El perro adoptado por Lorena y su nueva familia, fue bautizado con el nombre de Amico. Ciertamente se encontraba feliz en su nuevo hogar, aunque no recordaba demasiados detalles acerca de su pasado. Con solo tres meses de edad, imposible recordar a su madre o su procedencia. Solamente giraba en torno a su mente la imagen de una joven llamada Mary quien lo levantó de un basural donde él se hallaba en ese momento totalmente inconsciente.
Cuando Mary entró con él a su local de trabajo, se enfrentó con la cruel realidad de que los echaron a los dos, y para recuperar su espacio, Mary lo entregó a una señora mayor, cuyo nombre no recordaba, quien enseguida lo reubicó con Lorena.
“Que vida ésta,… la vida de un perro”, pensaba Amico. “De mano en mano, como si fuéramos una especie de moneda sin valor. Así perderemos la autoestima”, reflexionaba, con cierto perfil filosófico.
Amico pensó que lo mejor que le podía pasar es quedarse en ese lugar para siempre, aunque en sus fueros más íntimos, le estaba muy agradecido a Mary, la joven que lo rescatara. Se había dado cuenta que Lorena lo quería mucho; pero de vez en cuando, lo llevaba a un extraño lugar lleno de cruces sobre montículos de tierra.
Allí, en ese lugar tranquilo, pacífico, pero a su vez sentía una especie de sentimiento de que no se encontraba solo, de que muchos ojos lo estaban observando, algunos con sorpresa, otros con alegría, como si se tratara de una muchedumbre silenciosa que lo rodeaba pidiéndole algo.
Pero, ¿qué le podrían estar pidiendo a él, que solamente era un triste perro, cuyo destino final aun no estaba seguro cual sería?
Miró a Lorena quien se encontraba hincada delante de dos montículos de diferente tamaño, cada uno de los cuales tenía una cruz. Ella hablaba en voz tan baja que Amico no alcanzaba a entender nada, pero observó que las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
Esas lágrimas… tenían un brillo especial y Amico observó que cada lágrima, luego de dibujar la tristeza de Lorena, se transformaban en pequeñísimas y fugaces estrellitas que se dispersaban por todas las cruces que habían en ese lugar.
Para él, era un espectáculo nunca visto. Su dueña poseía un don especial. La meritoria cualidad de repartir su piedad, su compasión, su ternura en todos aquellos que tanto la necesitaban en ese otro mundo al que habían viajado.
“Para mí, Lorena tiene algún poder único, mágico. Debo cuidarla por encima de todas las cosas, ya que me ha rescatado del abandono, me brinda un hogar donde vivir, me alimenta, me saca a pasear…. ¡es mi madre! Ahora no tengo más dudas. En realidad, es mi hada madrina y es capaz de hacer milagros, como por ejemplo encontrarnos en este mundo tan complejo y ser el uno para el otro. Yo la defenderé por encima de todas las cosas.”
Y así, de común acuerdo, comenzó una amistad entre Amico y Lorena que tenía determinadas particularidades. Para Lorena, Amico era semejante a un hermano menor al que debía proteger, cuidar y defender por sobre todas las cosas.
Para Amico, Lorena era un ángel que le dio la vida, y que la defendería aun a costa de la suya propia.
Lorena, Karen y Peter eran verdaderos compañeros que usualmente compartían actividades típicas y usuales de la época en que vivían. Caminatas, picnic, festejos, juegos, todas ellas eran complementos de las obligaciones cotidianas. Y en muchas de ellas, también ingresaba Amico, siempre atrás de su hada madrina por supuesto.
Las reuniones entre amigos seguían sucediéndose periódicamente.
Por supuesto que Doris Hoffman, madre de Karen, no perdía sus características de Directora de escuela, y le gustaba controlar y dirigir las actividades. Así que los chicos tampoco elegían la casa de Peter, porque a su madre no le gustaban los animales, así que Amico no podía entrar.
Preferían reunirse en la casa de unos hermanos que rentaban un apartamento ya que eran de otra localidad y venían a este condado a estudiar en la Universidad que existía allí.
Allí sí que se disfrutaba de verdad. Se trataba de un condominio con un salón donde se reunían los amigos y hasta el propio Amico encontró uno: Roy, el perro de dos años de los hermanos John y Jay Campbell.
Amico y Roy se llevaron muy bien desde el principio, y mientras jugaban y corrían sobre el césped, mediante su lenguaje gestual y vocal, intercambiaban experiencias personales.
-“Mi madre es un ángel”, dijo Amico; y continuó, “¿Cómo te tratan a ti Roy?
-“Pues mejor no podría ser”, contestó su amigo, mientras parpadeaban sus ojos, y unas fugaces estrellitas escapaban de sus ojos.
Amico, a pesar de su corta edad, era muy perceptivo y pensó que Roy no le estaba diciendo toda la verdad. Ya estaba familiarizado con las estrellitas tristes, como las había bautizado, cuando veía las reacciones de Lorena. Por lo tanto le preguntó:
-“¿Estás seguro Roy, de que te respetan y de que no abusan de ti?”
-“Bueno, en realidad, no soy totalmente feliz como lo eres tu,” - le contestó Roy.
“El condominio ha impuesto una norma por la cual no se aceptan más animales. Así que tengo el desalojo, y con mi edad, ¿quién se hará cargo de mí? Nadie.
”Tienes que tener fe”, le contestó Amico, tratando de infundirle confianza, pero entendía que se trataba de una situación muy difícil.
Pasó un tiempo desde dicha reunión, cuando un día entra Lorena llorando a la casa. Todo el mundo la rodeó, alarmado, hasta que ella, entre sollozos, contó que Roy, el perrito de los amigos del condominio, se había caído accidentalmente de la azotea del edificio.
En vistas de esa situación tan triste, ella misma se iba a encargar de enterrar su cuerpito al lado del de Brandon, su antigua y querida mascota, para que ambos se hicieran mutua compañía.
Y así fue. Acompañada por Amico, Peter, Karen, John y Jay, llevaron el cuerpito del desventurado Roy para que descansara en paz junto a Brandon.
Luego de colocar la cruz con su nombre, el grupo quedó en silencio.
Pero Amico, mirando la tumba de su amigo, vio las estrellitas de la tristeza emerger de ella, y que, enlazándose rápidamente, le dibujaban un mensaje:
“Prefiero morir antes de quedarme solo y abandonado. Los quiero, Roy
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