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Inicio / Cuenteros Locales / Mardion_Isiaco / Bosquejo de ensayo en torno al pensamiento.

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Pequeña luz de cerillo opacada en el blanco potente ampolleta bajo consumo (con mercurio peligroso para niños y mujeres –si se quiebran-, según recientes estudios publicados hoy someramente en un noticiero de la televisión nacional llevados al tipo morbo del mando ilusorio de un mundo holográfico) atornillada al soquete de la lámpara negra sujeta a mi escritorio.
Medio cigarrillo describiendo pavadas y ningún aliento ni menos suspiro en las palabras. Es imposible de olvidar, dijo un uruguayo. Que no hay mejor compañero que el recuerdo caminando, dijo el mismo. Y yo intentando recordar aquello que era imposible de olvidar… maquillado en rocío de vagas lagunas eufémicas mi reducido reino de imágenes conceptuales –o conceptos imaginarios.
¿De qué serviría nombrarlos? ¿Zambullirme en ellos me hablaría de un mundo posible? ¿Desentrañar mis delirios obsequiaría alguna luz a esa memoria? (¿Porqué la luz?) ¿Dudoso es que mis delirios sean únicos? Me incliné por el sí, que nadie es tan especial, mas hoy, de opinión diferente me pregunto ¿Qué podría obligar a los demás poseer mis delirios, y no otros? Por otro lado ¿Podrían mis delirios, comunes o no a los otros, aportar una dilucidación?
Sin embargo, me cuestiono a quién se aporta con algo que mal llamo dilucidar y que de ningún modo es perenne. Quizás la clave sean los delirios, sin importar de quién sean. Es decir, en un vaivén de aporías ominosas tal vez todos navegamos en momentos simultáneos-paralelos o diferentes-perpendiculares, etc.… y los delirios, esa masa de gritos, asfixias, albores, voluntades imponentes o impotentes, hipnotismos profundos de un fluir sin alas; pueden hacernos percibir esos mundo aún cuando estamos en un tiempo ajeno a ellos.
En estos momentos se requiere una atmósfera de astucia, suspicacia, ironía, silencio y acción. Actitudes no sólo de la soledad, no sólo del hastío a los otros (incluso este sentimiento –el hastío a los otros- puede engendrar ruidos brutales que no portan sutileza o pensamiento alguno), sino de un deseo inquieto cuyos “fines” (es mejor la palabra variantes proposicionales) implican el desarrollo de un pensamiento en los que no acostumbran a hacerlo.
Aquí, ahora, no requerimos grandes pensadores encerrados únicamente en la ermita de sus cabezas y sus hojas1, pues cada vez más sólo suelen aportar a los que anhelan expandir su dominio intelectual individual. Aquí, ahora, necesitamos pensadores en todas las calles, que callarán ante el balbucear e incitarán con ironías los asomos de un asombro, las diademas de las dudas y el silencio ante el tarareo absurdo. Así, así los balbuceantes articularán su pensamiento, y no con nosotros siempre aquí, sentados agarrados a una tripa tintora.
Repito que, sin embargo, la intención de mis ideas es modificar, y el camino que he elegido para persuadir primero a los que podrían ayudar-me a motivar el pensamiento es precisamente el del papel manchado por pequeños arroyuelos conceptuales.
Por lo tanto iniciaré a pensar porqué pensar, no sin antes aclarar que no pretendo una respuesta, sino mover vuestras neuronas; la razón no la quiero, más bien deseo verlos pensar; espero conseguirlo (si es así, es porque efectivamente pienso).
Insinuación primera: El pensamiento no sirve como sistema.
Why? Porque mentesimple el pensamiento al que aspiro no se relaciona con ningún tipo de doctrina que guíe o limite mi pensar.
Considero adecuado retroceder un poco. El pensamiento se hace, no se consigue recolectándolo y depositándolo en nuestras cajoneras cerebrales. Cierto que este hacer no conviene entenderlo al modo de una narración espontánea, porque a pesar de que este tipo de delirios suele esconder millones de sabidurías, no basta con ellas para hacer pensamiento. Al contrario, la sabiduría que ahí nos puede desgarrar por su certeza, más que hacernos pensar, nos envuelve con su verdad, si bien notablemente superior en el sentido de impresión para el alma, parecida al conocimiento que nos pueden otorgar los tratados científicos en un libro escolar: No necesariamente inquietan nuestro espíritu.
En cambio hacer pensamiento, creo que se acerca a un estado en que nuestras pretendidas verdades comienzan a aparecérsenos ensombrecidas por nuevas sombras, iluminadas por nuevas luces, con nuevos relieves en sus superficies porque hemos empezado a labrar sobre ellas nuevas figuras, a agregarles o a quitarles ideas que gracias a la costumbre habíamos dejando orbitando alrededor de ellas (nuestras pretendidas verdades), dejándolas inscritas en nuestra conciencia a modo de axiomas inalterables. Por eso hacer el pensamiento es fabricar interminablemente piezas que implican el desmoronamiento de unas y la expansión de otras. Es, en vocablos distintos, construir un camino, donde el punto de llegada es nunca el mismo, y que por tanto lo dirigimos hacia diversos horizontes, lo ramificamos infinitamente, dejamos inconclusa cada bifurcación porque volvemos a un lugar olvidado y lo dejamos serpenteando en dirección a la nada.
Como decía, el pensamiento al que aspiro no sirve como sistema, pues no se relaciona con ningún tipo de doctrina que guíe y limite mi pensar.
Ahora nos detendremos (sin retroceder) en el siguiente problema ¿Porqué negar los límites? ¿Qué sugiero con esa palabra?
En efecto, me atrevo a decir que el pensamiento siempre se limita, se circunscribe a ciertos parámetros, aunque sean momentáneos (De hecho, tan momentáneos como cualquier pensamiento particular circunscrito por dichos parámetros). Sin embargo, los límites del pensamiento que rechazo no son los que, pese a ser límites, permiten el pensamiento, sino aquellos cuya rigidez busca permanencia, y que por ello detienen el pensar, lo consuman por no admitir una reconfiguración de la composición de nuestro ejercicio cognitivo: los primeros (límites) son la condición necesaria para no desvariar; los segundo, el fin de nuestro camino, el establecimiento de un punto de llegada y, por tanto, la culminación de un sistema que impide el ingreso de nuevas perspectivas, de nuevos senderos.
Con la esperanza de haber resuelto, aunque sea someramente, este problema de los límites, me propongo continuar.
Nuevamente: No aspiro al pensamiento cuyos límites lo guían a un resultado sistemático. Al contrario, pensar antimetódico. El método, el sistema, se instala como máquina que ante un corto estalla, yerra. Valoro todas las obras que pensadores han plasmado y creado la historia, porque son pensamiento. El peligro no está en ellos ni en sus enseñanzas, sino en que quienes escuchamos ese valioso pensamiento podemos creer demasiado, y ese creer demasiado puede llevarnos a degradar justo lo tratado. Por eso, no más métodos, si con ellos pretendemos enclaustrar el significado de los conceptos que hemos puesto en un mundo y en una especie indeterminables; no más escrituras ni discursos tan bellos y perfectos propensos a profanaciones que no deben ocurrir, porque deshacen lo que se quiere hacer (o deshacen lo que aún no se ha hecho). Ahora bien, releyendo este discurso, pienso que es necesario escrutar y escarbar sus palabras.
¿Qué se quiere hacer con aquellas escrituras? ¿De qué profanaciones hablo y porqué no deben ocurrir? Por último ¿La solución de un posible mal resultado nacido de bellas palabras es eliminar las bellas palabras?
Presiento-intuyo un giro futuro de mis antiguas conclusiones, puesto que apenas un ligero esfuerzo interrogante vislumbra defectos terribles en la articulación de mi pensamiento. En efecto, me dejé llevar por la simplicidad de la fluidez inconexa y profané mis propias cavilaciones.
El propósito de esto que llamo bellas palabras y discursos me es hasta ahora imposible de definir: creo que todo productor de pensamiento ha de tener diversos enfoques teleológicos. Sin embargo, elementos como el intento persuasivo (y junto a éste cierto grado de convicción); el deseo de comunicar (de hacer pensar) y el ansia de expresión van tácitamente inscritos en el torbellino expresivo de los cerebros creadores. Por otra parte, la intención de fracturar la mutabilidad del mundo con un molde rígido de conceptos invariables no es frecuente, aunque así parezca por el carácter más o menos metódico del ensayo explicativo… en fin, ingenuo o no, soy de la opinión de que una expresión de este tipo pretende al menos generar un debate acerca de lo expuesto; esto es, instar al receptor a construir nuevos puentes, variaciones y trunques de lo que se habla, con un furor sutil e inevitable que busca ante todo un desarrollo unificador –no totalizador- de la labor elaboradora de juicios acerca de lo que somos en un tiempo y un espacio al cual todos pertenecemos y nos pertenece.
Aquí entra entonces en juego el riesgo de las profanaciones: El hacer de un delirio la doctrina eterna omnipresente (ya sea a través de la violencia lógica, emotiva o física) es aprisionar al pensamiento en el zoológico ilusorio de la monotonía, y un muy probable desenlace de este acto (consciente-siniestro, inconsciente-trágico, etc.) es la globalización de lo cotidiano o, dicho de otra forma, el tétrico laberinto que nos conduce a la consumación de la vida no en la muerte, sino en la vida misma, día tras día.
El problema es claro (supongo), la solución desconocida. La fétida salida que propuse hace un momento (no hace unas líneas) era la extensión del problema con distinta cáscara, ya que ¿Qué significa negar los métodos inconmoviblemente sino garantizar otro método… quizás el método inconmovible del caos? Por tanto el lenguaje, si bien deficiente, no es en modo alguno el culpable de la ausencia de pensamiento. Tampoco nosotros, que utilizamos un lenguaje (que puede terminar utilizándonos), ponemos nuestras habilidades en las cosas con afán de estancarlas en sus posibles manifestaciones. Pienso que es algo distinto; algo condicional pero persistente: La costumbre, y con ella el adoctrinamiento tanto de los pensadores a referir sus pensamientos a otros pensadores que refieren sus pensamientos a otros pensadores que ref… como de los balbuceantes a autoexcluirse de las instancias reflexivas. La elitización de un estado llamado sabiduría y otro llamado ignorancia, hace que los unos y los otros se desprecien mutuamente.

Texto agregado el 02-08-2009, y leído por 214 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-08-2009 Sigue con tus cuentos, son menos aburridos desartre
02-08-2009 ¿Quién dijo que las iniciales de los títulos se escriben con mayúscula? Lástima, se veía interesante el opúsculo. caparlopos123
 
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