Introducción de un fin de año en la Argentina...
En realidad éstas las que hoy describimos fiestas cristianas para la mayoría de los argentinos, ellas nos condicionaron para bien bien, en cambio otros no les sucede lo mismo, es la vida y ha de repetirse este axioma siempre; pero indudablemente es un periodo en donde todos nos llegamos a cuestionar siempre algo, de lo que en el año hicimos o dejamos de hacer, por omisión o más bien intencionadamente.
Como también es verdadero y no por ello menos cierto, que discurrimos el tiempo que duran las fiestas católicas, de formas muy distintas.
Algunos y no pocos, saben de prepararse bien en el recogimiento católico para estos días, adoptando así su probidad, a una verdadera paz espiritual de intimidad cristiana empleando en ello una unción profunda.
Lo hacen también llegándose a la Iglesia como objetivo final de la semana donde en familia al menos una vez rezaran todos juntos.
Solo eso es lo que se quiere aguardar la hora de las fiestas.
Mas tarde y al regreso de la Iglesia, la familia forjará para sí una cena simple y algo liviana.
Terminarán la noche al amparo de música navideña y la junta entera de su familia (principalmente la que siempre habita esa casa), mas algún hijo o hija política llegados un tiempo después de las doce de la noche.
Es alli cuando la madre empezará, una serie de intercambios de regalos junto a una sucesión de recuerdo de emociones pasados y así sucesivamente lo concebirán todos.
Ocasionalmente habrá otra familia invitada para ese día o no.
Otros recapacitarán en su soledad:
¿Por qué llegaron ese a quedarse solo?.
Y por que no, se le une al espíritu navideño de las fiestas una soledad que por momentos lastima y acciona, como un balance entre lo obrado y dejado de realizar en la vida.
Ellos y en su soledad comprenderán, que solo fue su error, su desmedida ambición y su mala practica donde por ello ahora pagan y quizás prometiéndose cambiar.
Pero al fin de cuentas es una parodia que repetirán por siempre y jamás llegarán a cumplir.
Al fin y al cabo las fiestas son el preludio de la licencia anual junto al mar, las sierras o el exterior en el mejor de los casos.
Y eso lo cambia.
Absolutamente todo, hasta su soledad momentánea.
Otros muchos más se reúnen en familia casi sin concurrir a la iglesia.
Para reemplazarlos a ese espíritu católico algo esquivo hacen de por sí un desborde de alegría
Algo profana no lo niego, pero renovando así a su modo, el contacto con Dios que les une en familia,
Las fiestas católicas son y están hechas para muchos argentinos sencillos (los que aquí se los denomina clase media) para agasajarse, reunirse aunque sea una sola vez al año, pero pasarla bien.
Los hacen bien contentos, con mesas llena de sabores caseros y adornados de esperanza siempre a futuro.
Es así el buen Dios Argentino que les perdona guiñando un ojo, la falta de asistencia a su casa.
Y de alguna manera bendice los millones de mesas de mi querida Argentina.
Mesas en donde se sirven platos fríos, juntos con calientes pero no menos todos ellos compartidos de un buen vino Argentino mas alguna gaseosa cola, para que Dios, nos perdone en nuestra lujuria.
Los argentinos por nuestra forma de ser, somos afables y lo demostramos así de simple.
Pero no es sencillo ser argentino, claro.
Es una condición nacional en cada uno de nosotros.
Una marca de nacimiento.
Como en el fútbol, y con Diego y “su mano de Dios” enardeciendo así a los Ingleses.
Pero ahora hemos perdido peligrosamente casi todo, no obstante ello...
La culpa la tiene siempre otro.
El clima, la comida, el gobierno, etcétera, y así ampliando una lista interminable de agentes disociadores de una realidad.
Perdimos y si lo hicimos fue porque, hicimos las cosas mal...
Sería la más lógica consecuencia para cualquiera, pero no para nosotros.
Les contaré a vosotros, amigos españoles el encargo que me hicieron, de mis días en las fiestas Cristianas en la Argentina
Yo les narraré de ellas cuando aun vivían mis padres creo el periodo más feliz de mi vida mas con ello y ese sabor de poder tenerlos en esos días, se anexaba hasta el infinito por estar también junto mis padres a mis tíos y tías que ya, los que algunos desgraciadamente, perdí para siempre.
Era como un estigma de vida.
Y de un buen inicio
Estando todos juntos y en ese día.
Argentina, a los veinte días del mes de diciembre de 2001 G.G.C.
Han llegado todos...
Hoy un tiempo después largo y difícil de aquellos días de mi infancia mas cuando veo a mis hijos ahora reunirse en mi casa ya hechos hombres, realmente me siento feliz.
Las fiestas de fin de año aun nos reúnen, es quizás el objetivo forjado desde mi infancia por mis padres, conservando ese alo mágico de una representación profunda en Dios y la presencia de nuestros hijos junto a mi esposa.
Pero ya no son sin duda aquellos de mis años de niño donde todos nos reuníamos.
Hoy ya es un laxo recuerdo de las noches en un barrio simple y modesto
Sé ahora, en éste momento al ver la felicidad en mis hijos que también yo lo era.
Y no, nos dábamos cuenta de ello.
Mis padres también, lo eran.
Y tampoco se daban cuenta.
Sé que verdaderamente ocurrió así, porque el tiempo nos dio la razón a esas mismas familias, ahora dispersas en sus propias vidas e hijos.
Pero si quisiere explicarle a otro como se desarrollaran las fiestas, empezaría a bosquejarles que el ambiente era muy diferente a otras reuniones que ocurría durante el año.
La casa luciría para esa noche, especial.
En la Argentina suele hacer mucho calor en esa época. La ropa es simple y algo liviana y con la llegada de mis tíos con mis primos y primas se conformarían la gran familia de esa noche de año nuevo.
Llegaban pausadamente, pero aportando desde su inicio diferentes temas de conversación, que siempre se unirán al final en algunos generales muy caseros y particulares, tales como el crecimiento de sus hijos, la falta de oportunidades en un país duro y hasta los resultados de un año escolar y secundario.
Pero dentro de ese coro de opiniones de nuestros tíos también al tiempo se lograba percibir el inicio de los llantos de los más chicos.
Y aún más lejos en un rincón semioscuro, el cuchicheo confidentes de mis primas ya adolescentes.
Los primeros cohetes, que nuestros primos que dejaban caer como casi al descuido muy cercas de ellas, interrumpían esa reciprocidad de testimonios entre mis primas y acotaba los primero retos de nuestras tías, que inaugurarían así una serie interminable durante la noche.
Para celebrarse estas fiestas debería ser en un amplio lugar pero una suerte sola le cabría a una casa siempre.
La casa de mi abuela, y en donde habían vivido una parte de su vida mi madre con sus hermanas.
Era ésta casa de un estilo muy indefinido, pero que a nosotros no parecía bonito y que supo tener una ajustada ingerencia en una época, pues fue el centro de reunión de todos los matrimonios que lograron formar mis tías.
Pero el tiempo impertérrito como siempre a los acontecimientos, le fue de alguna manera quitando su autoridad, a medida que esas mismas familias crecían.
Un día ya no nos reunió mas esa casa y si hoy existe será, una casa más y de un barrio más de la Argentina.
Seguro de otro dueño que de la historia pasada de esa casa, ni le interesa.
El festejo del nuevo año en un inicio siempre tenia la misma similitud:
Mamá, mi madre se llamaba Elena, siempre hacía lo mismo
Muy ocupada en la culminación de las ensaladas y algún postre que traíamos desde nuestra casa (nosotros vivíamos algo lejos de la casa de mi abuela) aumentando sus tradicionales nervios constantemente a medida que la hora pactada para que llegasen todos, se acercaba.
Esos nervios le cegaban por completo, además, en ella sé remarcada esto hasta la enajenación en ella, y que tanto a mí me molestara.
No obstante hacia de sus manos una maestría del arte culinario porque controlaba con una, su eterno mechón que caía sistemáticamente sobre su frente, mientras dirigía con gritos entrecortados que sacasen del coche de mi padre, el mantel blanco el que ella una semana antes habría de haber lavado con un esmero severísimo.
Y con la otra mano libre revolvía, sin mirar demasiado fijo a la mayonesa que estaba haciendo con sumo cuidado para que no se le cortase,
Justo esa noche.
Cubriría mas tarde con su mayonesa los arrollados de carne y pollo, hechos en la mañana bien fresquitos para la fiesta...
Mi abuela invariablemente se encontraría leyendo su revista " Atalaya ", pues otra cosa ya no hacia desde hacía tiempo.
Un breviario evangelista de circulación semanal, que ella seguia a juntillas en sus oraciones.
Eso sí, de hacerlo era siempre en su eterno rincón y sentada en una silla de mimbre muy ancha y cómoda enfrentando un pequeño balcón a la calle.
Lo hacia siempre allí, deteniendo solo su lectura en el saludo algo apurado de alguna veciana, que se le acercaba con esa intención y mi abuela se lo retribuía muy cariñosa.
Era realmente mi abuela una persona muy simple, de una candidez que llamaría al final la atención de todos.
De a ratos mi abuela sé persignaba.
Lo hacía por dos condiciones impuestas por ella misma, casi sin un sentido literario.
Una era al llegar al fin de una hoja o donde un párrafo le convocase su atención, otra era al terminar la lectura de ese libro.
Además, se tomaría su tiempo meditando la lectura en un profundo silencio y abstraída de su entorno.
Además, quizás si pudiese lo recitaría en la noche, a la hora de las plegarias en la mesa.
Mi padre, mientras esperaba que llegasen los demás siempre realizaba al fin las mismas cosas.
Aburrido, se solía sentar en el umbral de la vieja puerta de hierro de la casa, en donde también había un pronunciado desnivel en el piso.
Calmo, sereno dejaba escapar algunos suspiros disimulado entre el humo de sus cigarrillos y sus propios pensamientos.
De seguro (yo le intuía a ello al mirarlo) que por su mente corrían aceleradamente días pasado en esa misma casa, pero muchos años antes.
Cuando mi madre era su joven y su amante novia.
Elenita, como le solía decir de soltero cambiando luego por Elena, luego a solo "Ele."
Al fin de sus días ya muy enfermo muriendo junto al amor de los suyos.
En el barrio muy simple y compuesto de vivencias particulares, donde muchos se conocían entre sí, se veían ya por estas horas algunos chicos correr en la calle.
La verdad es que lo hacían graciosamente.
Perfilando de alguna manera sus cuerpos como evitando los desniveles de una calle de adoquines, que nunca jamás se terminará de asfaltar.
Ese mismo grupo de chicos un tiempo después y a la carrera pasaría un tanto alocadamente frente a doña Aurora.
Una nativa del país, que muy imperturbable se refrescaba con el aire de un abanico chino, sentada en el frente de su casa de altos y bajos ya muy antigua llegando casi a la esquina.
La vieja por un instante se paralizaría, mas luego solo atinaría a gritar desaforadamente al ver esa bandada de adolescentes que se le venían encima, con sus cohetes y cañitas voladoras en la mano, amenazantes.
"Ya empezaron esos mocosos de mierda, a joder la paciencia."
Pero por Dios,
¿Porque, sus padres no le enseñarán modales de una vez y para siempre?.
Alzando así como a las apuradas su silla, metiéndose dentro de su casa ante el asombro de su hija que acudía en su ayuda agitadamente al escuchar sus gritos.
Había llegado y como avanzada de la comitiva, mi tío Luis que en poco tiempo se puso a encender el fuego, en una rustica pero compuesta parrilla en el fondo de la casa, y muy cerca de una Santa Rita muy florecida que tapaba parcialmente un cuartito de ladrillos a la vista.
Esta planta añosa y frondosa enfrentaba a una pérgola de uvas chinches, muy cuidada y blanca.
Luis era un artesano magnifico en reparar sillones envejecidos por el tiempo y el descuido de las personas pero sin duda un verdadero artista en el arte de cocinar las carnes al fuego de las brasas muy lentamente.
Nunca más igualado por nadie.
Recompensa y título que mi tío, ganó sin disputar, muy a su pesar.
En verdad y algo disgustado interiormente de ello me lo hubo de confesar una tarde de invierno muy circunspecto, bajo la misma pérgola pero descarnada de hojas y frutos por el invierno duro.
Hubiese Gustavo, cambiado todo ello por una licencia más simple para mí.
Simplemente ser un invitado mas, uno mas de ellos.
Y yo le creí.
Porque mi tío era tan humilde y sensible que se enriquecía invariablemente de las cosas simples.
Había aprendido lo a que pocos, les está reservado.
Haberse tropezado con la esencia de la misma vida.
La hallo y ya no se apartó de ello, por el resto de su vida.
Inconmensurable aspiración en la vida que tan solo unos pocos lograron
Tan solo unos pocos.
Pero aun después de su confección yo creo que en ello me decía una verdad, a medias
Había otra cosa que solo, él sabia.
Ninguna fiesta hubiese sido lo mismo sin sus carnes asadas.
Tan solo eso.
Y yo te entendí, pero muchísimo tiempo después...
Luis tenía ciertos privilegios.
Un tanto envidiado por las mismas mujeres de la casa.
Decidía sin clamor y dudar la hora justa de sentarse alrededor de la mesa.
Daría así y a su modo la señal, el empezar la cena de fin de año.
Un grito como carcajada siempre salía desde la cocina.
Eran las estridencias alegres de mi tía Ernestina festejando la llegada de un tío muy especial.
Nunca Ernestina midió la intensidad de sus alegrías estridentes, sino se asombraría ella misma
Pero sin duda era la característica de una persona, que no sabia esconder su felicidad cosa que jamás lo hizo.
Ese grito perturbó un poco la acción de mi tío Luis en acomodar una serie de brasas sobre un costado de la parrilla.
Y levantando la vista movió su cabeza como sabiendo quien habría llegado en ese momento.
Tío Osvaldo, para nosotros pero José Arturo, Ignacio, Pedro etc. para las mujeres y algunos otros.
En verdad el se llamaba Flaminio.
Era el gran "mecánico de las cocinas", como él solía vanagloriarse pero para otros y los mas, por donde pasó no creció mas la hierba y la cocina jamás quedó igual.
Simpático y melancólico muy considerado, un soberano de raza y estirpe, entre las mujeres ocasionales en su vida.
Le envidiábamos y no por ello hacíamos que no nos dejase de contar una y mil veces sus aventuras con sus damas, que a medida que crecíamos tenían tonos más picarescos y descripciones algo, mas realistas.
Carecía de maldad pero había quedado postergado, entre los agónicos días de un Núñez que se moría tan lentamente que nadie le notaba.
Solo que Flaminio ya lo había asumido.
Pero a su modo.
Lo velaba sin tristeza en una mesa de billar con sus amigos y todos los días en la esquina de un bar sobre Cabildo y Pintos.
Vacío Flaminio, de caricias o llantos de un niño, otros días solía sentarse todas las tardes después de regresar de su trabajo a que florecieren los recuerdos de su juventud.
Una mala noche de un invierno y en un baile se cansó de esperar su destino y a sus recuerdos.
De pronto se quedó solo entre la multitud, que bailaba y reía
Un dolor repentino y urgente le tomó su corazón, pero él no desconocía su destino en esa noche fría lejos de su barrio.
Sonrió tristemente como sabiendo lo que ya le ocurriría.
Es que en ese mismos momento le reclamaban sus recuerdo a ser participe, casi sin pedirle permiso.
Creo y no me equivoco en ello que mi tío jamás pensó que con ese dolor tan agudo...
Al final terminaría siendo indemnizado con su propia fantasía.
Y se sintió verdaderamente feliz que le ocurriese esa noche.
Apareció su paz.
Y ya no la quiso perder.
Se fue con ella, desde ese baile.
A los saludos de rigor solía mi tío Flaminio empezaba un dialogo muy informal con quien primero le escuchase.
Pero no por ello desatinaba la urgencia de calmar su sed, con algún tintillo que robaba casi al pasar oyendo así las primeras quejas de sus hermanas y el arqueo de cejas de Luis.
Madona mía, ya empezó.
Su esposa, Elsa siempre le contenía a Luis, empleando un tono muy maternal con su hombre
¡ Pero déjalo Luis, no seas chiquilín que ya es grande y sabe lo que hace!.
Elsa es una mujer integra, de un concepto especial de vida, solía ser consejera y rectora de la vida de sus hijos, que junto a Luis aprendieron a concebir un futuro común de familia simples pero con ganas de progresar, en un momento en que las cosas en mi país no eran nada fáciles
Es lo mas parecido que fuera mi madre en vida, e idénticas al final como un sello de la familia que surgió combatiendo su propio destino.
Llegaba mi tía Amalia con su esposo, mi tío Enrique.
Enrique era una persona que solo al tiempo después de su muerte comprendí en su totalidad.
Austero y severo consigo mismo, logró tener un registro extraordinario.
Dormirse entre la segunda y tercera hora de todos los eventos que organizase la familia.
Alquimista en la electricidad donde con sus planos obtuvo los mayores éxitos de su vida
Así planeó en su tablero de dibujante la vida misma de su familia.
Solo que se olvidó de sí mismo y no supo ponerle en amor como condimento final a sus planos d electricidad y a su familia
Solo el éxito cabía en sus planos y familia, en desmedro de todo
Absolutamente de todo.
Lamentablemente tampoco supo independizarse de su sorprendente tablero.
Le acompañó hasta su muerte.
Porque la felicidad si la obtuvo algún día sin duda fue, renunciando a su propia vida.
Mi tío siempre hacia lo mismo y terminaría de la misma manera, en todas las fiestas.
Se sentaba a la derecha de mi padre y la izquierda de mi tío Luis, pero no participaba mucho en las conversaciones y siempre hubo de tenerlo en cuenta para despertarlo unos minutos antes para el inicio del año nuevo, no lo tomara durmiendo.
Si algo nos alegraba era la llegada de mi tío Jorge, hermano de Flaminio.
Se las ingenió pese a las protestas de mis tías en darnos siempre la plata suficiente para gastarlo en cohetería y que ella, durase cada año más a medida que creciésemos.
Soltero desde siempre, pero no para siempre, sabía de sobra y con mucha experiencia, como gastar la plata en poco tiempo la que ganaba por sus compras de cacharros muy empobrecidos en el Once y vendidos en plazos interminables para los clientes.
Era ese protagonista el que me conformaba todo lo que yo quería tener en mi adolescencia.
Fortuna, libertad, salidas a lugares de venta inhóspitos y llenos de romanticismo
Pero con el tiempo realmente comprendí el verdadero significado de esas ausencias interminables en el interior del país.
Era solo una excusa tremenda:
Se encontraba solo.
Su recompensa de vida le fue concedida un tiempo después. Una mujer, llevó para mi tío toda su fantasía a cuesta, fundiéndolo en la práctica. Aun creo que hoy, es sinceramente feliz creciendo junto a sus hijos.
No terminaría de ser una familia completa sin que en ella no hubiese la presencia de un tío que conformase la búsqueda constante del éxito propio, tan esquivo en él.
" El moba", que casi había perdido su nombre, Jorge.
Lo representaba un cuerpo que de comunicativo hacia gala, muy cuidado y pulcro, demasiado era poco pero siempre le faltó algo de suerte en la vida.
Ese tío conformaba la esencia misma de la fiesta.
Conocedores de chismes que extasiaban a las mujeres de la familia, de relato fuerte y hasta convincente sus historias terminaban increíblemente.
Severo con sus hijos supo esconder ese hombre un profundo amor por ellos
Amaba como todos los de la familia a sus hijos.
Saboreó el éxito. Pero ajeno, de un mercado que desfallecía en esos días y que de alguna manera se resistía a que en él no se hubiese ocupado de su éxito propio.
Solo que al final la vida se le cansó de prepárale el camino hacia el definitivo triunfo, terminando su búsqueda en la soledad de los recuerdos.
Aún hoy me resuenan las observaciones propias de mis mayores buscando su camino en la felicidad, a un tiempo tan difícil por la carencia de todo, en donde las astucias tan opuestas en ellos, coronaron los éxitos y los fracasos propios.
Todo ello a mí me condicionó en mi vida, pero mucho tiempo después
Pero ahora viéndolo desde la imagen del recuerdo llegué a comprenderle sentido verdadero y tan simple de esas reyertas pasajeras.
Ellos eran felices a su modo y por el solo hecho de estar, y compartir una fiesta común a todos.
El tiempo nos fue a todos distanciando, de la misma esencia de aquellas largas y tan generosa mesas, fueron con el correr del tiempo incorporándose miembros algo ajenos al origen primitivo de la familia pero no por ello menos gratos a nosotros
Era la hora de vivir de esos niños espectadores en aquellos tiempos, que ahora reclamaban su lugar adulto en la familia.
Pero también con ello lamentablemente hubieron de desaparecer aquellos primordiales y amenos actores de vida.
Las fracciones de nuestra familia se fueron así condicionando al olvido ya casi definitivo del núcleo de la casa de la abuela, parcializándose en un adiós temporáneo y lamentablemente para siempre...
Dedicado con todo mi cariño a
A mis tíos
Quienes me influyeron tiempo después con sus ejemplos y que nunca se han de borrar de mi memoria, por más que el tiempo, quiera hacer lo imposible por ello.
Gustavo Camisasca,
Contemporáneo
Buenos Aires
(Almagro).
Argentina
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