Dentro de mi pecho tiembla
Una rosa encarnada.
Siempre a punto de deshacerse.
De desmayar los pétalos leves,
alas chamuscadas en incendios jóvenes
en los que me consumí hacia adentro,
y me clavé las espinas en mi propia carne.
No es la rosa.
Es mi lágrima.
O la lágrima de la rosa.
Quizá por eso cambié la imagen,
y no fue la rosa, sino el clavel.
El sencillo rojo abierto en andanadas de luz.
Un revuelo de campanas,
un repique de palomas alzando vuelo,
una cascada de sol mojando el campo,
un rumor de agua brincando en el arroyo.
Pero extraño a mi rosa.
La sonrisa del encuentro del amor.
El vino entibiándose en las copas,
mientras vos y yo.
Los pies descalzos desandando la arena
y andando sobre las olas
del mar.
El perfume de la rosa metiéndose en mi pelo,
Y mi pelo,
pendiente de tus dedos en la caricia torpe,
casi infantil.
Y en mi pelo tu nariz,
tu boca agitando su aliento caliente
con palabras insensatas.
Extraño a mi rosa.
La fiereza del ideal y del poema,
haciéndome cruzar cenizas encendidas,
para encender cenizas apagadas.
La ternura del vientre tenso a punto de parir,
los sueños soñados,
Y por soñar.
Ausencias,
que eran todavía estrellas.
Por eso el clavel, como una carcajada.
Por eso la rosa, como una lágrima.
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