Los sueños rotos
o rompidos, como decía mi abuelo,
son los sueños que se vacían
como una caja de cerillas
que se deshoja sin prender.
Aunque sé que no podría describirlo
exactamente
pero, a veces, alcanzo la perfección
de la inmundicia de los barrios
y voy acertando
entre verso y beso
con una de mis manos
a ese mus de cielo incierto
cuyos cerdos se sientan
en tronos de fango.
En cambio, otras tantas,
se me tornan las palabras en recuerdos
y pesan los caminos,
y pesan las venganzas:
sin saber cómo ir apagando
las velas que se desmoronan
en los pucheros de las calles.
Encontrado, a veces,
y a veces, entrompado
en el desván del alma de la cama
cuando estás
y cuando sé que podrías estar,
y sé que no es lo mismo
porque miro a un lado y a otro,
y miro, y miro, y me canso de mirar
al teclado que pulso,
a la pantalla que me odia
de tanto odiar.
Y bastarda asesina,
por mucho que engañe con versos,
por muchos escalones que me lleven
del cielo al sumidero;
por todo mucho y por todo poco,
sigues sin estar.
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