Amarré la canoa al tronco de un sauce en una isla perdida del gran Río Paraná. Bajé los pocos bártulos necesarios para permanecer algunos días en ese lugar de arraigo.
La isla es una morada singular.
Al atardecer del segundo día el disco -color rojo fuego- se fue adormeciendo en el horizonte. Pasaban por él unos jirones negros de nubecillas perdidas. El círculo de oro era imponente. Se iniciaba la ceremonia de la Naturaleza en la instancia del sueño.
Sin embargo percibí algunos signos de algún fenómeno ruidoso.
Los patos se escondieron. Un cardenal y varios zorzalitos llamaron a sus crías desde el poste de mi rancho. El inmenso bicherío de la vida emitió sonidos y movimientos nerviosos.
- “Sí, se viene la tormenta”, me dije, mientras apuré la fritura de las postas del pacú que había pescado durante la tarde.
Un fuerte viento sacudió el horcón de mi casa. Y casi enseguida se vinieron corriendo encimados los ventarrones, cual enloquecidos caballos. El ranchito se agazapó, mientras la lluvia silbaba entre el pajonal del techo.
Estoy acostumbrado a las tormentas. Pero esta vez, cuando el rancho se agazapó una y otra vez, con gemidos de dolor, tuve temor. Jamás había visto esta furia ilimitada. Luego me cubrió el miedo. Miré hacia fuera. El loco desorden.
La isla entera me pareció destartalada. Luego deshecha. La Naturaleza golpeaba cachetadas fortísimas. El lomo del río se erguía y extraños bramidos surgían de su vientre gris.
Cuando me percibí en el oquedad infinita de la Naturaleza Violenta, exhalé: “es el fin”.
En ese instante apareció El Mudo, se plantó delante y me dijo:
- “Calma, Islero. Te abandonó el Miedo. Pero el Terror te posee. Mírame.”
La armonía intemporal de su rostro se concentraba en los ojos. Mi desorbitada figura se reflejó en los hondos huecos azules. Y pude verme.
- “Eres hijo del linaje de los Devastadores. Allí tienes la respuesta de la Naturaleza mancillada. Observa tu propia estirpe, fragmentada y violenta. Hoy domina la loca irreflexión y el odio sin corceles. Las ideologías totalitarias y excluyentes, de sociedades míticas o de individuos-átomos, traen de forma inexorable el desorden, y luego la muerte. Comienza por aceptarte a ti mismo, muchacho, y aceptarás la existencia. Amarás y brillará la Esperanza, mientras los fragmentos deshilachados del Mundo Oscuro en que vives, se comenzarán a reunir. Cada uno en su lugar. Y habrá Unidad y Diferencia: no hay otra salida”.
La bóveda estrellada cobijó la inmensidad del Mundo
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