Has de saber que me gustas
cuando callas
y frunces, así, los labios,
como si tratases de lanzar
pompas de metal
por encima de las nubes.
Y piensas, de repente,
tonterías que a veces son versos
que nadie se atreve a soltar
porque la gente, y tú bien lo sabes,
no asume el riesgo
de desaprender a vivir
y de ser poetisa en la inmensidad de la noche.
¿Acaso crees que todo es casualidad?
Espero que me ayudes a entender que no es así.
Que la intensidad de luz lanzada por tu gamuza
borre de mi puta cabeza la idea de fugacidad
que me lleva persiguiendo por las ciudades a las que huyo.
Podemos demorarnos tanto tiempo
en libar el jugo de las baldosas,
en besar los dibujos que forman las palabras
que no consigo recordar.
Podemos tomarnos una copa
en mi casa y bailar, nomás.
Y no te preocupes por arrancarme
el cigarrillo de mi boca,
que aún tengo pulmones
para succionar las penas
del fondo de tu pelo.
Has de saber, vida tuya,
y puede que ya sepas y no debieras,
que me vence la adicción más pura,
que deseo el verbo más que al mundo,
las cicatrices más que un puñal.
Has de saber, vida nuestra,
que no soy para ti ni para mí,
que soy para una hoja,
para miles de hojas incapaces de volar,
imposibles de escribir.
|