OTREDAD
Los pobres, los que viven en la miseria, los miserables de nuestro país, los que nada tienen porque han perdido hasta la ilusión de llegar a tener algo digno para alimentarse, pareciera que poco a poco van dejado de ser la “otredad” en el contexto social mexicano. La tecnología al servicio de los medios de comunicación masivos los han incorporando a nuestra realidad.
Ahora ya sabemos dónde están, cómo viven, cómo y por qué mueren. Ya se pueden clasificar, cuantificar y hasta programar el número de sus nacimientos, como sucedió en las serranías del estado de Guerrero, cuando un gobierno federal en contubernio con el estatal implementó una campaña de esterilización masiva entre las mujeres indígenas de una etnia que sólo habían cometido el delito de ser los pobres de entre los más pobres.
Los paupérrimos, los que ahora ya tienen rostro y voz, pues en cada esquina de las grandes avenidas de las ciudades mexicanas los encontramos pidiendo limosna de una manera disfrazada aparentando vendernos algo, y que con nuestra indiferencia y la de los gobernantes los hemos integrado al paisaje urbano. En medio de su dolor espiritual y físico se han convertido en el nuevo folclore nacional, son la tristísima imagen viviente de un pasado que fue esplendoroso. A nuestros indígenas, la verdadera raza de bronce los hemos hecho “nuestros”, poco a poco han pasado a formar parte de la identidad de una clase social que tiende a unificarse en la pobreza extrema. Las señales macro y microeconómicas así lo indican.
Mientras que unos estratos, los de abajo, tienden a unificarse, la realidad nos indica que existe una otredad que jamás desaparecerá, la que forman aquellas familias que aparecen en las listas de la revista Forbes como los más ricos del mundo. Esta otredad tiene conciencia de su status, poder político y económico; por ello defenderá al costo de lo que sea el privilegio que han obtenido, aunque su existencia se constituya en una afrenta nacional.
Esta otredad que no tiene la culpa de haber nacido en la opulencia o que soslaya su culpabilidad de haber llegado a ella por lo medios que hayan sido, desde luego que defenderán hasta con los dientes ese privilegio. En medio de esta polarización entre millones de pobres y extremadamente pobres frente a unos cuantos cientos de potentados se debate el futuro del país. La mezquindad e indiferencia de unos y la sumisión y desesperanza de otros son el caldo de cultivo que presagia un futuro convulsionado.
De este espectro que pareciera agorero, surge el cuestionamiento: ¿De qué extremo de los opuestos surgirá la solución? Los millones y millones de pobres tomarán conciencia de la fuerza de su número y empujados por sus necesidades extremas no satisfechas como son alimentación, educación, bienestar social, salud, trabajo, entre otras tantas se unirán, confrontarán, lucharán y arrebatarán. O los de arriba, los ricos, los millonarios, los potentados, los gobernantes serviles finalmente se dejarán de hipocresías y darán la última vuelta a la tuerca y precipitarán el principio del fin.
La fuerza numérica de unos, de los que nada tienen, frente a la obcecada resistencia de los otros de no compartir algo de lo que le sobra, es lo que está en los extremos de la balanza. Y en medio de estas fuerzas contrapuestas permanecen silentes, indiferentes, medrosos, apoltronados en la comodidad los miles de burócratas, los universitarios, los pequeños y medianos comerciantes, los investigadores, los científicos, los intelectuales, los deportistas, los artistas y todos aquellos que vemos con ojos que no quieren ver, que escuchamos con oídos sordos los lamentos de los más pobres, el llanto quedo de los niños que no tienen fuerzas ya ni para llorar de hambre. Esta otredad diferente que sólo atina a tratar de defender y conservar las comodidades que disfrutan, el halago, la fama efímera, la banalidad, cuándo levantarán la voz para denunciar, para exigir por aquellos que ya se han cansado de pedir limosnas. Acaso se ha secado para siempre la tinta vigorosa, de destellos luminosos de los Zarco, Altamirano, de los Serdán. No aparecen por ningún lado las letras de los escritores de ahora, que con la fuerza de la verdad empiecen a motivar y despertar conciencias para inclinar la balanza de esta desigualdad social tan oprobiosa que padecemos los mexicanos.
Será acaso que las nueve musas canónicas en lo individual o en su conjunto, no alcanzan a inspirar a los escritores de la actualidad para que escriban del sufrimiento extremo de nuestros hermanos que mueren de a poco en la miseria. Será que Caliope “la de la bella voz”, no puede inspirar un grito desgarrador, estentóreo convertido en prosa que cuente de aquellos que se debaten en la marginación total. Acaso Talía “la del verdecer, florecer” no puede trasmitir su encanto para que de los poetas surjan versos armoniosos que traigan nuevas esperanzas para los olvidados de todos, hasta de Dios. Tendremos que esperar entonces a que Terpsícore concluya esta danza mortal y Urania cuando alcance la muerte a nuestros hermanos inspire a los viudos y viudas, a los huérfanos, a los que queden en soledad una resignación celestial. ¿A qué esperar tanto?
Jesús Octavio Contreras Severiano Sagitarion
México
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