fue dificil conseguirlo, la verdad.
nos pasamos hablando unos dos días sobre el tema;
primero la compraba yo, luego la compraba ella,
luego se nos olvidaba y luego lo recordabamos.
a veces, no es tan sencillo ir a una tienda
a comprar una botella de whisky.
sobre todo, si vas hasta el culo
de costo.
sin saber cómo ni por qué
acabé en su habitación rellenando la botella de jhonny walker
en una botella de plástico,
mientras ella se duchaba y yo,
entre trago y trago
(porque de otra manera ahora sería un asesino)
escuchaba a la estúpida de su compañera,
hablándome sobre las comodidades
que ofrece un país como el suyo, suiza,
y no los países mediterráneos en donde cada habitante
actúa como si fuese un animal.
debí habérmela follado como a una yegua;
quizás así hubiera comprendido
nuestra esencia mediterránea.
cuando ella apareció desnuda en la habitación
me la quedé mirando.
estaba algo húmeda y empezó a vestirse,
a la par que me arrancaba la botella para darle un trago.
lo cierto, es que teníamos algo de prisa,
eran las once de la noche
y aún no estabamos ni un poco borrachos.
habría que trabajar muy rápido y duro
para recuperar el tiempo perdido,
y desde luego que lo haríamos.
con esa idea nos lanzamos a la calle,
botella en mano
de calentorro whisky.
visitamos casi todas las pensiones de madrid:
todas ocupadas.
follamos en un portal,
ocupamos mil esquinas para escupir,
mear y vomitar
y finalmente, caímos tumbados boca arriba
en la terraza de su piso.
no había lugar para el ebrio sexo,
al menos ahora no,
sólo para el éxtasis alcohólico.
y en pleno letargo descubrimos
a la utópica democracia:
todos borrachos,
todos iguales.
he ahí nuestra revolución.
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