Caminaba junto a él, en un atardecer poético con caricias en el viento. Nuestras miradas se cruzaron y el pudor se hizo presente. Era de esperarse, meses que llevábamos dándonos las mismas vueltas y yo boca que cerraba. Sonreía, movía mi pelo, mis manos, deseaba abrazarlo y hacerlo mío, pero sabíamos perfectamente que nuestras personalidades no daban abasto. Era como un cuento perfecto sin hacerse realidad.
Sé lo que sucedería, llegaríamos a mi casa, nos despediríamos y ahí quedaríamos, yo apoyada contra la puerta que cerré en su espalda, y él caminando cara baja.
Prendo el primer cigarro de decepción, mi mente invade sueños de drogadicción y vuelos infinitos hasta el sueño más desgarrador e inmoral que se pueda pensar. Sólo soy una hija de mami, y el sólo es un hombre que me hace suspirar y tener los deseos más carnales y arrogantes.
Continuando con la historia, el tiempo pasó y como siempre dicen, lo cura. Terminé olvidándolo, se perdió entre mi memoria, por lo que mi angustia se encarnaba y se presentaba en oportunidades varias, donde el encanto y la coquetería se apoderaban de mí y hacían caer uno a uno a aquellos que deseaba por más que intentara no continuar. Digamos que fue una especie de desquite. Continuó la vida, los sueños perdidos y la vocecita de conciencia ya no hablaba, esos deseos intensos y carnales se perdían con las caricias otoñales.
Terminé con los abusos en primavera, tiempo de amor y descanso, creo que era viernes, de esos donde se siente en el aire la buena vida y la satisfacción superficial, llegué a mi casa con la fija idea de tomar un particular baño de vapor, para la liberación del alma, ya que el agua todo lo permite fluir. Buscando las toallas, la crema para el cuerpo, y los típicos productos de mujer, sonó el timbre. Hice que pasara, sabía que sería uno de los tantos que me buscaban aunque yo no los quería, me desvestí quedando en un bello conjunto que siempre me encantó y que nunca lo utilicé para sorprender, ya que era muy bello para este tipo de instancias. Me miré al espejo y respiré, me miré y sabía que sería la última, no planeaba una vuelta atrás, dejé la bañera llenándose, baje la escalera y abrí la puerta. Lo quedé mirando, sorprendida y enamorada una vez más lo recordé, como si nunca hubiese desaparecido. Al verme, balbuceo, me miro de pies a cabeza y sólo atino a decir “que grande estas”. Lo tome de la mano, cerré la puerta y lo guié hasta la habitación. Lo miré, lo intimide y lo desvestí, lo tome por los brazos y lo lleve a la bañera. Abochornado por la situación, sólo atine a darle un beso en la mejilla mientras lo guiaba hacía el agua. Quemaba, y era la mejor sensación que podía pedir, lo tomaba por los brazos, lo guiaba, dejaba que me tocara y que yo lo tocara a él, mediante pasaba el tiempo no había tiempo, éramos sólo los dos, sólo uno en dos cuerpos, y así fue por toda la casa, por toda la vida, hasta el amanecer.
Desperté, mientras el dormía lo abrasé como nunca, lo miré por última vez y le pedí disculpas por todo lo sucedido, me puse el bello conjunto que escogí para esa noche, y por mi bello balcón, al despertar ese amor, le sonreí resignada y mi acompañante, el viento, acariciaba mi cuerpo diciéndole adiós.
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