Hoy no haré acopio de valor antes de salir de casa, hoy lo haré de paciencia, en caso contrario la situación podría complicarse, desmadrarse incluso. Así pues una ducha caliente, mis mejores galas y a la calle.
Debía estudiar la situación antes de dar el primer paso, una vez dado la rápida sucesión de acontecimientos no dejaría tiempo a la reflexión y la terrible complejidad de la acción no dejaría espacio a la improvisación.
Así pues, hice la llamada de rigor, a modo de despedida velada, por si la cosa salía mal, más por acallar la voz de mi conciencia que por dar explicación alguna. Dije con la rabia macerada por los años: “La próxima vez no estaré aquí para ayudarte, la próxima vez tal vez el que necesite ayuda seré yo, aunque es probable que, pasado este día, ninguno de los dos necesitemos ayuda.”
Solo pretendía proveer a mi único apoyo de la necesaria dosis de motivación, y de paso hacerle ver que el fracaso no era una opción, a menos que quisiésemos acabar en “El Arroyo”.
Así pues reservé la mesa para dos en el restaurante que ella me había pedido, por suerte en agosto sobran sitios en los que cenar, no como en noviembre. Y la verdad, la taberna “El Arroyo” estaba bien, pero ya estábamos un poco hartos. |