriendo al lado de Julián y Toté. Quisiera que un perro callejero me abordara y pudiera mostrarle la foto de mis hijos.

Hace unos meses vi a la Coté saliendo del colegio y no quise acercarme, no pude. El papá no es tan malo como para destruir la imagen y mi niña no es tan inocente como para darme el perdón por mis ojos verdes. Tengo tanto que explicar que lo único que añoro es un perdonazo como los que da el Estado con los deudores en época de crisis.

Ahora me río porque soy como un escritor que se encariñó con su cuento y no sabe o no se atreve a darle el final a la historia.

La nada está llena de tanto.