Me levanté con un nudo en el estómago, pero era un nudo bueno esta vez. Rápidamente, más por miedo obsesivo a llegar tarde que por efectiva tardanza, dispuse mis prendas planchadísimas e impecables sobre la cama, me desnudé y metí a la ducha conciente de tener todos los datos necesarios impresos en mi cabeza, pero un poco insegura de que salieran oportunamente.
-Estos nervios son normales-pensé- son los que dan la adrenalina suficiente para el empujoncito, para que la palabra salga.
- ¡Sole!, ¿ estás lista?- gritó mi hermano desde el pasillo, meciendo la llave del auto con su mano.
- ¡Ya voy, Edu !- grité asegurándome por octava vez de que no tenía el cierre abierto
Nos subimos al auto y partimos rumbo a lo que a ratos me parecía mi muerte segura ¡ Diablos, estaba tan nerviosa!.
- ¿ Muy nerviosa, negra?- preguntó Edu. con una sonrisa de apoyo moral
- Mmmmh… más o menos, pero esperemos que no sea catastrófico- respondí tratando de parecer tranquila.
- Te va a ir bien, negrita- me calmó Edu. mientras me apretaba la mano.
Miraba los árboles desaparecer por los costados, la lluvia que atacaba a ratos el parabrisas.
Imaginaba a mi comisión, a cada uno de los ancianos que me examinarían ese día. Venían a mi mente ataviados con abrigos pesados, amparados bajo enormes paraguas de esos con muchas varillas, entrando a la facultad, riendo estruendosamente sin siquiera pensar en esta pobre estudiante pálida del miedo que a penas puede recordar en estos momentos cómo es que era reírse.
Me distraje de repente, me pareció ver un destello blanco, escuchar un estruendo terrible. ¿ Relámpago y trueno?. ¿ Era el relámpago el más rápido, cierto? ¿ O era al revés? ¡Ah, que importa! ¡ Examen, examen, examen!.
- Llegamos, negra- dijo Edu. Sorprendiéndome.
- Ya - dije -dame un beso para la buena suerte, ¿ Los papás sabían bien donde era, cierto? ¿ Los tatas también? Si te los pillas por ahí desorientados diles donde es porfa…yo voy a entrar al tiro- y casi en forma robótica, me bajé del auto.
Todo fue rápido: escuché mi nombre, expuse, respondí. Todo mi yo parecía estar concentrado en las preguntas y cada fibra de mí parecía apurarse a gritar la respuesta.
Salí vencedora, feliz.
Caminé orgullosa por el hall de la facultad haciendo sonar con fuerza los tacones. Miré a mi alrededor la sonrisas de mi familia y amigos, ¡ Qué dicha!...¡titulada y rodeada de mis seres queridos!.
Mi hermano Eduardo me miraba con sus ojillos simpáticos y sonreía, mi abuela lloraba de emoción sonándose estruendosamente la nariz, mi mamá casi sin contenerse se disponía a abalanzarse sobre mí con los brazos extendidos y yo, por su puesto, corrí a encontrarla.
Pero como el torero al toro, mi mamá, casi en el segundo en que le correspondía a su cuerpo llegar al mío para concretar el abrazo, se hizo a un lado y empezó a correr desenfrenadamente por el hall en todas direcciones. La miré y me reí, mi mamá siempre había sido media loca. Seguía corriendo, brazos extendidos, abrigo negro volando tras de ella, su pelo (¿negro también? ¡Bah! ¿ se tiñó el pelo mi mamá?) ondeaba empujado por la brisa autogenerada.
Seguía mi madre corriendo y yo estaba cada vez más inmersa en esa imagen. Simplemente no podía dejar de mirarla. Ahora su piel entera se había puesto negra y sus ojos habían engrandecido y tornado de un rojo escarlata…era tan hermosa, tan hermosa. Iba y venía, era hermosa…hermosa.
- Doctor, ¿entonces se va a quedar así para siempre?-
- Mire Eduardo, no le puedo mentir. La situación de su hermana es grave, hay lesiones cerebrales severas, así que…-
- ¡ Es todo mi culpa! ¡ Mi culpa, mi culpa!-
- Eduardo, no se altere, cálmese. Afortunadamente su hermana está viva y ud. también. Pudo haber sido mucho peor. Aproveche que está ahí sentadita y vaya a hablarle, ella lo necesita.-
Sentada en una silla fuera de la habitación 304, Soledad sonreía encantada de la vida. Un hilillo de baba corría por su barbilla y sus ojos rodaban como locos de un punto a otro, persiguiendo algo…aparentemente una mosca.
- Hola Sole, ¿ Cómo estás?- dijo Eduardo con lágrimas asomándose.
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