Agoles Ñnol, alias: «El Idiota de la Sandia» se transformó en los años 40 en el primer asesino de la fruta. Su fealdad asustaba, estaba dotado de labios duros, una afinada mandíbula y un amplio tórax, una particular forma anatómica que lo asemejaban a un aire comprimido humano. Los días de calor Agoles se sentaba a comer sandia sobre la pared del puente que cruza el Arroyo Pergamino y con una puntería asombrosa metrallaba las semillas contra los ojos de los acalorados conductores, su práctica causo once accidentes, uno de ellos fatal «El caso de las gemelas», las más queridas, Diana, la única sobreviviente tuvo que mudarse a la ciudad ya que sus prestaciones no eran lo mismo sin la compañía de su hermana. No necesitaron identificarlo, ya todos en el pueblo sabían quien era él causante de tal desgracia. Su condición de idiota y ser el hijo del juez lo salvaron de un linchamiento seguro. No fue Diana la única que se mudó, Agoles tuvo que viajar también, casualmente lo hicieron el mismo día, en el mismo micro, a sólo tres butacas, Diana sola, Agoles acompañado del Dr. Ferrari, que le debía más de un favor al juez. La gemela se mudó al barrio de Constitución, Agoles al «Hospicio de las Mercedes», ahora lo conocemos como «El Borda». Sus días trascurrían esperando las sandias del verano, ansiaba comer y hacer puntería contra aves, podía devorarse hasta ocho frutas en un día. En invierno se escapaba con algo de dinero que le mandaba su padre y buscaba los servicios Diana, trabajo es trabajo. Agoles murió el día de su cumpleaños, había tomado mucho vino y los internos le habían regalado una sandia. Falleció sin poder escupir ni una semilla.