Lo vi comerse un cisne de cuello negro. Lo vi. Lo matò de un balazo de rifle. Escondido tras un ceibo viejo, agachado, Habìa estado esperando por horas. Le habìan dicho que allì, en el Rincòn de la Higuera habìa una bandada de cisnes de cuello negro. A poco de llegar al boliche se lo dijo el flaco Cirilo, que lo habìa invitado a tomar una en lo de Agapito. El, Cirilo, supo lo de los cisnes cuando estuvo con el negro Diaz, en la costa. Atracaban en el muelle de madera sus chalanas, recièn llegados, y el negro le dijo lo que habìa visto hacìa un par de horas. Una bandada de cisnes de cuello negro habìan bajado en la ensenada del Rincòn de la Higuera. Los diecinueve boyaban de aquì para allà, hundiendo sus picos, sus largos cuellos negros, en el barro del fondo, buscando-encontrando insectos para alimentarse. Diecinueve. Cuando venìan en viaje, una hembra habìa sido muerta por un disparo de escopeta.
Su pareja -designio implacable- no la sobrevivirìa por mucho tiempo.