...a madre
La memoria del hambre
La encontraron en la cocina, sentada en el taburete, mirándose las palmas de las manos, como pidiendo limosna. A las preguntas en angustia de sus hijos no acertaba a decir otras palabras:
‘No tengo nada que dar de comer a mis hijos… las despensas están vacías, las paredes negras’.
No reconocía siquiera sus nombres, de un zarpazo ensordecedor se los habían borrado. Ajenos para sus ojos y oídos, sus hijos eran extrañas voces de desconocidos.
Tres días y sus noches estuvo así, luchando contra fantasmas, luego como despertada de una horrible pesadilla, sólo recordaba algunas imágenes que la aterrorizaba, quería evitar a toda costa volver a dormir, para no regresar a aquel lugar.
Semanas después, intentando devolverle sus pertenencias de ayeres y matar el susto a base de cucharadas de jarabe de memoria y calor de afectos, comenzó a recordar una historia transcurrida en su niñez, la que le habían enterrado en su memoria, la que le había estallado en sus manos:
Después de la guerra civil, en la época del hambre, a menudo salía a escondidas de su familia. Una vez terminado el almuerzo de los suyos, mientras descansaban a la hora de la siesta, llenaba un cazo con los caldos aguados de los que se alimentaban y algunos mendrugos de pan, al llegar a la casa de la vecina, a la que ayudaba en secreto, se encontró a la madre de la numerosa prole en su cocina, no más que cuatro muros de piedras tiznados por el humo, revolviendo una olla sobre las brasas apagadas, sin contenido alguno, al verla extendió sus brazos mostrando las manos hacia la niña, intentando enhebrar una voz: ‘No tengo nada que dar de comer a mis hijos’.
Ahora, con sólo la mención de la palabra ‘guerra’ en las noticias que dan por televisión, se resiente, comienza a temblar y se le empañan los ojos, por allí, en la pantalla, desfilan espantajos de luz, que hinchan su pecho para pronunciarla, para justificarla. |