Jaime Prohens investigaba un crimen muy complicado, ya que no aparecía el cadáver de la víctima. “Don Jaime” como lo llamaban afectuosamente aquellos que los conocían, era en su vida privada, una apasionado ajedrecista y siempre terminaba haciéndole jaque mate a quienes jugaban con él. Esta vez, esperaba hacérselo al asesino y poder descubrirlo.
La afirmación filosófica de los empiristas ingleses: “no hay nada en la razón que no haya estado antes en los sentidos” era válida para el policía, pues éste había suplido la pérdida del don de la vista con un prodigioso desarrollo del sentido del tacto.
En el lujoso country “Los Fresnos”, cercano a la localidad bonaerense de Merlo, bajo un inmenso parral que amortiguaba la luz solar, Jaime Prohens trataba en vano de consolar a Roberto Espátola de la irreparable pérdida de su esposa Beatriz Sepúlveda.
-¡Cuanta desolación hay aquí ahora! Jaime, ha desaparecido ese permanente estado festivo que proporcionaba Beatriz con su carácter alegre y bullanguero. Era además una docente de alma, no había querido ejercer su profesión de abogada para dedicarse a sus cátedras de filosofía del derecho y sociología. Sus alumnos la querían muchísimo y me hicieron llegar sus condolencias.
-Seguramente la querían porque no era chinchuda como hay tantos profesores que lo son.
-Ella no participaba en absoluto de esa condición.
-Entiendo vuestro dolor, Roberto, pero necesito que serenéis vuestro espíritu para que me ayudéis a resolver este enigma.
Roberto Espátola, un hombre rubicundo, magnate de la firma norteamericana Chrysler, escuchaba atentamente al policía de rostro sin visión.
-Voy a haceros una pregunta rutinaria en estos casos: ¿Beatriz tenía enemigos?
-Una mujer como ella dudo que pudiera tenerlo pero tampoco descarto esa posibilidad, aún la mejor de las personas no está exenta de tener enemigos.
-No debemos desechar ninguna hipótesis y la siguiente pregunta, quizás lo perturbe mas teniendo en cuenta vuestro estado de ánimo: ¿Estáis seguro si Beatriz respetaba el principio básico del matrimonio que es el de la fidelidad conyugal?
-No habíamos podido tener hijos pues Beatriz tenía una falencia en su aparato genital, tenía ligadas sus trompas de Falopio. No obstante ello, teníamos una vida sexual normal, pero en lo que hace a vuestra pregunta nunca he descubierto ninguna infidelidad, salvo que ésta haya pasado inadvertida para mí.
Mientras hablaba, Jaime Prohens, llevaba a sus labios su pipa, la cual dibujaba en el aire caprichosas volutas de humo, pues por momentos hacía pausas en su conversación. Apoyándose permanentemente en su bastón blanco de no vidente, el policía ciego, de ojos saltones que parecían querer salírsele de las órbitas confiaba mas que nada en sus criterios de racionalidad y su sentido común para resolver el problemático caso.
-Pensaba -continuaba diciendo Prohens- que tal vez Beatriz llevase otra vida, que haya un aspecto de su personalidad que usted no pudo descubrir o conocer, Roberto.
-Concuerdo con usted en que eso pudo haber ocurrido Don Jaime, yo no seguía los pasos de mi mujer porque depositaba mucha confianza en ella, por otra parte, no me considero un hombre celoso, dejo a vuestro cargo esta difícil investigación.
Concluido su diálogo con Roberto Espátola, el policía ciego entendía haber llegado el momento de dar comienzo a su actividad. Su voz interior le decía que su primera línea de investigación debía situarse en el lugar donde Beatriz desarrollaba su actividad docente, el de la Facultad de Derecho de Buenos Aires. Fue así como interrogaba a los profesores que habían sido sus compañeros. Y todos coincidían en que había sido una excelente compañera pero que padecía de un defecto, daba demasiada confianza a sus alumnos. “Nosotros creemos que un profesor debe mantener la distancia con sus discípulos”.
Los alumnos de Beatriz informaban a Prohens, que su ex profesora no era una mujer áspera y secota como suelen ser algunos profesores de la enseñanza media y quizás alguien de la superior. Pero Prohens, un policía sagaz, sospechaba que la fallecida docente tenía un alumno predilecto, alguien que era como su niño mimado. Los compañeros que sentían celos y envidia hacia ese muchacho, al principio se mostraban reticentes a dar su nombre, pero ante la insistencia de Prohens, accedieron.
-Todos nos sentíamos celosos de Rubén Santiesteban, un muchacho de 23 años, por el cual nuestra profesora sentía una especial predilección- reconocieron.
Santiesteban aceptaba entrevistarse y decía que él era su alumno favorito pero pedía al policía que no le hiciera preguntas que vulneraran su intimidad. Agregaba que él era oriundo de Bahía Blanca. No pasaba por alto a la perspicacia de Prohens que el joven no quería hablar de su intimidad, precisamente porque había tenido relaciones íntimas con su profesora.
- Comprendo Santiesteban, que usted es dueño de su vida privada, pero se ha cometido un delito muy grave, su profesora ha sido asesinada, su cadáver no aparece, su colaboración a la investigación sería esencial para el esclarecimiento del crimen.
- Beatriz Sepúlveda me embriagaba de amor con su gran poder de seducción y me llevaba por el plano inclinado de las relaciones sexuales. Aquello era como un tobogán para ambos.
- Gracias por lo que habéis aportado a la investigación hasta ahora -decía Prohens– en lo sucesivo continuaremos con nuestras entrevistas.
Cuando Jaime Prohens quería retomar su investigación, Santiesteban había desaparecido de la escena. No se lo hallaba en ninguna parte. El joven era poseedor de un secreto, consecuencia de su relación prohibida completamente personal e intransferible y que sólo a él pertenecía. Había salido del país. Su huída al exterior creía que le daba mas oxígeno y que respiraría aire puro.
Prohens, por su parte proseguía su pesquisa y averiguaba hacia dónde había sacado su pasaje por avión el fugitivo. Éste, sin embargo, no había ido muy lejos, no por problemas de dinero ya que pertenecía a una familia adinerada. Su destino había sido la Republica Oriental del Uruguay. Su perseguidor había puesto en conocimiento a Interpol de su fuga. El sospechoso estaba completamente seguro que Prohens daría ese paso y entonces comprendería que debía transformarse en otra persona y cambiar su identidad. El investigador se daba perfecta cuenta que Santiesteban no era ajeno al crimen de su profesora.
Luis Otamendi, el eximio cirujano plástico, era el encargado de cambiar los rasgos faciales de Santiesteban.
- Quiero mantener en reserva el motivo de esta operación – le decía el prófugo de la justicia- yo le pagaré por su trabajo y usted no me formule ningún interrogante.
El profesional que estaba interesado en lucrar le prometía que así lo haría, pero intuía que el joven andaba en cosas turbias y se cuidaba en conservar su identidad, anotando su nombre y apellido en su agenda personal, como también su domicilio. Interpol ofrecía una recompensa, de 50.000 $ a quién aportara datos sobre el paradero de Rubén Santiesteban. El cirujano, siempre ávido de dinero acudía a la justicia en su automóvil, deseoso de cobrar la recompensa, pero llegado a la intersección de las calles Cerrito y Tacuarembó, desde un vehículo que pasaba a su lado, alguien le efectuaba un disparo a corta distancia y Otamendi moría en el acto. Desde el anuncio de la recompensa, Santiesteban seguía sigilosamente todos los movimientos de Otamendi. No quería tener testigos.
Pasado el primer momento de turbación y de traslado a la morgue de la víctima mortal, la persecución policial adquiría ribetes cinematográficos. Santiesteban, un hombre con un perfecto sentido de la orientación había conocido rápidamente las calles de Montevideo. Él conducía su auto a muy alta velocidad por la avenida 18 de julio. Los móviles policiales que habían sido alertados de su presencia se habían lanzado en su búsqueda y trataban de interceptarlo. Santiesteban buscaba que la policía perdiera su rastro, siguiendo un camino muy zigzagueante y en un determinado momento se encontraba ante la vieja estación de ferrocarril. Aprovechando que no había vehículos policiales a la vista, se introducía a la misma.
Un empleado de la vieja estación veía los movimientos de ocultamiento de un desconocido que le parecían sospechosos y se ponía rápidamente en contacto telefónico con la policía y le advertía que un hombre desconocido se escondía en el edificio. Las fuerzas de seguridad llegaban a toda prisa al lugar y le intimaban que se entregara.
-¡Salga con las manos en alto, Santiesteban, lo tenemos rodeado!
El aludido no quería entregarse tan fácilmente y se originaba una fuerte balacera y dado que el joven tenía buena puntería, un policía resultaba muerto y varios heridos. Después, viendo que la prosecución de la resistencia sería inútil, se entregaba y salía con los brazos en alto. Jaime Prohens al tener conocimiento de su captura, se trasladaba al Uruguay para interrogar al delincuente.
- Sabe joven que el largo brazo de la justicia llega a todas partes. Intuía que si usted había huido al Uruguay, es porque estaba en posesión de un terrible secreto relacionado con el crimen de su profesora. Quiero que haga usted una confesión con un relato pormenorizado de los hechos. Santiesteban accedía al pedido del representante de la ley y comenzaba diciendo:
- Como le había anticipado, mi profesora y yo habíamos tenido una relación en la cual nos habíamos dejado arrastrar por la concupiscencia. Ambos habíamos ido a una casa de fin de semana, propiedad de mis padres, completamente aislada en el medio del campo. En un determinado momento, ella me participaba del temor que tenía de que su esposo descubriera su infidelidad, le hiciera una querella por adulterio y le pidiera el divorcio.
- Rubén -me había dicho- creo conveniente que interrumpamos nuestras relaciones íntimas mi esposo podría percatarse de las mismas y las consecuencias para mí, desde luego que serían negativas.
- Acá no habrá ninguna interrupción- le contestaba- haz encendido en mí un fuego inextinguible que no es otro que el del deseo. Además he de informarte que instalé en la habitación una cámara oculta que ha sacado fotografías de nuestras relaciones sexuales, si interrumpes las mismas, se las mostraré a tu esposo.
- ¡Eres un vil chantajista!- era su respuesta- y por más vergüenza que haya de pasar he de denunciarte a la policía.
Sin embargo pese a las amenazas de mi profesora yo había mostrado las fotografías a su esposo.
- Tengo que darle una mala noticia, le había dicho: su esposa no le es fiel, estas fotografías que le entrego así lo demuestran.
Roberto Espátola que no creía que su esposa hubiera llegado a tanto, tomaba con ansiedad aquellos elementos probatorios. El hombre estaba sencillamente estupefacto. Las fotografías mostraban claramente que quienes participaban de esas relaciones sexuales eran su mujer y yo. Finalmente me decía:
- No puedo describir con palabras la indignación que tengo tanto contra usted a quien considero un vulgar chantajista, pero principalmente contra ella que me ha traicionado. De todos modos a pesar de su vil comportamiento, le agradezco que me haya puesto en conocimiento de su infidelidad ya sabré a qué atenerme.
Hasta aquí la confesión. Por lo que pudo reconstruir con posterioridad Prohens, la víctima de la infidelidad conyugal, procuraba disimular ante su esposa su intenso dolor y hacer como que la procesión iba por dentro, pero en su fuero íntimo se decía: “quiero vengarme y me vengaré mientras tanto urdiré un plan para esto”. No tardaba en acudir al cerebro del esposo engañado la idea de cómo podría concretar el castigo. Pero éste sería mortal.
Él, un hombre acaudalado, disponía de una lancha con la que solía hacer con su esposa excursiones por el delta del Paraná. Espátola, fingiendo una ignorancia absoluta de la infidelidad de su esposa, le decía cariñosamente:
-Soy consciente que la labor docente te ha de producir cierto cansancio. Tal vez sea conveniente que volvamos a hacer una de nuestras frecuentes excursiones por el delta del Paraná. Ella contestaba: -Es maravilloso lo que propones y pienso que nos haría muy bien a ambos.
Días después, Roberto Espátola conducía su lancha que surcaba el delta del río, y le hablaba a su esposa en tono amenazante:
-¿Ves ese hermoso crepúsculo Beatriz? Anuncia también el ocaso de tu vida que está a punto de terminar.
- ¿Por qué me hablas en esa forma, Roberto? Tu actitud es completamente insólita.
- Bien que sabes porque lo hago.
Acto seguido se abalanzaba sobre ella y apretaba sus dedos entorno a su cuello con la clara intención de estrangularla al tiempo que le decía:
- Esto te pasa por traidora.
Ella forcejeaba para sustraerse a la fuerte compresión a que la sometía su marido, pero en ese intento se desnucaba al golpearse fuertemente contra la mura de la lancha y se producía su muerte instantánea. Completado su acto criminal, Espátola arrojaba el cadáver de su esposa a las aguas del río, habiéndolo atado fuertemente con una cuerda que tenía en su extremo una piedra de considerable tamaño. Espátola fingía sentir un profundo dolor por la muerte de su esposa, cuando era él el que había terminado con su vida y quería que todas las sospechas recayeran sobre su joven amante.
- Santiesteban – le contestaba Prohens- es usted inocente de la muerte de su profesora pero debería haber confiado en la justicia y no huir de ella porque al actuar de la forma que lo hizo aparecía como culpable y harto sospechoso. Es en cambio, sí culpable del homicidio del cirujano plástico y de los delitos de chantaje y de resistencia a la autoridad en la cual ha dado muerte a un representante del orden y producido lesiones a otros dos, queda usted arrestado y a disposición de la justicia por la comisión de esos actos antijurídicos. Una última pregunta, Santiesteban ¿Cómo se enteró usted del periplo criminal de Espátola?
- Yo, como estaba resentido por la interrupción de mi desenfrenada vida sexual con mi profesora, como él lo estaba de su infidelidad; había resuelto seguirle discretamente los pasos a ambos. Beatriz, en la intimidad me había confiado que solía hacer excursiones con su marido en lancha por el delta del Paraná y me decía la ubicación de esa pequeña nave de placer.
Un día los veía dirigirse hacia dónde se hallaba la misma, tomaba apresuradamente mi automóvil y antes que llegaran a destino instalaba cámaras ocultas que captaban el desenlace fatal.
Prohens, satisfecho por la explicación, daba por concluida su misión no sin antes mandar a secuestrar las grabaciones y ordenar la búsqueda del cadáver de la mujer. En premio a su excelente labor, el policía era ascendido a inspector mayor. Roberto Espátola, el hombre que había visto vulnerada su fidelidad conyugal, era condenado a prisión perpetua por homicidio calificado por vínculo. Su abogado no había podido invocar el atenuante de la emoción violenta pues la muerte no se había producido en el momento mismo de descubrir el adulterio y el asesinato había sido premeditado. Una nueva historia de crímenes pasionales había terminado.
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