Supe que te amaba aquella tarde, cuando alguien vino y me dio la noticia de que habías muerto, y no me importó.
Siempre lo había sabido, pero nunca lo había querido matizar, ni mucho menos aceptar o hacer alarde de mi sensibilidad. Es más, muchas veces sentí la misma alegoría que aquella tarde me produjo, y eso, sin lugar a dudas me transportaba lentamente a ese recuerdo que nunca desaparecerá: el recuerdo de una tarde lluviosa en medio de los edificios; nunca estuve seguro, pero esa vez sentí saladas las gotas, la lluvia y la felicidad, así como lo son tus lágrimas para mí cuando están en mis fauces, cuando llorás y yo te absorbo.
Hoy puedo estar tranquilo, el óxido de mi insensibilidad por fin ha dado paso a la seguridad de ser quien soy, y no quien vos creías que yo era. Recordaré esa tarde en un futuro, cuando ya tu recuerdo haya desaparecido y las lunas menguantes se arrastren por la cavidad ínfera de la indiferencia, entonces seré libre de pensar, pero no libre de amar, porque pensaré que alguna vez yo te amé. |