Le tenías miedo a la oscuridad
a la madrugada en las calles
a los enigmas y misterios del anochecer,
de no ser por mí
jamás hubieras salido
a caminar por ahí sola.

Atentos para tus historias mis oídos
como si trataran de revelaciones bíblicas
horadando el destino junto a ti
todo mi ser estando contigo
incluso mi brazo
dispuesto a protegerte en cada instante
mi corazón inamovible
tú conmigo
y yo para ti cualquier cosa.

Lluvia fuerte, intensa, melancólica
y yo gélido, pétreo
resquebrajado como el hielo
como el granizo que lentamente cae.

Y ahora este día cualquiera
deambulando por vitrinas
rotativos y “yoins”
este otro puto día mustio
más gris que el anterior
día cualquiera
de postes, mostradores y neón
día cualquiera en que tus frases y tu rostro
me azotan la conciencia
podrida entre más y más recuerdos.

Expulsarte, no pensarte
y maldecirte en cada respiro
odiando tu falta
tu compañía en tardes vacías
soporíferas
después de revolcarnos
la televisión
el velador a un lado
y tus pensamientos en edén
con tu clásica esperanza
requete recontra aprendida
de mejores días que vendrían.

Galopando de trastornos
de sueños dislocados
de ilusiones y castillos
transplantados hacia el firmamento,
saturándonos de perpetuas aventuras
de la extravagante alineación
de creernos Bonnie and Clyde
o Sid and Nancy,
de mirar con vista esquiva
siempre de reojo
bencineras y jardines infantiles
licorerías y bancos
cuando al final no había
más que muñecas de plástico
y sucuchos mugrientos
de motel barato
entre nuestras manos
y apariencias
de vagabundos miserables.

No hubo adiós ni explicaciones
solo este abandono cruel
despiadado
en que me dejaste
cuando creía
formar parte de tu vida
cuando escuchaba atento tus historias
como si trataran de revelaciones bíblicas.