La conciencia y el recuerdo son etéreos. Son fantasmas.
Insisto en compararlos con el hilo de una madeja cuyas extremidades de inicio y final se confunden una con otra y sus segmentos, cortados entre sí, se dejan entrever a capricho del subconsciente.
Tengo entonces centurias de recuerdos, lo que equivale a cientos de segmentos de una madeja cuya dimensión ha excedido los límites de la imaginación y es tan pesada que apenas puedo arrastrarla.
La idea de la inmortalidad del cuerpo fue y será siempre tan romántica como irresistible pero sus encantos son traidores y sus pesares demasiados.
Es curioso poder recordar con exquisita puntualidad miles o millares de momentos, de épocas, lugares, rostros, nombres, aromas, calles, ciudades, eso y mucho más. Me sorprende la nitidez de las imágenes que aparecen en mi mente y su secuencia me traslada irremediablemente hasta esos lugares.
En ocasiones, riñen mi juicio y mi memoria; se ven revolcarse por todo espacio y yo, desde la avejentada cornisa de la ansiedad, soy el pasible e impotente espectador aguardando el resultado. Trato de olvidar, trato de borrar muchos recuerdos pero no puedo. No he hallado hasta ahora báculo capaz de sostener la angustia de estar vivo por tanto. He buscado refugio en amores, letras, música y otros artes. Me he arrimado a muchas vidas, las he vivido como si fueran mías pero siempre, siempre terminaban sus días y yo quedo otra vez ahí, solo, imperecedero, con el dolor y la tristeza como única compañía, seco de ilusiones, como en cada principio y cada final.
Aprendí a sobrellevar aquellos desalientos, a minimizar su efecto en mis sentidos, a llevarlos conmigo como se lleva el polvo sobre los hombros; pero el polvo en abundancia hace rocas, las rocas montañas, las montañas forman gigantes estructuras geográficas y estas a su vez hacen planetas, entonces, uno termina por preguntarse: ¿Cuán insignificante es una brizna de polvo?
Debí haberme imaginado siglos atrás cómo sería la inmortalidad. Tal vez tomarme un par de minutos más antes de hacer tan errónea decisión.
Soy fruto del pecado más perverso. Vengo de la unión de dos culturas distintas separadas por miles de años luz, y unidas por una triste coincidencia en algún punto de la historia de la tierra.
Vi la luz por primera vez en el 7542 A.C. al amanecer del primer día de aquel año, después de una de las peores tormentas registradas en ese lugar. Nací entre los flamantes muros de una cámara oscura al interior de cierta estructura piramidal después de mil días y mil noches de gestación.
La leyenda que se contaría varios cientos de años después del final de mi primer reinado hablaba de un joven llamado Karel, uno de los obreros que amasaba la piedra, pues había aprendido los secretos de la alquimia transmitidos por aquellos seres llegados del cielo el día en que las sombras invadieron todos los rincones del mar de arena.
Los viejos contaban que aquel día, por varias horas, extrañas nubes de metal permanecieron suspendidas a varios metros del suelo ocultando el sol y emitiendo un extraño sonido muy agudo y cuando toda la gente que habitaba ese pequeño pueblo se había reunido ahí, confundidos y temerosos, una luz blanca y extremadamente potente escapó desde adentro de los objetos por todas las grietas que tenían en su superficie.
El ruido cesó.
Todos los hombres, mujeres y niños sobre la arena se habían cubierto los ojos rápidamente con las manos pues aquella luz resplandecía tanto que atravesaba los párpados. En ese instante los objetos descendieron. La gente muy poco a poco fue abriendo los ojos pero nadie podía articular una sola palabra.
Los objetos eran similares y probablemente más de cien, pero el que se hallaba adelante era particularmente más grande.
Durante varios minutos el cuadro permaneció estático y solo cuando Karel, venciendo su temor, intentó aproximarse a ellos, un fuerte temblor estremeció la tierra y todos cayeron de rodillas. En ese momento los objetos, todos menos uno, el más grande, comenzaron a elevarse lentamente provocando pequeños remolinos de arena. Se suspendieron algunos metros y de pronto, con una velocidad impresionante ascendieron hasta perderse en dirección al mismo sol.
Cuando la arena que se había levantado terminó de dispersarse, vieron todos con asombro que en el suelo, y hasta donde la vista podía alcanzar en el horizonte, había miles de cuerpos humanos recostados. Estaban todos envueltos en paños blancos con raras escrituras y símbolos en color dorado. Ninguno se me movía.
Más adelante, la máquina que quedó se abrió en dos partes dejando escapar una luz dorada desde el interior. De ella emergieron y se dejaron ver por primera vez las siluetas de cinco seres resplandecientes.
Todos permanecían inmóviles. En realidad no pudieron moverse desde el momento en que la luz que salió de la nave les tocó la piel.
Uno de los luminosos seres se aproximó a Karel, posó la mano en su rostro y en tan solo unos segundos el joven obrero pudo comprender absolutamente todo respecto de la presencia de aquellos seres y el motivo de su visita. Comprendió también que debía comunicar a toda su gente la importante tarea que tenían y la forma en que el pueblo debía colaborar.
Los otros cuatro seres descendieron también, voltearon hacia los cuerpos que yacían en la arena y alzaron las manos. Muy lentamente esas personas comenzaron a moverse y se incorporaron.
El pueblo de Karel también había recuperado el movimiento y a una señal suya se unió al resto de la gente que, si bien se habían incorporado ya, parecían no haber terminado de despertar de un sueño muy largo y profundo.
Karel se dirigió hacia la multitud para presentar a los recién llegados como los “Ru – nei – cohares” que en su lengua significaba “Los que vienen de muy lejos”.
Los visitantes se ubicaron al frente de la multitud, se tomaron de las manos y las levantaron hacia el cielo. Al frente, los humanos, al sentir la fuerte energía que los cinco irradiaban los creyeron Dioses y se arrodillaron ante ellos, pero inmediatamente Karel les pidió a todos levantarse.
- “Ellos no son Dioses” – les dijo.
- “Vienen de muy lejos para evitar que nuestro pueblo sea destruido. Ahora son nuestros amigos. Nuestros guías”.
Evidentemente, los Ru – nei – cohares son guardianes. Recorren sistemas solares, estrellas y galaxias evitando que formas de vida se extingan. Son seres de energía que adoptan la fisonomía exacta de los habitantes del lugar al que llegan.
En la tierra, para aquella época, como en muchos otros planetas del universo, se había acumulado una gran cantidad de Halo cósmico, antimateria culpable de la destrucción de sistemas solares enteros. Este halo cósmico se origina en la muerte de una estrella y viaja a través del universo infectando de su podredumbre todo cuanto encuentra en su camino. Se acumula durante siglos en el centro de un planeta y cuando este ya no puede contenerlo, sale expulsado a través de sus venas y se lleva consigo todo lo que es vida dejando solo áridos desiertos regados de cadáveres. Pocos son los planetas que sobreviven. Que pueden gestar vida nuevamente. Los demás quedan como inertes rocas flotantes por el universo, errantes por toda la eternidad.
Nuestro planeta, según ellos, es uno de los contados sobrevivientes.
Karel pudo ver todo esto y mucho más en esos breves segundos de contacto con los guardianes y se lo transmitiría al pueblo entero esa misma noche.
Entre la gente que había sido llevada a ese lugar habían hombres, mujeres y niños de todas partes del mundo, de distintas culturas, razas e idiomas, por lo que los guardianes les enseñaron una nueva lengua que nacería ese día y debía morir al finalizar la gran tarea.
Esa noche Karel se dirigió al nuevo pueblo para explicarles cuanto debía hacerse en los siguientes años. La tarea consistía en la edificación de gigantes estructuras en forma de embudos volcados sobre la tierra con el fin de extraer desde el sol todo el halo cósmico acumulado en la tierra el día en que la luna se atravesara entre él y nuestro mundo. Estas estructuras debían tener una base cuadrada de dimensiones perfectamente definidas y terminar en una cúspide.
Estas estructuras llamadas “Phir-amidde”, que significa “que saca el mal”, serían además el hogar de los visitantes hasta el día de su partida.
El pueblo comprendió y comprometió con los guardianes obediencia, trabajo y eterno agradecimiento.
Mi historia comienza aproximadamente diez años después de aquel día.
Karel, quien había sido elegido por los guardianes como el interlocutor entre ellos y el pueblo, gozaba del enorme privilegio de ser el único humano que tenía acceso irrestricto a las cámaras en las que descansaban los visitantes. Además, había sido instruido en avanzadísimas ciencias, conocimientos que ayudarían a la edificación de hermosas ciudades
Uno de los grandes secretos que le fueron conferidos tenía que ver con la transformación de arena en roca sólida. El podía amasar la arena a gusto y necesidad suya.
Esta técnica la aprendió de Akrina, guardiana de los cuatro vientos y líder de la comitiva de visitantes; el ser más hermoso que pisó la tierra. Ella pasaba hablando muchas horas con Karel. Solía relatarle a cerca de experiencias pasadas con otras culturas, en otros planetas y otras épocas y él escuchaba complacido todas las historias.
Los años transcurrían y el fin de los trabajos se acercaba. Karel había dejado de ser un simple obrero y se había convertido en el “Gran Maestro” director de la obra. Era el más hábil arquitecto de todos los tiempos, tanto, que los guardianes confiaban todo el trabajo en él y desaparecían hasta por varias semanas dentro de sus cámaras personales. Lamentablemente, para Karel, junto con su viejo oficio de obrero se había marchado toda la humildad que alguna vez lo caracterizó y había comenzado a verse a sí mismo como un ser superior más cercano a los visitantes que a su propia raza. Esta sensación de superioridad despertó en él emociones que desconocía y llevó su mente a divagar en pensamientos extraños y muy ajenos a la prudencia.
Así es, cometió el imperdonable error de enamorarse de Akrina. Hacían ya muchas noches que él continuaba visitándola con el pretexto de oír las increíbles historias que ella narraba, tiempo en el cual él solo se perdía en el fuego que irradiaban sus ojos, en la perfección de su rostro, y en la mágica escultura de su cuerpo. En cada ocasión, muchas horas después de abandonar la cámara de Akrina ella no abandonaba sus pensamientos y eso lo atormentaba, lo torturaba noche a noche hasta que llegó una en que ya no pudo mantener el equilibrio y cedió.
Totalmente fuera de sí, movido por una incomprensible fuerza, aquella noche se dirigió por última vez a la cámara de los cuatro vientos. Apenas puso un pié dentro, escuchó la voz de Akrina retumbar en toda la cámara:
- “¡KAREL!, nada ni nadie evitará lo que pueda suceder hoy; solo tú. La debilidad de la carne es la perdición de toda raza ¿Comprendes? Da un paso atrás, cierra la puerta de la cámara y vete muy lejos antes de que salga el sol. Te ruego, no cometas el último y peor error de tu vida.”
Karel se detuvo unos segundos, pero en cuanto divisó la silueta de ella entre los telares, casi mecánicamente dio un segundo paso adentro de la cámara.
Una espesa lágrima corrió por su mejilla y solo atinó a decir: “Lo siento Akrina, ya no puedo más” y las puertas de la cámara se cerraron guardando para siempre el llanto de la guardiana.
Karel huyó esa misma noche. Muchos aseguran haberlo visto años después vagando por las calles de pueblos cercanos, hablando sólo o llorando amargamente en la obscuridad de alguna esquina. Otros dicen que esa noche el desierto lo sepultó, pero que él renace en cada tormenta de arena que azota los pueblos, y que ese estruendo típico de aquellas tormentas no son más que los gritos de profundo dolor que manan de su espíritu.
En fin, los trabajos continuaron bajo la dirección de los otros cuatro guardianes pues Akrina no fue vista más aunque todos sabían que ella permanecía dentro de su cámara.
Una vez edificadas las estructuras, habiéndose puesto la última roca, los cuatro guardianes llamaron a todos a un descanso final. Explicaron que se retiraban pero que retornarían pronto por algo que no podían llevarse en ese momento. Pidieron a todos mantenerse alejados de las edificaciones hasta el retorno de ellos bajo pena de recibir, a quienes osen traspasar los límites trazados, el peor castigo para el ser humano: La locura.
Dicho aquello caminaron hacia el desierto y cuando sus figuras eran casi indistinguibles el objeto metálico del que habían descendido hace años se materializó de la nada sobre sus cabezas, otra vez la luz cegadora y desaparecieron con rumbo al sol.
Inmediatamente se habían marchado, los miles de trabajadores que se hallaban cerca de las edificaciones olvidaron aquella lengua común que habían practicado esos años. Hubo caos total, y poco a poco se fueron dispersando en grupos muy reducidos hasta desaparecer por completo.
Nace mi primer recuerdo al escuchar una voz firme que me dice:
- “Hoy naces en un mundo humano, con la forma y razonamiento de esta raza, mas llevas el espíritu de la nuestra y esto te hace diferente. A ti, hijo de los cuatro vientos, se te ha condenado a cien veces cien vidas, pero por descender de Akrina hoy se te concede una elección: ¿deseas vivirlas todas juntas y así evitar el dolor de la muerte y el renacimiento?”
Respondí instintivamente que sí y ese fue tal vez el peor y más triste error.
4288 A.C. Una batalla tan cruel como pocas se han visto en la historia de la humanidad. Miles de cuerpos regados en los campos del Medio Oriente y solo veo sangre nómada tiñendo la paja brava, la tierra y las rocas. Es en esta ausencia casi total de vida que reverbera la soledad.
2645 A.C. Un terremoto al pie de la montaña Ukirnaá al norte de la actual Yugoslavia ha arrasado con todo un pueblo. Unos hombres han caído en una profunda grieta y entre ellos Rusko y yo. He visto agonizar y morir al mejor de mis amigos en aquella húmeda y oscura fosa y he querido permanecer ahí años esperando que la parca se apiade de mí y me lleve consigo al descanso perenne.
1298 A.C. Una caravana de más de cien hombres decide cruzar una espesa selva muy al sur del continente Americano huyendo de una tribu salvaje que amenazaba con destruir su pueblo. En poco menos de cincuenta días quedamos solo tres. El resto de los miembros del grupo fue desapareciendo uno a uno víctimas de enfermedades, animales salvajes, hambre y venenos de extrañas plantas. Una vez en la costa mis dos compañeros envejecieron demasiado pronto y sus cuerpos quedaron un día confundidos entre la arena y el agua. Otra vez sólo.
325 A.C. Un pueblo entero pereció bajo las llamas de un incendio desatado en un valle cerca de la China. Salí corriendo envuelto en llamas con dirección al rio cerca de mi choza pero mi carne había sido ya carbonizada. El dolor era desesperante, sin embargo, en el lapso de cien días mis heridas sanaron y mi piel regeneró totalmente.
Año 0033 D.C Roma. Un grupo de buenos hombres y yo solíamos dedicarnos a educar a la gente en temas de bondad y moral, pero aquello enfureció de alguna manera a los gobernantes de esa ciudad. Fui perseguido, apresado, torturado y “asesinado” por un ejército de esa ciudad. Escapé del hoyo oscuro en el que depositaron mi cuerpo un par de días después. Solo.
Han Pasado casi 2000 años desde aquellos días, y he preferido mantenerme lejos de toda civilización demasiado avanzada. Vivo aquí, en un pueblo olvidado de América del Sur, dedico mis días a la contemplación y a la lectura. He comenzado a escribir a cerca de la historia de este mundo, lo que vi y lo que sé de él, pero guardaré dichos escritos hasta la hora esperada en que pueda cerrar mis ojos por última vez.
Tal vez me queden solo algunos cientos de años.
Tal vez un día el peso insoportable de tantos recuerdos desaparezca como arena que se lleva el viento.
Ojalá el viento, ese mismo día, se lleve mi alma a donde ya no pueda volver…
Randy.
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