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Peter caminaba por la calle, en dirección a su casa. Era un día precioso, donde los árboles bordeando la calle, tejían su sombra sobre la vereda. Un perro se dirigía en dirección contraria. Se trataba de un perro vagabundo, diríamos del “bajo fondo”, con aspecto descuidado, caminando rápidamente, pero cuando lo vio, se quedó entreparado mirándolo lánguidamente como si fuera un mendigo pidiéndole algo para comer. Se trataba de un perro de porte mediano, negro, con una mancha blanca bajo el cuello.

Sin embargo al verle la cara, e imaginando que Peter nada le brindaría, siguió rápidamente su camino, hasta llegar al cordón de la vereda. Peter que se quedó parado y mirándole a ver adonde iba, se quedó sin respiración. ¿Cruzaría la calle y quizás lo atropellara un auto? Dio vuelta sobre sus pasos, y cuando estaba cerca del perro, este rápidamente se fue, sin que pasara nada.

Estas cosas le sucedían a menudo y no podía evitarlas. Cada vez que veía a un perro en situación de calle, su corazón se paralizaba y sufría al ver el desamparo que sufría el animal, y le dolía la indiferencia de la gente que pasaba al lado de ellos, sin dirigirle una mirada.

Deseaba ayudar a todos los animales en situación de calle, pero sentía cierta predilección por los perros, y no profundizaba demasiado en ello. Ya iba a la escuela y le molestaba un poco la falta de sensibilidad de sus compañeros sobre el tema. Lo trataban de tonto.

Siempre le pedía a sus padres que le permitieran tener un cachorro, pero eso, era una quimera. La casa era chica, y sus padres sostenían que para tener un animal había que tener fondo. Y no lo tenían.

Pero a su padre le gustaban muchísimo los pájaros, en especial una variedad que se llamaba "dorado", y que era mantenido en una pequeñísima jaula, “para que cantara mejor”. Realmente, era triste observar el pájaro, solo, aislado, corriendo de un lado a otro de la minúscula jaula, llorando en su prisión. Y mis padres decían que el doradito cantaba muy bien.

Un día el dorado apareció muerto en su jaula, y en su lugar trajeron un hermoso cardenal rojo. Recuerdo que tenía un canto triste, nostálgico, y otro canto más alegre, diferente, cuando yo le ponía alimento entre los barrotes.

Pero, con el tiempo, a mi madre le comenzó a cansar el canto del cardenal que comenzaba no bien amanecía. Por lo tanto, tapó la jaula con un mantel.

Como ésta medida no surtía el efecto deseado, llevó la jaula al zaguán de la casa y la colgó detrás de la puerta donde nunca recibiría luz.

Pero cuando yo me acercaba, cantaba como si me rindiera un homenaje.

La conmoción llegó el día que encontré la puerta de la jaula abierta y el cardenal ya no estaba en ella.

Culpé inmediatamente a mi madre, quien negó insistentemente que ella fuera la responsable. Lloré muchos días con gran desconsuelo. Lo busqué insistentemente mirando las ramas de los árboles cercanos. Pregunté a todos los vecinos.

Más tarde, dije para mis adentros. “Quizás fuera lo mejor que le hubiera podido pasar, porque un pájaro tiene alas, para volar, no para estar recluido en una triste prisión a oscuras. Nació para volar de rama en rama, formar sus nidos, vivir entre la naturaleza, chapucear en las aguas de un arroyo, no para ser nuestros esclavos. Y que es el egoísmo de los seres humanos, que condenan y se deleitan con el triste canto de un eterno prisionero.

No era solamente un consuelo. Era la madurez que me hacía comprender que los pájaros tienen cantos de libertad y cantos de prisioneros, de condenados, para siempre. Soñaba entonces que ya estarías volando libre en las alturas, sin que hubiera un ser que te robara tu libertad.

Y así, cada vez con más intensidad, sentía algo dentro de mí que se traducía en amor hacia esos seres tan sensibles, frágiles, y hermosos, que son mantenidos en cautiverio hasta su muerte.

Es que uno de los placeres más grandes del ser humano es ver a otros seres vivos, animales no humanos, presos. Eso los hace sentir más poderosos. Son muchos los que se deleitan, llevando a sus hijos a los zoológicos, y haciéndoles cómplices de esa forma de tortura desde niño.

O, por el contrario, llevando los niños a un circo donde los animales son obligados a realizar actos que no son propios de su naturaleza. ¿No es acaso una humillación hacia el más débil?
¿Cómo quieren esos padres educar a sus hijos para un futuro? ¿Son acaso buenas las cárceles?

La enseñanza, proviene de muchas fuentes: la familia, la escuela, los libros, la sociedad.

Texto agregado el 28-07-2009, y leído por 434 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-08-2009 Real compromiso con los animales, bien, emociona y mueve conciencias... margrave
29-07-2009 de verdad es preciosa tu historia. las aves deben estar libres por los aires, y en contacto con los suyos.5* carolina52
28-07-2009 Perdoname, esto no es un cuento. No reúne ninguna de las características del género. Apenas una reflexión y desde ya bastante trillada. minigabo
28-07-2009 Una buena esnseñanza en este estupendo texto********* JAGOMEZ
 
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