Mis pasos me han llevado, me han guiado como autómatas a esta gran plaza que se ve envuelta en las sombras, en los horrores iracundos que encierra, que esconde. Sea la maldita palabra dicha y predicha antes de los tiempos de la alquimia, antes del destino; antes de sentir esa mirada siempre vigilante en la cara oscura de la luna. Y heme aquí sentado en medio de esta gran plaza de piedra, observando, presenciando los rostros impíos de aquellos olvidados, de aquellos relegados; ¿a caso me he de transformar en uno de ellos?. Ya no hay coherencia, ya no hay incoherencia al mirar mi rostro en la opacidad de los charcos que inundan esta plaza, que por mas ambigua que sea su complexión siempre hay sangre, siempre hay violencia, siempre hay instinto.

Me pongo de pie, sigo mirando, espectando; siempre alerta como cazador, como asesino, como alma de la noche extendiendo sus alas en forma amenazadora; recorriendo con la mirada la plaza, los callejones, las piedras, el cielo, el suelo; probando los sabores, sintiendo las pestes asquerosas que como aliento sutil me envuelve de una enfermedad medieval.

Siquiera el cazador nocturno puede sentir ese miedo, puede observar los horrores; contemplarlos y amarlos. Sea la noche violenta y llena de secretos la que una vez mas me acoge entre tus palabras que vienen, se asoman en el viento; sean los rayos plateados de la luna tus brazos, el acunar de tu alas negras que me protegen.

Sangre ha sido derramada, ha sido degustada; y lo será siempre al paso de comprender lo incomprensible, de posibilitar lo imposible, de inmortalizar lo mortalizable, de alcanzar lo inalcanzable.

Y heme aquí en la plaza de los olvidados, esperando, sosteniéndome; envuelto en mis alas, envuelto en mi alma, envuelto en este capullo de sangre; esperando poder compartir contigo el horror, el miedo, el dolor y el placer, la oscuridad y la luz de esta noche.