En la intersección de Quinta Avenida con Tercera Transversal, el cuarto hijo del Sargento Primero, Segundo Cuarto, se dirigió al quiosco de diarios y compró la Primera Hora. En el segundo título, una primeriza mostraba a sus cuatrillizos, hijos de ella y de un bombero de la Décima Compañía de Bomberos. El cuarto hijo frunció el ceño, puesto que la mujer había sido su segunda novia, pero en el tercer año, el romance sufrió un quiebre y todo terminó muy mal.
El cuarto hijo, llamado Segundo II, sintió por primera vez una tremenda nostalgia cuando, por las noticias, supo que ella estaba internada en un tercer piso de la Clínica Maternal El Séptimo cielo y pensó que sería bueno verla por última vez y, de este modo, cerrar el ciclo.
Por lo tanto, compró unas rosas de primoroso aspecto, tomó el primer taxi que pasó y le pidió al chofer que se dirigiera a la Quinta Avenida. El hombre, que conducía un auto de segunda mano, le sonrió con gentileza y Segundo II notó que le faltaban el primer y tercer molar de la mandíbula superior.
-Por última vez, por última vez- repetía por lo bajo el joven, mientras el vehículo se desplazaba raudo por la Tercera Transversal.
Al llegar a la Segunda Avenida, descendió del taxi, que se detuvo en segunda fila, por estar la calle atochada de vehículos. Pagó al chofer, que en el camino le había contado que había sido el primero que había colocado taxímetro a su coche. A primera vista, esto parece irrelevante para el curso de la narración, pero no es así. Ocurre que quien había introducido esos aparatos al país, había sido el segundo marido de la madre de su ex novia, padre también de esta tercera hija.
Cuando Segundo II preguntó por la primeriza en el primer piso de la Clínica Séptimo Cielo, una enfermera del segundo turno le dijo que se dirigiera al ascensor, apretara el botón del tercer piso, doblará en el segundo pasillo y buscara la última sala.
Así lo hizo y cuando estuvo en la puerta de la blanca sala, la vio. Un sentimiento de nostalgia infinita lo embargó por segunda vez. A pesar del parto, ella se veía bellísima, ataviada con una bata de seda de primerísima calidad y dormitaba, entreabriendo suavemente sus tentadores labios. Pensó en todas aquellas mujeres adocenadas en su subconsciente, mujeres que pasaron una sola vez por su vida, sin dejar rastro alguno en su alma.
Quiso besarla en esos labios tantas veces besados por él mismo y dejar un último testimonio de amor. Pero, sólo depositó el ramo de rosas sobre la primera mesita que encontró, la contempló con una fijeza que pretendía aprehender cada detalle de sus preciosos rasgos. Un par de lágrimas se precipitó desde sus ojos por primera vez desde aquel quiebre, era la última vez, la última vez.
Salió de aquella sala con un último suspiro que surgió desde las profundidades de su pecho, pensó en esos cuatrillizos, que pronto darían sus primeros pasos. Quiso imaginar el rostro de su amada, encendido de amor hacia esos hijos que eran producto de su segundo amor. Y, por última vez, ya que nunca más volvería a pensar en eso, la visualizó en una perspectiva singular, acaso meditando en él, su primer gran amor, por última vez…
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