Tras colgar el teléfono regresó a la habitación y adecentó un poco la maraña de sábanas que había dejado tras de sí.
Luego buscó algo cómodo pero formal para su jornada de reunión con los asesores y abogados, y fué a la cocina a desayunar algo.
La cocina era amplia y muy vanguardista, con unos muebles multifuncionales, entre los cuales estaba un dispensador de zumos, que pulsó para llenar un vaso.
Hoy sería lo único de desayunaría, porque no tenía apetito tras la noche sufrida.
Dejó el vaso a medio beber sobre la mesa central de la sala y fué raudo a tomar una ducha, ya que el sistema domótico le avisó de que eran las "nueve y treinta minutos de la mañana".
-26 grados, por favor- Dijo con voz firme, y la ducha comenzó a dispensar agua.
Cuando le caía por encima empezó a notar ese dolor punzante e intenso que, aún pasando el tiempo, le dejaba frío y sin respiración.
Le comenzaba en las yemas de los dedos como un leve hormigueo, continuándole por el antebrazo como si unas garras le lacerasen hasta llegar al codo, donde aún era peor, y parecía arder cuando se acercaba al hombro y al pectoral.
-Esta es mi pequeña condena- Decía entredientes.
Tras la rápida ducha se vistió y salió hacia el vestíbulo, dándose cuenta de que no llevaba zapatos.
-¡Qué cabeza la mía!- Entre risas.
Solucionado el despiste, cerró la puerta y bajó al segundo sótano en busca de su coche.
Era un coche antiguo, pero él le tenía mucho cariño, ya que lo compró con sus ahorros antes de comenzar su truncada y efervescente carrera deportiva.
Había tenido que adaptarlo, ya que originalmente consumía combustibles fósiles.
-Todavía arrancas, ¿verdad?
Tras un par de intentos con la llave, al fin comenzó a ronronear como un gato.
-Buen chico. |