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Esta pequeña historia tiene sus años. Eran las épocas en que se produjo una corriente migratoria importante hacia América, una vez culminada la segunda guerra mundial, la cual trajo como consecuencia una serie de modificaciones en diferentes aspectos. Las costumbres, las tradiciones, fueron matizándose con las influencias de los extranjeros que ingresaban al país, ya sea en cuanto al estilo de vida, o en el aspecto social, comunitario, y también el cultural.
Las calles de los vecindarios eran lugares de encuentro para niños y niñas, que sin temores, espontáneamente, paseaban, jugaban, e intercambiaban experiencias, mientras se sentía el traqueteo de los viejos automóviles que no dejaban de tocar bocina y frenar cada vez que llegaban a una bocacalle, sonidos que se mezclaban con el de los carruajes tirados por caballos que trotaban a través de las empedradas calles. Por este mecanismo de transporte, se repartía el pan, la leche, y se vendían frutas y verduras.

Pero también se reunían los niños en sus hogares, para jugar, conversar, y festejar los cumpleaños.

En una de esas zonas vivía Karen, vecina de Peter, y ambos, junto con otros niños de la vecindad, solían reunirse a jugar, participar de eventos, como ser intercambiar libros de cuentos y otras actividades sociales, luego que salían de la escuela y hacían los deberes.

De pronto, la amistad infantil en aquellas épocas, tenía un perfil diferente, resultando más discreta que la que comparten los niños actualmente, ya que no existían los medios de comunicación masivos con los que hoy contamos. Todos los temas, todos los enfoques, giraban en torno a las experiencias personales familiares, como si todos provinieran del famoso “cuento del abuelo”.

Como señalábamos, los medios de comunicación eran sumamente escasos y limitados, ya que estaban restringidos a la radio, las revistas, los periódicos y alguna noticia de corte internacional que se pasaba como prologo de las películas de cine. De manera que los temas de conversación, no tenían el perfil de los actuales.

Existían en aquellas épocas, algunos acontecimientos que salían fuera de lo común. Creo sin temor a equivocarme, que la época del carnaval, era una de las más destacadas.

Pero existían eventos aislados que tenían su protagonismo, y en consecuencia, dejaban sus huellas imborrables en el alma de los protagonistas, ya que sucedían en el seno de sus hogares y era tradición, en aquel entonces, el decir “de esto no se habla”.

Las parroquias eran emblemáticas y tenían su cuota de concurrencia permanente. En consecuencia, se organizaban además de las procesiones barriales, (donde se decoraban las ventanas para recibir la bendición del sacerdote que encabezaba la caminata), las llamadas ventas económicas, generalmente a fin de año, donde la gente donaba objetos de todo tipo y allí, se revendían. Las utilidades, se volcaban en obras de beneficencia.

También se hacían rifas, y como no podía ser de otra manera, fue con un grupo de amigos, recorriendo todos los puestos de ventas, que en uno de ellos, Peter compró una rifa, y se la regaló a Karen. En realidad no sabían muy bien cual sería el premio, dado la algarabía que los rodeaba y tanta la felicidad que los embargaba.

De pronto, para su sorpresa, la vinieron a buscar. ¡Se había sacado el premio!

No lo podía creer, y además todo el mundo la felicitaba. Cuando fue a buscarlo, su sorpresa fue mayúscula. Se encontró con tres pollitos, que se los entregaron en una cajita de cartón, cerrada y con orificios en la parte superior.
Karen se fue muy contenta a su casa pero con cierta inquietud, que a medida que se acercaba se iba transformando en temor y miedo. En efecto, al igual que le sucedió a Peter, en su casa, no se acostumbraba a ser muy amables con los animales. Los argumentos, eran siempre los mismos: la falta de espacio, la suciedad que generaban, el costo, y en el caso de los perros, los ladridos que molestaban a los vecinos. Los únicos animales que se acostumbraban tener, eran pajaritos en sus jaulas o aves que estaban ubicados en gallineros de azotea, normalmente con varias gallinas y un gallo.

Así que con esas perspectivas, decidió esconder a los pollitos en el zaguán de su casa y esperar las reacciones que surgirían recién al día siguiente.

Es cierto que no había ningún espacio adecuado en su casa para albergar a los pollitos.

Pero el temor mayor que la acosaba y no la dejo dormir en toda la noche, fueron los recuerdos de cómo la gente mayor trataba a los pollos y a las gallinas.

Entonces lo que hizo fue levantarse de su cama, y sigilosamente camino hasta el zaguán para observar los pollitos dentro de la caja. Ellos parecían jugar dentro de aquella cajita, como si fuera su mundo, pero de pronto, como los niños, se pusieron contentos y piaron y corrieron, razón por la cual y muy a pesar suyo no tuvo mas remedio que poner punto final a su alegría y cerrar la caja para que no se despertaran sus padres.

De regreso a su habitación, se detuvo en el baño, entró y observó con detención, la bañera. Cerrando los ojos, recordó cuando se adquiría un ave simplemente, en la puerta de la casa. El vendedor traía a varias juntas, agarrándolos de las patas como si se tratara de un macabro ramo de flores con vida, mientras los animales aleteaban desesperadamente para enderezarse y retornar a su posición natural.

Después de ver uno por uno, se seleccionaba el que parecía tener mejor aspecto, y se quedaban con él. Su posición normal, el ave la lograba recién cuando era introducida en la bañera, que oficiaba de gallinero alternativo. Ahí se engordaba de manera intensiva al animal durante unos días, y por lógica, mientras tanto, nadie en la casa se bañaba.

Hasta que llegaba el momento crítico: la última vez le tocó a Karen ver el sacrificio de una gallina. Y como esta faena era realizada por manos inexpertas, el espectáculo era cruel, atroz, debido a que la muerte no era instantánea, y se veía como el animal agonizaba, hecho este que resulta ser de las imágenes que mas huellas profundas puede dejar en el alma.

Karen decidió volver a su cama y pensando con profundidad sobre lo que le había tocado vivir: el ver morir con crueldad a una gallina y que le tocaran en suerte tres pollitos en un sorteo. Sin duda alguna, eso no era casualidad. Un Ángel le había enviado los hijitos de la gallina, para que ella, Karen, testigo del funesto espectáculo, de la muerte de la madre, cuidara a sus bebes.

Y con esa idea feliz, se durmió con una sonrisa. Cuando se despertó, su madre ya estaba levantada y la primera pregunta que le hizo fue de donde había sacado a los pollitos. Mientras le trataba de explicar la maravillosa experiencia que le tocaba vivir, el haber sido tocada por la mano de un milagroso Ángel, su madre la interrumpió, indicándole, que por suerte tenía una amiga, que había aceptado a los animales y ya su padre se había encargado de llevárselos.

Karen se fue en silencio a su cuarto y lloró desconsoladamente. Luego, reflexionó entonces sobre el protocolo de la bendición del hogar y sus ocupantes, toda vez que pasaba el párroco y la procesión por la puerta de su casa. Aparentemente, en la bendición, no se incluía el evitar que los niños vieran espectáculos dolorosos, que le quitaran lo que estimaban, sin explicaciones, sin despedida alguna, pero por sobre todas las cosas, que le quitaran la vida de esa manera. Porque, sin duda alguna, ¡era una vida! ¡El ave se resistía a morir!

¿Dónde habrían ido a parar esos graciosos animalitos? ¿Por qué razón, la parroquia organizaba un evento donde se rifaban animales, si la bendición y la piedad que patrocinaban, jamás los iba a alcanzar?

¿Cómo se puede ser indiferente ante el dolor, el sufrimiento y la agonía de un ser vivo? ¿Es que acaso no es lo que muchos de nosotros, los seres humanos, sentiremos al morir, nosotros o alguno de nuestros seres mas queridos? ¿Es acaso ético, crear seres con la única finalidad de alimentarnos, y para ello verlos sufrir, torturados hasta la muerte?

Karen se hizo todas estas preguntas, y también se las hizo a Peter, su amigo.

Pero no encontraron respuesta. Repitieron las preguntas a sus padres y hasta al párroco, quienes les explicaron que los animales servían para alimentar a los seres humanos, a pesar de esgrimir el argumento del Ángel piadoso que le había confiado los tres pollitos a ella.

Sin embargo, nadie les pudo explicar, el porque si esos animales existían solo para ser utilizados como alimento de los seres humanos, habían sido creados para que también sintieran dolor, miedo, incomodidad, placer, y padecieran los sufrimientos de una muerte cruel.

No fue necesario que pasaron muchos años para que Karen y Peter entendieran que todo animal, humano o no humano es un ser sintiente, pero el hombre, además de poseer la mayor dosis de hipocresía, es el depredador mayor que existe en el planeta Tierra.

Texto agregado el 28-07-2009, y leído por 475 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-08-2009 Muy buena reflexión y recuerdo. No es como dicen los mayores todo tiempo pasado fue mejor. Un abrazo flop
29-07-2009 Me encanto tu historia. Y asi son las cosas. Los pobres pollitos crecieron y despues fueron comidos por los humanos. Que de terror. Tambien un poco cruel porque la mascota de un pequeno.5* carolina52
28-07-2009 Ese es el ser humano, al menos a historia es de tiempos antiguos, no es que haya cambiado mucho la historia, buen texto******* JAGOMEZ
 
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