El último cliente

Era el último. Me sentía atrozmente cansada, rendida, sola.
No hizo ningún ruido al entrar. Se recostó sobre la cama, que todavía guardaba la tibieza del anterior. No dijo nada y yo tampoco. No me quedaban palabras. Apenas lo miré. Con tantos años en la profesión, una aprende a no besarlos en la boca, ni a recordar sus rostros, y a sacarles la camisa primero. La tela era leve, finísima, tenía la sensación de que flotaba alrededor de su cuerpo, y de una blancura tan radiante, que parecía que toda la luz de la habitación saliera de ella.
Mis manos empezaron a recorrer su pecho, suave, extremadamente delgado; cuando sentí esa tibia humedad entre mis dedos. La sangre manaba de una profunda herida en su lado izquierdo. Era algo rubio, de pelo largo y una barba que le hacía juego. Un estremecimiento como nunca antes había sentido, recorrió mi cuerpo. Sus penetrantes ojos azules me sonrieron con una desarmante pureza. Cuando levantó las manos para acariciarme, cayeron dos gotas de sangre que no mancharon las sábanas.
Ahí entonces..., entendí todo.