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A la mañana siguiente de aquel fatídico día en que me manifestaras tu desamor, él apareció sentado en mi pecho, casi sin dejarme respirar, casi quebrándome de dolor.

Lo miré aún media adormilada.

-Sale de ahí- le dije fingiendo desdén- me voy a parar y te vay a sacar la cresta-

Me miró con cara de chupar limón y se bajó.

Durante semanas se comportó como un niño chico, interrumpiéndome a cada momento en mis ratos de estudio y reflexión. No me dejaba concentrarme en mis materias ni aún cuando sabía que el tiempo apremiaba para el próximo certamen. Cada letra que memorizar se volvía un trabajo desesperante casi al borde del llanto por su culpa.

Le daba por irse a dormir conmigo todas las noches y alterarme al punto del insomnio. Era realmente despiadado.

Un día, al irnos a acostar como siempre, ya no quiso ser hostil y perturbarme, sino que sorpresivamente tomó mi mano y me hizo rodearlo con ella.

-Abrázame- dijo
-¿Ah?- respondí yo entre que dormida e insegura de haber escuchado bien.
- Abrázame- dijo de nuevo.

Lo abracé.

De pronto se dio vuelta y deslizó su mano bajo mi pijama infantil. Tomó un pecho y lo acarició dulcemente, como un niño acaricia a un gorrión.

Yo me asusté, pero no pude más que ceder.

Ya no me molestó más, ya no me acosaba inoportunamente, me dejaba ser…hasta se podría decir que fuimos amigos. Lo quise, lo respeté y a veces me hizo un poco feliz.

Aquel día caminando por la calle tenía el presentimiento de que te iba a ver. Pero ni aun ese presentimiento fue capaz de salvarme de la puntada cliché que da en el alma y el retorcijón en el estómago al adivinarte entre la gente.

Yo caminaba con él. No íbamos de la mano, porque a él no le gustaban los compromisos. Muy rara vez tomaba mi mano…

Yo pensé que al menos irías con ella, pero ni siquiera eso fue como yo esperaba, ni siquiera eso te había quedado.

Llevabas el pelo de nuevo largo, barba y un caminar extraño que me hizo dudar a lo lejos si eras tú.

Te ví y me viste.

Sonreí a modo de saludo para no hablar e inevitablemente imprimí a mi sonrisa un dejo de dolor.

Tú devolviste la sonrisa rápidamente: tampoco querías verme, era tu estilo. Pasaste rápido.

Miré hacia el lado como para encontrar apoyo, para verle la cara, para que me tomara el hombro, me mirara, me sonriera, me confirmara su existencia…fue inútil…ya no estaba, ya se había ido para siempre.

Texto agregado el 28-07-2009, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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