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Lorena vivía en una pequeña villa donde todo el mundo se conocía, región ubicada dentro de un gran condado.

A ella la había criado su abuela en una humilde vivienda, ya que sus padres habían fallecido cuando era muy chica.

En un pequeño ambiente, su cama quedaba casi independizada del resto, mediante una cortina.

En ella descansaba con su pequeña mascota, Brandon.
Con su precaria jubilación, su abuela conseguía a duras penas mantener una pequeña vivienda y alimentar a todos (incluso a Brandon) así como enviar a la niña al colegio con el ideal que, a diferencia de ella, lograra en el futuro ser una persona con otras ilusiones y expectativas.

Lorena entendió, desde su mundo de niña, tal vez por los consejos de su abuela, que la mejor forma de colaborar a su supervivencia y la de los que la rodeaban, era superarse todos los días un poco mas estudiando.

De esa manera, con dedicación y sacrificio fue como nunca perdió un año, siendo considerada buena alumna y estimada por todo el vecindario, al punto que eran muchos los padres que recurrían a ella como referente, para que ayudara en sus tareas a sus respectivos hijos.

Transcurrían así, sin sobresaltos los días en la vida de esa niña, cuando un día, de improviso, su vida daría un vuelco trágicamente irreversible. Un aviso de unos vecinos a la Directora de la escuela, alertaría sobre el hecho de que la casita, su pequeño mundo, había tomado fuego, destruyéndose completamente. De esa forma, perdió a su abuela, su pequeña mascota y todo lo que tenían, incluido el techo bajo el cual se albergaban.

La Directora del Colegio, llamó a Lorena y junto con la maestra, le explicaron la delicada e irreversible situación. Resulta una difícil tarea sino imposible, explicar a un niño la destrucción de todo aquello por lo cual vive, para recrear sus sueños de un futuro. La niña quedó conmovida hasta lo más íntimo de su corazón y finalmente, cuando pudo asimilar la noticia, no paró de llorar.

Todos, compañeros, maestras, vecinos, concurrieron al lugar del siniestro, y no podían creer de que forma se inició el incendio que arrasó con toda la precaria vivienda, dejando solo restos carbonizados de lo que una vez fue su pequeña familia. Parecía que Dios se hubiera ensañado con aquella criatura que no comprendía el porqué de una tragedia que le calado tan hondo, provocándole heridas hasta en lo más profundo de su ser.

Esas imágenes resultaron devastadoras para Lorena, imágenes que jamás se las iba a poder borrar de su mente. Solo podía llorar, para poder desahogar el dolor que inundaba su corazón, hasta desbordarlo y las lágrimas cayeran a raudales sobre su rostro. Solo quería estar junto a ellos para acompañarlos. Se negaba a vivir en soledad, sin los únicos seres que la habían amado en su vida.

Se realizaron las exequias de la abuela de Lorena, pero además, la joven había recuperado los restos de Brandon que los colocó en una pequeña caja, la que enterró al lado de la tumba de su abuela. Con dedicación y esmero le agregó una rústica cruz de madera y le grabo la frase: “Brandon, nunca te olvidaré”.

Autorizada por el Juez del Condado, la Directora Doris Hoffman se hizo cargo de Lorena, para que esta pudiera terminar sus estudios con el mismo entorno físico y humano al que estaba habituada.

A menudo, concurría a las tumbas de sus seres queridos a llevarles flores y dedicarles unas palabras, porque ella, estaba segura de que la escuchaban.

Cada vez que ella llegaba, le parecía ver como el césped adquiría distintas tonalidades de verde y se mecía suavemente dándole la bienvenida.

Lorena comenzó a vivir en la casa de Doris, quien a su vez tenía una hija, Karen*, ya conocida por nosotros. Como buena Directora, ella había impuesto sobre su hija normas bastante rígidas, en cuanto a salidas, compañías, horas de regreso y hasta itinerarios en cuanto a los lugares a los que les estaba permitido concurrir.

Era un día como cualquier otro, cuando Karen le confesó a Lorena que ya estaba habituada a esa eterna rutina de obediencia. Del colegio a casa, de casa al colegio, salvo por supuesto, cuando llegaba la temporada de playas y la época de carnaval, donde existía una mayor elasticidad. La verdad, que le gustaban los paseos con su grupo de amistades, pero siempre controlados y los tiempos, acotados por sus padres.

A su vez Lorena angustiada por sus recuerdos se desahogaba contándole a su amiga Karen la triste historia de su vida, tan breve como dolorosa, que no por corta dejaría de ser patéticamente triste.

Le cuenta como extraña a su abuela, que fue como una madre para ella, y a su mascota que lo quería como a un hermano menor.

Su amiga le señala que a ella no le gustan los perros, pero Lorena le dice que para ella fue su amigo inseparable, y que cuando sea mayor, y si la vida se lo permite, su mayor deseo es poder rescatar una mascota, cosa que no pudo hacer con la suya.

Y así, caminando y conversando intercambiaban vivencias, muchas de ellas, que entrañaban incógnitas, misterios. Por ejemplo, Lorena le confía a Karen que para su mama existían lugares extraños, por cuya acera no debía pasar nunca. No sabía la causa del porqué debía hacer un largo desvío para llegar a algunos lugares, únicamente porque existía una casa que solamente tenía una luz roja en su zaguán.

Realmente era incomprensible, ya que las ordenes, eran eso, solamente ordenes, sin justificación, explicación alguna, y no existía el derecho a replica ni polémica que permitiera saber el porque de toda aquella rutina.

Sin embargo, pensándolo bien, a Lorena también le resultaba inexplicable que Karen debiera caminar varias cuadras más, para no ver una luz roja, cuyo significado ignoraban totalmente, excepto si iba acompañada de una persona mayor, en cuyo caso no se perdía detalle de la fachada, pero las preguntas que hacía, no tenían respuesta.

Trataba de caminar lo más lentamente posible, mirando hacia adentro, pero solo unas pocas veces vio algún movimiento. En estos casos la curiosidad puede mas, ya que no existían razones que justificaran ese comportamiento.

Un día, por ejemplo, vio asomada al balcón a una señora, mirando hacia un lado y otro de la calle, y vio también entrar, en algunas ocasiones a algunos señores, que antes de ingresar, también miraban hacia un lado y otro de la acera, como si temieran que alguien los viera.

Según le dijo una vez una vecina a Karen, eran “casas del vicio”, o también “lupanares”, palabra desconocida pero que no se atrevió a preguntar su significado.

Un día que la enviaron a realizar una compra cercana al lugar, vio de lejos como unos niños casi adolescentes, se subían a la reja que cubrían las ventanas y trataban de mirar para adentro, con seguridad para desentrañar el secreto o satisfacer su curiosidad.

Se le ocurrió contarle esta experiencia a Peter*, un amigo, pero este bajó la cabeza y no le contestó, como si el hecho lo avergonzara. Ante su insistencia, comentó que era un lugar estilo pensión donde solían vivir algunas mujeres, las cuales recibían visitas de hombres, con los que entablaban un tipo de amistad especial, de la que él no se animaba a hablar.

En su afán por ejemplarizar sus conocimientos, relató que justamente el día anterior, conoció a una de dichas pensionistas, ya que ambos coincidieron en la compra de mercadería en una almacén. Le comentó a Karen que la mujer iba acompañada de un perrito pequeño que llevaba con gran cariño entre sus brazos.

El dueño del negocio le preguntó que deseaba, a lo cual la mujer le contestó que su patrona quería lo mismo de siempre. Una vez con el paquete en sus manos, lo abrió, cortó un pedazo de pan y se lo dio al perrito, que lo deglutió con avidez. La joven le comentó al dueño que había encontrado al cachorro lastimado, tirado en medio de un basural, de donde lo rescató.

Sin embargo, la encargada del local, no le permitía entrar con animales a la pensión, por lo cual, con lagrimas en sus ojos preguntó a los presentes, quien deseaba darle un refugio.

A Peter le encantó el perrito y le contó a Karen, que el dueño del negocio, se comprometió a encontrar a alguien que le diera albergue hasta encontrar una persona que lo adoptara. Y efectivamente, una vecina presente en el lugar se ofreció a cuidar al cachorro.

La joven no sabia como agradecerle ese gesto y entre lagrimas, le dijo: “Quiero que él tenga una vida mas digna que la que la sociedad me dio a mí”.

Karen, entonces, le sugirió a Peter con gran alegría que la gran sorpresa para Lorena sería el regalarle el cachorro. El hecho la alegraría muchísimo, y conociendo ambos la historia, se pusieron de acuerdo para la adopción y el regalo del perrito. Ambos hablaron previamente con la madre de Karen, y esta estuvo de acuerdo con la idea. La compañía del cachorro neutralizaría parte de su profunda tristeza.

Es así, que Peter y Karen fueron a buscar al cachorro, lo bañaron, lo cepillaron y le pusieron una cinta con una moña en el cuello. El pequeño animal estaba eufórico a causa de la dedicación que le brindaban por primera vez en su vida.

Fue llevado al hogar de Karen, y esta lo guardo en el cuarto de Lorena esperando que regresara de una diligencia que le enviaron a hacer a propósito.

Una vez que llegó a su casa, Lorena y Peter le dijeron que buscara encima de su cama, ya que, según se habían enterado, alguien le había dejado algo de regalo.

Extrañada por la noticia, Lorena fue a su cuarto y cuando vio el gracioso cachorro sobre su cama, no lo podía creer. Lo tomó en sus brazos, lo besó efusivamente, y con lágrimas en los ojos, les dijo a sus amigos:

“Les estaré eternamente agradecida por esta sorpresa que me han dado. No me alcanzan las palabras”, y se le quebró la voz de la emoción.

Con el correr del tiempo, se nos ocurre rememorar la anécdota, y pensar en forma mas profunda sobre los valores que manejaba la sociedad en ese entonces, y que aun se mantienen hoy en día.

A una niña, se le negaba el conocimiento de que existía una parte de la sociedad integrada por mujeres que era totalmente explotada y discriminada viviendo en muchos casos, como si estuviera en una prisión.

Sin embargo se trataba de gente, que demostraba ser capaz de tener valores, como la ternura, la compasión, la piedad hacia otros seres, aunque jamás hayan sido tomadas en cuenta por la misma sociedad, esa que también carecía de compasión por un pobre animalito, por lo que resultaron desplazadas del circulo social para ingresar en un núcleo de aislamiento del cual resulta muy difícil salir.

Quizás la piadosa vecina que se hizo cargo del perro, hizo una labor incompleta. Debió compadecerse de ambos, de la mascota, pero además no olvidar a la joven que rescató al animal para salvarle la vida.

Nuestra sociedad debería ser más solidaria, y tratar de mantener el equilibrio cuando quiere ayudar. Sobre todo cuando se trata de seres humanos y no humanos, frágiles, dependientes, y que a través de una simple acción, suelen darnos una clase muy meritoria, ejemplar, aunque no llegue al corazón de todo el mundo.

*Karen, protagonista del cuento “La Gallina y sus Pollitos”
*Peter, protagonista del cuento “El Cardenal Rojo”
La luz roja

cuento de Liliana Lombardi

Texto agregado el 28-07-2009, y leído por 124 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
30-07-2009 lindo cuento para pensar en como manejarnos con la solidaridad DIVINALUNA
29-07-2009 muy buena historia. muy bien narrada. un consejito: no lo hagas tan larga. De todos modos la disfrute muchisimo.5* carolina52
28-07-2009 Estupenda historia que nos muestra valores que nunca deberíamos perder, tiene su parte triste, pero me encantó******** JAGOMEZ
 
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