BUEN CALDO
Poseía la mayor extensión de viñedos de la comarca. Sus uvas daban un buen vino. Pero de todos, el mejor era el que guardaba en una barrica. Ése lo reservaba para los amigos. Y cuando alguno le preguntaba: “¿Qué echas dentro para que haga un caldo tan excelente, un jamón?”, él siempre les contestaba con una sonrisa pícara: “No quieras saberlo”.
CATADOR
“Te quiero”, decía, y mojaba sus labios en el vino. Pero sus besos eran fugaces. “Te quiero”, repetía con los ojos entornados mientras lo saboreaba. Pero su lengua no tocaba mi boca. Descorché aquel regalo olvidado en la bodega. Mojé las yemas de mis dedos y dejé su humedad detrás de mis orejas, en las muñecas, entre mis pechos, en los tobillos... “Te quiero”, dijo. Y no se detuvo hasta la última uña.
EL REY
Decía que apreciaban su opinión. Pero hacía tiempo que perdió la finura del olfato, la delicadeza de un paladar exquisito. Ya no sabía distinguir un Marqués de Murrieta, de un vino peleón. En las bodegas seguían dándole una cata del último hallazgo. Por los tiempos pasados cuando él era el rey y todos lo admiraban.
IMPERDONABLE
Primero fueron sus gemelos de oro. Ella los tiró a la basura. Él le devolvió el golpe cortando la cola de su vestido de novia. Después le rayó el BMW con las llaves de la casa. Él hizo desaparecer sus pendientes de brillantes. Era una crisis matrimonial en toda regla. Podían haberla superado como otras veces. Pero ella llegó demasiado lejos. Estrelló la botella del Marqués de Cáceres contra el suelo de la cocina.
RECUERDO
Abrió la puerta del armario, sacó la camisa y la dejó sobre la cama. Un ramillete antiguo del color de las cerezas, manchaba la pechera. Hacía tanto de aquella cena que, a veces, se le iba el recuerdo. Se echó a su lado y se abrazó a ella. Siguió el rastro con olor a vino, de aquella noche inolvidable poco antes de que él se marchara.
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