Canto general
Pablo Neruda
- I -
La lámpara en la tierra [9]
Amor América (1400)
Antes que la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno 5
sin nombre todavía, las pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana. 10
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento 15
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.
No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje 20
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.
Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas 25
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío, 30
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma. [10]
Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije: 35
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre llores zapotecas
y dulce era la luz como un venado, 40
y era la sombra como un párpado verde.
Tierra mía sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada 45
palabra aún no nacida de mi boca. [11]
Vegetaciones
A las tierras sin nombres y sin números
bajaba el viento desde otros dominios,
traía la lluvia hilos celestes,
y el dios de los altares impregnados
devolvía las flores y las vidas. 5
En la fertilidad crecía el tiempo.
El jacarandá elevaba espuma
hecha de resplandores transmarinos,
la araucaria de lanzas erizadas
era la magnitud contra la nieve, 10
el primordial árbol caoba
desde su copa destilaba sangre,
y al Sur de los alerces,
el árbol trueno, el árbol rojo,
el árbol de la espina, el árbol madre, 15
el ceibo bermellón, el árbol caucho,
eran volumen terrenal, sonido,
eran territoriales existencias.
Un nuevo aroma propagado
llenaba, por los intersticios 20
de la tierra, las respiraciones
convertidas en humo y fragancia:
el tabaco silvestre alzaba
su rosal de aire imaginario.
Como una lanza terminada en fuego 25
apareció el maíz, y su estatura
se desgranó y nació de nuevo,
diseminó su harina, tuvo
muertos bajo sus raíces,
y, luego, en su cuna, miró 30
crecer los dioses vegetales.
Arruga y extensión diseminaba
la semilla del viento [12]
sobre las plumas de la cordillera
espesa luz de germen y pezones, 35
aurora ciega amamantada
por los ungüentos terrenales
de la implacable latitud lluviosa,
de las cerradas noches manantiales,
de las cisternas matutinas. 40
Y aún en las llanuras
como láminas de planeta,
bajo un fresco pueblo de estrellas,
rey de la hierba, el ombú detenía
el aire libre, el vuelo rumoroso 45
y montaba la pampa sujetándola
con su ramal de riendas y raíces.
América arboleda,
zarza salvaje entre los mares,
de polo a polo balanceabas, 50
tesoro verde, tu espesura.
Germinaba la noche
en ciudades de cáscaras sagradas,
en sonoras maderas,
extensas hojas que cubrían 55
la piedra germinal, los nacimientos.
Útero verde, americana
sabana seminal, bodega espesa,
una rama nació como una isla,
una hoja fue forma de la espada, 60
una flor fue relámpago y medusa,
un racimo redondeó su resumen,
una raíz descendió a las tinieblas.
II
Algunas bestias
Era el crepúsculo de la iguana.
Desde la arcoirisada crestería
su lengua como un dardo
se hundía en la verdura,
el hormiguero monacal pisaba 5
con melodioso pie la selva,
el guanaco fino como el oxígeno [13]
en las anchas alturas pardas
iba calzando botas de oro,
mientras la llama abría cándidos 10
ojos en la delicadeza
del mundo lleno de rocío.
Los monos trenzaban un hilo
interminablemente erótico
en las riberas de la aurora, 15
derribando muros de polen
y espantando el vuelo violeta
de las mariposas de Muzo.
Era la noche de los caimanes,
la noche pura y pululante 20
de hocicos saliendo del légamo,
y de las ciénagas soñolientas
un ruido opaco de armaduras
volvía al origen terrestre.
El jaguar tocaba las hojas 25
con su ausencia fosforescente,
el puma corre en el ramaje
como el fuego devorador
mientras arden en él los ojos
alcohólicos de la selva. 30
Los tejones rascan los pies
del río, husmean el nido
cuya delicia palpitante
atacarán con dientes rojos.
Y en el fondo del agua magna, 35
como el círculo de la tierra,
está la gigante anaconda
cubierta de barros rituales,
devoradora y religiosa.
III
Vienen los pájaros
Todo era vuelo en nuestra tierra.
Como gotas de sangre y plumas
los cardenales desangraban
el amanecer de Anáhuac.
El tucán era una adorable 5
caja de frutas barnizadas, [14]
el colibrí guardó las chispas
originales del relámpago
y sus minúsculas hogueras
ardían en el aire inmóvil. 10
Los ilustres loros llenaban
la profundidad del follaje
como lingotes de oro verde
recién salidos de la pasta
de los pantanos sumergidos, 15
y de sus ojos circulares
miraba una argolla amarilla,
vieja como los minerales.
Todas las águilas del cielo
nutrían su estirpe sangrienta 20
en el azul inhabitado,
y sobre las plumas carnívoras
volaba encima del mundo
el cóndor, rey asesino,
fraile solitario del cielo, 25
talismán negro de la nieve,
huracán de la cetrería.
La ingeniería del hornero
hacía del barro fragante
pequeños teatros sonoros 30
donde aparecía cantando.
El atajacaminos iba
dando su grito humedecido
a la orilla de los cenotes.
La torcaza araucana hacía 35
ásperos nidos matorrales
donde dejaba el real regalo
de sus huevos empavonados.
La loica del Sur, fragante,
dulce carpintera de otoño, 40
mostraba su pecho estrellado
de constelación escarlata,
y el austral chingolo elevaba
su flauta recién recogida
de la eternidad del agua. 45
Mas, húmedo como un nenúfar,
el flamenco abría sus puertas
de sonrosada catedral, [15]
y volaba como la aurora,
lejos del bosque bochornoso 50
donde cuelga la pedrería
del quetzal, que de pronto despierta,
se mueve, resbala y fulgura
y hace volar su brasa virgen.
Vuela una montaña marina 55
hacia las islas, una luna
de aves que van hacia el Sur,
sobre las islas fermentadas
del Perú.
Es un río vivo de sombra, 60
es un cometa de pequeños
corazones innumerables
que oscurecen el sol del mundo
como un astro de cola espesa
palpitando hacia el archipiélago. 65
Y en el final del iracundo
mar, en la lluvia del océano,
surgen las alas del albatros
como dos sistemas de sal,
estableciendo en el silencio, 70
entre las rachas torrenciales,
con su espaciosa jerarquía
el orden de las soledades.
IV
Los ríos acuden
Amada de los ríos, combatida
por agua azul y gotas transparentes,
como un árbol de venas es tu espectro
de diosa oscura que muerde manzanas:
al despertar desnuda entonces, 5
eras tatuada por los ríos,
y en la altura mojada tu cabeza
llenaba el mundo con nuevos rocíos.
Te trepidaba el agua en la cintura.
Eras de manantiales construida 10
y te brillaban lagos en la frente.
De tu espesura madre recogías [16]
el agua como lágrimas vitales,
y arrastrabas los cauces a la arena
a través de la noche planetaria, 15
cruzando ásperas piedras dilatadas,
rompiendo en el camino
toda la sal de la geología,
cortando bosques de compactos muros,
apartando los músculos del cuarzo. 20
Orinoco
Orinoco, déjame en tus márgenes
de aquella hora sin hora:
déjame como entonces ir desnudo,
entrar en tus tinieblas bautismales.
Orinoco de agua escarlata, 5
déjame hundir las manos que regresan
a tu maternidad, a tu transcurso,
río de razas, patria de raíces,
tu ancho rumor, tu lámina salvaje
viene de donde vengo, de las pobres 10
y altivas soledades, de un secreto
como una sangre, de una silenciosa
madre de arcilla.
Amazonas
Amazonas,
capital de las sílabas del agua,
padre patriarca, eres
la eternidad secreta
de las fecundaciones, 5
te caen ríos como aves, te cubren
los pistilos color de incendio,
los grandes troncos muertos te pueblan de perfume,
la luna no te puede vigilar ni medirte.
Eres cargado con esperma verde 10
como un árbol nupcial, eres plateado
por la primavera salvaje,
eres enrojecido de maderas,
azul entre la luna de las piedras,
vestido de vapor ferruginoso, 15
lento como un camino de planeta.
Tequendama
Tequendama, recuerdas
tu solitario paso en las alturas
sin testimonio, hilo
de soledades, voluntad delgada,
línea celeste, flecha de platino, 5 [17]
recuerdas paso y paso
abriendo muros de oro
hasta caer del cielo en el teatro
aterrador de la piedra vacía?
Bío-Bío
Pero háblame, Bío-Bío,
son tus palabras en mi boca
las que resbalan, tú me diste
el lenguaje, el canto nocturno
mezclado con lluvia y follaje. 5
Tú, sin que nadie mirara a un niño,
me contaste el amanecer
de la tierra, la poderosa
paz de tu reino, el hacha enterrada
con un ramo de flechas muertas, 10
lo que las hojas del canelo
en mil años te relataron,
y luego te vi entregarte al mar
dividido en bocas y senos,
ancho y florido, murmurando 15
una historia color de sangre.
V
Minerales
Madre de los metales, te quemaron,
te mordieron, te martirizaron,
te corroyeron, te pudrieron
más tarde, cuando los ídolos
ya no pudieron defenderte. 5
Lianas trepando hacia el cabello
de la noche selvática, caobas
formadoras del centro de las flechas,
hierro agrupado en el desván florido,
garra altanera de las conductoras 10
águilas de mi tierra,
agua desconocida, sol malvado,
ola de cruel espuma,
tiburón acechante, dentadura
de las cordilleras antárticas, 15
diosa serpiente vestida de plumas
y enrarecida por azul veneno,
fiebre ancestral inoculada
por migraciones de alas y de hormigas,
tembladerales, mariposas 20 [18]
de aguijón ácido, maderas
acercándose al mineral,
por qué el coro de los hostiles
no defendió el tesoro?
Madre de las piedras 25
oscuras que teñirían
de sangre tus pestañas!
La turquesa
de sus etapas, del brillo larvario
nacía apenas para las alhajas 30
del sol sacerdotal, dormía el cobre
en sus sulfúricas estratas,
y el antimonio iba de capa en capa
a la profundidad de nuestra estrella.
La hulla brillaba de resplandores negros 35
como el total reverso de la nieve,
negro hielo enquistado en la secreta
tormenta inmóvil de la tierra,
cuando un fulgor de pájaro amarillo
enterró las corrientes del azufre 40
al pie de las glaciales cordilleras.
El vanadio se vestía de lluvia
para entrar a la cámara del oro,
afilaba cuchillos el tungsteno
y el bismuto trenzaba 45
medicinales cabelleras.
Las luciérnagas equivocadas
aún continuaban en la altura,
soltando goteras de fósforo
en el surco de los abismos 50
y en las cumbres ferruginosas.
Son las viñas del meteoro,
los subterráneos del zafiro.
El soldadito en las mesetas
duerme con ropa de estaño. 55
El cobre establece sus crímenes
en las tinieblas insepultas
cargadas de materia verde,
y en el silencio acumulado
duermen las momias destructoras. 60
En la dulzura chibcha el oro
sale de opacos oratorios [19]
lentamente hacia los guerreros,
se convierte en rojos estambres,
en corazones laminados, 65
en fosforescencia terrestre,
en dentadura fabulosa.
Yo duermo entonces con el sueño
de una semilla, de una larva,
y las escalas de Querétaro 70
bajo contigo.
Me esperaron
las piedras de luna indecisa,
la joya pesquera del ópalo,
el árbol muerto en una iglesia
helada por las amatistas. 75
Cómo podías, Colombia oral,
saber que tus piedras descalzas
ocultaban una tormenta
de oro iracundo,
cómo, patria 80
de la esmeralda, ibas a ver
que la alhaja de muerte y mar,
el fulgor en su escalofrío,
escalaría las gargantas
de los dinastas invasores? 85
Eras pura noción de piedra,
rosa educada por la sal,
maligna lágrima enterrada,
sirena de arterias dormidas,
belladona, serpiente negra. 90
(Mientras la palma dispersaba
su columna en altas peinetas
iba la sal destituyendo
el esplendor de las montañas,
convirtiendo en traje de cuarzo 95
las gotas de lluvia en las hojas
y transmutando los abetos
en avenidas de carbón.)
Corrí por los ciclones al peligro
y descendí a la luz de 1a esmeralda, 100
ascendí al pámpano de los rubíes,
pero callé para siempre en la estatua
del nitrato extendido en el desierto.
Vi cómo en la ceniza [20]
del huesoso altiplano 105
levantaba el estaño
sus corales ramajes de veneno
hasta extender como una selva
la niebla equinoccial, hasta cubrir el sello
de nuestras cereales monarquías. 110
VI
Los hombres
Como la copa de la arcilla era
la raza mineral, el hombre
hecho de piedras y de atmósfera,
limpio como los cántaros, sonoro.
La luna amasó a los caribes, 5
extrajo oxígeno sagrado,
machacó flores y raíces.
Anduvo el hombre de las islas
tejiendo ramos y guirnaldas
de polymitas azufradas, 10
y soplando el tritón marino
en la orilla de las espumas.
El tarahumara se vistió de aguijones
y en la extensión del Noroeste
con sangre y pedernales creó el fuego, 15
mientras el universo iba naciendo
otra vez en la arcilla del tarasco:
los mitos de las tierras amorosas,
la exuberancia húmeda de donde
lodo sexual y frutas derretidas 20
iban a ser actitud de los dioses
o pálidas paredes de vasijas.
Como faisanes deslumbrantes
descendían los sacerdotes
de las escaleras aztecas. 25
Los escalones triangulares
sostenían el innumerable
relámpago de las vestiduras.
Y la pirámide augusta,
piedra y piedra, agonía y aire, 30
en su estructura dominadora
guardaba como una almendra [21]
un corazón sacrificado.
En un trueno como un aullido
caía la sangre por 35
las escalinatas sagradas.
Pero muchedumbre de pueblos
tejían la fibra, guardaban
el porvenir de las cosechas,
trenzaban el fulgor de la pluma, 40
convencían a la turquesa,
y en enredaderas textiles
expresaban la luz del mundo.
Mayas, habíais derribado
el árbol del conocimiento. 45
Con olor de razas graneras
se elevaban las estructuras
del examen y de la muerte,
y escrutabais en los cenotes,
arrojándoles novias de oro, 50
la permanencia de los gérmenes.
Chichén, tus rumores crecían
en el amanecer de la selva.
Los trabajos iban haciendo
la simetría del panal 55
en tu ciudadela amarilla,
y el pensamiento amenazaba
la sangre de los pedestales,
desmontaba el cielo en la sombra,
conducía la medicina, 60
escribía sobre las piedras.
Era el Sur un asombro dorado.
Las altas soledades
de Macchu Picchu en la puerta del cielo
estaban llenas de aceites y cantos, 65
el hombre había roto las moradas
de grandes aves en la altura,
y en el nuevo dominio entre las cumbres
el labrador tocaba las semillas
con sus dedos heridos por la nieve. 70
El Cuzco amanecía como un
trono de torreones y graneros
y era la flor pensativa del mundo
aquella raza de pálida sombra
en cuyas manos abiertas temblaban 75 [22]
diademas de imperiales amatistas.
Germinaba en las terrazas
el maíz de las altas tierras
y en los volcánicos senderos
iban los vasos y los dioses. 80
La agricultura perfumaba
el reino de las cocinas
y extendía sobre los techos
un manto de sol desgranado.
(Dulce raza, hija de sierras, 85
estirpe de torre y turquesa,
ciérrame los ojos ahora,
antes de irnos al mar
de donde vienen los dolores.)
Aquella selva azul era una gruta 90
y en el misterio de árbol y tiniebla
el guaraní cantaba como
el humo que sube en la tarde,
el agua sobre los follajes,
la lluvia en un día de amor, 95
la tristeza junto a los ríos.
En el fondo de América sin nombre
estaba Arauco entre las aguas
vertiginosas, apartado
por todo el frío del planeta. 100
Mirad el gran Sur solitario.
No se ve humo en la altura.
Sólo se ven los ventisqueros
y el vendaval rechazado
por las ásperas araucarias. 105
No busques bajo el verde espeso
el canto de la alfarería.
Todo es silencio de agua y viento.
Pero en las hojas mira el guerrero.
Entre los alerces un grito. 110
Unos ojos de tigre en medio
de las alturas de la nieve.
Mira las lanzas descansando.
Escucha el susurro del aire [23]
atravesado por las flechas. 115
Mira los pechos y las piernas
y las cabelleras sombrías
brillando a la luz de la luna.
Mira el vacío de los guerreros.
No hay nadie. Trina la diuca 120
como el agua en la noche pura.
Cruza el cóndor su vuelo negro.
No hay nadie. ¿Escuchas? Es el paso
del puma en el aire y las hojas.
No hay nadie. Escucha. Escucha el árbol, 125
escucha el árbol araucano.
No hay nadie. Mira las piedras.
Mira las piedras de Arauco.
No hay nadie, sólo son los árboles.
Sólo son las piedras, Arauco. 130 [25]
- II -
Alturas del Macchu Picchu [27]
I
Del aire al aire, como una red vacía,
iba yo entre las calles y la atmósfera, llegando y despidiendo,
en el advenimiento del otoño la moneda extendida
de las hojas, y entre la primavera y las espigas,
lo que el más grande amor, como dentro de un guante 5
que cae, nos entrega como una larga luna.
(Días de fulgor vivo en la intemperie
de los cuerpos: aceros convertidos
al silencio del ácido:
noches deshilachadas hasta la última harina: 10
estambres agredidos de la patria nupcial.)
Alguien que me esperó entre los violines
encontró un mundo como una torre enterrada
hundiendo su espiral más abajo de todas
las hojas de color de ronco azufre: 15
más abajo, en el oro de la geología,
como una espada envuelta en meteoros,
hundí la mano turbulenta y dulce
en lo más genital de lo terrestre.
Puse la frente entre las olas profundas, 20
descendí como gota entre la paz sulfúrica,
y, como un ciego, regresé al jazmín
de la gastada primavera humana.
II
Si la flor a la flor entrega el alto germen
y la roca mantiene su flor diseminada 25
en su golpeado traje de diamante y arena, [28]
el hombre arruga el pétalo de la luz que recoge
en los determinados manantiales marinos
y taladra el metal palpitante en sus manos.
Y pronto, entre la ropa y el humo, sobre la mesa hundida 30
como una barajada cantidad, queda el alma:
cuarzo y desvelo, lágrimas en el océano
como estanques de frío: pero aún
mátala y agonízala con papel y con odio,
sumérgela en la alfombra cotidiana, desgárrala 35
entre las vestiduras hostiles del alambre.
No: por los corredores, aire, mar o caminos,
quién guarda sin puñal (como las encarnadas
amapolas) su sangre? La cólera ha extenuado
la triste mercancía del vendedor de seres, 40
y, mientras en la altura del ciruelo, el rocío
desde mil años deja su carta transparente
sobre la misma rama que lo espera, oh corazón, oh frente
triturada
entre las cavidades del otoño:
Cuántas veces en las calles de invierno de una ciudad o en 45
un autobús o un barco en el crepúsculo, o en la soledad
más espesa, la de la noche de fiesta, bajo el sonido
de sombras y campanas, en la misma gruta del placer humano,
me quise detener a buscar la eterna veta insondable
que antes toqué en la piedra o en el relámpago que el beso
desprendía.
50
(Lo que en el cereal como una historia amarilla
de pequeños pechos preñados va repitiendo un número
que sin cesar es ternura en las capas germinales,
y que, idéntica siempre, se desgrana en marfil
y lo que en el agua es patria transparente, campana 55
desde la nieve aislada hasta las olas sangrientas.)
No pude asir sino un racimo de rostros o de máscaras
precipitadas, como anillos de oro vacío,
como ropas dispersas hijas de un otoño rabioso
que hiciera temblar el miserable árbol de las razas asustadas. 60 [29]
No tuve sitio donde descansar la mano
y que, corriente como agua de manantial encadenado,
o firme como grumo de antracita o cristal,
hubiera devuelto el calor o el frío de mi mano extendida.
Qué era el hombre? En qué parte de su conversación abierta 65
entre los almacenes y los silbidos, en cuál de sus movimientos
metálicos
vivía lo indestructible, lo imperecedero, la vida?
III
El ser como el maíz se desgranaba en el inacabable
granero de los hechos perdidos, de los acontecimientos
miserables, del uno al siete, al ocho, 70
y no una muerte, sino muchas muertes llegaba a cada uno:
cada día una muerte pequeña, polvo, gusano, lámpara
que se apaga en el lodo del suburbio, una pequeña muerte de
alas gruesas
entraba en cada hombre como una corta lanza
y era el hombre asediado del pan o del cuchillo, 75
el ganadero: el hijo de los puertos, o el capitán oscuro del
arado,
o el roedor de las calles espesas:
todos fallecieron esperando su muerte, su corta muerte diaria:
y su quebranto aciago de cada día era
como una copa negra que bebían temblando. 80
IV
La poderosa muerte me invitó muchas veces:
era como la sal invisible en las olas,
y lo que su invisible sabor diseminaba
era como mitades de hundimientos y altura
o vastas construcciones de viento y ventisquero. 85 [30]
Yo al férreo filo vine, a la angostura
del aire, a la mortaja de agricultura y piedra,
al estelar vacío de los pasos finales
y a la vertiginosa carretera espiral:
pero, ancho mar, ¡oh muerte!, de ola en ola no vienes, 90
sino como un galope de claridad nocturna
o como los totales números de la noche.
Nunca llegaste a hurgar en el bolsillo, no era
posible tu visita sin vestimenta roja:
sin auroral alfombra de cercado silencio: 95
sin altos o enterrados patrimonios de lágrimas.
No pude amar en cada ser un árbol
con su pequeño otoño a cuestas (la muerte de mil hojas),
todas las falsas muertes y las resurrecciones
sin tierra, sin abismo: 100
quise nadar en las más anchas vidas,
en las más sueltas desembocaduras,
y cuando poco a poco el hombre fue negándome
y fue cerrando paso y puerta para que no tocaran
mis manos manantiales su inexistencia herida, 105
entonces fui por calle y calle y río y río,
y ciudad y ciudad y cama y cama,
y atravesó el desierto mi máscara salobre,
y en las últimas casas humilladas, sin lámpara, sin fuego,
sin pan, sin piedra, sin silencio, solo, 110
rodé muriendo de mi propia muerte.
V
No eres tú, muerte grave, ave de plumas férreas,
la que el pobre heredero de las habitaciones
llevaba entre alimentos apresurados, bajo la piel vacía:
era algo, un pobre pétalo de cuerda exterminada: 115
un átomo del pecho que no vino al embate
o el áspero rocío que no cayó en la frente.
Era lo que no pudo renacer, un pedazo
de la pequeña muerte sin paz ni territorio:
un hueso, una campana que morían en él. 120
Yo levanté las vendas del yodo, hundí las manos
en los pobres dolores que mataban la muerte,
y no encontré en la herida sino una racha fría
que entraba por los vagos intersticios del alma. [31]
VI
Entonces en la escala de la tierra he subido 125
entre la atroz maraña de las selvas perdidas
hasta ti, Macchu Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares,
por fin morada del que lo terrestre
no escondió en las dormidas vestiduras. 130
En ti, como dos líneas paralelas,
la cuna del relámpago y del hombre
se mecían en un viento de espinas.
Madre de piedra, espuma de los cóndores.
Alto arrecife de la aurora humana. 135
Pala perdida en la primera arena.
Esta fue la morada, este es el sitio:
aquí los anchos granos del maíz ascendieron
y bajaron de nuevo como granizo rojo.
Aquí la hebra dorada salió de la vicuña 140
a vestir los amores, los túmulos, las madres,
el rey, las oraciones, los guerreros.
Aquí los pies del hombre descansaron de noche
junto a los pies del águila en las altas guaridas
carniceras, y en la aurora 145
pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida
y tocaron las tierras y las piedras
hasta reconocerlas en la noche o la muerte.
Miro las vestiduras y las manos,
el vestigio del agua en la oquedad sonora, 150
la pared suavizada por el tacto de un rostro
que miró con mis ojos las lámparas terrestres,
que aceitó con mis manos las desaparecidas
maderas: porque todo, ropaje, piel, vasijas,
palabras, vino, panes, 155
se fue, cayó a la tierra.
Y el aire entró con dedos
de azahar sobre todos los dormidos: [32]
mil años de aire, meses, semanas de aire,
de viento azul, de cordillera férrea, 160
que fueron como suaves huracanes de pasos
lustrando el solitario recinto de la piedra.
VII
Muertos de un solo abismo, sombras de una hondonada,
la profunda, es así como al tamaño
de vuestra magnitud 165
vino la verdadera, la más abrasadora
muerte y desde las rocas taladradas,
desde los capiteles escarlata,
desde los acueductos escalares
os desplomasteis corto en un otoño 170
en una sola muerte.
Hoy el aire vacío ya no llora,
ya no conoce vuestros pies de arcilla,
ya olvidó vuestros cántaros que filtraban el cielo
cuando lo derramaban los cuchillos del rayo, 175
y el árbol poderoso fue comido
por la niebla, y cortado por la racha.
Él sostuvo una mano que cayó de repente
desde la altura hasta el final del tiempo.
Ya no sois, manos de araña, débiles 180
hebras, tela enmarañada:
cuanto fuisteis cayó: costumbres, sílabas
raídas, máscaras de luz deslumbradora.
Pero una permanencia de piedra y de palabra:
la ciudad como un vaso se levantó en las manos 185
de todos, vivos, muertos, callados, sostenidos
de tanta muerte, un muro, de tanta vida un golpe
de pétalos de piedra: la rosa permanente, la morada:
este arrecife andino de colonias glaciales.
Cuando la mano de color de arcilla 190
se convirtió en arcilla, y cuando los pequeños párpados se
cerraron
llenos de ásperos muros, poblados de castillos,
y cuando todo el hombre se enredó en su agujero,
quedó la exactitud enarbolada: [33]
el alto sitio de la aurora humana: 195
la más alta vasija que contuvo el silencio:
una vida de piedra después de tantas vidas.
VIII
Sube conmigo, amor americano.
Besa conmigo las piedras secretas.
La plata torrencial del Urubamba 200
hace volar el polen a su copa amarilla.
Vuela el vacío de la enredadera,
la planta pétrea, la guirnalda dura
sobre el silencio del cajón serrano.
Ven, minúscula vida, entre las alas 205
de la tierra, mientras -cristal y frío, aire golpeado
apartando esmeraldas combatidas,
oh, agua salvaje, bajas de la nieve.
Amor, amor, hasta la noche abrupta,
desde el sonoro pedernal andino, 210
hacia la aurora de rodillas rojas,
contempla el hijo ciego de la nieve.
Oh, Wilkamayu de sonoros hilos,
cuando rompes tus truenos lineales
en blanca espuma, como herida nieve, 215
cuando tu vendaval acantilado
canta y castiga despertando al cielo,
qué idioma traes a la oreja apenas
desarraigada de tu espuma andina?
Quién apresó el relámpago del frío 220
y lo dejó en la altura encadenado,
repartido en sus lágrimas glaciales,
sacudido en sus rápidas espadas,
golpeando sus estambres aguerridos,
conducido en su cama de guerrero, 225
sobresaltado en su final de roca?
Qué dicen tus destellos acosados?
Tu secreto relámpago rebelde [34]
antes viajó poblado de palabras?
Quién va rompiendo sílabas heladas, 230
idiomas negros, estandartes de oro,
bocas profundas, gritos sometidos,
en tus delgadas aguas arteriales?
Quién va cortando párpados florales
que vienen a mirar desde la tierra? 235
Quién precipita los racimos muertos
que bajan en tus manos de cascada
a desgranar su noche desgranada
en el carbón de la geología?
Quién despeña la rama de los vínculos? 240
Quién otra vez sepulta los adioses?
Amor, amor, no toques la frontera,
ni adores la cabeza sumergida:
deja que el tiempo cumpla su estatura
en su salón de manantiales rotos, 245
y, entre el agua veloz y las murallas,
recoge el aire del desfiladero,
las paralelas láminas del viento,
el canal ciego de las cordilleras,
el áspero saludo del rocío, 250
y sube, flor a flor, por la espesura,
pisando la serpiente despeñada.
En la escarpada zona, piedra y bosque,
polvo de estrellas verdes, selva clara,
Mantur estalla como un lago vivo 255
o como un nuevo piso del silencio.
Ven a mi propio ser, al alba mía,
hasta las soledades coronadas.
El reino muerto vive todavía.
Y en el Reloj la sombra sanguinaria 260
del cóndor cruza como una nave negra. [35]
IX
Águila sideral, viña de bruma.
Bastión perdido, cimitarra ciega.
Cinturón estrellado, pan solemne.
Escala torrencial, párpado inmenso. 265
Túnica triangular, polen de piedra.
Lámpara de granito, pan de piedra.
Serpiente mineral, rosa de piedra.
Nave enterrada, manantial de piedra.
Caballo de la luna, luz de piedra. 270
Escuadra equinoccial, vapor de piedra.
Geometría final, libro de piedra.
Témpano entre las ráfagas labrado.
Madrépora del tiempo sumergido.
Muralla por los dedos suavizada. 275
Techumbre por las plumas combatida.
Ramos de espejo, bases de tormenta.
Tronos volcados por la enredadera.
Régimen de la garra encarnizada.
Vendaval sostenido en la vertiente. 280
Inmóvil catarata de turquesa.
Campana patriarcal de los dormidos.
Argolla de las nieves dominadas.
Hierro acostado sobre sus estatuas.
Inaccesible temporal cerrado. 285
Manos de puma, roca sanguinaria.
Torre sombrera, discusión de nieve.
Noche elevada en dedos y raíces.
Ventanas de las nieblas, paloma endurecida.
Planta nocturna, estatua de los truenos. 290
Cordillera esencial, techo marino.
Arquitectura de águilas perdidas.
Cuerda del cielo, abeja de la altura.
Nivel sangriento, estrella construida.
Burbuja mineral, luna de cuarzo. 295
Serpiente andina, frente de amaranto.
Cúpula del silencio, patria pura.
Novia del mar, árbol de catedrales.
Ramo de sal, cerezo de alas negras.
Dentadura nevada, trueno frío. 300
Luna arañada, piedra amenazante.
Cabellera del frío, acción del aire.
Volcán de manos, catarata oscura.
Ola de plata, dirección del tiempo. [36]
X
Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo? 305
Aire en el aire, el hombre, dónde estuvo?
Tiempo en el tiempo, el hombre, dónde estuvo?
Fuiste también el pedacito roto
del hombre inconcluso, de águila vacía
que por las calles de hoy, que por las huellas, 310
que por las hojas del otoño muerto
va machacando el alma hasta la tumba?
La pobre mano, el pie, la pobre vida...
Loa días de la luz deshilachada
en ti, como la lluvia 315
sobre las banderillas de la fiesta,
dieron pétalo a pétalo de su alimento oscuro
en la boca vacía?
Hambre, coral del hombre,
hambre, planta secreta, raíz de los leñadores,
hambre, subió tu raya de arrecife 320
hasta estas altas torres desprendidas?
Yo te interrogo, sal de los caminos,
muéstrame la cuchara, déjame, arquitectura,
roer con un palito los estambres de piedra,
subir todos los escalones del aire hasta el vacío, 325
rascar la entraña hasta tocar el hombre.
Macchu Picchu, pusiste
piedras en la piedra, y en la base, harapo?
Carbón sobre carbón, y en el fondo la lágrima?
Fuego en el oro, y en él, temblando el rojo 330
goterón de la sangre?
Devuélveme el esclavo que enterraste!
Sacude de las tierras el pan duro
del miserable, muéstrame los vestidos
del siervo y su ventana. 335
Dime cómo durmió cuando vivía.
Dime si fue su sueño
ronco, entreabierto, como un hoyo negro
hecho por la fatiga sobre el muro.
El muro, el muro! Si sobre su sueño 340
gravitó cada piso de piedra, y si cayó bajo ella
como bajo una luna, con el sueño!
Antigua América, novia sumergida,
también tus dedos, [37]
al salir de la selva hacia el alto vacío de los dioses, 345
bajo los estandartes nupciales de la luz y el decoro,
mezclándose al trueno de los tambores y de las lanzas,
también, también tus dedos,
los que la rosa abstracta y la línea del frío, los
que el pecho sangriento del nuevo cereal trasladaron 350
hasta la tela de materia radiante, hasta las duras cavidades,
también, también, América enterrada, guardaste en lo más bajo,
en el amargo intestino, como un águila, el hambre?
XI
A través del confuso esplendor,
a través de la noche de piedra, déjame hundir la mano 355
y deja que en mí palpite, como un ave mil años prisionera,
el viejo corazón del olvidado!
Déjame olvidar hoy esta dicha, que es más ancha que el mar,
porque el hombre es más ancho que el mar y que sus islas,
y hay que caer en él como en u n pozo para salir del fondo 360
con un ramo de agua secreta y de verdades sumergidas.
Déjame olvidar, ancha piedra, la proporción poderosa,
la trascendente medida, las piedras del panal,
y de la escuadra déjame hoy resbalar
la mano sobre la hipotenusa de áspera sangre y cilicio. 365
Cuando, como una herradura de élitros rojos, el cóndor
furibundo
me golpea las sienes en el orden del vuelo
y el huracán de plumas carniceras barre el polvo sombrío
de las escalinatas diagonales, no veo a la bestia veloz,
no veo el ciego ciclo de sus garras, 370
veo el antiguo ser, servidor, el dormido
en los campos, veo un cuerpo, mil cuerpos, un hombre, mil
mujeres,
bajo la racha negra, negros de lluvia y noche,
con la piedra pesada de la estatua:
Juan Cortapiedras, hijo de Wiracocha, 375
Juan Comefrío, hijo de estrella verde,
Juan Piesdescalzos, nieto de la turquesa,
sube a nacer conmigo, hermano. [38]
XII
Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda 380
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados. 385
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas: 390
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados. 395
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis 400
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado. 405
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche,
como si yo estuviera con vosotros anclado, 410
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos, 415
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza. [39]
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes. 420
Apagadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre.
[41]
- III -
Los conquistadores[43]
¡Ccollanan Pachacutec! ¡Ricuy
anceacunac yahuarniy richacaucuta!
TUPAC AMARU![45]
I
Vienen por las islas (1493)
Los carniceros desolaron las islas.
Guanahaní fue la primera
en esta historia de martirios.
Los hijos de la arcilla vieron rota
su sonrisa, golpeada 5
su frágil estatura de venados,
y aún en la muerte no entendían.
Fueron amarrados y heridos,
fueron quemados y abrasados,
fueron mordidos y enterrados. 10
Y cuando el tiempo dio su vuelta de vals
bailando en las palmeras,
el salón verde estaba vacío.
Sólo quedaban huesos
rígidamente colocados 15
en forma de cruz, para mayor
gloria de Dios y de los hombres.
De las gredas mayorales
y el ramaje de Sotavento
hasta las agrupadas coralinas 20
fue cortando el cuchillo de Narváez.
Aquí la cruz, aquí el rosario,
aquí la Virgen del Garrote.
La alhaja de Colón, Cuba fosfórica,
recibió el estandarte y las rodillas 25
en su arena mojada.
II
Ahora es Cuba
Y luego fue la sangre y la ceniza.
Después quedaron las palmeras solas. [46]
Cuba, mi amor, te amarraron al potro,
te cortaron la cara,
te apartaron las piernas de oro pálido, 5
te rompieron el sexo de granada,
te atravesaron con cuchillos,
te dividieron, te quemaron.
Por los valles de la dulzura
bajaron los exterminadores, 10
y en los altos mogotes la cimera
de tus hijos se perdió en la niebla,
pero allí fueron alcanzados
uno a uno hasta morir,
despedazados en el tormento 15
sin su tierra tibia de flores
que huía bajo sus plantas.
Cuba, mi amor, qué escalofrío
te sacudió de espuma a espuma,
hasta que te hiciste pureza, 20
soledad, silencio, espesura,
y los huesitos de tus hijos
se disputaron los cangrejos.
III
Llegan al mar de México (1519)
A Veracruz va el viento asesino.
En Veracruz desembarcaron los caballos.
Las barcas van apretadas de garras
y barbas rojas de Castilla.
Son Arias, Reyes, Rojas, Maldonados, 5
hijos del desamparo castellano,
conocedores del hambre en invierno
y de los piojos en los mesones.
Qué miran acodados al navío?
Cuánto de lo que viene y del perdido 10
pasado, del errante
ciento feudal en la patria azotada?
No salieron de los puertos del Sur
a poner las manos del pueblo
en el saqueo y en la muerte: 15
ellos ven verdes tierras, libertades, [47]
cadenas rotas, construcciones,
y desde el barco, las olas que se extinguen
sobre las costas de compacto misterio.
Irían a morir o a revivir detrás 20
de las palmeras, en el aire caliente
que, como un horno extraño, la total bocanada
hacia ellos dirigen las tierras quemadoras?
Eran pueblo, cabezas hirsutas de Montiel,
manos duras y rotas de Ucaña y Piedrahita, 25
brazos de herreros, ojos de niños
que miraban el sol terrible y las palmeras.
El hambre antigua de Europa, hambre como la cola
de un planeta mortal, poblaba el buque,
el hambre estaba allí, desmantelada, 30
errabunda hacha fría, madrastra
de los pueblos, el hambre echa los dados
en la navegación, sopla las velas:
«Más allá, que te como, más allá
que regresas 35
a la madre, al hermano, al Juez y al Cura,
a los inquisidores, al infierno, a la peste.
Más allá, más allá, lejos del piojo,
del látigo feudal, del calabozo,
de las galeras llenas de excremento.» 40
Y los ojos de Núñez y Bernales
clavaban en la ilimitada
luz del reposo,
una vida, otra vida,
la innumerable y castigada 45
familia de los pobres del mundo.
IV
Cortés
Cortés no tiene pueblo, es rayo frío,
corazón muerto en la armadura.
«Feraces tierras, mi Señor y Rey,
templos en que el oro, cuajado
está por manos del indio.» 5
Y avanza hundiendo puñales, golpeando
las tierras bajas, las piafantes [48]
cordilleras de los perfumes,
parando su tropa entre orquídeas
y coronaciones de pinos, 10
atropellando los jazmines,
hasta las puertas de Tlaxcala.
(Hermano aterrado, no tomes
como amigo al buitre rosado:
desde el musgo te hablo, desde 15
las raíces de nuestro reino.
Va a llover sangre mañana,
las lágrimas serán capaces
de formar nieblas, vapor, ríos,
hasta que derritas los ojos.) 20
Cortés recibe una paloma,
recibe un faisán, una cítara
de los músicos del monarca,
pero quiere la cámara del oro,
quiere otro paso, y todo cae 25
en las arcas de los voraces.
El Rey se asoma a los balcones:
«Es mi hermano», dice. Las piedras
del pueblo vuelan contestando,
y Cortés afila puñales 30
sobre los besos traicionados.
Vuelve a Tlaxcala, el viento ha traído
un sordo rumor de dolores.
V
Cholula
En Cholula los jóvenes visten
su mejor tela, oro y plumajes,
calzados para el festival
interrogan al invasor.
La muerte les ha respondido. 5
Miles de muertos allí están.
Corazones asesinados
que palpitan allí tendidos [49]
y que, en la húmeda sima que abrieron,
guardan el hilo de aquel día. 10
(Entraron matando a caballo,
cortaron la mano que daba
el homenaje de oro y flores,
cerraron la plaza, cansaron
los brazos hasta agarrotarse, 15
matando la flor del reinado,
hundiendo hasta el codo en la sangre
de mis hermanos sorprendidos.)
VI
Alvarado
Alvarado, con garras y cuchillos,
cayó sobre las chozas, arrasó
el patrimonio del orfebre,
raptó la rosa nupcial de la tribu,
agredió razas, predios, religiones, 5
fue la caja caudal de los ladrones,
el halcón clandestino de la muerte.
Hacia el gran río verde, el Papaloapan,
Río de Mariposas, fue más tarde
llevando sangre en su estandarte. 10
El grave río vio sus hijos
morir o sobrevivir esclavos,
vio arder en las hogueras junto al agua
raza y razón, cabezas juveniles.
Pero no se agotaron los dolores 15
como a su paso endurecido
hacia nuevas capitanías.
VII
Guatemala
Guatemala la dulce, cada losa
de tu mansión lleva una gota
de sangre antigua devorada
por el hocico de los tigres.
Alvarado machacó tu estirpe, 5
quebró las estelas astrales,
se revolcó en tus martirios. [50]
Y en Yucatán entró el obispo
detrás de los pálidos tigres.
Juntó la sabiduría 10
más profunda oída en el aire
del primer día del mundo,
cuando el primer maya escribió
anotando el temblor del río,
la ciencia del polen, la ira 15
de los Dioses del Envoltorio,
las migraciones a través
de los primeros universos,
las leyes de la colmena,
el secreto del ave verde, 20
el idioma de las estrellas,
secretos del día y la noche
cogidos en las orillas
del desarrollo terrenal!
VIII
Un obispo
El obispo levantó el brazo,
quemó en la plaza los libros
en nombre de su Dios pequeño
haciendo humo las viejas hojas
gastadas por el tiempo oscuro. 5
Y el humo no vuelve del cielo.
IX
La cabeza en el palo
Balboa, muerte y garra
llevaste a los rincones de la dulce
tierra central, y entre los perros
cazadores, el tuyo era tu alma:
Leoncico de belfo sangriento 5
recogió al esclavo que huía,
hundió colmillos españoles
en las gargantas palpitantes,
y de las uñas de los perros
salía la carne al martirio 10
y la alhaja caía en la bolsa. [51]
Malditos sean perro y hombre,
el aullido infame en la selva
original, el acecharte
paso del hierro y del bandido. 15
Maldita sea la espinosa
corona de la zarza agreste
que no saltó como un erizo
a defender la cuna invadida.
Pero entre los capitanea 20
sanguinarios se alzó en la sombra
la justicia de los puñales,
la acerba rama de la envidia.
Y al regreso estaba en medio
de tu camino el apellido 25
de Pedrarias como una soga.
Te juzgaron entre ladridos
de perros matadores de indios.
Ahora que mueres, oyes
el silencio puro, partido 30
por tus lebreles azuzados?
Ahora que mueres en las manos
de los torvos adelantados,
sientes el aroma dorado
del dulce reino destruido? 35
Cuando cortaron la cabeza
de Balboa, quedó ensartada
en un palo. Sus ojos muertos
descompusieron su relámpago
y descendieron por la lanza 40
en un goterón de inmundicia
que desapareció en la tierra.
X
Homenaje a Balboa
Descubridor, el ancho mar, mi espuma,
latitud de la luna, imperio del agua,
después de siglos te habla por boca mía.
Tu plenitud llegó antes de la muerte.
Elevaste hasta el ciclo la fatiga, 5 [52]
y de la dura noche de los árboles
te condujo el sudor hasta la orilla
de la suma del mar, del gran océano.
En tu mirada se hizo el matrimonio
de la luz extendida y del pequeño 10
corazón del hombre, se llenó una copa
antes no levantada, una semilla
de relámpagos llegó contigo
y un trueno torrencial llenó la tierra.
Balboa, capitán, qué diminuta 15
tu mano en la visera, misterioso
muñeco de la sal descubridora,
novio de la oceánica dulzura,
hijo del nuevo útero del mundo.
Por tus ojos entró como un galope 20
de azahares el olor oscuro
de la robada majestad marina,
cayó en tu sangre una aurora arrogante
hasta poblarte el alma, poseído!
Cuando volviste a las hurañas tierras, 25
sonámbulo del mar, capitán verde,
eras un muerto que esperaba
la tierra para recibir tus huesos.
Novio mortal, la traición cumplía.
No en balde por la historia 30
entraba el crimen pisoteando, el halcón devoraba
su nido, y se reunían las serpientes
atacándose con lenguas de oro.
Entraste en el crepúsculo frenético
y los perdidos pasos que llevabas, 35
aún empapado por las profundidades,
vestido de fulgor y desposado
por la mayor espuma, te traían
a las orillas de otro mar: la muerte. [53]
XI
Duerme un soldado
Extraviado en los límites espesos
llegó el soldado. Era total fatiga
y cayó entre las lianas y las hojas,
al pie del Gran Dios emplumado:
éste 5
estaba solo con su mundo apenas
surgido de la selva.
Miró al soldado
extraño nacido del océano.
Miró sus ojos, su barba sangrienta,
su espada, el brillo negro 10
de la armadura, el cansancio caído
como la bruma sobre esa cabeza
de niño carnicero.
Cuántas zonas
de oscuridad para que el Dios de Pluma 15
naciera y enroscara su volumen
sobre los bosques, en la piedra rosada,
cuánto desorden de aguas locas
y de noche salvaje, el desbordado
cauce de la luz sin nacer, el fermento rabioso 20
de las vidas, la destrucción, la harina
de la fertilidad y luego el orden,
el orden de la planta y de la secta,
la elevación de las rocas cortadas,
el humo de las lámparas rituales, 25
la firmeza del suelo para el hombre,
el establecimiento de las tribus,
el tribunal de los dioses terrestres.
Palpitó cada escama de la piedra,
sintió el pavor caído 30
como una invasión de insectos,
recogió todo su poderío,
hizo llegar la lluvia a las raíces,
habló con las corrientes de la tierra,
oscuro en su vestido 35
de piedra cósmica inmovilizada,
y no pudo mover garras ni dientes,
ni ríos, ni temblores,
ni meteoros que silbaran
en la bóveda del reinado, 40
y quedó allí, piedra inmóvil, silencio,
mientras Beltrán de Córdoba dormía. [54]
XII
Ximénez de Quesada (1536)
Ya van, ya van, ya llegan,
corazón mío, mira las naves,
las naves por el Magdalena,
las naves de Gonzalo Jiménez
ya llegan, ya llegan las naves, 5
detenlas río, cierra
tus márgenes devoradoras,
sumérgelos en tu latido,
arrebátales la codicia,
échales tu trompa de fuego, 10
tus vertebrados sanguinarios,
tus anguilas comedoras de ojos,
atraviesa el caimán espeso
con sus dientes color de légamo
y su primordial armadura, 15
extiéndelo como un puente
sobre tus aguas arenosas,
dispara el fuego del jaguar
desde tus árboles, nacidos
de tus semillas, río madre, 20
arrójales moscas de sangre,
ciégalos con estiércol negro,
húndelos en tu hemisferio,
sujétalos entre las raíces
en la oscuridad de tu cama, 25
y púdreles toda la sangre
devorándoles los pulmones
y los labios con tus cangrejos.
Ya entraron en la floresta:
ya roban, ya muerden, ya matan. 30
¡Oh Colombia! Defiende el celo
de tu secreta selva roja.
Ya levantaron el cuchillo
sobre el oratorio de Iraka,
ahora agarran al zipa, 35
ahora lo amarran. «Entrega
las alhajas del dios antiguo
las alhajas que florecían
y brillaban con el rocío
de la mañana de Colombia. 40 [55]
Ahora atormentan al príncipe.
Lo han degollado, su cabeza
me mira con ojos que nadie
puede cerrar, ojos amados
de mi patria verde y desnuda. 45
Ahora queman la casa solemne,
ahora siguen los caballos,
los tormentos, las espadas,
ahora quedan unas brasas
y entre las cenizas los ojos 50
del príncipe que no se han cerrado.
XIII
Cita de cuervos
En Panamá se unieron los demonios.
Allí fue el pacto de los hurones.
Una bujía apenas alumbraba,
cuando los tres llegaron uno a uno.
Primero llegó Almagro antiguo y tuerto, 5
Pizarro, el mayoral porcino
y el fraile Luque, canónigo entendido
en tinieblas. Cada uno
escondía el puñal para la espalda
del asociado, cada uno 10
con mugrienta mirada en las oscuras
paredes adivinaba sangre,
y el oro del lejano imperio los atraía
como la luna a las piedras malditas.
Cuando pactaron, Luque levantó 15
la hostia en la eucaristía,
los tres ladrones amasaron
la oblea con torva sonrisa.
«Dios ha sido dividido, hermanos,
entre nosotros», sostuvo el canónigo, 20
y los carniceros de dientes
morados dijeron «Amén.»
Golpearon la mesa escupiendo.
Como no sabían de letras
llenaron de cruces la mesa, 25
el papel, los bancos, los muros.
El Perú oscuro, sumergido,
estaba señalado y las cruces,
pequeñas, negras, negras cruces [56]
al Sur salieron navegando: 30
cruces para las agonías,
cruces peludas y filudas,
cruces con ganchos de reptil,
cruces salpicadas de pústulas,
cruces como piernas de araña, 35
sombrías cruces cazadoras.
XIV
Las agonías
En Cajamarca empezó la agonía.
El joven Atahualpa, estambre azul,
árbol insigne, escuchó al viento
traer rumor de acero.
Era un confuso 5
brillo y temblor desde la costa,
un galope increíble
-piafar y poderíode
hierro y hierro entre la hierba.
Llegaron los adelantados. 10
El Inca salió de la música
rodeado por los señores.
Las visitas
de otro planeta, sudadas y barbudas,
iban a hacer la reverencia. 15
El capellán
Valverde, corazón traidor, chacal podrido,
adelanta un extraño objeto, un trozo
de cesto, un fruto
tal vez de aquel planeta 20
de donde vienen los caballos.
Atahualpa lo toma. No conoce
de qué se trata: no brilla, no suena,
y lo deja caer sonriendo.
«Muerte, 25
venganza, matad, que os absuelvo»,
grita el chacal de la cruz asesina.
El trueno acude hacia los bandoleros. [57]
Nuestra sangre en su cuna es derramada.
Los príncipes rodean como un coro 30
al Inca, en la hora agonizante.
Diez mil peruanos caen
bajo cruces y espadas, la sangre
moja las vestiduras de Atahualpa.
Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura 35
hace amarrar los delicados brazos
del Inca. La noche ha descendido
sobre el Perú como una brasa negra.
XV
La línea colorada
Más tarde levantó la fatigada
mano el monarca, y más arriba
de las frentes de los bandidos,
tocó los muros.
Allí trazaron
la línea colorada.
Tres cámaras 5
había que llenar de oro y de plata,
hasta esa línea de su sangre.
Rodó la rueda de oro, noche y noche.
La rueda del martirio día y noche.
Arañaron la tierra, descolgaron 10
alhajas hechas con amor y espuma,
arrancaron la ajorca de la novia,
desampararon a sus dioses.
El labrador entregó su medalla,
el pescador su gota de oro, 15
y las rejas temblaron respondiendo
mientras mensaje y voz por las alturas
iba la rueda del oro rodando.
Entonces tigre y tigre se reunieron
y repartieron la sangre y las lágrimas. 20
Atahualpa esperaba levemente
triste en el escarpado día andino.
No se abrieron las puertas. Hasta la última
joya los buitres dividieron:
las turquesas rituales, salpicadas 25 [58]
por la carnicería, el vestido
laminado de plata: las uñas bandoleras
iban midiendo y la carcajada
del fraile entre los verdugos
escuchaba el Rey con tristeza. 30
Era su corazón un vaso lleno
de una congoja amarga como
la esencia amarga de la quina.
Pensó en sus límites, en el alto Cuzco,
en las princesas, en su edad, 35
en el escalofrío de su reino.
Maduro estaba por dentro, su paz
desesperada era tristeza. Pensó en Huáscar.
Vendrían de él los extranjeros?
Todo era enigma, todo era cuchillo, 40
todo era soledad, sólo la línea roja
viviente palpitaba,
tragando las entrañas amarillas
del reino enmudecido que moría.
Entró Valverde con la Muerte entonces. 45
«Te llamarás Juan», le dijo
mientras preparaban la hoguera.
Gravemente respondió: «Juan,
Juan me llamo para morir»,
sin comprender ya ni la muerte. 50
Le ataron el cuello y un garfio
entró en el alma del Perú.
XVI
Elegía
Solo, en las soledades
quiero llorar como los ríos, quiero
oscurecer, dormir
como tu antigua noche mineral.
Por qué llegaron las llaves radiantes 5
hasta las manos del bandido? Levántate
materna Oello, descansa tu secreto
en la fatiga larga de esta noche
y echa en mis venas tu consejo. [59]
Aún no te pido el sol de los Yupanquis. 10
Te hablo dormido, llamando
de tierra a tierra, madre
peruana, matriz cordillera.
Cómo entró en tu arenal recinto
la avalancha de los puñales? 15
Inmóvil en tus manos,
siento extenderse los metales
en los canales del subsuelo.
Estoy hecho de tus raíces,
pero no entiendo, no me entrega 20
la tierra su sabiduría,
no veo sino noche y noche
bajo las tierras estrelladas.
Qué sueño sin sentido, de serpiente,
se arrastró hasta la línea colorada? 25
Ojos del duelo, planta tenebrosa.
Cómo llegaste a este viento vinagre,
cómo entre los peñascos de la ira
no levantó Capac su tiara
de arcilla deslumbrante? 30
Dejadme bajo los pabellones
padecer y hundirme como
la raíz muerta que no dará esplendor.
Bajo la dura noche dura
bajaré por la tierra hasta llegar 35
a la boca del oro.
Quiero extenderme en la piedra nocturna.
Quiero llegar allí con la desdicha.
XVII
Las guerras
Más tarde al Reloj de granito
llegó una llama incendiaria.
Almagros y Pizarros y Valverdes,
Castillos y Urías y Beltranes
se apuñaleaban repartiéndose 5
las traiciones adquiridas,
se robaban la mujer y el oro, [60]
disputaban la dinastía.
Se ahorcaban en los corrales,
se desgranaban en la plaza, 10
se colgaban en los Cabildos.
Caía el árbol del saqueo
entre estocadas y gangrena.
De aquel galope de Pizarros
en los linares territorios 15
nació un silencio estupefacto.
Todo estaba lleno de muerte
y sobre la agonía arrasada
de sus hijos desventurados,
en el territorio (roído 20
hasta los huesos por las ratas),
se sujetaban las entrañas
antes de matar y matarse.
Matarifes de cólera y horca,
centauros caídos al lodo 25
de la codicia, ídolos
quebrados por la luz del oro,
exterminasteis vuestra propia
estirpe de uñas sanguinarias
y junto a las rocas murales 30
del alto Cuzco coronado,
frente al sol de espigas más altas,
representasteis en el polvo
dorado del Inca, el teatro
de los infiernos imperiales: 35
la Rapiña de hocico verde,
la Lujuria aceitada en sangre,
la Codicia con uñas de oro,
la Traición, aviesa dentadura,
la Cruz como un reptil rapaz, 40
la Horca en un fondo de nieve,
y la Muerte fina como el aire
inmóvil en su armadura. [61]
XVIII
Descubridores de Chile
Del norte trajo Almagro su arrugada centella.
Y sobre el territorio, entre explosión y ocaso,
se inclinó día y noche como sobre una carta.
Sombra de espinas, sombra de cardo y cera,
el español reunido con su seca figura, 5
mirando las sombrías estrategias del suelo.
Noche, nieve y arena hacen la forma
de mi delgada patria.
Todo el silencio está en su larga línea,
toda la espuma sale de su barba marina, 10
todo el carbón la llena de misteriosos besos.
Como una brasa de oro arde en sus dedos
y la plata ilumina como una luna verde
su endurecida forma de tétrico planeta.
El español sentado junto a la rosa un día, 15
junto al aceite, junto al vino, junto al antiguo cielo
no imaginó este punto de colérica piedra
nacer bajo el estiércol del águila marina.
XIX
La tierra combatiente
Primero resistió la tierra.
La nieve araucana quemó
como una hoguera de blancura
el paso de los invasores.
Caían de frío los dedos, 5
las manos, los pies de Almagro
y las garras que devoraron
y sepultaron monarquías
eran en la nieve un punto
de carne helada, eran silencio. 10
Fue en el mar de las cordilleras.
El aire chileno azotaba
marcando estrellas, derribando
codicias y caballerías.
Luego el hambre caminó detrás 15
de Almagro como una invisible [62]
mandíbula que golpeaba.
Los caballos eran comidos
en aquella fiesta glacial.
Y la muerte del Sur desgranó 20
el galope de los Almagros,
hasta que volvió su caballo
hacia el Perú donde esperaba
al descubridor rechazado,
la muerte del Norte, sentada 25
en el camino, con un hacha.
XX
Se unen la tierra y el hombre
Araucanía, ramo de robles torrenciales,
oh Patria despiadada, amada oscura,
solitaria en tu reino lluvioso:
eras sólo gargantas minerales,
manos de frío, puños 5
acostumbrados a cortar peñascos,
eras, Patria, la paz de la dureza
y tus hombres eran rumor,
áspera aparición, viento bravío.
No tuvieron mis padres araucanos 10
cimeras de plumaje luminoso,
no descansaron en flores nupciales,
no hilaron oro para el sacerdote:
eran piedra y árbol, raíces
de los breñales sacudidos, 15
hojas con forma de lanza,
cabezas de metal guerrero.
Padres, apenas levantasteis
el oído al galope, apenas en la cima
de los montes, cruzó el rayo
de Araucanía. 20
Se hicieron sombra los padres de piedra,
se anudaron al bosque, a las tinieblas
naturales, se hicieron luz de hielo,
asperezas de tierras y de espinas,
y así esperaron en las profundidades 25
de la soledad indomable:
uno era un árbol rojo que miraba,
otro un fragmento de metal que oía,
otro una ráfaga de viento y taladro, [63]
otro tenía el color del sendero. 30
Patria, nave de nieve,
follaje endurecido:
allí naciste, cuando el hombre tuyo
pidió a la tierra su estandarte,
y cuando tierra y aire y piedra y lluvia, 35
hoja, raíz, perfume, aullido,
cubrieron como un manto al hijo,
lo amaron o lo defendieron.
Así nació la patria unánime:
la unidad antes del combate. 40
XXI
Valdivia (1544)
Pero volvieron.
(Pedro se llamaba.)
Valdivia, el capitán intruso,
cortó mi tierra con la espada
entre ladrones: «Esto es tuyo, 5
esto es tuyo Valdés, Montero,
esto es tuyo Inés, este sitio
es el cabildo.»
Dividieron mi patria
como si fuera un asno muerto. 10
«Llévate
este trozo de luna y arboleda,
devórate este río con crepúsculo»,
mientras la gran cordillera
elevaba bronce y blancura. 15
Asomó Arauco. Adobes, torres,
calles, el silencioso
dueño de casa levantó sonriendo.
Trabajó con las manos empapadas
por su agua y su barro, trajo 20
la greda y vertió el agua andina:
pero no pudo ser esclavo.
Entonces Valdivia, el verdugo,
atacó a fuego y a muerte.
Así empezó la sangre, 25
la sangre de tres siglos, la sangre océano,
la sangre atmósfera que cubrió mi tierra
y el tiempo inmenso, como ninguna guerra.
Salió el buitre iracundo
de la armadura enlutada 30 [64]
y mordió al promauca, rompió
el pacto escrito en el silencio
de Huelén, en el aire andino.
Arauco comenzó a hervir su plato
de sangre y piedras.
Siete príncipes 35
vinieron a parlamentar.
Fueron encerrados.
Frente a los ojos de la Araucanía,
cortaron las cabezas cacicales.
Se daban ánimo los verdugos. Toda
empapada de vísceras, aullando, 40
Inés de Suárez, la soldadera,
sujetaba los cuellos imperiales
con sus rodillas de infernal harpía.
Y las tiró sobre la empalizada,
bañándose de sangre noble, 45
cubriéndose de barro escarlata.
Así creyeron dominar Arauco.
Pero aquí la unidad sombría
de árbol y piedra, lanza y rostro,
trasmitió el crimen en el viento. 50
Lo supo el árbol fronterizo,
el pescador, el rey, el mago,
lo supo el labrador antártico,
lo supieron las aguas madres
del Bío-Bío.
Así nació la guerra patria. 55
Valdivia entró la lanza goteante
en las entrañas pedregosas
de Arauco, hundió la mano
en el latido, apretó los dedos
sobre el corazón araucano, 60
derramó las venas silvestres
de los labriegos,
exterminó
el amanecer pastoril,
mandó martirio
al reino del bosque, incendió
la casa del dueño del bosque, 65
cortó las manos del cacique,
devolvió a los prisioneros
con narices y orejas cortadas,
empaló al Toqui, asesinó
a la muchacha guerrillera 70
y con su guante ensangrentado [65]
marcó las piedras de la patria,
dejándola llena de muertos,
y soledad y cicatrices.
XXII
Ercilla
Piedras de Arauco y desatadas rosas
fluviales, territorios de raíces,
se encuentran con el hombre que ha llegado de España.
Invaden su armadura con gigantesco liquen.
Atropellan su espada las sombras del helecho. 5
La yedra original pone manos azules
en el recién llegado silencio del planeta.
Hombre, Ercilla sonoro, oigo el pulso del agua
de tu primer amanecer, un frenesí de pájaros
y un trueno en el follaje. 10
Deja, deja tu huella
de águila rubia, destroza
tu mejilla contra el maíz salvaje,
todo será en la tierra devorado.
Sonoro, sólo tú no beberás la copa 15
de sangre, sonoro, sólo al rápido
fulgor de ti nacido
llegará la secreta boca del tiempo en vano
para decirte: en vano.
En vano, en vano 20
sangre por los ramajes de cristal salpicado,
en vano por las noches del puma
el desafiante paso del soldado,
las órdenes,
los pasos 25
del herido.
Todo vuelve al silencio coronado de plumas
en donde un rey remoto devora enredaderas.
XXIII
Se entierran las lanzas
Así quedó repartido el patrimonio.
La sangre dividió la patria entera.
(Contaré en otras líneas
la lucha de mi pueblo.) [66]
Pero cortada fue la tierra 5
por los invasores cuchillos.
Después vinieron a poblar la herencia
usureros de Euzkadi, nietos
de Loyola. Desde la cordillera
hasta el océano 10
dividieron con árboles y cuerpos,
la sombra recostada del planeta.
Las encomiendas sobre la tierra
sacudida, herida, incendiada,
el reparto de selva y agua 15
en los bolsillos, los Errázuriz
que llegan con su escudo de armas:
un látigo y una alpargata.
XXIV
El corazón magallánico (1519)
De dónde soy, me pregunte a veces, de dónde diablos
vengo, qué día es hoy, qué pasa,
ronco, en medio del sueño, del árbol, de la noche,
y una ola se levanta como un párpado, un día
nace de ella, un relámpago con hocico de tigre. 5
Despierto de pronto en la noche pensando en el extremo sur
Viene el día y me dice: «Oyes
el agua lenta, el agua,
el agua,
sobre la Patagonia?»
Y yo contesto: «Sí, señor, escucho.» 5
Viene el día y me dice: «Una oveja salvaje
lejos, en la región, lame el color helado
de una piedra. No escuchas el balido, no reconoces
el vendaval azul en cuyas manos
la luna es una copa, no ves la tropa, el dedo 10
rencoroso del viento
tocar la ola y la vida con su anillo vacío?»
Recuerdo la soledad del estrecho
La larga noche, el pino, vienen adonde voy.
Y se trastorna el ácido sordo, la fatiga,
la tapa del tonel, cuanto tengo en la vida.
Una gota de nieve llora y llora en mi puerta
mostrando su vestido claro y desvencijado 5
de pequeño cometa que me busca y solloza. [67]
Nadie mira la ráfaga, la extensión, el aullido
del aire en las praderas.
Me acerco y digo: vamos. Toco el Sur, desemboco
en la arena, veo la planta seca y negra, todo raíz y roca, 10
las islas arañadas por el agua y el cielo,
el Río del Hambre, el Corazón de Ceniza,
el Patio del Mar lúgubre, y donde silba
la solitaria serpiente, donde cava
el último zorro herido y esconde su tesoro sangriento 15
encuentro la tempestad y su voz de ruptura,
su voz de viejo libro, su boca de cien labios,
algo me dice, algo que el aire devora cada día.
Los descubridores aparecen y de ellos no queda nada
Recuerda el agua cuanto le sucedió al navío.
La dura tierra extraña guarda sus calaveras
que suenan en el pánico austral como cornetas
y ojos de hombre y de buey dan al día su hueco,
su anillo, su sonido de implacable estelaje. 5
El viejo cielo busca la vela,
nadie
ya sobrevive: el buque destruido
vive con la ceniza del marinero amargo,
y de los puestos de oro, de las casas de cuero
del trigo pestilente, y de 10
la llama fría de las navegaciones
(cuánto golpe en la noche [roca y bajel] al fondo)
sólo queda el dominio quemado y sin cadáveres,
la incesante intemperie apenas rota
por un negro fragmento 15
de fuego fallecido.
Sólo se impone la desolación
Esfera que destroza lentamente la noche, el agua, el hielo,
extensión combatida por el tiempo y el término,
con su marca violeta, con el final azul
del arco iris salvaje
se sumergen los pies de mi patria en tu sombra 5
y aúlla y agoniza la rosa triturada.
Recuerdo al viejo descubridor
Con él, con el antiguo, con el muerto.
Por el canal navega nuevamente
el cereal helado, la barba del combate,
el Otoño glacial, el transitorio herido
con el destituido por el agua rabiosa, 5
con él, en su tormenta, con su frente. [68]
Aún lo sigue el albatros y la soga de cuero
comida, con los ojos fuera de la mirada,
y el ratón devorado ciegamente mirando
entre los palos rotos el esplendor iracundo, 10
mientras en el vacío la sortija y el hueso
caen, resbalan sobre la vaca marina.
Magallanes
Cuál es el dios que pasa? Mirad su barba llena de gusanos
y sus calzones en que la espesa atmósfera
se pega y muerde como un perro náufrago:
y tiene peso de ancla maldita su estatura,
y silba el piélago y el aquilón acude 5
hasta sus pies mojados.
Caracol de la oscura
sombra del tiempo,
espuela
carcomida, viejo señor de luto litoral, aguilero
sin estirpe, manchado manantial, el estiércol
del Estrecho te manda, 10
y no tiene de cruz tu pecho sino un grito
del mar, un grito blanco, de luz marina,
y de tenaza, de tumbo en tumbo, de aguijón demolido.
Llega al Pacífico
Porque el siniestro día del mar termina un día,
y la mano nocturna corta uno a uno sus dedos
hasta no ser, hasta que el hombre nace
y el capitán descubre dentro de sí el acero
y la América sube su burbuja 5
y la costa levanta su pálido arrecife
sucio de aurora, turbio de nacimiento
hasta que de la nave sale un grito y se ahoga
y otro grito y el alba que nace de la espuma.
Todos han muerto
Hermanos de agua y piojo, de planeta carnívoro:
visteis, al fin, el árbol del mástil agachado
por la tormenta? Visteis la piedra machacada
bajo la loca nieve brusca de la ráfaga?
Al fin, ya tenéis vuestro paraíso perdido, 5
al fin, tenéis vuestra guarnición maldiciente,
al fin, vuestros fantasmas atravesados del aire
besan sobre la arena la huella de la foca.
Al fin, a vuestros dedos sin sortija
llega el pequeño sol del páramo, el día muerto, 10
temblando, en su hospital de olas y piedras. [69]
XXXV
A pesar de la ira
Roídos yelmos, herraduras muertas.
Pero a través del fuego y la herradura
como de un manantial iluminado
por la sangre sombría,
con el metal hundido en el tormento 5
se derramó una luz sobre la tierra:
número, nombre, línea y estructura.
Páginas de agua, claro poderío
de idiomas rumorosos, dulces gotas
elaboradas como los racimos, 10
sílabas de platino en la ternura
de unos aljofarados pechos puros,
y una clásica boca de diamantes
dio su fulgor nevado al territorio.
Allá lejos la estatua deponía 15
su mármol muerto,
y en la primavera
del mundo, amaneció la maquinaria.
La técnica elevaba su dominio
y el tiempo fue velocidad y ráfaga
en la bandera de los mercaderes. 20
Luna de geografía
que descubrió la planta y el planeta
extendiendo geométrica hermosura
en su desarrollado movimiento.
Asia entregó su virginal aroma. 25
La inteligencia con un hilo helado
fue detrás de la sangre hilando el día.
El papel repartió la miel desnuda
guardada en las tinieblas.
Un vuelo 30
de palomar salió de la pintura
con arrebol y azul ultramarino. [70]
Y las lenguas del hombre se juntaron
en la primera ira, antes del canto.
Así, con el sangriento 35
titán de piedra,
halcón encarnizado,
no sólo llegó sangre sino trigo.
La luz vino a pesar de los puñales!
[71]
- IV -
Los libertadores [73]
Los libertadores
Aquí viene el árbol, el árbol
de la tormenta, el árbol del pueblo.
De la tierra suben sus héroes
como las hojas por la savia,
y el viento estrella los follajes 5
de muchedumbre rumorosa,
hasta que cae la semilla
del pan otra vez a la tierra.
Aquí viene el árbol, el árbol
nutrido por muertos desnudos, 10
muertos azotados y heridos,
muertos de rostros imposibles,
empalados sobre una lanza,
desmenuzados en la hoguera,
decapitados por el hacha, 15
descuartizados a caballo,
crucificados en la iglesia.
Aquí viene el árbol, el árbol
cuyas raíces están vivas,
sacó salitre del martirio, 20
sus raíces comieron sangre,
y extrajo lágrimas del suelo:
las elevó por sus ramajes,
las repartió en su arquitectura.
Fueron flores invisibles, 25
a veces, flores enterradas,
otras veces iluminaron
sus pétalos, como planetas.
Y el hombre recogió en las ramas
las corolas endurecidas, 30
las entregó de mano en mano
como magnolias o granadas
y de pronto, abrieron la tierra,
crecieron hasta las estrellas. [74]
Este es el árbol de los libres. 35
El árbol tierra, el árbol nube.
El árbol pan, el árbol flecha,
el árbol puño, el árbol fuego.
Lo ahoga el agua tormentosa
de nuestra época nocturna, 40
pero su mástil balancea
el ruedo de su poderío.
Otras veces, de nuevo caen
las ramas rotas por la cólera,
y una ceniza amenazante 45
cubre su antigua majestad:
así pasó desde otros tiempos,
así salió de la agonía,
hasta que una mano secreta,
unos brazos innumerables, 50
el pueblo, guardó los fragmentos,
escondió troncos invariables,
y sus labios eran las hojas
del inmenso árbol repartido,
diseminado en todas partes, 55
caminando con sus raíces.
Este es el árbol, el árbol
del pueblo, de todos los pueblos
de la libertad, de la lucha.
Asómate a su cabellera: 60
toca sus rayos renovados:
hunde la mano en las usinas
donde su fruto palpitante
propaga su luz cada día.
Levanta esta tierra en tus manos, 65
participa de este esplendor,
toma tu pan y tu manzana,
tu corazón y tu caballo
y monta guardia en la frontera,
en el límite de sus hojas. 70
Defiende el fin de sus corolas,
comparte las noches hostiles,
vigila el ciclo de la aurora,
respira la altura estrellada,
sosteniendo el árbol, el árbol 75
que crece en medio de la tierra. [75]
Cuauhtemoc (1520)
Joven hermano hace ya tiempo y tiempo
nunca dormido, nunca consolado,
joven estremecido en las tinieblas
metálicas de México, en tu mano
recibo el don de tu patria desnuda. 5
En ella nace y crece tu sonrisa
como una línea entre la luz y el oro.
Son tus labios unidos por la muerte
el más puro silencio sepultado.
El manantial hundido 10
bajo todas las bocas de la tierra.
Oíste, oíste, acaso,
hacia Anáhuac lejano,
un rumbo de agua, un viento
de primavera destrozada? 15
Era tal vez la palabra del cedro.
Era una ola blanca de Acapulco.
Pero en la noche huía
tu corazón como un venado
hacia los límites, confuso, 20
entre los monumentos sanguinarios,
bajo la luna zozobrante.
Toda la sombra preparaba sombra.
Era la tierra una oscura cocina,
piedra y caldera, vapor negro, 25
muro sin nombre, pesadumbre
que te llamaba desde los nocturnos
metales de tu patria.
Pero no hay sombra en tu estandarte. [76]
Ha llegado la hora señalada, 30
y en medio de tu pueblo
eres pan y raíz, lanza y estrella.
El invasor ha detenido el paso.
No es Moctezuma extinto
como una copa muerta, 35
es el relámpago y su armadura,
la pluma de Quetzal, la flor del pueblo,
la cimera encendida entre las naves.
Pero una mano dura como siglos de piedra
apretó tu garganta. No cerraron 40
tu sonrisa, no hicieron
caer los granos del secreto
maíz, y te arrastraron,
vencedor cautivo,
por las distancias de tu reino, 45
entre cascadas y cadenas,
sobre arenales y aguijones
como una columna incesante,
como un testigo doloroso,
hasta que una soga enredó 50
la columna de la pureza
y colgó el cuerpo suspendido
sobre la tierra desdichada.
II
Fray Bartolomé de las Casas
Piensa uno, al llegar a su casa, de noche, fatigado,
entre la niebla fría de mayo, a la salida
del sindicato (en la desmenuzada
lucha de cada día, la estación
lluviosa que gotea del alero, el sordo 5
latido del constante sufrimiento)
esta resurrección enmascarada,
astuta, envilecida,
del encadenador, de la cadena,
y cuando sube la congoja 10
hasta la cerradura a entrar contigo,
surge una luz antigua, suave y dura
como un metal, como un astro enterrado.
Padre Bartolomé, gracias por este
regalo de la cruda medianoche, 15 [77]
gracias porque tu hilo fue invencible:
pudo morir aplastado, comido
por el perro de fauces iracundas,
pudo quedar en la ceniza
de la casa incendiada, 20
pudo cortarlo el filo frío
del asesino innumerable
o el odio administrado con sonrisas
(la traición del próximo cruzado),
la mentira arrojada en la ventana. 25
Pudo morir el hilo cristalino,
la irreductible transparencia
convertida en acción, en combatiente
y despeñado acero de cascada.
Pocas vidas da el hombre como la tuya, pocas 30
sombras hay en el árbol como tu sombra, en ella
todas las ascuas vivas del continente acuden,
todas las arrasadas condiciones, la herida
del mutilado, las aldeas
exterminadas, todo bajo tu sombra 35
renace, desde el límite
de la agonía fundas la esperanza.
Padre, fue afortunado para el hombre y su especie
que tú llegaras a la plantación,
que mordieras los negros cereales 40
del crimen, que bebieras
cada día la copa de la cólera.
Quién te puso, mortal desnudo,
entre los dientes de la furia?
Cómo asomaron otros ojos, 45
de otro metal, cuando nacías?
Cómo se cruzan los fermentos
en la escondida harina humana
para que tu grano inmutable
se amasara en el pan del mundo? 50
Eras realidad entre fantasmas
encarnizados, eras
la eternidad de la ternura
sobre la ráfaga del castigo.
De combate en combate tu esperanza 55
se convirtió en precisas herramientas:
la solitaria lucha se hizo rama,
el llanto inútil se agrupó en partido. [78]
No sirvió la piedad. Cuando mostrabas
tus columnas, tu nave amparadora, 60
tu mano para bendecir, tu manto,
el enemigo pisoteó las lágrimas
y quebrantó el color de la azucena.
No sirvió la piedra alta y vacía
como una catedral abandonada. 65
Fue tu invencible decisión, la activa
resistencia, el corazón armado.
Fue la razón tu material titánico.
Fue flor organizada tu estructura.
Desde arriba quisieron contemplarte 70
(desde su altura) los conquistadores,
apoyándose como sombras de piedra
sobre sus espadones, abrumando
con sus sarcásticos escupos
las tierras de tu iniciativa, 75
diciendo: «Ahí va el agitador»,
mintiendo: «Lo pagaron
los extranjeros»,
«No tiene patria», «Traiciona»,
pero tu prédica no era 80
frágil minuto, peregrina
pauta, reloj del pasajero.
Tu madera era bosque combatido,
hierro en su cepa natural, oculto
a toda luz por la tierra florida, 85
y más aún, era más hondo:
en la unidad del tiempo, en el transcurso
de la vida, era tu mano adelantada
estrella zodiacal, signo del pueblo.
Hoy a esta casa, Padre, entra conmigo. 90
Te mostraré las cartas, el tormento
de mi pueblo, del hombre perseguido.
Te mostraré los antiguos dolores.
Y para no caer, para afirmarme
sobre la tierra, continuar luchando, 95
deja en mi corazón el vino errante
y el implacable pan de tu dulzura. [79]
III
Avanzando en las tierras de Chile
España entró hasta el Sur del Mundo. Agobiados
exploraron la nieve los altos españoles.
El Bío-Bío, grave río,
le dijo a España: «Detente»,
el bosque de maitenes cuyos hilos 5
verdes cuelgan como temblor de lluvia
dijo a España: «No sigas». El alerce,
titán de las fronteras silenciosas,
dijo en un trueno su palabra.
Pero hasta el fondo de la patria mía, 10
puño y puñal, el invasor llegaba.
Hacia el río Imperial, en cuya orilla
mi corazón amaneció en el trébol,
entraba el huracán en la mañana.
El ancho cauce de las garzas iba 15
desde las islas hacia el mar furioso,
lleno como una copa interminable,
entre las márgenes de cristal sombrío.
En sus orillas erizaba el polen
una alfombra de estambres turbulentos 20
y desde el mar el aire conmovía
todas las sílabas de la primavera.
El avellano de la Araucanía
enarbolaba hogueras y racimos
hacia donde la lluvia resbalaba 25
sobre la agrupación de la pureza.
Todo estaba enredado de fragancias,
empapado de luz verde y lluviosa
y cada matorral de olor amargo
era un ramo profundo del invierno 30
o una extraviada formación marina
aún llena de oceánico rocío.
De los barrancos se elevaban
torres de pájaros y plumas
y un ventarrón de soledad sonora, 35
mientras en la mojada intimidad,
entre las cabelleras encrespadas
del helecho gigante, era la topa-topa florecida
un rosario de besos amarillos. [80]
IV
Surgen hombres
Allí germinaban los toquis.
De aquellas negras humedades,
de aquella lluvia fermentada
en la copa de los volcanes
salieron los pechos augustos, 5
las claras flechas vegetales,
los dientes de piedra salvaje,
los pies de estaca inapelable,
la glacial unidad del agua.
Arauco fue un útero frío, 10
hecho de heridas, machacado
por el ultraje, concebido
entre las ásperas espinas,
arañado en los ventisqueros,
protegido por las serpientes. 15
Así la tierra extrajo al hombre.
Creció como una fortaleza.
Nació de la sangre agredida.
Amontonó su cabellera
como un pequeño puma rojo 20
y los ojos de piedra dura
brillaban desde la materia
como fulgores implacables
salidos de la cacería.
V
Toqui en Caupolicán
En la cepa secreta del raulí
creció Caupolicán, torso y tormenta
y cuando hacia las armas invasoras
su pueblo dirigió,
anduvo el árbol, 5
anduvo el árbol duro de la patria.
Los invasores vieron el follaje
moverse en medio de la bruma verde,
las gruesas ramas y la vestidura
de innumerables hojas y amenazas, 10 [81]
el tronco terrenal hacerse pueblo,
las raíces salir del territorio.
Supieron que la hora había acudido
al reloj de la vida y de la muerte.
Otros árboles con él vinieron. 15
Toda la raza de ramajes rojos,
todas las trenzas del dolor silvestre,
todo el nudo del odio en la madera.
Caupolicán, su máscara de lianas
levanta frente al invasor perdido: 20
no es la pintada pluma emperadora,
no es el trono de plantas olorosas,
no es el resplandeciente collar del sacerdote,
no es el guante ni el príncipe dorado:
es un rostro del bosque, 25
un mascarón de acacias arrasadas,
una figura rota por la lluvia,
una cabeza con enredaderas.
De Caupolicán el Toqui es la mirada
hundida, de universo montañoso, 30
los ojos implacables de la tierra,
y las mejillas del titán son muros
escalados por rayos y raíces.
VI
La guerra patria
La Auracanía estranguló el cantar
de la rosa en el cántaro, cortó
los hilos
en el telar de la novia de plata.
Bajó la ilustre Machi de su escala, 5
y en los dispersos ríos, en la arcilla,
bajo la copa hirsuta
de las araucarias guerreras,
fue naciendo el clamor de las campanas
enterradas. La madre de la guerra 10
saltó las piedras dulces del arroyo,
recogió a la familia pescadora,
y el novio labrador besó las piedras
antes de que volaran a la herida. [82]
Detrás del rostro forestal del Toqui 15
Arauco amontonaba su defensa:
eran ojos y lanzas, multitudes
espesas de silencio y amenaza,
cinturas imborrables, altaneras
manos oscuras, puños congregados. 20
Detrás del alto Toqui, la montaña,
y en la montaña, innumerable Arauco.
Arauco era el rumor del agua errante.
Arauco era el silencio tenebroso.
El mensajero en su mano cortada 25
iba juntando las gotas de Arauco.
Arauco fue la ola de la guerra.
Arauco los incendios de la noche.
Todo hervía detrás del Toqui augusto,
y cuando él avanzó, fueron tinieblas, 30
arenas, bosques, tierras,
unánimes hogueras, huracanes,
aparición fosfórica de pumas.
VII
El empalado
Pero Caupolicán llegó al tormento.
Ensartado en la lanza del suplicio,
entró en la muerte lenta de los árboles.
Arauco replegó su ataque verde,
sintió en las sombras el escalofrío, 5
clavó en la tierra la cabeza,
se agazapó con sus dolores.
El Toqui dormía en la muerte.
Un ruido de hierro llegaba
del campamento, una corona 10
de carcajadas extranjeras,
y hacia los bosques enlutados
sólo la noche palpitaba. [83]
No era el dolor, la mordedura
del volcán abierto en las vísceras, 15
era sólo un sueño del bosque,
el árbol que se desangraba.
En las entrañas de mi patria
entraba la punta asesina
hiriendo las tierras sagradas. 20
La sangre quemante caía
de silencio en silencio, abajo,
hacia donde está la semilla
esperando la primavera.
Más hondo caía esta sangre. 25
Hacia las raíces caía.
Hacia los muertos caía.
Hacia los que iban a nacer.
VIII
Lautaro (1550)
La sangre toca un corredor de cuarzo.
La piedra crece donde cae la gota.
Así nace Lautaro de la tierra.
IX
Educación del cacique
Lautaro era una flecha delgada.
Elástico y azul fue nuestro padre.
Fue su primera edad sólo silencio.
Su adolescencia fue dominio.
Su juventud fue un viento dirigido. 5
Se preparó como una larga lanza.
Acostumbró los pies en las cascadas.
Educó la cabeza en las espinas.
Ejecutó las pruebas del guanaco.
Vivió en las madrigueras de la nieve. 10
Acechó la comida de las águilas. [84]
Arañó los secretos del peñasco.
Entretuvo los pétalos del fuego.
Se amamantó de primavera fría.
Se quemó en las gargantas infernales. 15
Fue cazador entre las aves crueles.
Se tiñeron sus manos de victorias.
Leyó las agresiones de la noche.
Sostuvo los derrumbes del azufre.
Se hizo velocidad, luz repentina. 20
Tomó las lentitudes del Otoño.
Trabajó en las guaridas invisibles.
Durmió en las sábanas del ventisquero.
Igualó la conducta de las flechas.
Bebió la sangre agreste en los caminos. 25
Arrebató el tesoro de las olas.
Se hizo amenaza como un dios sombrío.
Comió en cada cocina de su pueblo.
Aprendió el alfabeto del relámpago.
Olfateó las cenizas esparcidas. 30
Envolvió el corazón con pieles negras.
Descifró el espiral hilo del humo.
Se construyó de fibras taciturnas.
Se aceitó como el alma de la oliva.
Se hizo cristal de transparencia dura. 35
Estudió para viento huracanado.
Se combatió hasta apagar la sangre.
Sólo entonces fue digno de su pueblo.
X
Lautaro entre los invasores
Entró en la casa de Valdivia.
Lo acompañó como la luz.
Durmió cubierto de puñales.
Vio su propia sangre vertida,
sus propios ojos aplastados, 5
y dormido en las pesebreras
acumuló su poderío.
No se movían sus cabellos
examinando los tormentos: [85]
miraba más allá del aire 10
hacia su raza desgranada.
Veló a los pies de Valdivia.
Oyó su sueño carnicero
crecer en la noche sombría
como una columna implacable. 15
Adivinó aquellos sueños.
Pudo levantar la dorada
barba del capitán dormido,
cortar el sueño en la garganta,
pero aprendió -velando sombras- 20
la ley nocturna del horario.
Marchó de día acariciando
los caballos de piel mojada
que iban hundiéndose en su patria.
Adivinó aquellos caballos. 25
Marchó con los dioses cerrados.
Adivinó las armaduras.
Fue testigo de las batallas,
mientras entraba paso a paso
al fuego de la Araucanía. 30
XI
Lautaro contra el centauro (1554)
Atacó entonces Lautaro de ola en ola.
Disciplinó las sombras araucanas:
antes entró el cuchillo castellano
en pleno pecho de la masa roja.
Hoy estuvo sembrada la guerrilla 5
bajo todas las alas forestales,
de piedra en piedra y vado en vado,
mirando desde los copihues,
acechando bajo las rocas.
Valdivia quiso regresar.
Fue tarde. 10
Llegó Lautaro en traje de relámpago.
Siguió el Conquistador acongojado.
Se abrió paso en las húmedas marañas
del crepúsculo austral.
Llegó Lautaro,
en un galope negro de caballos. 15 [86]
La fatiga y la muerte conducían
la tropa de Valdivia en el follaje.
Se acercaban las lanzas de Lautaro.
Entre los muertos y las hojas iba
como en un túnel Pedro de Valdivia. 20
En las tinieblas llegaba Lautaro.
Pensó en Extremadura pedregosa,
en el dorado aceite, en la cocina,
en el jazmín dejado en ultramar.
Reconoció el aullido de Lautaro. 25
Las ovejas, las duras alquerías,
los muros blancos, la tarde extremeña.
Sobrevino la noche de Lautaro.
Sus capitanes tambaleaban ebrios
de sangre, noche y lluvia hacia el regreso. 30
Palpitaban las flechas de Lautaro.
De tumbo en tumbo la capitanía
iba retrocediendo desangrada.
Ya se toca el pecho de Lautaro.
Valdivia vio venir la luz, la aurora, 35
tal vez la vida, el mar.
Era Lautaro.
XII
El corazón de Pedro de Valdivia
Llevamos a Valdivia bajo el árbol.
Era un azul de lluvia, la mañana con fríos
filamentos de sol deshilachado.
Toda la gloria, el trueno,
turbulentos yacían 5
en un montón de acero herido. [87]
El capelo elevaba su lenguaje
y un fulgor de luciérnaga mojada
en toda su pomposa monarquía.
Trajimos tela y cántaro, tejidos 10
gruesos como las trenzas conyugales,
alhajas como almendras de la luna,
y los tambores que llenaron
la Araucanía con su luz de cuero.
Colmamos las vasijas de dulzura 15
y bailamos golpeando los terrones
hechos de nuestra propia estirpe oscura.
Luego golpeamos el rostro enemigo.
Luego cortamos el valiente cuello.
Qué hermosa fue la sangre del verdugo 20
que repartimos como una granada,
mientras ardía viva todavía.
Luego, en el pecho entramos una lanza
y el corazón alado como un ave
entregamos al árbol araucano. 25
Subió un rumor de sangre hasta su copa.
Entonces, de la tierra
hecha de nuestros cuerpos, nació el canto
de la guerra, del sol, de las cosechas,
hacia la magnitud de los volcanes. 30
Entonces repartimos el corazón sangrante.
Yo hundí los dientes en aquella corola
cumpliendo el rito de la tierra:
«Dame tu frío, extranjero malvado.
Dame tu valor de gran tigre. 35
Dame en tu sangre tu cólera.
Dame tu muerte para que me siga
y lleve el espanto a los tuyos.
Dame la guerra que trajiste.
Dame tu caballo y tus ojos. 40
Dame la tiniebla torcida.
Dame la madre del maíz
Dame la lengua del caballo.
Dame la patria sin espinas.
Dame la paz vencedora. 45
Dame el aire donde respira
el canelo, señor florido.» [88]
XIII
La dilatada guerra
Luego tierra y océanos, ciudades,
naves y libros, conocéis la historia
que desde el territorio huraño
como una piedra sacudida
llenó de pétalos azules 5
las profundidades del tiempo.
Tres siglos estuvo luchando
la raza guerrera del roble,
trescientos años la centella
de Arauco pobló de cenizas 10
las cavidades imperiales.
Tres siglos cayeron heridas
las camisas del capitán,
trescientos años despoblaron
los arados y las colmenas, 15
trescientos años azotaron
cada nombre del invasor,
tres siglos rompieron
la piel de las águilas agresoras,
trescientos años enterraron 20
como la boca del océano
techos y huesos, armaduras,
torres y títulos dorados.
A las espuelas iracundas,
de las guitarras adornadas 25
llegó un galope de caballos
y una tormenta de ceniza.
Las naves volvieron al duro
territorio, nacieron espigas,
crecieron ojos españoles 30
en el reinado de la lluvia,
pero Arauco bajó las tejas,
molió las piedras, abatió
los paredones y las vides,
las voluntades y los trajes. 35
Ved cómo caen en la tierra
los hijos ásperos del odio.
Villagras, Mendozas, Reinosos,
Reyes, Morales, Alderetes,
rodaron hacia el fondo blanco 40
de las Américas glaciales.
Y en la noche del tiempo augusto
cayó Imperial, cayó Santiago, [89]
cayó Villarrica en la nieve,
rodó Valdivia sobre el río, 45
hasta qué el reinado fluvial
del Bío-Bío se detuvo
sobre los siglos de la sangre
y estableció la libertad
en las arenas desangradas. 50
XIV
(Intermedio)
La colonia cubre nuestras tierras (1)
Cuando la espada descansó y los hijos
de España dura, como espectros,
desde reinos y selvas, hacia el trono,
montañas de papel con aullidos
enviaron al monarca ensimismado: 5
después que en la calleja de Toledo
o del Guadalquivir en el recodo,
toda la historia pasó de mano en mano,
y por la boca de los puertos anduvo
el ramal harapiento 10
de los conquistadores espectrales,
y los últimos muertos fueron puestos
dentro del ataúd, con procesiones,
en las iglesias construidas a sangre,
llegó la ley al mundo de los ríos 15
y vino el mercader con su bolsita.
Se oscureció la extensión matutina,
trajes y telarañas propagaron
la oscuridad, la tentación, el fuego
del diablo en las habitaciones. 20
Una vela alumbró la vasta América
llena de ventisqueros y panales,
y por siglos al hombre habló en voz baja,
tosió trotando por las callejuelas,
se persignó persiguiendo centavos. 25
Llegó el criollo a las calles del mundo,
esmirriado, lavando las acequias,
suspirando de amor entre las cruces,
buscando el escondido
sendero de la vida 30
bajo la mesa de la sacristía.
La ciudad ere la esperma del cerote [90]
fermentó, bajo los paños negros,
y de las raspaduras de la cera
elaboró manzanas infernales. 35
América, la copa de caoba,
entonces fue un crepúsculo de llagas,
un lazareto anegado de sombras
y en la antigua extensión de la frescura
creció la reverencia del gusano. 40
El oro levantó sobre las pústulas
macizas flores, hiedras silenciosas,
edificios de sombra sumergida.
Una mujer recolectaba pus,
y el vaso de substancia 45
bebió en honor del cielo cada día,
mientras el hambre bailaba en las minas
de México dorado,
y el corazón andino del Perú
lloraba dulcemente 50
de frío bajo los harapos.
En las sombras del día tenebroso
el mercader hizo su reino
apenas alumbrado por la hoguera
en que el hereje, retorcido, 55
hecho pavesas, recibía
su cucharadita de Cristo.
Al día siguiente las señoras,
arreglando las crinolinas,
recordaban el cuerpo enloquecido. 60
golpeado y devorado por el fuego,
mientras el alguacil examinaba
la minúscula mancha del quemado,
grasa, ceniza, sangre,
que lamían los perros. 65
XV
Las haciendas (2)
La tierra andaba entre los mayorazgos
de doblón en doblón, desconocida,
pasta de apariciones y conventos,
hasta que toda la azul geografía [91]
se dividió en haciendas y encomiendas. 5
Por el espacio muerto iba la llaga
del mestizo y el látigo
del chapetón y del negrero.
El criollo era un espectro desangrado
que recogía las migajas, 10
hasta que con ellas reunidas
adquiría un pequeño título
pintado con letras doradas.
Y en el carnaval tenebroso
salía vestido de conde, 15
orgulloso entre otros mendigos,
con un bastoncito de plata.
XVI
Los nuevos propietarios (3)
Así se estancó el tiempo en la cisterna.
El hombre dominado en las vacías
encrucijadas, piedra del castillo,
tinta del tribunal, pobló de bocas
la cerrada ciudad americana. 5
Cuando ya todo fue paz y concordia,
hospital y virrey, cuando Avellano,
Rojas, Tapia, Castillo, Núñez, Pérez,
Rosales, López, Jorquera, Bermúdez,
los últimos soldados de Castilla, 10
envejecieron detrás de la Audiencia,
cayeron muertos bajo el mamotreto,
se fueron con sus piojos a la tumba
donde hilaron el sueño
de las bodegas imperiales, cuando 15
era la rata el único peligro
de las tierras encarnizadas,
se asomó el vizcaíno con un saco,
el Errázuriz con sus alpargatas,
el Fernández Larraín a vender velas, 20
el Aldunate de la bayeta,
el Eyzaguirre, rey del calcetín.
Entraron todos como pueblo hambriento,
huyendo de los golpes, del gendarme. [92]
Pronto, de camiseta en camiseta, 25
expulsaron al conquistador
y establecieron la conquista
del almacén de ultramarinos.
Entonces adquirieron orgullo
comprado en el mercado negro. 30
Se adjudicaron
haciendas, látigos, esclavos,
catecismos, comisarías,
cepos, conventillos, burdeles,
y a todo esto denominaron 35
santa cultura occidental.
XVII
Comuneros del Socorro (1781)
Fue Manuela Beltrán (cuando rompió los bandos
del opresor, y gritó «Mueran los déspotas»)
la que los nuevos cereales
desparramó por nuestra tierra.
Fue en Nueva Granada, en la villa 5
del Socorro. Los comuneros
sacudieron el virreinato
en un eclipse precursor.
Se unieron contra los estancos,
contra el manchado privilegio, 10
y levantaron la cartilla
de las peticiones forales.
Se unieron con armas y piedras,
milicia y mujeres, el pueblo,
orden y furia, encaminados 15
hacia Bogotá y su linaje.
Entonces bajó el Arzobispo.
«Tendréis todos vuestros derechos,
en nombre de Dios lo prometo.»
El pueblo se juntó en la plaza. 20
Y el Arzobispo celebró
una misa y un juramento.
Él era la paz justiciera. [93]
«Guardad las armas. Cada uno
a vuestra casa», sentenció. 25
Los comuneros entregaron
las armas. En Bogotá
festejaron al Arzobispo,
celebraron su traición,
su perjurio, en la misa pérfida, 30
y negaron pan y derecho.
Fusilaron a los caudillos,
repartieron entre los pueblos
sus cabezas recién cortadas,
con bendiciones del Prelado 35
y bailes en el Virreinato.
Primeras, pesadas semillas
arrojadas a las regiones,
permanecéis, ciegas estatuas,
incubando en la noche hostil 40
la insurrección de las espigas.
XVIII
Tupac Amaru (1781)
Condorcanqui Tupac Amaru,
sabio señor, padre justo,
viste subir a Tungasuca
la primavera desolada
de los escalones andinos, 5
y con ella sal y desdicha,
iniquidades y tormentos.
Señor Inca, padre cacique,
todo en tus ojos se guardaba
como en un cofre calcinado 10
por el amor y la tristeza.
El indio te mostró la espalda
en que las nuevas mordeduras
brillaban en las cicatrices
de otros castigos apagados, 15
y era una espalda y otra espalda,
toda la altura sacudida
por las cascadas del sollozo. [94]
Era un sollozo y otro sollozo.
Hasta que armaste la jornada 20
de los pueblos color de tierra,
recogiste el llanto en tu copa
y endureciste los senderos.
Llegó el padre de las montañas,
la pólvora levantó caminos, 25
y hacia los pueblos humillados
llegó el padre de la batalla.
Tiraron la manta en el polvo,
se unieron los viejos cuchillos,
y la caracola marina 30
llamó los vínculos dispersos.
Contra la piedra sanguinaria,
contra la inercia desdichada,
contra el metal de las cadenas.
Pero dividieron tu pueblo 35
y al hermano contra el hermano
enviaron, hasta que cayeron
las piedras de tu fortaleza.
Ataron tus miembros cansados
a cuatro caballos rabiosos 40
y descuartizaron la luz
del amanecer implacable.
Tupac Amaru, sol vencido,
desde tu gloria desgarrada
sube como el sol en el mar 45
una luz desaparecida.
Los hondos pueblos de la arcilla,
los telares sacrificados,
las húmedas casas de arena
dicen en silencio: «Tupac», 50
y Tupac se guarda en el surco,
dicen en silencio: «Tupac»,
y Tupac germina en la tierra.
XIX
América insurrecta (1800)
Nuestra tierra, ancha tierra, soledades,
se pobló de rumores, brazos, bocas.
Una callada sílaba iba ardiendo,
congregando la rosa clandestina,
hasta que las praderas trepidaron 5
cubiertas de metales y galopes. [95]
Fue dura la verdad como un arado.
Rompió la tierra, estableció el deseo,
hundió sus propagandas germinales
y nació en la secreta primavera. 10
Fue callada su flor, fue rechazada
su reunión de luz, fue combatida
la levadura colectiva, el beso
de las banderas escondidas,
pero surgió rompiendo las paredes, 15
apartando las cárceles del suelo.
El pueblo oscuro fue su copa,
recibió la substancia rechazada,
la propagó en los límites marítimos,
la machacó en morteros indomables. 20
Y salió con las páginas golpeadas
y con la primavera en el camino.
Hora de ayer, hora de mediodía,
hora de hoy otra vez, hora esperada
entre el minuto muerto y el que nace. 25
en la erizada edad de la mentira.
Patria, naciste de los leñadores,
de hijos sin bautizar, de carpinteros,
de los que dieron como un ave entraña
una gota de sangre voladora, 30
y hoy nacerás de nuevo duramente,
desde donde el traidor y el carcelero
te creen para siempre sumergida.
Hoy nacerás del pueblo como entonces.
Hoy saldrás del carbón y del rocío. 35
Hoy llegarás a sacudir las puertas
con manos maltratadas, con pedazos
de alma sobreviviente, con racimos
de miradas que no extinguió la muerte,
con herramientas hurañas 40
armadas bajo los harapos. [96]
XX
Bernardo O’Higgins Riquelme
O’Higgins, para celebrarte
a media luz hay que alumbrar la sala.
A media luz del sur en Otoño
con temblor infinito de álamos.
Eres Chile, entre patriarca y huaso, 5
eres un poncho de provincia, un niño
que no sabe su nombre todavía,
un niño férreo y tímido en la escuela,
un jovencito triste de provincia.
En Santiago te sientes mal, te miran 10
el traje negro que te queda largo,
y al cruzarte la banda, la bandera
de la patria que nos hiciste,
tenía olor de yuyo matutino,
para tu pecho de estatua campestre. 15
Joven, tu profesor Invierno
te acostumbró a la lluvia
y en la Universidad de las calles de Londres
la niebla y la pobreza te otorgaron sus títulos
y un elegante pobre, errante incendio 20
de nuestra libertad,
te dio consejos de águila prudente
y te embarcó en la Historia.
«Cómo se llama Ud.», reían
los «caballeros» de Santiago: 25
hijo de amor, de una noche de invierno,
tu condición de abandonado
te construyó con argamasa agreste,
con seriedad de casa o de madera
trabajada en el Sur, definitiva. 30
Todo lo cambia el tiempo, todo menos tu rostro.
Eres, O’Higgins, reloj invariable
con una sola hora en tu cándida esfera:
la hora de Chile, el único minuto
que permanece en el horario rojo 35
de la dignidad combatiente.
Así estarás igual entre los muebles
de palisandro y las hijas de Santiago, [97]
que rodeado en Rancagua por la muerte y la pólvora.
Eres el mismo sólido retrato 40
de quien no tiene padre sino patria,
de quien no tiene novia sino aquella
tierra con azahares
que le conquistará la artillería.
Te veo en el Perú escribiendo cartas. 45
No hay desterrado igual, mayor exilio.
Es toda la provincia desterrada.
Chile se iluminó como un salón
cuando no estabas. En derroche,
un rigodón de ricos substituye 50
tu disciplina de soldado ascético,
y la patria ganada por tu sangre
sin ti fue gobernada como un baile
que mira el pueblo hambriento desde fuera.
Ya no podías entrar en la fiesta 55
con sudor, sangre y polvo de Rancagua.
Hubiera sido de mal tono
para los caballeros capitales.
Hubiera entrado contigo el camino,
un olor de sudor y de caballos, 60
el olor de la patria en Primavera.
No podías estar en este baile.
Tu fiesta fue un castillo de explosiones.
Tu baile desgreñado es la contienda.
Tu fin de fiesta fue la sacudida 65
de la derrota, el porvenir aciago
hacia Mendoza, con la patria en brazos.
Ahora mira en el mapa hacia abajo,
hacia el delgado cinturón de Chile
y coloca en la nieve soldaditos, 70
jóvenes pensativos en la arena,
zapadores que brillan y se apagan.
Cierra los ojos, duerme, sueña un poco,
tu único sueño, el único que vuelve
hacia tu corazón: una bandera 75
de tres colores en el Sur, cayendo
la lluvia, el sol rural sobre tu tierra, [98]
los disparos del pueblo en rebeldía
y dos o tres palabras tuyas cuando
fueran estrictamente necesarias. 80
Si sueñas, hoy tu sueño está cumplido.
Suéñalo, por lo menos, en la tumba.
No sepas nada más porque, como antes,
después de las batallas victoriosas,
bailan los señoritos en Palacio 85
y el mismo rostro hambriento
mira desde la sombra de las calles.
Pero hemos heredado tu firmeza,
tu inalterable corazón callado,
tu indestructible posición paterna, 90
y tú, entre la avalancha cegadora
de húsares del pasado, entre los ágiles
uniformes azules y dorados,
estás hoy con nosotros, eres nuestro,
padre del pueblo, inmutable soldado. 95
XXI
San Martín (1810)
Anduve, San Martín, tanto y de sitio en sitio,
que descarté tu traje, tus espuelas, sabía
que alguna vez, andando en los caminos
hechos para volver, en los finales
de cordillera, en la pureza 5
de la intemperie que de ti heredamos,
nos íbamos a ver de un día a otro.
Cuesta diferenciar entre los nudos
de ceibo, entre raíces,
entre senderos señalar tu rostro, 10
entre los pájaros distinguir tu mirada,
encontrar en el aire tu existencia.
Eres la tierra que nos diste, un ramo
de cedrón que golpea con su aroma,
que no sabemos dónde está, de dónde 15
llega su olor de patria a las praderas.
Te galopamos, San Martín, salimos
amaneciendo a recorrer tu cuerpo, [99]
respiramos hectáreas de tu sombra,
hacemos fuego sobre tu estatura. 20
Eres extenso entre todos los héroes.
Otros fueron de mesa en mesa,
de encrucijada en torbellino,
tú fuiste construido de confines,
y empezamos a ver tu geografía, 25
tu planicie final, tu territorio.
Mientras mayor el tiempo disemina
como agua eterna los terrones
del rencor, los afilados
hallazgos de la hoguera, 30
más terreno comprendes, más semillas
de tu tranquilidad pueblan los cerros,
más extensión das a la primavera.
El hombre que construye es luego el humo
de lo que construyó, nadie renace 35
de su propio brasero consumido:
de su disminución hizo existencia,
cayó cuando no tuvo más que polvo.
Tú abarcaste en la muerte más espacio.
Tu muerte fue un silencio de granero. 40
Pasó la vida tuya, y otras vidas,
se abrieron puertas, se elevaron muros
y la espiga salió a ser derramada.
San Martín, otros capitanes
fulguran más que tú, llevan bordados 45
sus pámpanos de sal fosforescente,
otros hablan aún como cascadas,
pero no hay uno como tú, vestido
de tierra y soledad, de nieve y trébol.
Te encontramos al retornar del río, 50
te saludamos en la forma agraria
de la Tucumania florida,
y en los caminos, a caballo
te cruzamos corriendo y levantando
tu vestidura, padre polvoriento. 55
Hoy el sol y la luna, el viento grande [100]
maduran tu linaje, tu sencilla
composición: tu verdad era
verdad de tierra, arenoso amasijo,
estable como el pan, lámina fresca 60
de greda y cereales, pampa pura.
Y así eres hasta hoy, luna y galope,
estación de soldados, intemperie,
por donde vamos otra vez guerreando,
caminando entre pueblos y llanuras, 65
estableciendo tu verdad terrestre,
esparciendo tu germen espacioso,
aventando las páginas del trigo.
Así sea, y que no nos acompañe
la paz hasta que entremos 70
después de los combates, a tu cuerpo
y duerma la medida que tuvimos
en tu extensión de paz germinadora.
XXII
Mina (1817)
Mina, de las vertientes montañosas
llegaste como un hilo de agua dura.
España clara, España transparente
te parió entre dolores, indomable,
y tienes la dureza luminosa
del agua torrencial de las montañas. 5
Largamente, en los siglos y las tierras,
sombra y fulgor en tu cuna lucharon,
uñas rampantes degollaban
la claridad del pueblo,
y los antiguos halconeros, 10
en sus almenas eclesiásticas,
acechaban el pan, negaban
entrada al río de los pobres.
Pero siempre en la torre despiadada,
España, hiciste un hueco 15
al diamante rebelde y a su estirpe
de luz agonizante y renaciente. [101]
No en vano el estandarte de Castilla
tiene el color del viento comunero,
no en vano por tus cuencas de granito 20
corre la luz azul de Garcilaso,
no en vano en Córdoba, entre arañas
sacerdotales, deja Góngora
sus bandejas de pedrería
aljofaradas por el hielo. 25
España, entre tus garras
de cruel antigüedad, tu pueblo puro
sacudió las raíces del tormento,
sufragó las acémilas feudales
con invencible sangre derramada, 30
y en ti la luz, como la sombra, es vieja,
gastada en devorantes cicatrices.
Junto a la paz del albañil cruzada
por la respiración de las encinas,
junto a los manantiales estrellados 35
en que cintas y sílabas relucen,
sobre tu edad, como un temblor sombrío,
vive en su escalinata el gerifalte.
Hambre y dolor fueron la sílice
de tus arenas ancestrales 40
y un tumulto sordo, enredado
a las raíces de tus pueblos,
dio a la libertad del mundo
una eternidad de relámpagos,
de cantos y de guerrilleros. 45
Las hondonadas de Navarra
guardaron el rayo reciente.
Mina sacó del precipicio
el collar de sus guerrilleros:
de las aldeas invadidas, 50
de las poblaciones nocturnas
extrajo el fuego, alimentó
la abrasadora resistencia,
atravesó fuentes nevadas,
atacó en rápidos recodos, 55
surgió de los desfiladeros,
brotó de las panaderías.
Lo sepultaron en prisiones,
y al alto viento de la sierra [102]
retornó, revuelto y sonoro, 60
su manantial intransigente.
A América lo lleva el viento
de la libertad española,
y de nuevo atraviesa bosques
y fertiliza las praderas 65
su corazón inagotable.
En nuestra lucha, en nuestra tierra
se desangraron sus cristales,
luchando por la libertad
indivisible y desterrada. 70
En México ataron el agua
de las vertientes españolas.
Y quedó inmóvil y callada
su transparencia caudalosa.
XXIII
Miranda muere en la niebla (1816)
Si entráis a Europa tarde con sombrero
de copa en el jardín condecorado
por más de un Otoño junto al mármol
de la fuente mientras caen hojas
de oro harapiento en el Imperio 5
si la puerta recorta una figura
sobre la noche de San Petersburgo
tiemblan los cascabeles del trineo
y alguien en la soledad blanca alguien
el mismo paso la misma pregunta 10
si tú sales por la florida puerta
de Europa un caballero sombra traje
inteligencia signo cordón de oro
Libertad Igualdad mira su frente
entre la artillería que truena 15
si en las Islas la alfombra lo conoce
la que recibe océanos Pase Ud Ya lo creo
Cuántas embarcaciones Y la niebla
siguiendo paso a paso su jornada
si en las cavidades de logias librerías 20
hay alguien guante espada con un mapa
con la carpeta pululante llena
de poblaciones de navíos de aire [103]
si en Trinidad hacia la costa el humo
de un combate y de otro el mar de nuevo 25
y otra vez la escalera de Bay Street la atmósfera
que lo recibe impenetrable
como un compacto interior de manzana
y otra vez esta mano patricia este azulado
guante guerrero en la antesala 30
largos caminos guerras y jardines
la derrota en sus labios otra sal
otra sal otro vinagre ardiente
si en Cádiz amarrado al muro
por la gruesa cadena su pensamiento el frío 35
horror de espada el tiempo el cautiverio
si bajáis subterráneos entre ratas
y la mampostería leprosa otro cerrojo
en un cajón de ahorcado el viejo rostro
en donde ha muerto ahogada una palabra 40
una palabra nuestro nombre la tierra
hacia donde querían ir sus pasos
la libertad para su fuego errante
lo bajan can cordeles a la mojada
tierra enemiga nadie saluda hace frío 45
hace frío de tumba en Europa
XXIV
José Miguel Carrera (1810)
Episodio
Dijiste Libertad antes que nadie,
cuando el susurro iba de piedra en piedra,
escondido en los patios, humillado.
Dijiste Libertad antes que nadie.
Liberaste al hijo del esclavo. 5
Iban como las sombras mercaderes
vendiendo sangre de mares extraños.
Liberaste al hijo del esclavo.
Estableciste la primera imprenta.
Llegó la letra al pueblo oscurecido, 10
la noticia secreta abrió los labios.
Estableciste la primera imprenta.
Implantaste la escuela en el convento.
Retrocedió la gorda telaraña
y el rincón de los diezmos sofocantes. 15
Implantaste la escuela en el convento. [104]
Coro
Conózcase tu condición altiva,
Señor centelleante y aguerrido.
Conózcase lo que cayó brillando
de tu velocidad sobre la patria. 20
Vuelo bravío, corazón de púrpura.
Conózcanse tus llaves desbocadas
abriendo los cerrojos de la noche.
Jinete verde, rayo tempestuoso.
Conózcase tu amor a manos llenas, 25
tu lámpara de luz vertiginosa.
Racimo de una cepa desbordante.
Conózcase tu esplendor instantáneo,
tu errante corazón, tu fuego diurno.
Hierro iracundo, pétalo patricio. 30
Conózcase tu rayo de amenaza
destrozando las cúpulas cobardes.
Torre de tempestad, ramo de acacia.
Conózcase tu espada vigilante,
tu fundación de fuerza y meteoro. 35
Conózcase tu rápida grandeza.
Conózcase tu indomable apostura.
Episodio
Va por los mares, entre idiomas,
vestidos, aves extranjeras,
trae naves libertadoras, 40
escribe fuego, ordena nubes,
desentraña sol y soldados,
cruza la niebla en Baltimore
gastándose de puerta en puerta,
créditos y hombres lo desbordan, 45
lo acompañan todas las olas.
Junto al mar de Montevideo,
en su habitación desterrada,
abre una imprenta, imprime balas.
Hacia Chile vive la flecha 50
de su dirección insurgente,
arde la furia cristalina
que lo conduce, y endereza
la cabalgata del rescate [105]
montado en las crines ciclónicas 55
de su despeñada agonía.
Sus hermanos aniquilados
le gritan desde el paredón
de la venganza. Sangre suya
tiñe como una llamarada 60
en los adobes de Mendoza
su trágico trono vacío.
Sacude la paz planetaria
de la pampa como un circuito
de luciérnagas infernales. 65
Azota las ciudadelas
con el aullido de las tribus.
Ensarta cabezas cautivas
en el huracán de las lanzas.
Su poncho desencadenado 70
relampaguea en la humareda
y en la muerte de los caballos.
Joven Pueyrredón, no relates
el desolado escalofrío
de su final, no me atormentes 75
con la noche del abandono,
cuando lo llevan a Mendoza
mostrando el marfil de su máscara
la soledad de su agonía.
Coro
Patria, presérvalo en tu manto, 80
recoge este amor peregrino:
no lo dejes rodar al fondo
de su tenebrosa desdicha:
sube a tu frente este fulgor,
esta lámpara inolvidable, 85
repliega esta rienda frenética,
llama a este párpado estrellado,
guarda el ovillo de esta sangre
para tus telas orgullosas.
Patria, recoge esta carrera, 90
la luz, la gota mal herida,
este cristal agonizante,
esta volcánica sortija.
Patria, galopa y defiéndelo,
galopa, corre, corre, corre. 95 [106]
Éxodo
Lo llevan a los muros de Mendoza,
al árbol cruel, a la vertiente
de sangre inaugurada, al solitario
tormento, al final frío de la estrella.
Va por las carreteras inconclusas, 100
zarza y tapiales desdentados,
álamos que le arrojan oro muerto,
rodeado por su orgullo inútil
como por una túnica harapienta
a la que el polvo de la muerte llega. 105
Piensa en su desangrada dinastía,
en la luna inicial sobre los robles
desgarradores de la infancia,
la escuela castellana y el escudo
rojo y viril de la milicia hispana, 110
su tribu asesinada, la dulzura
del matrimonio, entre los azahares
el destierro, las luchas por el mundo,
O'Higgins el enigma abanderado,
Javiera sin saber en los remotos 115
jardines de Santiago.
Mendoza insulta su linaje negro,
golpea su vencida investidura,
y entre las piedras arrojadas sube
hacia la muerte.
Nunca un hombre tuvo 120
un final más exacto. De las ásperas
embestidas, entre viento y bestias,
hasta este callejón donde sangraron
todos los de su sangre.
Cada grada
del cadalso lo ajusta a su destino. 125
Ya nadie puede continuar la cólera.
La venganza, el amor cierran sus puertas.
Los caminos ataron al errante.
Y cuando le disparan, y a través
de su paño de príncipe del pueblo 130
asoma sangre, es sangre que conoce
la tierra infame, sangre que ha llegado
donde tenía que llegar, al suelo
de lagares sedientos que esperaban
las uvas derrotadas de su muerte. 135
Indagó hacia la nieve de la patria.
Todo era niebla en la erizada altura. [107]
Vio los fusiles cuyo hierro
hizo nacer su amor desmoronado,
se sintió sin raíces, pasajero 140
del humo, en la batalla solitaria,
y cayó envuelto en polvo y sangre
como en dos brazos de bandera.
Coro
Húsar infortunado, alhaja ardiente,
zarza encendida en la patria nevada. 145
Llorad por él, llorad hasta que mojen,
mujeres, vuestras lágrimas la tierra,
la tierra que él amó, su idolatría.
Llorad, guerreros ásperos de Chile,
acostumbrados a montaña y ola, 150
este vacío es como un ventisquero,
esta muerte es el mar que nos golpea.
No preguntéis por qué, nadie diría
la verdad destrozada por la pólvora.
No preguntéis quien fue, nadie arrebata 155
el crecimiento de la primavera,
nadie mató la rosa del hermano.
Guardemos cólera, dolor y lágrimas,
llenemos el vacío desolado
y que la hoguera en la noche recuerde 160
la luz de las estrellas fallecidas.
Hermana, guarda tu rencor sagrado.
La victoria del pueblo necesita
la voz de tu ternura triturada.
Extended mantos en su ausencia 165
para que pueda -frío y enterradocon
su silencio sostener la patria.
Más de una vida fue su vida.
Buscó su integridad como una llama.
La muerte fue con él hasta dejarlo 170
para siempre completo y consumido.
Antistrofa
Guarde el laurel doloroso su extrema substancia de invierno.
[108]
A su corona de espinas llevemos arena radiante,
hilos de estirpe araucana resguarden la luna mortuoria,
hojas de boldo fragante resuelvan la paz de su tumba, 175
nieve nutrida en las aguas inmensas y oscuras de Chile,
plantas que amó, toronjiles en tazas de greda silvestre,
ásperas plantas amadas por el amarillo centauro,
negros racimos colmados de eléctrico otoño en la tierra,
ojos sombríos que ardieron bajo sus besos terrestres. 180
levante la patria sus aves, sus alas injustas, sus párpados rojos,
vuele hacia el húsar herido la voz del queltehue en el agua,
sangre la loica su mancha de aroma escarlata rindiendo tributo
a aquél cuyo vuelo extendiera la noche nupcial de la patria
y el cóndor colgado en la altura inmutable corone con plumas
sangrientas
185
el pecho dormido, la hoguera que yace en las gradas de la
cordillera,
rompa el soldado la rosa iracunda aplastada en el muro
abrumado,
salte el paisano al caballo de negra montura y hocico de
espuma,
vuelva al esclavo del campo su paz de raíces, su escudo
enlutado,
levante el mecánico su pálida torre tejida de estaño nocturno: 190
el pueblo que nace ne la cuna torcida por mimbres y manos
del héroe,
el pueblo que sube de negros adobes de minas y bocas
sulfúricas,
el pueblo levante el martirio y la urna y envuelva el recuerdo
desnudo
con su ferroviaria grandeza y su eterna balanza de piedras y
heridas
hasta que la tierra fragante decrete copihues mojados y libros
abiertos,
195
al niño invencible, a la ráfaga insigne, al tierno temible y
acerbo soldado.
Y guarde su nombre en el duro dominio del pueblo en su
lucha,
como el nombre en la nave resiste el combate marino:
la patria en su proa lo inscriba y lo bese el relámpago
porque así fue su libre y delgada y ardiente materia. 200 [109]
XXV
Manuel Rodríguez
Cueca
Señora, dicen que donde,
mi madre dicen, dijeron,
el agua y el viento dicen
que vieron al guerrillero.
Vida
Puede ser un obispo, 5
puede y no puede,
puede ser sólo el viento
sobre la nieve:
sobre la nieve, sí,
madre, no mires, 10
que viene galopando
Manuel Rodríguez.
Ya viene el guerrillero
por el estero.
Cueca
Saliendo de Melipilla, 15
corriendo por Talagante,
cruzando por San Fernando,
amaneciendo en Pomaire.
Pasión
Pasando por Rancagua,
por San Rosendo, 20
por Cauquenes, por Chena,
por Nacimiento:
por Nacimiente, sí,
desde Chiñigüe,
por todas partes viene 25
Manuel Rodríguez.
Pásale este clavel.
Vamos con él.
Cueca
Que se apague la guitarra,
que la patria está de duelo. 30
Nuestra tierra se oscurece.
Mataron al guerrillero. [110]
Y muerte
1Aunque escrito varios años después «Artigas», Octavo episodio del libro La barcarola (Losada, 1967), su tema
corresponde al Capítulo IV, «Los Libertadores». Por esta razón se incluye en esta edición revisada del Canto
General.
En Til-Til lo mataron
los asesinos,
su espalda está sangrando 35
sobre el camino:
sobre el camino, sí.
Quién lo diría,
el que era nuestra sangre,
nuestra alegría. 40
La tierra está llorando.
Vamos callando.
XXVI
Artigas
1
(I)
Artigas crecía entre los matorrales y fue tempestuoso
su paso porque en las praderas creciendo el galope de piedra o
campana
llegó a sacudir la inclemencia del páramo como repetida
centella,
llegó a acumular el color celestial extendiendo los cascos
sonoros
hasta que nació una bandera empapada en el uruguayano
rocío.
5
(II)
Uruguay, Uruguay, uruguayan los cantos del río uruguayo,
las aves turpiales, la tórtola de voz malherida, la torre del
trueno uruguayo
proclaman el grito celeste que dice Uruguay en el viento
y si la cascada redobla y repite el galope de los caballeros
amargos
que hacia la frontera recogen los últimos granos de su
victoriosa derrota
10
se extiende el unísono nombre de pájaro puro,
la luz de violín que bautiza la patria violenta. [111]
(III)
Oh Artigas, soldado del campo creciente, cuando para toda la
tropa bastaba
tu poncho estrellado por constelaciones que tú conocías,
hasta que la sangre corrompe y redime la aurora, y despiertan
tus hombres
15
marchando agobiados por los polvorientos ramales del día.
Oh padre constante del itinerario, caudillo del rumbo,
centauro de la polvareda!
(IV)
Pasaron los días de un siglo y siguieron las horas detrás de tu
exilio:
detrás de la selva enredada por mil telarañas de hierro:
detrás del silencio en que solo catan los frutas podridos sobre
los pantanos,
20
las hojas, la lluvia desencadenada, la música del urutaú,
los pasos descalzos de los paraguayos entrando y saliendo en
el sol de la sombra,
la trenza del látigo, los cepos, los cuerpos roídos por
escarabajos:
un grave cerrojo se impuso apartando el color de 1a selva
y el amoratado crepúsculo cerraba con sus cinturones 25
los ojos de Amigas que buscan en su desventura la luz
uruguaya.
(V)
«Amargo trabajo el exilio» escribió aquel hermano de mi
alma
y así el entretanto de América cayó como párpado oscuro
sobre la mirada de Artigas, jinete del escalofrío,
opreso en la inmóvil mirada de vidrio de un déspota, en un
reino vacío.
30
(VI)
América tuya temblaba con penitenciales dolores:
Oribes, Alveares, Carreras, desnudos corrían hacia el
sacrificio: [112]
morían, nacían, caían: los ojos del ciego mataban: la voz de
los mudos
hablaba. Los muertos, por fin encontraron partido,
por fin conocieron su bando patricio en la muerte. 35
Y todos aquellos sangrientos supieron que pertenecían
a la misma fila: la tierra no tiene adversarios.
(VII)
Uruguay es palabra de pájaro, o idioma del agua,
sílaba de una cascada, es tormento de cristalería,
Uruguay es la voz de las frutas en la primavera fragante, 40
es un beso fluvial de los bosques y la máscara azul del
Atlántico.
Uruguay es la ropa tendida en el oro de un día de viento,
es el pan en la mesa de América, la pureza del pan en la mesa.
(VIII)
Y si Pablo Neruda, el cronista de todas las cosas te debía,
Uruguay, este canto,
este canto, este cuento, esta miga de espiga, este Artigas, 45
no falté a mis deberes ni acepté los escrúpulos del
intransigente:
esperé una hora quieta, aceché una hora inquieta, recogí los
herbarios del río,
sumergí mi cabeza en tu arena y en la plata de los pejerreyes,
en la clara amistad de tus hijos, en tus destartalados mercados
me acendré hasta sentirme deudor de tu olor y tu amor. 50
Y tal vez está escrito el rumor que tu amor y tu olor me
otorgaron
en estas palabras oscuras, que dejo en memoria de tu capitán
luminoso.
XXVII
Guayaquil (1822)
Cuando entró San Martín, algo nocturno
de camino impalpable, sombra, cuero,
entró en la sala.
Bolívar esperaba. [113]
Bolívar olfateó lo que llegaba.
Él era aéreo, rápido, metálico, 5
todo anticipación, ciencia de vuelo,
su contenido ser temblaba
allí, en el cuarto detenido
en la oscuridad de la historia.
Venía de la altura indecible, 10
de la atmósfera constelada,
iba su ejército adelante
quebrantando noche y distancia,
capitán de un cuerpo invisible,
de la nieve que lo seguía. 15
La lámpara tembló, la puerta
detrás de San Martín mantuvo
la noche, sus ladridos, un rumor
tibio de desembocadura.
Las palabras abrieron un sendero 20
que iba y volvía en ellos mismos.
Aquellos dos cuerpos se hablaban,
se rechazaban, se escondían,
se incomunicaban, se huían.
San Martín traía del Sur 25
un saco de números grises,
la soledad de las monturas
infatigables, los caballos
batiendo tierras, agregándose
a su fortaleza arenaria. 30
Entraron con él los ásperos
arrieros de Chile, un lento
ejército ferruginoso,
el espacio preparatorio,
las banderas con apellidos 35
envejecidos en la pampa.
Cuanto hablaron cayó de cuerpo a cuerpo
en el silencio, en el hondo intersticio.
No eran palabras, era la profunda
emanación de las tierras adversas, 40
de la piedra humana que toca
otro metal inaccesible.
Las palabras volvieron a su sitio.
Cada uno, delante de sus ojos
veía sus banderas. 45 [114]
Uno, el tiempo con flores deslumbrantes,
otro, el roído pasado,
los desgarrones de la tropa.
Junto a Bolívar una mano blanca
lo esperaba, lo despedía, 50
acumulaba su acicate ardiente,
extendía el lino en el tálamo.
San Martín era fiel a su pradera.
Su sueño era un galope,
una red de correas y peligros. 55
Su libertad era una pampa unánime.
Un orden cereal fue su victoria.
Bolívar construía un sueño,
una ignorada dimensión, un fuego
de velocidad duradera, 60
tan incomunicable, que lo hacía
prisionero, entregado a su substancia.
Cayeron las palabras y el silencio.
Se abrió otra vez la puerca, otra vez toda
la noche americana, el ancho río 65
de muchos labios palpitó un segundo.
San Martín regresó de aquella noche
hacia las soledades, hacia el trigo.
Bolívar siguió solo.
XXVIII
Sucre
Sucre en las altas tierras, desbordando
el amarillo perfil de los montes,
Hidalgo cae, Morelos recoge
el sonido, el temblor de una campana
propagado en la tierra y en la sangre. 5
Páez recorre los caminos
repartiendo aire conquistado,
cae el rocío en Cundinamarca
sobre la fraternidad de las heridas,
el pueblo insurge inquieto 10 [115]
desde la latitud a la secreta
célula, emerge un mundo
de despedidas y galopes,
nace a cada minuto una bandera
como una flor anticipada: 15
banderas hechas de pañuelos
sangrientos y de libros libres,
banderas arrastradas al polvo
de los caminos, destrozadas
por la caballería, abiertas 20
por estampidos y relámpagos.
Las banderas
Nuestras banderas de aquel tiempo
fragante, bordadas apenas,
nacidas apenas, secretas
como un profundo amor, de pronto
encarnizadas en el viento 5
azul de la pólvora amada.
América, extensa cuna, espacio
de estrella, granada madura,
de pronto se llenó de abejas
tu geografía, de susurros 10
conducidos por los adobes
y las piedras, de mano en mano,
se llenó de trajes la calle
2Anteriormente el poema «Castro Alves del Brasil» integraba el Apéndice «Poesía y Prosa no incluidas en libro»,
de las Obras Completas. Lo incluimos ahora en «Los Libertadores» del Canto General, lugar que le corresponde
por su tema.
como un panal atolondrado.
En la noche de los disparos 15
el baile brillaba en los ojos,
sabia como una naranja
el azahar a las camisas,
besos de adiós, besos de harina,
el amor amarraba besos, 20
y la guerra cantaba con
su guitarra por los caminos.
XXIX
2
Castro Alves del Brasil
Castro Alves del Brasil, tú para quién cantaste?
Para la flor cantaste? Para el agua
cuya hermosura dice palabras a las piedras? [116]
Cantaste para los ojos, para el perfil cortado
de la que amaste entonces? Para la primavera? 5
Sí, pero aquellos pétalos no tenían rocío,
aquellas aguas negras no tenían palabras,
aquellos ojos eran los que vieron la muerte,
ardían los martirios aun detrás del amor,
la primavera estaba salpicada de sangre. 10
-Canté para los esclavos, ellos sobre los barcos
como el racimo oscuro del árbol de la ira
viajaron, y en el puerto se desangró el navío
dejándonos el peso de una sangre robada.
-Canté en aquellos días contra el infierno, 15
contra las afiladas lenguas de la codicia,
contra el oro empapado en el tormento,
contra la mano que empuñaba el látigo,
contra los directores de tinieblas.
-Cada rosa tenía un muerto en sus raíces. 20
La luz, la noche, el cielo se cubrían de llanto,
los ojos se apartaban de las manos heridas
y era mi voz la única que llenaba el silencio.
-Yo quise que del hombre nos salváramos,
yo creía que la ruta pasaba por el hombre, 25
y que de allí tenía que salir el destino.
Yo canté para aquellos que no tenían voz.
Mi voz golpeó las puertas hasta entonces cerradas
para que, combatiendo, la Libertad entrase.
Castro Alves del Brasil, hoy que tu libro puro 30
vuelve a nacer para la tierra libre,
déjame a mí, poeta de nuestra pobre América,
coronar tu cabeza con el laurel del pueblo.
Tu voz se unió a la eterna y alta voz de los hombres.
Cantaste bien. Cantaste como debe cantarse. 35
Toussaint l’Ouverture
Haití, de su dulzura enmarañada,
extrae pétalos patéticos,
rectitud de jardines, edificios
de la grandeza, arrulla
el mar como un abuelo oscuro 5
su antigua dignidad de piel y espacio. [117]
Toussaint L'Ouverture anuda
la vegetal soberanía,
la majestad encadenada,
la sorda voz de los tambores 10
y ataca, cierra el paso, sube,
ordena, expulsa, desafía
como un monarca natural,
hasta que en la red tenebrosa
cae y lo llevan por los mares 15
arrastrado y atropellado
como el regreso de su raza,
tirado a la muerte secreta
de las sentinas y los sótanos.
Pero en la Isla arden las peñas, 20
hablan las ramas escondidas,
se transmiten las esperanzas,
surgen los muros del baluarte.
La libertad es bosque tuyo,
oscuro hermano, preserva 25
tu memoria de sufrimientos
y que los héroes pasados
custodien tu mágica espuma.
XXXI
Morazán (1842)
Alta es la noche y Morazán vigila.
Es hoy, ayer, mañana? Tú lo sabes.
Cinta central, América angostura
que los golpes azules de dos mares
fueron haciendo, levantando en vilo 5
cordilleras y plumas de esmeralda:
territorio, unidad, delgada diosa
nacida en el combate de la espuma.
Te desmoronan hijos y gusanos,
se extienden sobre ti las alimañas 10
y una tenaza te arrebata el sueño
y un puñal con tu sangre te salpica
mientras se despedaza tu estandarte.
Alta es la noche y Morazán vigila. [118]
Ya viene el tigre enarbolando un hacha. 15
Vienen a devorarte las entrañas.
Vienen a dividir la estrella.
Vienen,
pequeña América olorosa,
a clavarte en la cruz, a desollarte,
a tumbar el metal de tu bandera. 20
Alta es la noche y Morazán vigila.
Invasores llenaron tu morada.
Y te partieron como fruta muerta,
y otros sellaron sobre tus espaldas
los dientes de una estirpe sanguinaria, 25
y otros te saquearon en los puertos
cargando sangre sobre tus dolores.
Es hoy, ayer, mañana? Tú lo sabes.
Hermanos, amanece. (Y Morazán vigila.)
XXXII
Viaje por la noche de Juárez
Juárez, si recogiéramos
la íntima estrata, la materia
de la profundidad, si cavando tocáramos
el profundo metal de las repúblicas,
esta unidad sería tu estructura, 5
tu impasible bondad, tu terca mano.
Quien mira tu levita,
tu parca ceremonia, tu silencio,
tu rostro hecho de tierra americana,
si no es de aquí, si no ha nacido en estas 10
llanuras, en la greda montañosa
de nuestras soledades, no comprende.
Te hablarán divisando una cantera.
Te pasarán como se pasa un río.
Darán la mano a un árbol, a un sarmiento, 15
a un sombrío camino de la tierra.
Para nosotros eres pan y piedra,
horno y producto de la estirpe oscura. [119]
Tu rostro fue nacido en nuestro barro.
Tu majestad es mi región nevada, 20
tus ojos la enterrada alfarería.
Otras tendrán el átomo y la gota
de eléctrico fulgor, de brasa inquieta:
tú eres el muro hecho de nuestra sangre,
tu rectitud impenetrable 25
sale de nuestra dura geología.
No tienes nada que decir al aire,
al viento de oro que viene de lejos,
que lo diga la tierra ensimismada,
la cal, el mineral, la levadura. 30
Yo visité los muros de Querétaro,
toqué cada peñasco en la colina,
la lejanía, cicatriz y cráter,
los cactus de ramales espinosos:
nadie persiste allí, se fue el fantasma, 35
nadie quedó dormido en la dureza:
sólo existen la luz, los aguijones
del matorral, y una presencia pura:
Juárez, tu paz de noche justiciera,
definitiva, férrea y estrellada. 40
XXXIII
El viento sobre Lincoln
A veces el viento del Sur resbala
sobre la sepultura de Lincoln trayendo
voces y briznas de ciudades y árboles
nada pasa en su tumba las letras no se mueven
el mármol se suaviza con lentitud de siglos 5
el viejo caballero ya no vive
no existe el agujero de su antigua camisa
se han mezclado las fibras de tiempo y polvo humano
qué vida tan cumplida dice una temblorosa
señora de Virginia una escuela que canta 10
más de una escuela canta pensando en otras cosas
pero el viento del Sur la emanación de tierras
de caminos a veces se detiene en la tumba
su transparencia es un periódico moderno
vienen sordos rencores lamentos como aquéllos 15 [120]
el sueño inmóvil vencedor yacía
bajo los pies llenos de lodo que pasaron
cantando y arrastrando tanta fatiga y sangre
pues bien esta mañana vuelve al mármol el odio
el odio del Sur blanco hacia el viejo dormido 20
en las iglesias los negros están solos con Dios
con Dios según lo creen en las plazas
en los trenes el mundo tiene ciertos letreros
que dividen el cielo el agua el aire
qué vida tan perfecta dice la delicada 25
señorita y en Georgia matan a palos
cada semana a un joven negro
mientras Paul Robeson canta como la tierra
como el comienzo del mar y de la vida
canta sobre la crueldad y los avisos 30
de coca-cola canta para hermanos
de mundo a mundo entre los castigos
canta para los nuevos hijos para
que el hombre oiga y detenga su látigo
la mano cruel la mano que Lincoln abatiera 35
la mano que resurge como una blanca víbora
el viento pasa el viento sobre la tumba trae
conversaciones restos de juramentos algo
que llora sobre el mármol como una lluvia fina
de antiguos de olvidados dolores insepultos 40
el Klan mató a un bárbaro persiguiéndolo
colgando al pobre negro que aullaba quemándolo
vivo y agujereado por los tiros
bajo sus capuchones los prósperos rotarios
no saben así creen que sólo son verdugos 45
cobardes carniceros detritus del dinero
con la cruz de Caín regresan
a lavarse las manos a rezar el domingo
telefonean al Senado contando sus hazañas
de esto no sabe nada el muerto de Illinois 50
porque el viento de hoy habla un lenguaje
de esclavitud de furia de cadena
y a través de las losas el hombre ya no existe
es un desmenuzado polvillo de victoria
de victoria arrasada después de triunfo muerto 55
no sólo la camisa del hombre se ha gastado
no sólo el agujero de la muerte nos mata
sino la primavera repetida el transcurso
que roe al vencedor con su canto cobarde
muere el valor de ayer se derraman de nuevo 60
las furiosas banderas del malvado
alguien canta junto al monumento es un coro [121]
de niñas escolares voces ácidas
que suben sin tocar el polvo externo
que pasan sin bajar al leñador dormido 65
a la victoria muerta bajo las reverencias
mientras el burlón y viajero viento del Sur sonríe.
XXXIV
Martí (1890)
Cuba, flor espumosa, efervescente
azucena escarlata, jazminero,
cuesta encontrar bajo la red florida
tu sombrío carbón martirizado,
la antigua arruga que dejó la muerte, 5
la cicatriz cubierta por la espuma.
Pero dentro de ti como una clara
geometría de nieve germinada,
donde se abren tus últimas cortezas,
yace Martí como una almendra pura. 10
Está en el fondo circular del aire,
está en el centro azul del territorio,
y reluce como una gota de agua
su dormida pureza de semilla.
Es de cristal la noche que lo cubre. 15
Llanto y dolor, de pronto, crueles gotas
atraviesan la tierra hasta el recinto
de la infinita claridad dormida.
El pueblo a veces baja sus raíces
a través de la noche hasta tocar 20
el agua quieta en su escondido manto.
A veces cruza el rencor iracundo
pisoteando sembradas superficies
y un muerto cae en la copa del pueblo.
A veces vuelve el látigo enterrado 25
a silbar en el aire de la cúpula
y una gota de sangre como un pétalo
cae a la tierra y desciende al silencio.
Todo llega al fulgor inmaculado. [122]
Los temblores minúsculos golpean 30
las puertas de cristal del escondido.
Toda lágrima toca su corriente.
Todo fuego estremece su estructura.
Y así de la yacente fortaleza,
del escondido germen caudaloso 35
salen los combatientes de la isla.
Vienen de un manantial determinado.
Nacen de una vertiente cristalina.
XXXV
Balmaceda de Chile (1891)
Mr. North ha llegado de Londres.
Es un magnate del nitrato.
Antes trabajó en la pampa,
de jornalero, algún tiempo,
pero se dio cuenta y se fue. 5
Ahora vuelve, envuelto en libras.
Trae dos caballitos árabes
y una pequeña locomotora
toda de oro. Son regalos
para el Presidente, un tal 10
José Manuel Balmaceda.
«You are very clever, Mr. North.»
Rubén Darío entra por esta casa,
por esta Presidencia como quiere.
Una botella de coñac le aguarda. 15
El joven Minotauro envuelto en niebla
de ríos, traspasado de sonidos
sube la gran escala que será
tan difícil subir a Mr. North.
El Presidente regresó hace poco 20
del desolado Norte salitroso,
allí dijo: «Esta tierra, esta riqueza
será de Chile, esta materia blanca [123]
convertiré en escuelas, en caminos,
en pan para mi pueblo.» 25
Ahora entre papeles, en palacio,
su fina forma, su intensa mirada
mira hacia los desiertos del salitre.
Su noble rostro no sonríe.
La cabeza, de pálida apostura, 30
tiene la antigua calidad de un muerto,
de un viejo antepasado de la patria.
Todo su ser es examen solemne.
Algo inquieta como una racha fría,
su paz, su movimiento pensativo. 35
Rechazó los caballos, la maquinita de oro
de Mr. North. Los alejó sin verlos
hacia su dueño, el poderoso gringo.
Movió apenas la desdeñosa mano.
«Ahora, Mr. North, no puedo 40
entregarle estas concesiones,
no puedo amarrar a mi patria
a los misterios de la City.»
Mr. North se instala en el Club.
Cien whiskies van para su mesa, 45
cien comidas para abogados,
para el Parlamento, champaña
para los tradicionalistas.
Corren agentes hacia el Norte,
las hebras van, vienen y vuelven. 50
Las suaves libras esterlinas
tejen como arañas doradas
una tela inglesa, legítima,
para mi pueblo, un traje sastre
de sangre, pólvora y miseria. 55
«You are very clever, Mr. North.»
Sitia la sombra a Balmaceda.
Cuando llega el día lo insultan,
lo escarnecen los aristócratas,
le ladran en el Parlamento, 60 [124]
lo fustigan y lo calumnian.
Dan la batalla, y han ganado.
Pero no basta: hay que torcer
la historia. Las buenas viñas
se «sacrifican» y el alcohol 65
llena la noche miserable.
Los elegantes jovencitos
marcan las puertas y una horda
asalta las casas, arroja
los pianos desde los balcones. 70
Aristocrático picnic
con cadáveres en la acequia
y champagne francés en el Club.
«You are very clever, Mr. North.»
La Embajada argentina abrió 75
sus puertas al Presidente.
Esa tarde escribe con la misma
seguridad de mano fina,
la sombra entra en sus grandes ojos
como una oscura mariposa, 80
de profundidad fatigada.
Y la magnitud de su frente
sale del mundo solitario,
de la pequeña habitación,
ilumina la noche oscura. 85
Escribe su nítido nombre,
las letras de largo perfil
de su doctrina traicionada.
Tiene el revólver en su mano.
Mira a través de la ventana 90
un trozo postrero de patria,
pensando en todo el largo cuerpo
de Chile, oscurecido
como una página nocturna.
Viaja, y sin ver cruzan sus ojos, 95
como en los vidrios de un tren,
rápidos campos, caseríos,
torres, riberas anegadas,
pobreza, dolores, harapos.
Él soñó un sueño preciso, 100 [125]
quiso cambiar el desgarrado
paisaje, el cuerpo consumido
del pueblo, quiso defenderlo.
Es tarde ya, escucha disparos
aislados, los gritos vencedores, 105
el salvaje malón, los aullidos
de la «aristocracia», escucha
el último rumor, el gran silencio,
y entra con él, recostado, a la muerte.
XXXVI
Emiliano Zapata con música de Tata Nacho
Cuando arreciaron los dolores
en la tierra, y los espinares desolados
fueron la herencia de los campesinos,
y como antaño, las rapaces
barbas ceremoniales, y los látigos, 5
entonces, flor y fuego galopado...
Borrachita me voy
hacia la capital
se encabritó en el alba transitoria
la tierra sacudida de cuchillos, 10
el peón de sus amargas madrigueras
cayó como un elote desgranado
sobre la soledad vertiginosa.
a pedirle al patrón
que me mandó llamar 15
Zapata entonces fue tierra y aurora.
En todo el horizonte aparecía
la multitud de su semilla armada.
En un ataque de aguas y fronteras
el férreo manantial de Coahuila, 20
las estelares piedras de Sonora:
todo vino a su paso adelantado,
a su agraria tormenta de herraduras.
que si se va del rancho
muy pronto volverá 25 [126]
Reparte el pan, la tierra:
te acompaño.
Yo renuncio a mis párpados celestes.
Yo, Zapata, me voy con el rocío
de las caballerías matutinas,
en un disparo desde los nopales 30
hasta las casas de pared rosada.
...cintitas pa tu pelo
no llores por tu Pancho...
La luna duerme sobre las monturas.
La muerte amontonada y repartida 35
yace con los soldados de Zapata.
El sueño esconde bajo los baluartes
de la pesada noche su destino,
su incubadora sábana sombría.
La hoguera agrupa el aire desvelado: 40
grasa, sudor y pólvora nocturna.
...Borrachita me voy
para olvidarte...
Pedimos patria para el humillado.
Tu cuchillo divide el patrimonio 45
y tiros y corceles amedrentan
los castigos, la barba del verdugo.
La tierra se reparte con un rifle.
No esperes, campesino polvoriento,
después de tu sudor la luz completa 50
y el cielo parcelado en tus rodillas.
Levántate y galopa con Zapata.
...Ya la quise traer
dijo que no...
México, huraña agricultura, amada 55
tierra entre los oscuros repartida:
de las espadas del maíz salieron
al sol tus centuriones sudorosos.
De la nieve del Sur vengo a cantarte.
Déjame galopar en tu destino 60
y llenarme de pólvora y arados.
...Que si habrá de llorar
pa qué volver... [127]
XXXVII
Sandino (1926)
Fue cuando en tierra nuestra
se enterraron
las cruces, se gastaron
inválidas, profesionales.
Llegó el dólar de dientes agresivos 5
a morder territorio,
en la garganta pastoril de América.
Agarró Panamá con fauces duras,
hundió en la tierra fresca sus colmillos,
chapoteó en barro, whisky, sangre, 10
y juró un Presidente con levita:
«Sea con nosotros el soborno
de cada día.»
Luego, llegó el acero,
y el canal dividió las residencias,
aquí los amos, allí la servidumbre. 15
Corrieron hacia Nicaragua.
Bajaron, vestidos de blanco,
tirando dólares y tiros.
Pero allí surgió un capitán
que dijo: «No, aquí no pones 20
tus concesiones, tu botella.»
Le prometieron un retrato
de Presidente, con guantes,
banda terciada y zapatitos
de charol recién adquiridos. 25
Sandino se quitó las botas,
se hundió en los trémulos pantanos,
se terció la banda mojada
de la libertad en la selva,
y, tiro a tiro, respondió 30
a los «civilizadores.»
La furia norteamericana
fue indecible: documentados
embajadores convencieron
al mundo que su amor era 35
Nicaragua, que alguna vez
el orden debía llegar
a sus entrañas soñolientas.
Sandino colgó a los intrusos. [128]
Los héroes de Wall Street 40
fueron comidos por la ciénaga,
un relámpago los mataba,
más de un machete los seguía,
una soga los despertaba
como una serpiente en la noche, 45
y colgando de un árbol eran
acarreados lentamente
por coleópteros azules
enredaderas devorantes.
Sandino estaba en el silencio, 50
en la Plaza del Pueblo, en todas
partes estaba Sandino,
matando norteamericanos,
ajusticiando invasores.
Y cuando vino la aviación, 55
la ofensiva de los ejércitos
acorazados, la incisión
de aplastadores poderíos,
Sandino, con sus guerrilleros,
como un espectro de la selva, 60
era un árbol que se enroscaba
o una tortuga que dormía
o un río que se deslizaba.
Pero árbol, tortuga, corriente
fueron la muerte vengadora, 65
fueron sistemas de la selva,
mortales síntomas de araña.
(En 1948
un guerrillero
de Grecia, columna de Esparta, 70
fue la urna de luz atacada
por los mercenarios del dólar.
Desde los montes echó fuego
sobre los pulpos de Chicago,
y como Sandino, el valiente 75
de Nicaragua, fue llamado
«bandolero de las montañas.»)
Pero cuando fuego, sangre
y dólar no destruyeron
la torre altiva de Sandino, 80
los guerreros de Wall Street
hicieron la paz, invitaron
a celebrarla al guerrillero, [129]
y un traidor recién alquilado
le disparó su carabina. 85
Se llama Somoza. Hasta hoy
está reinando en Nicaragua:
los treinta dólares crecieron
y aumentaron en su barriga.
Ésta es la historia de Sandino, 90
capitán de Nicaragua,
encarnación desgarradora
de nuestra arena traicionada,
dividida y acometida,
martirizada y saqueada. 95
XXXVIII
(1)
Hacia Recabarren
La tierra, el metal de la tierra, la compacta
hermosura, la paz ferruginosa
que será lanza, lámpara o anillo,
materia pura, acción
del tiempo, salud 5
de la tierra desnuda.
El mineral fue como estrella
hundida y enterrada.
A golpes de planeta, gramo a gramo,
fue escondida la luz. 10
Áspera capa, arcilla, arena
cubrieron tu hemisferio.
Pero yo amé tu sal, tu superficie.
Tu goterón, tu párpado, tu estatua.
En el quilate de pureza dura 15
cantó mi mano: en la égloga
nupcial de la esmeralda fui citado,
y en el hueco del hierro puse mi rostro un día
hasta emanar abismo, resistencia y aumento.
Pero yo no sabía nada. 20 [130]
El hierro, el cobre, las sales lo sabían.
Cada pétalo de oro fue arrancada con sangre.
Cada metal llene un soldado.
(2)
El cobre
Yo llegué al cobre, a Chuquicamata,
Era tarde en las cordilleras.
El aire era como una copa
fría, de seca transparencia.
Antes viví en muchos navíos, 5
pero en la noche del desierto
la inmensa mina resplandecía
como un navío cegador
con el rocío deslumbrante
de aquellas alturas nocturnas. 10
Cerré los ojos: sueña y sombra
extendían sus gruesas plumas
sobre mí como aves gigantes.
Apenas y de tumbo en tumbo,
mientras bailaba el automóvil, 15
la oblicua estrella, el penetrante
planeta, como una lanza,
me arrojaban un rayo helado
de fuego frío, de amenaza.
(3)
La noche en Chuquicamata
Era alta noche ya, noche profunda,
como interior vacío de campana.
y tete mis ojos vi los muros implacables,
el cobre derribado en la pirámide.
Era verde la sangre de esas tierras. 5
Alta hasta los planetas empapados
era la magnitud nocturna y verde.
Gota a gota una leche de turquesa,
una aurora de piedra,
fue construida por el hombre 10
y ardía en la inmensidad,
en la estrellada tierra abierta
de toda la noche arenosa. [131]
Paso a paso, entonces, la sombra
me llegó
de la mano hacia el Sindicato.
Era el mes de julio 15
en Chile, en la estación fría.
Junto a mis pasos, muchos días
(o siglos) (o simplemente meses
de cobre, piedra y piedra y piedra,
es decir, de infierno en el tiempo: 20
del infinito sostenido
por una mano sulfurosa),
iban otros pasos y pies
que sólo el cobre conocía.
Era una multitud grasienta, 25
hambre y harapo, soledades,
la que cavaba el socavón.
Aquella noche no vi
desfilar su herida sin número
en la costa cruel de la mina. 30
Pero yo fui de esos tormentos.
Las vértebras del cobre estaban húmedas,
descubiertas a golpes de sudar
en la infinita luz del aire andino.
Para excavar los huesos minerales 35
de la estatua enterrada por los siglos,
el hombre construyó las galerías
de un teatro vacío.
Pero la esencia dura,
la piedra en su estatura, la victoria 40
del cobre huyó dejando un cráter
de ordenado volcán, como si aquella
estatua, estrella verde,
fuera arrancada al pecho de un dios ferruginoso
dejando un hueco pálido socavado en la altura. 45
(4)
Los chilenos
Todo eso fue tu mano.
Tu mano fue la uña
del compatriota mineral, del «roto»
combatido, del pisoteado [132]
material humano, del hombrecito con harapos. 5
Tu mano fue como la geografía:
cavó este cráter de tiniebla verde,
fundó un planeta de piedra oceánica.
Anduvo por las maestranzas
manejando las palas rotas 10
y poniendo pólvora en todas
partes, como huevos
de gallina ensordecedora.
Se trata de un cráter remoto:
aun desde la luna llena 15
se vería su profundidad
hecha mano a mano por
un tal Rodríguez, un tal Carrasco,
un tal Díaz Iturrieta,
un tal Abarca, un tal Gumersindo, 20
un tal chileno llamado Mil.
Esta inmensidad, uña a uña,
el desgarrado chileno, un día
y otro día, otro invierno, a pulso,
a velocidad, en la lenta 25
atmósfera de las alturas,
la recogió de la argamasa,
la estableció entre las regiones.
(5)
El héroe
No fue sólo firmeza tumultuosa
de muchos dedos, no sólo fue la pala,
no sólo el brazo, la cadera, el peso
de todo el hombre y su energía:
fueron dolor, incertidumbre y furia 5
los que cavaron el centímetro
de altura calcárea, buscando
las venas verdes de la estrella,
los finales fosforescentes
de los cometas enterrados. 10
Del hombre gastado en su abismo
nacieron las sales sangrientas.
Porque es el Reinaldo agresivo,
busca piedras, el infinito [133]
Sepúlveda, tu hijo, sobrino de 15
tu tía Eduviges Rojas,
el héroe ardiendo, el que desvencija
la cordillera mineral.
Así fue como conociendo,
entrando como a la uterina 20
originalidad de la entraña,
en tierra y vida, fui venciéndome:
hasta sumirme en hombre, en agua
de lágrimas como estalactitas,
de pobre sangre despeñada, 25
de sudor caldo en el polvo.
(6)
Oficios
Otras vetes con Lafertte, más lejos,
entramos en Tarapacá,
desde Iquique azul y ascético,
por los límites de la arena.
Me mostró Elías las palas 5
de los derripiadores, hundido
en las maderas cada dedo
del hombre: estaban gastadas
por el roce de cada yema.
Las presiones de aquellas manos derritieron 10
los pedernales de la pala,
y así abrieron los corredores
de tierra y piedra, metal y ácido,
estas uñas amargas, estos
ennegrecidos cinturones 15
de manos que rompen planetas,
y elevan las sales al cielo,
diciendo como en el cuento,
en la historia celeste: «Éste
es el primer día de la tierra.» 20
Así aquel que nadie vio antes
(antes de aquel día de origen),
el prototipo de la pala,
se levantó sobre las cáscaras
del infierno; las dominó 25
con sus rudas manos ardiente,
abrió las hojas de la tierra, [134]
y apareció en camisa azul
el capitán de dientes blancos,
el conquistador de salitre. 30
(7)
El desierto
El duro mediodía de las grandes arenas
ha llegado:
el mundo está desnudo,
ancho, estéril y limpio hasta las últimas
fronteras arenales: 5
escuchad el sonido quebradizo
de la sal viva, sola en los salares:
el sol rompe sus vidrios en la extensión vacía
y agoniza la tierra con un seco
y ahogado ruido de la sal que gime. 10
(8)
(Nocturno)
Ven al circuito del desierto,
a la alta aérea noche de la pampa,
al circulo nocturno, espacio y astro,
donde la zona del Tamarugal recoge
todo el silencio perdido en el tiempo. 5
Mil años de silencio en una copa
de azul calcáreo, de distancia y luna,
labran la geografía desnuda de la noche.
Yo te amo, pura tierra, como tantas
cosas amé contrarias: 10
la flor, la calle, la abundancia, el rito.
Yo te amo, hermana pura del océano.
Para mí fue difícil esta escuela vacía
en que no estaba el hombre, ni el muro, ni la planta
para apoyarme en algo. 15
Estaba solo.
Era llanura y soledad la vida.
Era éste el pecho varonil del mundo. [135]
Y amé el sistema de tu forma recta,
la extensa precisión de tu vacío. 20
(9)
El páramo
En el páramo el hombre vivía
mordiendo tierra, aniquilado.
Me fui derecho a la madriguera,
metí la mano entre los piojos,
anduve por los rieles hasta 5
el amanecer desolado,
dormí sobra las tablas duras,
bajé de la faena en la tarde,
me quemaron el vapor y el yodo,
estreché 1a mano del hombre, 10
conversé con la mujercita,
puertas adentro entre gallinas,
entre harapos, en el olor
de la pobreza abrasadora.
Y cuando tantos dolores 15
reuní, cuando tanta sangre
recogí en el cuenco del alma,
vi venir del espacio puro
de las pampas inabarcables
un hombre hecho de su misma arena, 20
un rostro inmóvil y extendido,
un traje con un ancho cuerpo,
unos ojos entrecerrados
como lámparas indomables.
Recabarren era su nombre. 25
XXXIX
Recabarren (1921)
Su nombre era Recabarren.
Bonachón, corpulento, espacioso,
clara mirada, frente firme,
su ancha compostura cubría,
como la arena numerosa, 5
los yacimientos de la fuerza. [136]
Mirad en la pampa de América
(ríos ramales, clara nieve,
cortaduras ferruginosas)
a Chile con su destrozada 10
biología, como un ramaje
arrancado, como un brazo
cuyas falanges dispersó
el tráfico de las tormentas.
Sobre las áreas musculares 15
de los metales y el nitrato,
sobre la atlética grandeza
del cobre recién excavado,
el pequeño habitante vive,
acumulado en el desorden, 20
con un contrato apresurado,
lleno de niños andrajosos,
extendidos por los desiertos
de la superficie salada.
Ea el chileno interrumpido 25
por la cesantía o la muerte.
Es el durísimo chileno
sobreviviente de las obras
o amortajado por la sal.
Allí llegó con sus panfletos 30
este capitán del pueblo.
Tomó al solitario ofendido
que, envolviendo sus mantas rotas
sobre sus hijos hambrientos,
aceptaba las injusticias 35
encarnizadas, y le dijo:
«Junta tu voz a otra voz»,
«Junta tu mano a otra mano.»
Fue por los rincones aciagos
del salitre, llenó la pampa 40
con su investidura paterna
y en el escondite invisible
lo vio toda la minería.
Llegó cada «gallo» golpeado,
vino cada uno de los lamentos: 45
entraron como fantasmas
de pálida voz triturada [137]
y salieron de sus manos
con una nueva dignidad.
En toda la pampa se supo. 50
Y fue por la patria entera
fundando pueblo, levantando
los corazones quebrantados.
Sus periódicos recién impresos
entraron en las galerías 55
del carbón, subieron al cobre,
y el pueblo besó las columnas
que por primera vez llevaban
la voz de los atropellados.
Organizó las soledades. 60
Llevó los libros y los cantos
basta los muros del terror,
juntó una queja y otra queja,
y el esclavo sin voz ni boca,
el extendido sufrimiento, 65
se hizo nombre, se llamó Pueblo,
Proletariado, Sindicato,
tuvo persona y apostura.
Y este habitante transformado
que se construyó en el combate, 70
este organismo valeroso,
esta implacable tentativa,
este metal inalterable,
esta unidad de los dolores,
esta fortaleza del hombre, 75
este camino hacia mañana,
esta cordillera infinita,
esta germinal primavera,
este armamento de los pobres,
salió de aquellos sufrimientos, 80
de lo más hondo de la patria,
de lo más duro y más golpeado,
de lo más alto y más eterno
y se llamó Partido.
Partido
Comunista.
Ése fue su nombre. 85
Fue grande la lucha. Cayeron
como buitres los dueños del oro. [138]
Combatieron con la calumnia.
«Este Partido Comunista
está pagado por el Perú, 90
por Bolivia, por extranjeros.»
Cayeron sobre las imprentas,
adquiridas gola por gota
con sudor de los combatientes,
y las atacaran quebrándolas, 95
quemándolas, desparramando
la tipografía del pueblo.
Persiguieron a Recabarren.
Le negaron entrada y paso.
Pero él congregó su semilla 100
en los socavones desiertos
y fue defendido el baluarte.
Entonces, los empresarios
norteamericanos e ingleses,
sus ahogados, senadores, 105
sus diputadas, presidentes,
vertieron la sangre en la arena,
acorralaron, amarraron,
asesinaron nuestra estirpe,
la fuerza profunda de Chile, 110
dejaron junto a los senderos
de la inmensa pampa amarilla
cruces de obreros fusilados,
cadáveres amontonados
en los repliegues de la arena. 115
Una vez a Iquique, en la costa,
hicieron venir a los hombres
que pedían escuela y pan.
Allí confundidos, cercados
en un patio, los dispusieron 120
para la muerte.
Dispararon
con silbante ametralladora,
coa fusiles tácticamente
dispuestos, sobre el hacinado
montón de dormidos obreros. 125
La sangre llenó como un río
la arena pálida de Iquique,
y allí está la sangre caída,
ardiendo aún sobre los años
como una corola implacable. 130 [139]
Pero sobrevivió la resistencia.
La luz organizada por las manos
de Recabarren, las banderas rojas
fueron desde las minas a los pueblos,
fueros a las ciudades y a los surcos, 135
rodaron con las ruedas ferroviarias,
asumieron las bases del cemento,
ganaron calles, plazas, alquerías,
fábricas abrumadas por el polvo,
llagas cubiertas por la primavera: 140
toda cantó y luchó para vencer
en la unidad del tiempo que amanece.
Cuánto ha pasado desde entonces.
Cuánta sangre sobre la sangre,
cuántas luchas sobre la tierra. 145
Horas de espléndida conquista,
triunfos ganados gota a gota,
calles amargas, derrotadas,
ornas oscuras como túneles,
traiciones que parecían 150
cortar la vida con su filo,
represiones armadas de odio,
coronadas militarmente.
Parecía hundirse la tierra.
Pero la lucha permanece. 155
Envío (1949)
Recabarren, en estos días
de persecución, en la angustia
de mis hermanos relegados,
combatidos por un traidor,
y con la patria envuelta en odio, 5
herida por la tiranía,
recuerdo la lucha terrible
de tus prisiones, de tus pasos
primeros, tu soledad
de torreón irreductible, 10
y cuando, saliendo del páramo,
un hombre y otro a ti vinieron
a congregar el amasijo
del pan humilde defendido
por la unidad del pueblo augusto. [140] 15
Padre de Chile
Recabarren, hijo de Chile,
padre de Chile, padre nuestro,
en tu construcción, en tu línea
fraguada en tierras y tormentos
nace la fuerza de los días 5
venideros y vencedores.
Tú eres la patria, pampa y pueblo,
arena, arcilla, escuela, casa,
resurrección, puño, ofensiva,
orden, desfile, ataque, trigo, 10
lucha, grandeza, resistencia.
Recabarren, bajo tu mirada
juramos limpiar las heridas
mutilaciones de la patria.
Juramos que la libertad 15
levantará su flor desnuda
sobre la arena deshonrada.
Juramos continuar tu camino
hasta la victoria del pueblo.
XL
Prestes del Brasil (1949)
Brasil augusto, cuánto amor quisiera
para entenderme en tu regazo,
para envolverme en tus hojas gigantes,
en desarrollo vegetal, en vivo
detritus de esmeraldas: acecharte, 5
Brasil, desde los ríos
sacerdotales que te nutren,
bailar en los terrados a la luz
de la luna fluvial, y repartirme
por tus inhabitados territorios 10
viendo salir del barro el nacimiento
de gruesas bestias rodeadas
por metálicas aves blancas.
Cuánto recodo me darías.
Entrar de nuevo en la alfandega, 15
salir a los barrios, oler [141]
tu extraño rito, descender
a tus centros circulatorios,
a tu corazón generoso.
Pero no puedo. 20
Una vez, en Bahía, las mujeres
del barrio dolorido,
del antiguo mercado de esclavos
(donde hoy la nueva esclavitud, el hambre,
el harapo, la condición doliente, 25
viven como antes en la misma tierra),
me dieron unas flores y una carta,
unas palabras tiernas y unas flores.
No puedo apartar mi voz de cuanto sufre.
Sé cuánto me darían 30
de invisible verdad tus espaciosas
riberas naturales.
Sé que la flor secreta, la agitada
muchedumbre de mariposas,
todos los fértiles fermentos 35
de las vidas y de los bosques
me esperan con su teoría
de inagotables humedades,
pero no puedo, no puedo
sino arrancar de tu silencio 40
una vez más la voz del pueblo,
elevarla como la pluma
más fulgurante de la selva,
dejarla a mi lado y amarla
hasta que cante por mis labios. 45
Por eso veo a Prestes caminando
hacia la libertad, hacia las puertas
que parecen en ti, Brasil, cerradas,
clavadas al dolor, impenetrables.
Veo a Prestes, a su columna vencedora 50
del hambre, cruzando la selva,
hacia Bolivia, perseguida
por el tirano de ojos pálidos.
Cuando vuelve a su pueblo y toca
su campanario combatiente 55 [142]
lo encierran, y su compañera
entregan al pardo verdugo
de Alemania.
(Poeta, buscas en tu libro
los antiguos dolores griegos,
los orbes encadenados 60
por las antiguas maldiciones,
corren tus párpados torcidos
por los tormentos inventados,
y no ves en tu propia puerta
los océanos que golpean 65
el oscura pecho del pueblo.)
En el martirio nace su hija.
Pero ella desaparece
bajo el hacha, en el gas, tragada
por las ciénagas asesinas 70
de la Gestapo.
Oh, tormento
del prisionero! Oh, indecibles
padecimientos separados
de nuestro herido capitán!
(Poeta, borra de tu libro 75
a Prometeo y su cadena.
La vieja fábula no tiene
tanta grandeza calcinada,
tanta tragedia aterradora.)
Once años guardan a Prestes 80
detrás de las barras de hierro,
en el silencio de la muerte,
sin atreverse a asesinarlo.
No hay noticias para su pueblo.
La tiranía borra el nombre 85
de Presten en su mundo negro.
Y once años su nombre fue mudo.
Vivió su nombre como un árbol
en medio de todo su pueblo,
reverenciado y esperado. 90
Hasta que la Libertad
llegó a buscarlo a su presidio,
y salió de nuevo a la luz,
amado, vencedor y bondadoso,
despojado de todo el odio 95
que echaron sobre su cabeza. [143]
Recuerdo que en 1945
estuve con él en Sao Paulo.
(Frágil y firme su estructura,
pálido como el marfil 100
desenterrado en la cisterna,
fiero como la pureza
del aire en las soledades,
puro como la grandeza
custodiada por el dolor.) 105
Por primera vez a su pueblo
hablaba, en Pacaembú.
El gran estadio pululaba
con cien mil corazones rojos
que esperaban verlo y tocarlo. 110
Llegó en una indecible
ola de canto y de ternura,
cien mil pañuelos saludaban
como un bosque su bienvenida.
Él miró con ojos profundos 115
a mi lado, mientras hablé.
XLI
Dicho en Pacaembú (Brasil, 1945)
Cuántas cosas quisiera decir hoy, brasileños,
cuántas historias, luchas, desengaños, victorias
que he llevado por años en el corazón para decirlos,
pensamientos
y saludos. Saludos de las nieves andinas,
saludos del Océano Pacífico, palabras que me han dicho 5
al pasar los obreros, los mineros, los albañiles, todos
los pobladores de mi patria lejana.
Qué me dijo la nieve, la sube, la bandera?
Qué secreto me dijo el marinero?
Qué me dijo la niña pequeñita dándome unas espigas? 10
Un mensaje tenían: Era: Saluda a Prestes.
Búscalo, me decían, en la selva o el río.
Aparta sus prisiones, busca su celda, llama.
Y si no te permiten hablarle, míralo hasta cansarte
y cuéntanos mañana lo que has visto. 15
Hoy estoy orgulloso ere verlo rodeado
de un mar de corazones victoriosos. [144]
Voy a decirle a Chile: Lo saludé en el aire
de las banderas libres de su pueblo.
Yo recuerdo en París, hace años, una noche 20
hablé a la multitud, vine a pedir ayuda,
para España Republicana, para el pueblo en su lucha.
España estaba llena de ruinas y de gloria.
Los franceses oían mi llamado en silencio.
Les pedí ayuda en nombre de todo lo que existe 25
y les dije: Los nuevos héroes, los que en España luchan,
mueren.
Modesto, Líster, Pasionaria, Lorca,
son hijos de los héroes de América, son hermanos
de Bolívar, de O'Higgins, de San Martín, de Prestes.
Y cuando dije el nombre de Prestes fue como un rumor
inmenso
30
en el aire de Francia: París lo saludaba.
Viejos obreros con los ojos húmedos
miraban hacia el fondo del Brasil y hacia España.
Os voy a contar aún otra pequeña historia.
Junto a las grandes minas del carbón, que avanzan bajo el
mar
35
en Chile, en el frío puerto de Talcahuano,
llegó una vez, hace tiempo, un carguero soviético.
(Chile no establecía aún relaciones
con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Por eso la policía estúpida 40
prohibió bajar a los marinos rusos,
subir a los chilenos.)
Cuando llegó la noche
vinieron por millares los mineros, desde las grandes minas,
hombres, mujeres, niños, y desde las colinas 45
con sus pequeñas lámparas mineras,
toda la noche hicieron señales encendiendo y apagando
hacia el barco que venía de los puertos soviéticos.
Aquella noche oscura tuvo estrellas:
las estrellas humanas, las lámparas del pueblo. 50
Hoy también desde todos los rincones
de nuestra América, desde México libre, desde el Perú
sediento, [145]
desde Cuba, desde Argentina populosa,
desde Uruguay, refugio de hermanos asilados,
el pueblo te saluda, Prestes, con sus pequeñas lámparas 55
en que brillan las altas esperanzas del hombre.
Por eso me mandaron por el aire de América,
para que te mirara y les contara luego
cómo eras, qué decía su capitán callado
por tantos años duros de soledad y sombra. 60
Voy a decirles que no guardas odio.
Que sólo quieres que tu patria viva.
Y que la libertad crezca en el fondo
del Brasil como un árbol eterno.
Yo quisiera contarte, Brasil, muchas cosas calladas, 65
llevadas estos años entre la piel y el alma,
sangre, dolores, triunfos, lo que deben decirse
los poetas y el pueblo: será otra vez, un día.
Hoy pido un gran silencio de volcanes y ríos.
Un gran silencio pido de tierras y varones. 70
Pido silencio a América de la nieve a la pampa.
Silencio: La palabra al Capitán del Pueblo.
Silencio: Que el Brasil hablará por su boca.
XLII
De nuevo los tiranos
Hoy de nuevo la cacería
se extiende por el Brasil,
lo busca la fría codicia
de los mercaderes de esclavos:
en Wall Street decretaron 5
a sus satélites porcinos
que enterraran sus colmillos
en las heridas del pueblo,
y comenzó la cacería
en Chile, en Brasil, en todas 10 [146]
nuestras Américas arrasadas
por mercaderes y verdugos.
Mi pueblo escondió mi camino,
cubrió mis versos con sus manos,
me preservó de la muerte, 15
y en Brasil la puerta infinita
del pueblo cierra los caminos
en donde Prestes otra vez
rechaza de nuevo al malvado.
Brasil, que te sea salvado 20
tu capitán doloroso,
Brasil, que no tengas mañana
que recoger de su recuerdo
brizna por brizna su efigie
para elevarla en piedra austera, 25
sin haberlo dejado en medio
de tu corazón disfrutar
la libertad que aún, aún
puede conquistarte, Brasil.
XLIII
Llegará el día
Libertadores, en este crepúsculo
de América, en la despoblada
oscuridad de la mañana,
os entrego la hoja infinita
de mis pueblos, el regocijo 5
de cada hora de la lucha.
Húsares azules, caídos
en la profundidad del tiempo,
soldados en cuyas banderas
recién bordadas amanece, 10
soldados de hoy, comunistas,
combatientes herederos
de los torrentes metalúrgicos,
escuchad mi voz nacida
en los glaciares, elevada 15
a la hoguera de cada día
por simple deber amoroso:
somos la misma tierra, el mismo [147]
pueblo perseguido,
la misma lucha ciñe la cintura 20
de nuestra América:
Habéis visto
por las tardes la cueva sombría
del hermano?
Habéis traspasado
su tenebrosa vida?
El corazón disperso
del pueblo abandonado y sumergido! 25
Alguien que recibió la paz del héroe
la guardó en su bodega, alguien robó los frutos
de la cosecha ensangrentada
y dividió la geografía
estableciendo márgenes hostiles, 30
runas de desolada sombra ciega.
Recoged de las tierras el confuso
latido del dolor, las soledades,
el trigo de les suelos desgranados:
algo germina bajo las banderas: 35
la voz antigua nos llama de nuevo.
Bajad a las raíces minerales,
y a las alturas del metal desierto,
tocad la lucha del hombre en la tierra,
a través del martirio que maltrata 40
las manos destinadas a la luz.
No renunciéis al día que os entregan
los muertos que lucharon. Cada espiga
nace de un grano entregado a la tierra,
y como el trigo, el pueblo innumerable 45
junta raíces, acumula espigas,
en la tormenta desencadenada
sube a la claridad del universo.
[149]
- V -
La arena traicionada [151]
Tal vez, tal vez el olvido sobrela tierra como una capa
puede desarrollar el crecimiento y alimentar la vida
(puede ser), como el humus sombrío en el bosque.
Tal vez, tal vez el hombre como un herrero acude
a la brasa, a los golpes del hierro sobre el hierro, 5
sin entrar en las ciegas ciudades del carbón,
sin cerrar la mirada, precipitarse abajo
en hundimientos, aguas, minerales, catástrofes.
Tal vez, pero mi plato es otro, mi alimento es distinto:
mis ojos no vinieron para morder olvido: 10
mis labios se abren sobre todo el tiempo, y todo el tiempo,
no sólo una parte del tiempo ha gastado mis manos.
Por eso te hablaré de estos dolores que quisiera apartar,
te obligaré a vivir una vez más entre sus quemaduras,
no para detenernos como en una estación, al partir, 15
ni tampoco para golpear con la frente la tierra,
ni para llenarnos el corazón con agua salada,
sino para caminar conociendo, para tocar la rectitud
con decisiones infinitamente cargadas de sentido,
para que la severidad sea una condición de la alegría, para 20
que así seamos invencibles. [153]
Los verdugos
Sauria, escamosa América enrollada
al crecimiento vegetal, al mástil
erigido en la ciénaga:
amamantaste hijos terribles
con venenosa leche de serpiente, 5
tórridas cunas incubaron
y cubrieron con barro amarillo
una progenie encarnizada.
El gato y la escorpiona fornicaron
en la patria selvática. 10
Huyó la luz de rama en rama,
pero no despertó el dormido.
Olía a caña la frazada,
habían rodado los machetes
al más huraño sitio de la siesta, 15
y en el penacho enrarecido
de las cantinas escupía
su independencia jactanciosa
el jornalero sin zapatos.
El doctor Francia
El Paraná en las zonas marañosas, 20
húmedas, palpitantes de otros ríos
donde la red del agua, Yabebiri,
Acaray, Igurey, joyas gemelas
teñidas de quebracho, rodeadas
por las espesas copas del copal, 25
transcurre hacia las sábanas atlánticas
arrastrando el delirio
del nazaret morado, las raíces
del curupay en su sueño arenoso.
Del légamo caliente, de los tronos 30
del yacaré devorador, en medio
de la pestilencia silvestre
cruzó el doctor Rodríguez de Francia [154]
hacia el sillón del Paraguay.
Y vivió entre los rosetones 35
de rosada mampostería
coma una estatua sórdida y cesárea
cubierta por los velos de la araña sombría.
Solitaria grandeza en el salón
lleno de espejos, espantajo 40
negro sobre felpa roja
y ratas asustadas en la noche.
Falsa columna, perversa
academia, agnosticismo
de rey leproso, rodeado 45
por la extensión de los yerbales
bebiendo números platónicos
en la horca del ajusticiado,
contando triángulos de estrellas,
midiendo claves estelares, 50
acechando el anaranjado
atardecer del Paraguay
can un reloj en la agonía
del fusilado en su ventana,
con una mano en el cerrojo 55
del crepúsculo maniatado.
Los estudios sobre la mesa,
los ojos en el acicate
del firmamento, en las volcados
cristales de la geometría, 60
mientras la sangre intestinal
del hombre muerto a culatazos
bajaba por los escalones
chupada por verdes enjambres
de moscas que centelleaban. 65
Cerró el Paraguay como un nido
de su majestad, amarró
tortura y barro a las fronteras.
Cuando en las calles su silueta
pasa, los indios se colocan 70
con la mirada hacia los muros:
su sombra resbala dejando
dos paredes de escalofríos.
Cuando la muerte llega a ver
al doctor Francia, está mudo, 75 [155]
inmóvil, atado en sí mismo,
solo en su cueva, detenido
por las sogas de la parálisis,
y muere sola, sin que nadie
entre en la cámara: nadie se atreve 80
a tocar la puerta del amo.
Y amarrado por sus serpientes,
deslenguado, hervido en su médula,
agoniza y muere perdido
en la soledad del palacio, 85
mientras la noche establecida
como una cátedra, devora
los capiteles miserables
salpicados por el martirio.
Rosas (1829-1849)
Es tan difícil ver a través de la tierra 90
(no del tiempo, que eleva su copa transparente
iluminando el alto resumen del rocío),
pero la tierra espesa de harinas y rencores,
bodega endurecida con muertos y metales,
no me deja mirar hacia abajo, en el fondo 95
donde la entrecruzada soledad me rechaza.
Pero hablaré con ellos, los míos, los que un día
a mi bandera huyeron, cuando era la pureza
estrella de cristal en su tejido.
Sarmiento, Alberdi, Ora, del Carril: 100
mi patria pura, después mancillada,
guardó para vosotros
la luz de su metálica angostura
y entre pobres y agrícolas adobes
los desterrados pensamientos 105
fueron hilándose con dura minería,
y aguijones de azúcar viñatera.
Chile los repartió en su fortaleza,
les dio la sal de su ruedo marino,
y esparció las simientes desterradas. 110
Mientras tanto el galope en la llanura.
La argolla se partió sobre las hebras
de la cabellera celeste,
y la pampa mordió las herraduras
de las bestias mojadas y frenéticas. 115 [156]
Puñales, carcajadas de mazorca
sobre el martirio. Luna coronada
de río a río sobre la blancura
con un penacho de sombra indecible!
Argentina robada a culatazos 120
en el vapor del alba, castigada
hasta sangrar y enloquecer, vacía,
cabalgada por agrios capataces!
Te hiciste procesión de viñas rojas,
fuiste una máscara, un temblor sellado, 125
y te substituyeron en el aire
por una mano trágica de cera.
Salió de ti una noche, corredores,
losas de piedra ennegrecida, escaleras
donde se hundió el sonido, encrucijadas 130
de carnaval, con muertos y bufones,
y un silencio de párpado que cae
sobre todos los ojos de la noche.
Dónde huyeron tus trigos espumosos?
Tu apostura frutal, tu extensa boca, 135
todo lo que se mueve por tus cuerdas
para cantar, tu cuero trepidante
de gran tambor, de estrella sin medida,
enmudecieron bajo la implacable
soledad de la cúpula encerrada. 140
Planeta, latitud, claridad poderosa,
en tu borde, en la cinta de nieve compartida
se recogió el silencio nocturno que llegaba
montado sobre un mar vertiginoso,
y ola tras ola el agua desnuda, relataba, 145
el viento gris temblando desataba su arena,
la noche nos hería con su llanto estepario.
Pero el pueblo y el trigo se amasaron: entonces
se alisó la cabeza terrenal, se peinaron
las hebras enterradas de la luz, la agonía 150
probó las puertas libres, destrozadas del viento,
y de las polvaredas en el camino, una
a una, dignidades sumergidas, escuelas,
inteligencias, rostros en el polvo ascendieron
hasta hacerse unidades estrelladas, 155
estatuas de la luz, puras praderas. [157]
Ecuador
Dispara Tunguragua aceite rojo,
Sangay sobre la nieve
derrama miel ardiendo,
Imbabura de tus cimeras 160
iglesias nevadas arroja
peces y plantas, ramas duras
del infinito inaccesible,
y hacia los páramos, cobriza
luna, edificación crepitante, 165
deja caer tus cicatrices
como venas sobre Antisana,
en la arrugada soledad
de Pumachaca, en la sulfúrica
solemnidad de Pambamarca, 170
volcán y luna, frío y cuarzo,
llamas glaciales, movimiento
de catástrofes, vaporoso
y huracanado patrimonio.
Ecuador, Ecuador, cola violeta 175
de un astro ausente, en la irisada
muchedumbre de pueblos que te cubren
con infinita piel de frutería,
ronda la muerte con su embudo,
arde la fiebre en los poblados pobres, 180
el hambre es un arado
de ásperas púas en la tierra,
y la misericordia te golpea
el pecho con sayales y conventos,
como una enfermedad humedecida 185
en las fermentaciones de las lágrimas.
García Moreno
De allí salió el tirano.
García Moreno es su nombre.
Chacal enguantado, paciente
murciélago de sacristía, 190
recoge ceniza y tormento
en su sombrero de seda
y hunde las uñas en la sangre
de los ríos ecuatoriales.
Con los pequeños pies metidos 195
en escarpines charolados,
santiguándose y encerándose
en las alfombras del altar,
con los faldones sumergidos [158]
en las aguas procesionales, 200
baila en el crimen arrastrando
cadáveres recién fusilados,
desgarra el pecho de los muertos,
pasea sus huesos volando
sobre los féretros, vestido 205
con plumas de paño agorero.
En los pueblos indios, la sangre
cae sin dirección, hay miedo
en todas las calles y sombras
(bajo las campanas hay miedo 210
que suena y sale hacia la noche),
y pesan pobre Quito las gruesas
paredes de los monasterios,
rectas, inmóviles, selladas.
Todo duerme con los florones 215
de oro oxidado en las cornisas,
los ángeles duermen colgados
en sus perchas sacramentales,
todo duerme como una tela
de sacerdocio, todo sufre 220
bajo la noche membranosa.
Pero no duerme la crueldad.
La crueldad de bigotes blancos
pasea con guantes y garras
y clava oscuros corazones 225
sobre la verja del dominio,
Hasta que un día entra la luz
como un puñal en el palacio
y abre el chaleco hundiendo un rayo
en la pechera inmaculada. 230
Así salió García Moreno
del palacio una vez más, volando
a inspeccionar las sepulturas,
empeñosamente mortuorio,
pero esta vez rodó hasta el fondo 235
de las masacres, retenido,
entre las víctimas sin nombre,
a la humedad del pudridero. [159]
Los brujos de América
Centro América hollada por los búhos,
engrasada por ácidos sudores, 240
antes de entrar en tu jazmín quemado
considérame fibra de tu nave,
ala de tu madera combatida
por la espuma gemela,
y lléname de arrobador aroma 245
polen y pluma de tu copa,
márgenes germinales de tus aguas,
líneas rizadas de tu nido.
Pero los brujos matan los metales
de la resurrección, cierran las puertas 250
y entenebrecen la morada
de las aves deslumbradoras.
Estrada
Viene tal vez Estrada, chiquito,
en su chaqué de antiguo enano
y entre una tos y otra los muros 255
de Guatemala fermentan
regados incesantemente
por los orines y las lágrimas.
Ubico
O es Ubico por los senderos,
atravesando los presidios 260
en motocicleta, frío
como una piedra, mascarón
de la jerarquía del miedo.
Gómez
Gómez, tembladeral de Venezuela,
sumerge lentamente rostros, 265
inteligencias, en su cráter.
El hombre cae de noche en él
moviendo los brazos, tapándose
el rostro de los golpes crueles,
y se lo tragan cenagales, 270
se hunde en bodegas subterráneas,
aparece en las carreteras
cavando cargado de hierro,
hasta morir despedazado,
desaparecido, perdido. 275 [160]
Machado
Machado en Cuba arreó su Isla
con máquinas, importó tormentos
hechos en Estados Unidos,
silbaron las ametralladoras
derribando la florescencia, 280
el néctar marino de Cuba,
y el estudiante apenas herido
era tirado al agua donde
los tiburones terminaban
la obra del benemérito. 285
Hasta México llegó la mano
del asesino, y rodó Mella
como un discóbolo sangrante
sobre la calle criminal
mientras la Isla ardía, azul, 290
empapelada en lotería,
hipotecada con azúcar.
Melgarejo
Bolivia muere en sus paredes
como una flor enrarecida:
se encaraman en sus monturas 295
los generales derrotados
y rompen cielos a pistolazos.
Máscara de Melgarejo,
bestia borracha, espumarajo
de minerales traicionados, 300
barba de infamia, barba horrenda
sobre los montes rencorosos,
barba arrastrada en el delirio,
barba cargada de coágulos,
barba hallada en las pesadillas 305
de la gangrena, barba errante
galopada por los potreros,
amancebada en los salones,
mientras el indio y su carga cruzan
la última sábana de oxígeno 310
trotando por los corredores
desangrados de la pobreza.
Bolivia (22 de marzo de 1865)
Belzu ha triunfado. Es de noche. La Paz arde
con los últimos tiros. Polvo seco
y baile triste hacia la altura 315
suben trenzados con alcohol lunario
y horrenda púrpura recién mojada.
Melgarejo ha caído, su cabeza [161]
golpea contra el filo mineral
de la cima sangrienta, los cordones 320
de oro, la casaca
tejida de oro, la camisa
rota empapada de sudor maligno,
yacen junto al detritus del caballo
y a los sesos del nuevo fusilado. 325
Belzu en Palacio, entre los guantes
y las levitas, recibe sonrisas,
se reparte el dominio del oscuro
pueblo en la altura alcoholizada,
los nuevos favoritos se deslizan 330
por los salones encerados
y las luces de lágrimas y lámparas
caen al terciopelo despeinado
por unos cuantos fogonazos.
Entre la muchedumbre 335
va Melgarejo, tempestuoso espectro
apenas sostenido por la furia.
Escucha el ámbito que fuera suyo,
la masa ensordecida, el grito
despedazado, el fuego de la hoguera 340
alto sobre los montes, la ventana
del nuevo vencedor.
Su vida (trozo
de fuerza ciega y ópera desatada
sobre los cráteres y las mesetas,
sueño de regimiento, en que los trajes 345
se vierten sobre tierras indefensas
con sables de cartón, pero hay heridas
que mancillan, con muerte verdadera
y degollados, las plazas rurales,
dejando tras el coro enmascarado 350
y los discursos del Eminentísimo,
estiércol de caballos, seda, sangre
y los muertos de turno, rotos, rígidos
atravesados por el atronante
disparo de los rápidos rifleros) 355
ha caído en lo más hondo del polvo,
de lo desestimado y lo vacío,
de una tal vez muerte inundada
de humillación, pero de la derrota
como un toro imperial saca las fauces, 360
escarba las metálicas arenas
y empuja el bestial paso vacilante
el minotauro boliviano andando [162]
hacia las salas de oro clamoroso.
Entre la multitud cruza cortando 365
masa sin nombre, escala
pesadamente el trono enajenado,
y al vencedor caudillo asalta. Rueda
Belzu, manchado el almidón, roto el cristal
que cae derramando su luz líquida 370
agujereado el pecho para siempre,
mientras el asaltante solitario
búfalo ensangrentado del incendio
sobre el balcón apoya su estatura,
gritando: «Ha muerto Belzu», «Quién vive», 375
«Responded». Y de la plaza,
ronco un grito de tierra, un grito negro
de pánico y horror, responde: «Viva,
sí, Melgarejo, viva Melgarejo»,
la misma multitud del muerto, aquella 380
que festejó el cadáver desangrándose
en la escalera del palacio: «Viva»,
grita el fantoche colosal, que cubre
todo el balcón con traje desgarrado,
barro de campamento y sangre sucia. 385
Martínez (1932)
Martínez el curandero
de El Salvador reparte frascos
de remedios multicolores,
que los ministros agradecen
con prosternación y zalemas, 390
El brujito vegetariano
vive recelando en palacio
mientras el hambre tormentosa
aúlla en los cañaverales.
Martínez entonces decreta: 395
y en unos días veinte mil
campesinos asesinados
se pudren en las aldeas
que Martínez manda incendiar
con ordenanzas de higiene. 400
De nuevo en Palacio retorna
a sus jarabes, y recibe
las rápidas felicitaciones
del Embajador norteamericano.
«Está asegurada -le dice- 405
la cultura occidental,
el cristianismo de occidente
y además los buenos negocios, [163]
las concesiones de bananas
y los controles aduaneros.» 410
Y beben juntos una larga
copa de champagne, mientras cae
la lluvia caliente en las pútridas
agrupaciones del osario.
Las satrapías
Trujillo, Somoza, Carías, 415
hasta hoy, hasta este amargo
mes de septiembre
del año 1948,
con Moriñigo (o Natalicio)
en Paraguay, hienas voraces 420
de nuestra historia, roedores
de las banderas conquistadas
con tanta sangre y tanto fuego,
encharcados en sus haciendas,
depredadores infernales, 425
sátrapas mil veces vendidos
y vendedores, azuzados
por los lobos de Nueva York.
Máquinas hambrientas de dólares,
manchadas en el sacrificio 430
de sus pueblos martirizados,
prostituidos mercaderes
del pan y el aire americanos,
cenagales verdugos, piara
de prostibularios caciques, 435
sin otra ley que la tortura
y el hambre azotada del pueblo.
Doctores «honoris causa»
de Columbia University,
con la toga sobre las fauces 440
y sobre el cuchillo, feroces
trashumantes de Waldorf Astoria
y de las cámaras malditas
donde se pudren las edades
eternas del encarcelado. 445
Pequeños buitres recibidos
por Mr. Truman, recargados
de relojes, condecorados
por «Loyalty», desangradores
de patrias, sólo hay uno 450 [164]
peor que vosotros, sólo hay uno
y ése lo dio mi patria un día
para desdicha de mi pueblo.
II
Las oligarquías
No, aún no secaban las banderas,
aún no dormían los soldados
cuando la libertad cambió de traje,
se transformó en hacienda:
de las tierras recién sembradas 5
salió una casta, una cuadrilla
de nuevos ricos con escudo,
con policía y con prisiones.
Hicieron una línea negra:
«Aquí nosotros, porfiristas 10
de México, “caballeros”
de Chile, pitucos
del Jockey Club de Buenos Aires,
engomados filibusteros
del Uruguay, pisaverdes 15
ecuatorianos, clericales
señoritos de todas partes.»
«Allá vosotros, rotos, cholos,
pelados de México, gauchos,
amontonados en pocilgas, 20
desamparados, andrajosos,
piojentos, pililos, canalla,
desbaratados, miserables,
sucios, perezosos, pueblo.»
Todo se edificó sobre la línea. 25
El Arzobispo bautizó este muro
y estableció anatemas incendiarios
sobre el rebelde que desconociera
la pared de la casta.
Quemaron por la mano del verdugo 30
los libros de Bilbao.
El policía
custodió la muralla, y al hambriento
que se acercó a los mármoles sagrados [165]
le dieron con un palo en la cabeza
o lo enchufaron en un cepo agrícola 35
o a puntapiés lo nombraron soldado.
Se sintieron tranquilos y seguros.
El pueblo fue por calles y campiñas
a vivir hacinado, sin ventanas,
sin suelo, sin camisa, 40
sin escuela, sin pan.
Anda por nuestra América un fantasma
nutrido de detritus, iletrado,
errante, igual en nuestras latitudes,
saliendo de las cárceles fangosas, 45
arrabalero y prófugo, marcado
por el temible compatriota lleno
de trajes, órdenes y corbatines.
En México produjeron pulque
para él, en Chile 50
vino litriado de color violeta,
lo envenenaron, le rasparon
el alma pedacito a pedacito,
le negaron el libro y la luz,
hasta que fue cayendo en polvo, 55
hundido en el desván tuberculoso,
y entonces no tuvo entierro
litúrgico: su ceremonia
fue meterlo desnudo entre otras
carroñas que no tienen nombre. 60
Promulgación de la ley del embudo
Ellos se declararon patriotas.
En los clubs se condecoraron
y fueron escribiendo la historia.
Los Parlamentos se llenaron
de pompa, se repartieron 65
después la tierra, la ley,
las mejores calles, el aire,
la Universidad, los zapatos.
Su extraordinaria iniciativa
fue el Estado erigido en esa 70
forma, la rígida impostura.
Lo debatieron, como siempre,
con solemnidad y banquetes, [166]
primero en círculos agrícolas,
con militares y abogados. 75
Y al fin llevaron al Congreso
la Ley suprema, la famosa,
la respetada, la intocable
Ley del Embudo.
Fue aprobada.
Para el rico la buena mesa. 80
La basura para los pobres.
El dinero para los ricos.
Para los pobres el trabajo.
Para los ricos la casa grande.
El tugurio para los pobres. 85
El fuero para el gran ladrón.
La cárcel al que roba un pan.
París, París para los señoritos.
El pobre a la mina, al desierto.
El señor Rodríguez de la Crota 90
habló en el Senado con voz
meliflua y elegante.
«Esta ley, al fin, establece
la jerarquía obligatoria
y sobre todo los principios
de la cristiandad.
Era 95
fan necesaria como el agua.
Sólo los comunistas, venidos
del infierno, como se sabe,
pueden discutir este código
del Embudo, sabio y severo. 100
Pero esta oposición asiática,
venida del sub-hombre, es sencillo
refrenarla: a la cárcel todos,
al campo de concentración, [167]
así quedaremos sólo 105
los caballeros distinguidos
y los amables yanaconas
del Partido Radical.»
Estallaron los aplausos
de los bancos aristocráticos: 110
qué elocuencia, qué espiritual,
qué filósofo, qué lumbrera!
Y corrió cada uno a llenarse
los bolsillos en su negocio,
uno acaparando la leche, 115
otro estafando en el alambre,
otro robando en el azúcar
y todos llamándose a voces
patriotas, con el monopolio
del patriotismo, consultado 120
también en la Ley del Embudo.
Elección en Chimbarongo (1947)
En Chimbarongo, en Chile, hace tiempo
fui a una elección senatorial.
Vi cómo eran elegidos
los pedestales de la patria. 125
A las once de la mañana
llegaron del campo las carretas
atiborradas de inquilinos.
Era en invierno, mojados,
sucios, hambrientos, descalzos, 130
los siervos de Chimbarongo
descienden de las carretas.
Torvos, tostados, harapientos,
son apiñados, conducidos
con una boleta en la mano, 135
vigilados y apretujados
vuelven a cobrar la paga,
y otra vez hacia las carretas
enfilados como caballos
los han conducido.
Más tarde 140
les han tirado carne y vino
hasta dejarlos bestialmente
envilecidos y olvidados.
Escuché más tarde el discurso,
del senador así elegido: 145
«Nosotros, patriotas cristianos,
nosotros, defensores del orden,
nosotros, hijos del espíritu.» [168]
Y estremecía su barriga
su voz de vaca aguardentosa 150
que parecía tropezar
como una trompa de mamuth
en las bóvedas tenebrosas
de la silbante prehistoria.
La crema
Grotescos, falsos aristócratas 155
de nuestra América, mamíferos
recién estucados, jóvenes
estériles, pollinos sesudos,
hacendados malignos, héroes
de la borrachera en el Club, 160
salteadores de banca y bolsa,
pijes, granfinos, pitucos,
apuestos tigres de Embajada,
pálidas niñas principales,
flores carnívoras, cultivos 165
de las cavernas perfumadas,
enredaderas chupadoras
de sangre, estiércol y sudor,
lianas estranguladoras,
cadenas de boas feudales. 170
Mientras temblaban las praderas
con el galope de Bolívar,
o de O'Higgins (soldados pobres,
pueblo azotado, héroes descalzos),
vosotros formasteis las filas 175
del rey, del pozo clerical,
de la traición a las banderas,
pero cuando el viento arrogante
del pueblo, agitando sus lanzas,
nos dejó la patria en los brazos, 180
surgisteis alambrando tierras,
midiendo cercas, hacinando
áreas y seres, repartiendo
la policía y los estancos.
El pueblo volvió de las guerras, 185
se hundió en las minas, en la oscura
profundidad de los corrales,
cayó en los surcos pedregosos,
movió las fábricas grasientas,
procreando en los conventillos, 190 [169]
en las habitaciones repletas
con otros seres desdichados.
Naufragó en vino hasta perderse,
abandonado, invadido
por un ejército de piojos 195
y de vampiros, rodeado
de muros y comisarías,
sin pan, sin música, cayendo
en la soledad desquiciada
donde Orfeo le deja apenas 200
una guitarra para su alma,
una guitarra que se cubre
de cintas y desgarraduras
y canta encima de los pueblos
como el ave de la pobreza. 205
Los poetas celestes
Qué hicisteis vosotros gidistas,
intelectualistas, rilkistas,
misterizantes, falsos brujos
existenciales, amapolas
surrealistas encendidas 210
en una tumba, europeizados
cadáveres de la moda,
pálidas lombrices del queso
capitalista, qué hicisteis
ante el reinado de la angustia, 215
frente a este oscuro ser humano,
a esta pateada compostura,
a esta cabeza sumergida
en el estiércol, a esta esencia
de ásperas vidas pisoteadas? 220
No hicisteis nada sino la fuga:
vendisteis hacinado detritus,
buscasteis cabellos celestes,
plantas cobardes, uñas rotas,
«Belleza pura», «sortilegio», 225
obra de pobres asustados
para evadir los ojos, para
enmarañar las delicadas
pupilas, para subsistir
con el plato de restos sucios 230
que os arrojaron los señores,
sin ver la piedra en agonía, [170]
sin defender, sin conquistar,
más ciegos que las coronas
del cementerio, cuando cae 235
la lluvia sobre las inmóviles
flores podridas de las tumbas.
Los explotadores
Así fue devorada,
negada, sometida, arañada, robada,
joven América, tu vida. 240
De los despeñaderos de la cólera
donde el caudillo pisoteó cenizas
y sonrisas recién tumbadas,
hasta las máscaras patriarcales
de los bigotudos señores 245
que presidieron la mesa dando
la bendición a los presentes,
y ocultando los verdaderos
rostros de oscura saciedad,
de concupiscencia sombría 250
y cavidades codiciosas:
fauna de fríos mordedores
de la ciudad, tigres terribles,
comedores de carne humana,
expertos en la cacería 255
del pueblo hundido en las tinieblas,
desamparado en los rincones,
en los sótanos de la tierra.
Los siúticos
Entre la miasma ganadera
o papelera, o cocktelera 260
vivió el producto azul, el pétalo
de la podredumbre altanera.
Fue el «siútico» de Chile, el Raúl
Aldunatillo (conquistador
de revistas con manos ajenas, 265
con manos que mataron indios),
el Teniente cursi, el Mayor
Negocio, el que compra letras
y se estima letrado, compra
sable y se cree soldado, 270
pero no puede comprar pureza
y escupe entonces como víbora. [171]
Pobre América revendida
en los mercados de la sangre,
por los mugrones enterrados 275
que resurgen en el salón
de Santiago, de Minas Geraes
haciendo «elegancia», caninos
caballeretes de «boudoir»,
pecheras inútiles, palos 280
del golf de la sepultura.
Pobre América, enmascarada
por elegantes transitorios,
falsificadores de rostros,
mientras, abajo, el viento negro 285
hiere el corazón derribado
y rueda el héroe del carbón
hacia el osario de los pobres,
barrido por la pestilencia,
cubierto por la oscuridad, 290
dejando siete hijos hambrientos
que arrojarán a los caminos.
Los validos
En el espeso queso cárdeno
de la tiranía amanece
otro gusano: el favorito. 295
Es el cobardón arrendado
para alabar las manos sucias.
Es orador o periodista.
Despierta de pronto en palacio,
y mastica con entusiasmo 300
las deyecciones del soberano,
elucubrando largamente
sobre sus gestos, enturbiando
el agua y pescando sus peces
en la laguna purulenta. 305
Llamémoslo Darío Poblete,
o Jorge Delano «Coke».
(Es igual, podría llamarse
de otra manera, existió cuando
Machado calumniaba a Mella, 310
después de haberlo asesinado.)
Allí Poblete hubiera escrito
sobre las «Viles enemigos»
del «Pericles de La Habana.» [172]
Más tarde Poblete besaba 315
las herraduras de Trujillo,
la montura de Moriñigo,
el ano de Gabriel González.
Fue ayer igual, recién salido
de la montonera, alquilado 320
para mentir, para ocultar
ejecuciones y saqueos,
que hoy, levantando su cobarde
pluma sobre los tormentos
de Pisagua, sobre el dolor 325
de miles de hombres y mujeres.
Siempre el tirano en nuestra negra
geografía martirizada
halló un bachiller cenagoso
que repartiera la mentira 330
y que dijera: El Serenísimo,
el Constructor, el Gran Repúblico
que nos gobierna, y deslizara
entre la tinta emputecida
sus garras negras de ladrón. 335
Cuando el queso está consumido
y el tirano cae al infierno,
el Poblete desaparece,
el Delano «Coke» se esfuma,
el gusano vuelve al estiércol, 340
esperando la rueda infame
que aleja y trae tiranías,
para aparecer sonriente
con un nuevo discurso escrito
para el déspota que despunta. 345
Por eso, pueblo, antes que a nadie,
busca al gusano, rompe su alma
y que su líquido aplastado,
su oscura materia viscosa
sea la última escritura, 350
la despedida de una tinta
que borraremos de la tierra. [173]
Los abogados del dólar
Infierno americano, pan nuestro
empapado en veneno, hay otra
lengua en tu pérfida fogata: 355
es el abogado criollo
de la compañía extranjera.
Es el que remacha los grillos
de la esclavitud en su patria,
y desdeñoso se pasea 360
con la casta de los gerentes
mirando con aire supremo
nuestras banderas harapientas.
Cuando llegan de Nueva York
las avanzadas imperiales, 365
ingenieros, calculadores,
agrimensores, expertos,
y miden tierra conquistada,
estaño, petróleo, bananas,
nitrato, cobre, manganeso, 370
azúcar, hierro, caucho, tierra,
se adelanta un enano oscuro,
con una sonrisa amarilla,
y aconseja, con suavidad,
a los invasores recientes: 375
No es necesario pagar tanto
a estos nativos, sería
torpe, señores, elevar
estos salarios. No conviene.
Estos rotos, estos cholitos 380
no sabrían sino embriagarse
con tanta plata. No, por Dios.
Son primitivos, poco más
que bestias, los conozco mucho.
No varan a pagarles tanto. 385
Es adoptado. Le ponen
librea. Viste de gringo,
escupe como gringo. Baila
como gringo, y sube.
Tiene automóvil, whisky, prensa, 390
lo eligen juez y diputado,
lo condecoran, es Ministro,
y es escuchado en el Gobierno. [174]
Él sabe quién es sobornable.
Él sabe quién es sobornado. 395
Él lame, unta, condecora,
halaga, sonríe, amenaza.
Y así vacían por los puertos
las repúblicas desangradas.
Dónde habita, preguntaréis, 400
este virus, este abogado,
este fermento del detritus,
este duro piojo sanguíneo,
engordado con nuestra sangre?
Habita las bajas regiones 405
ecuatoriales, el Brasil,
pero también es su morada
el cinturón central de América.
Lo encontraréis en la escarpada
altura de Chuquicamata. 410
Donde huele riqueza sube
los montes, cruza los abismos,
con las recetas de su código
para robar la tierra nuestra.
Lo hallaréis en Puerto Limón, 415
en Ciudad Trujillo, en Iquique,
en Caracas, en Maracaibo,
en Antofagasta, en Honduras,
encarcelando a nuestro hermano,
acusando a su compatriota, 420
despojando peones, abriendo
puertas de jueces y hacendados,
comprando prensa, dirigiendo
la policía, el palo, el rifle
contra su familia olvidada. 425
Pavoneándose, vestido
de smoking, en las recepciones,
inaugurando monumentos
con esta frase: Señores,
la Patria antes que la vida, 430
es nuestra madre, es nuestro suelo,
defendamos el orden, hagamos
nuevos presidios, otras cárceles. [175]
Y muere glorioso, «el patriota
senador, patricio, eminente, 435
condecorado por el Papa,
ilustre, próspero, temido,
mientras la trágica ralea
de nuestros muertos, los que hundieron
la mano en el cobre, arañaron 440
la tierra profunda y severa,
mueren golpeadas y olvidados,
apresuradamente puestos
en sus cajones funerales:
un nombre, un número en la cruz 445
que el viento sacude, matando
hasta la cifra de los héroes.
Diplomáticos (1948)
Si usted nace tonto en Rumania
sigue la carrera de tonto,
si usted es tonto en Avignon 450
su calidad es conocida
por las viejas piedras de Francia,
por las escuelas y los chicos
irrespetuosos de las granjas.
Pero si usted nace tonto en Chile 455
pronto lo harán Embajador.
Llámese usted tonto Mengano,
tonto Joaquín Fernández, tonto
Fulano de Tal, si es posible
tenga una barba acrisolada. 460
Es todo cuanta se le exige
para «entablar negociaciones».
Informará después, sabihondo,
sobre su espectacular
presentación de credenciales, 465
diciendo: Etc., la carroza,
etc., Su Excelencia, etc.,
frases, etc., benévolas.
Tome una voz ahuecada
tono de vaca protectiva, 470
mutuamente con el enviado de Trujillo,
mantenga discretamente
una «garçonnière» «Usted sabe, [176]
las conveniencias de estas cosas
para los Tratados de Límites»), 475
remita en algo disfrazado
el editorial del periódico
doctoral, que desayunando
leyó anteayer: es un «informe».
Júntese con lo «granado» 480
de la «sociedad», con los tontos
de aquel país, adquiera cuanta
platería pueda comprar,
hable en los aniversarios
junto a los caballos de bronce, 485
diciendo: Ejem, los vínculos,
etc., ejem, etc.,
ejem, los descendientes,
etc., la raza, ejem, el puro,
el sacrosanto, ejem, etc. 490
Y quédese tranquilo, tranquilo:
es usted un buen diplomático
de Chile, es usted un tonto
condecorado y prodigioso.
Los burdeles
De la prosperidad nació el burdel, 495
acompañando el estandarte
de los billetes hacinados:
sentina respetada
del capital, bodega de la nave
de mi tiempo.
Fueron mecanizados 500
burdeles en la cabellera
de Buenos Aires, carne fresca
exportada por el infortunio
de las ciudades y los campos
remotos, en donde el dinero 505
acechó los pasos del cántaro
y aprisionó la enredadera.
Rurales lenocinios, de noche,
en invierno, con los caballos
a la puerta de las aldeas 510
y las muchachas atolondradas
que cayeron de venta en venta
en la mano de los magnates.
Lentos prostíbulos provinciales
en que los hacendados del pueblo 520
-dictadores de la vendimia- [177]
aturden la noche venérea
con espantosos estertores
Por los rincones, escondidas,
grey de rameras, inconstantes 525
fantasmas, pasajeras
del tren mortal, ya os tomaron,
ya estáis en la red mancillada,
ya no podéis volver al mar,
ya os acecharon y cazaron, 530
ya estáis muertas en el vacío
de lo más vivo de la vida,
ya podéis deslizar la sombra
por las paredes: a ninguna
otra parte sino a la muerte 535
van estos muros por la tierra.
Procesión en Lima (1947)
Eran muchos, llevaban el ídolo
sobre los hombros, era espesa
la cola de la muchedumbre
como una salida del mar 540
con morada fosforescencia.
Saltaban bailando, elevando
graves murmullos masticados
que se unían a la fritanga
y a los tétricos tamboriles. 545
Chalecos morados, zapatos
morados, sombreros
llenaban de manchas violetas
las avenidas como un río
de enfermedades pustulosas 550
que desembocaba en los vidrios
inútiles de la catedral.
Algo infinitamente lúgubre
como el incienso, la copiosa
aglomeración de las llagas 555
hería los ojos uniéndose
con las llamas afrodisíacas
del apretado río humano.
Vi al obeso terrateniente
sudando en los sobrepellices, 560
rascándose los goterones
de sagrada esperma en la nuca. [178]
Vi al zaparrastroso gusano
de las estériles montañas,
al indio de rostro perdido 565
en las vasijas, al pastor
de llamas dulces, a las niñas
cortantes de las sacristías,
a los profesores de aldea
con rostros azules y hambrientos. 570
Narcotizados bailadores
con camisones purpurinos
iban los negros pataleando
sobre tambores invisibles.
Y todo Perú se golpeaba 575
el pecho mirando la estatua
de una señora remilgada,
azul-celeste y rosadilla
que navegaba las cabezas
en su hamo de confitura 580
hinchado de aire sudoroso.
La Standard Oil Co.
Cuando el barreno se abrió paso
hacia las simas pedregales
y hundió su intestino implacable
en las haciendas subterráneas, 585
y los años muertos, los ojos
de las edades, las raíces
de las plantas encarceladas
y los sistemas escamosos
se hicieran estratas del agua, 590
subió por los tubos el fuego
convertido en liquido frío,
en la aduana de las alturas
a la salida de su mundo
de profundidad tenebrosa, 595
encontró un pálido ingeniero
y un título de propietario.
Aunque «te enreden los caminos
del petróleo, aunque las napas
cambien su sitio silencioso 600
y muevan su soberanía
entre los vientres de la tierra,
cuando sacude el surtidor
su ramaje de parafina,
antes llegó la Standard Oil 605
con sus letrados y sus botas. [179]
con sus cheques y sus fusiles,
con sus gobiernos y sus presos.
Sus obesos emperadores
viven en New York, son suaves 610
y sonrientes asesinos,
que compran seda, nylon, puros,
tiranuelos y dictadores.
Compran países, pueblos, mares,
policías, diputaciones, 615
lejanas comarcas en donde
los pobres guardan su maíz
como los avaros el aro:
la Standard Oil los despierta,
los uniforma, les designa 620
cuál es el hermano enemigo,
y el paraguayo hace su guerra
y el boliviano se deshace
con su ametralladora en la selva.
Un presidente asesinado 625
por una gota de petróleo,
una hipoteca de millones
de hectáreas, un fusilamiento
rápido en una mañana
mortal de luz, petrificada, 630
un nuevo campo de presos
subversivos en Patagonia,
una traición, un tiroteo
bajo la luna petrolada,
un cambio sutil de ministros 635
en la capital, un rumor
como una marea de aceite,
y luego el zarpazo, y verás
cómo brillan, sobre las nubes,
sobre los mares, en tu casa, 640
las letras de la Standard Oil
iluminando sus dominios.
La anaconda Copper Mining Co.
Nombre enrollado de serpiente,
fauce insaciable, monstruo verde,
en las alturas agrupadas, 645
en la montura enrarecida
de mi país, bajo la luna [180]
de la dureza, excavadora,
abres los cráteres lunarios
del mineral, las galerías 650
del cobre virgen, enfundado
en sus arenas de granito.
Yo he visto arder en la noche eterna
de Chuquicamata, en la altura,
el fuego de los sacrificios, 655
la crepitación desbordante
del cíclope que devoraba
la mano, el peso, la cintura
de los chilenos, enrollándolos
bajo sus vértebras de cobre, 660
vaciándoles la sangre tibia,
triturando los esqueletos
y escupiéndolos en los montes
de los desiertos desolados.
665
El aire suena en las alturas
de Chuquicamata estrellada.
Los socavones aniquilan
con manos pequeñitas de hombre
la resistencia del planeta,
trepida el ave sulfurosa 670
de las gargantas, se amotina
el férreo frío del metal
con sus hurañas cicatrices,
y cuando aturden las bocinas
la tierra se traga un desfile 675
de hombres minúsculos que bajan
a las mandíbulas del cráter.
Son pequeñitos capitanes,
sobrinos míos, hijos míos,
y cuando vierten los lingotes 680
hacia los mares, y se limpian
la frente y vuelven trepidando
en el último escalofrío,
la gran serpiente se los come,
los disminuye, los tritura, 685
los cubre de baba maligna,
los arroja por los caminos,
los mata con la policía,
los hace pudrir en Pisagua,
los encarcela, los escupe, 690
compra un Presidente traidor [181]
que los insulta y los persigue,
los mata de hambre en las llanuras
de la inmensidad arenosa.
Y hay una y otra cruz torcida 695
en las laderas infernales
como única leña dispersa
del árbol de la minería.
La United Fruit Co.
Cuando sonó la trompeta, estuvo
todo preparado en la tierra, 700
y Jehová repartió el mundo
a Coca-Cola Inc., Anaconda,
Ford Motors, y otras entidades:
la Compañía Frutera Inc.
se reservó lo más jugoso, 705
la costa central de mi tierra,
la dulce cintura de América.
Bautizó de nuevo sus tierras
corno «Repúblicas Bananas»,
y sobre los muertos dormidos, 710
sobre los héroes inquietos
que conquistaron la grandeza,
la libertad y las banderas,
estableció la ópera bufa:
enajenó los albedríos, 715
regaló coronas de César,
desenvainó la envidia, atrajo
la dictadura de las moscas,
moscas Trujillos, moscas Tachos,
moscas Carías, moscas Martínez, 720
moscas Ubico, moscas húmedas
de sangre humilde y mermelada,
moscas borrachas que zumban
cubre las tumbas populares,
mocas de circo, sabias moscas 725
entendidas en tiranía.
Entre las moscas sanguinarias
la Frutera desembarca,
arrasando el café y las frutas,
en sus barcos que deslizaron 730
como bandejas el tesoro
de nuestras tierras sumergidas.
Mientras tanto, por los abismos [182]
azucarados de los puertos,
caían indios sepultados 735
en el vapor de la mañana:
un cuerpo rueda, una cosa
sin nombre, un número caído,
un racimo de fruta muerta
derramada en el pudridero. 740
Las tierras y los hombres
Viejos terratenientes incrustados
en la tierra como huesos
de pavorosos animales
supersticiosos herederos
de la encomienda, emperadores 745
de una tierra oscura, cerrada
con odio y cercados de púa.
Entre los cercos el estambre
del ser humano fue ahogado,
el niño fue enterrado vivo, 750
se le negó el pan y la letra,
se le marcó como inquilino,
so le condenó a los corrales.
Pobre peón infortunado
entre las zarzas, amarrado 755
a la no existencia, a la sombra
de las praderías salvajes.
Sin Ebro fuiste carne inerme,
y luego insensato esqueleto,
comprado de una vida a otra, 780
rechazado en la puerta blanca
sin más amar que una guitarra
desgarradora en su tristeza
y el baile apenas encendido
como una ráfaga mojada. 785
Pero no sólo fue en los campos
la herida del hambre. Más lejos,
más cerca, más hondo clavaron:
en la ciudad, junto al palacio,
creció el conventillo leproso, 790
pululante de porquería,
con su acusadora gangrena.
Yo he visto en los agrios recodos
de Talcahuano, en la encharcada [183]
cenicería de los cerros, 795
hervir los pétalos inmundos
de la pobreza, el amasijo
de corazones degradados,
la pústula abierta en la sombra
del atardecer submarino, 800
la cicatriz de los harapos,
y la substancia envejecida
del hombre hirsuto y apaleado.
Yo entré en las casas profundas,
como cuevas de ratas, húmedas 805
de salitre y de sal podrida,
vi arrastrarse seres hambrientos,
oscuridades desdentadas,
que trataban de sonreírme
a través del aire maldito. 810
Me atravesaron los dolores
de mi pueblo, se me enredaron
como alambradas en el alma:
me crisparon el corazón:
salí a gritar por los caminos, 815
salí a llorar envuelto en humo,
toqué las puertas y me hirieron
como cuchillos espinosos,
llamé a los rostros impasibles
que antes adoré como estrellas 820
y me mostraron su vacío.
Entonces me hice soldado:
número oscuro, regimiento,
orden de puños combatientes,
sistema de la inteligencia, 825
fibra del tiempo innumerable,
árbol armado, indestructible
camino del hombre en la tierra.
Y vi cuántos éramos, cuántos 830
estaban junto a mí, no eran
nadie, eran todos los hombres,
no tenían rostro, eran pueblo,
eran metal, eran caminos.
Y anduve con los mismos pasos
de la primavera en el mundo. 835 [184]
Los mendigos
Junto a las catedrales, anudados
al muro. acarrearon
sus pies, sus bultos, sus miradas negras,
sus crecimientos lívidos de gárgolas,
sus latas andrajosas de comida, 840
y desde allí, desde la dura
santidad de la piedra,
se hicieron flora de la calle, errantes
flores de las legales pestilencias.
El parque tiene sus mendigos 845
como sus árboles de torturados
ramajes y raíces:
a los pies del jardín vive el esclavo,
como al final del hombre, hecho basura,
aceptada su impura simetría, 850
listo para la escoba de la muerte.
La caridad lo entierra
en su agujero de tierra leprosa:
sirve de ejemplo al hombre de mis días.
Debe aprender a pisotear, a hundir 855
la especie en los pantanos del desprecio,
a poner los zapatos en la frente
del ser con uniforme de vencido,
o por lo menos debe comprenderlo
en los productos de la naturaleza. 860
Mendigo americano, hijo del año
1948, nieto
de catedrales, yo no te venero,
yo no voy a poner marfil antiguo,
barbas de rey en tu escrita figura, 865
como te justifican en los libros,
yo te voy a borrar con esperanza:
no entrarás a mi amor organizado,
no entrarás a mi pecho con los tuyos,
con los que te crearon escupiendo 870
tu forma degradada,
yo apartaré tu arcilla de la tierra
hasta que te construyan los metales
y salgas a brillar como una espada.
Los indios
El indio huyó desde su piel al fondo 875
de antigua inmensidad de donde un día
subió como las islas: derrotado,
se transformó en atmósfera invisible, [185]
se fue abriendo en la tierra, derramando
su secreta señal sobre la arena. 890
El que gastó la luna, el que peinaba
la misteriosa soledad del mundo,
el que no transcurrió sin levantarse
en altas piedras de aire coronadas,
el que duró como la luz celeste 895
bajo la magnitud de su arboleda,
se gastó de repente hasta ser hilo,
se convirtió en arrugas,
desmenuzó sus torres torrenciales
y recibió su paquete de harapos. 900
Yo lo vi en las alturas imantadas
de Amatitlán, royendo las orillas
del agua impenetrable: anduve un día
sobre la majestad abrumadora
del monte boliviano, con sus restos 905
de pájaro y raíz.
Yo vi llorar
a mi hermano de loca poesía,
Alberti, en los recintos araucanos,
cuando lo rodearon como a Ercilla
y eran, en vez de aquellos dioses rojos, 910
una cadena cárdena de muertos.
Más lejos, en la red de agua salvaje
de la Tierra del Fuego,
los vi subir, oh lobos, desgreñados,
a las piraguas rotas, 915
a mendigar el pan en el Océano.
Allí fueron matando cada fibra
de sus desérticos dominios,
y el cazador de indios recibía
sucios billetes por traer cabezas, 920
de los dueños del aire, de los reyes
de la nevada soledad antártica.
Los que pagaron crímenes se sientan
hoy en el Parlamento, matriculan
sus matrimonios en las Presidencias, 925
viven con Cardenales y Gerentes,
y sobre la garganta acuchillada
de los dueños del Sur crecen las flores. [186]
Ya de la Araucanía los penachos
fueron desbaratados por el vino, 930
raídos por la pulpería,
ennegrecidos par los abogados
al servicio del robo de su reino,
y a los que fusilaron a la tierra,
a los que en los caminos defendidos 935
por el gladiador deslumbrante
de nuestra propia orilla
entraron disparando y negociando,
llamaron «Pacificadores»
y les multiplicaron charreteras. 940
Así perdió sin ver, así invisible
fue para el indio el desmoronamiento
de su heredad: no vio los estandartes,
no echó a rodar la flecha ensangrentada,
sino que lo royeron, poco a poco, 945
magistrados, rateros, hacendados,
todos tomaron su imperial dulzura,
todos se le enredaron en la manta
hasta que lo tiraron desangrándose
a las últimas ciénagas de América. 950
Y de las verdes láminas, del cielo
innumerable y puro del follaje,
de la inmortal morada construida
con pétalos pesados de granito,
fue conducido a la cabaña rota, 955
al árido albañal de la miseria.
De la fulguradora desnudez,
dorados pechos, pálida cintura,
o de los ornamentos minerales
que unieron a su piel todo el rocío, 960
lo llevaron al hilo del andrajo,
le repartieron pantalones muertos
y así paseó su majestad parchada
por el aire del mundo que fue suyo.
Así fue cometido este tormento. 965
El hecho fue invisible como entrada
de traidor, como impalpable cáncer,
hasta que fue agobiado nuestro padre,
hasta que le enseñaron a fantasma
y entró a la única puerta que le abrieron, 970
la puerta de otros pobres, la de todos
los azotados pobres de la tierra. [187]
Los jueces
Por el alto Perú, por Nicaragua,
sobre la Patagonia, en las ciudades,
no tuviste razón, no tienes nada: 975
copa de miseria, abandonado
hijo de las Américas, no hay
ley, no hay juez que te proteja
la tierra, la casita con maíces.
980
Cuando llegó la casta de los tuyos,
de los señores tuyos, ya olvidado
el sueño antiguo de garras y cuchillos,
vino la ley a despoblar tu cielo,
a arrancarte terrones adorados,
a discutir el agua de los ríos, 985
a robarte el reinado de los árboles.
Te atestiguaron, te pusieron sellos
en la camisa, te forraron
el corazón con hojas y papeles,
te sepultaron en edictos fríos, 990
y cuando despertaste en la frontera
de la más despeñada desventura,
desposeído, solitario, errante,
te dieron calabozo, te amarraron,
te maniataron para que nadando 995
no salieras del agua de los pobres,
sino que te ahogaras pataleando.
El juez benigno te lee el inciso
número Cuatro mil, Tercer acápite,
el mismo usado en toda 1000
la geografía azul que libertaron
otros que fueron como tú y cayeron,
y te instituye por su codicilo
y sin apelación, perro sarnoso.
Dice tu sangre, cómo entretejieron 1005
al rico y a la ley? Con qué tejido
de hierro sulfuroso, cómo fueron
cayendo pobres al juzgado?
Cómo se hizo la tierra tan amarga
para los pobres hijos, duramente 1010
amamantados con piedra y dolores?
Así pasó y así lo dejo escrito.
Las vidas lo escribieron en mi frente. [188]
III
Los muertos de la plaza (28 de enero 1946 Santiago de Chile)
Yo no vengo a llorar aquí donde cayeron:
vengo a vosotros, acudo a los que viven.
Acudo a ti y a mí y en tu pecho golpeo.
Cayeron otros antes. Recuerdas? Sí, recuerdas.
Otros que el mismo nombre y apellido tuvieron. 5
En San Gregorio, en Lonquimay lluvioso,
en Ranquil, derramados por el viento,
en Iquique, enterrados en la arena,
a lo largo del mar y del desierto,
a lo largo del humo y de la lluvia, 10
desde las pampas a los archipiélagos
fueron asesinados otros hombres,
otros que como tú se llamaban Antonio
y que eran como tú pescadores o herreros:
carne de Chile, rostros 15
cicatrizados por el viento,
martirizados por la pampa,
firmados por el sufrimiento.
Yo encontré por los muros de la patria,
junto a la nieve y su cristalería, 20
detrás del río de ramaje verde,
debajo del nitrato y de la espiga,
una gota de sangre de mi pueblo
y cada gota, como el fuego, ardía.
Las masacres
Pero entonces la sangre fue escondida 25
detrás de las raíces, fue lavada
y negada
(fue tan lejos), la lluvia del Sur la borró de la tierra
(tan lejos fue), el salitre la devoró en la pampa:
y la muerte del pueblo fue como siempre ha sido:
como si no muriera nadie, nada, 30
como si fueran piedras las que caen
sobre la tierra, o agua sobre el agua.
De Norte a Sur, adonde trituraron
o quemaron los muertos,
fueron en las tinieblas sepultados, 35
o en la noche quemados en silencio,
acumulados en un pique
o escupidos al mar sus huesos: [189]
nadie sabe dónde están ahora,
no tienen tumba, están dispersos 40
en las raíces de la patria
sus martirizados dedos:
sus fusilados corazones:
la sonrisa de los chilenos:
los valerosos de la pampa: 45
los capitanes del silencio.
Nadie sabe dónde enterraron
los asesinos estos cuerpos,
pero ellos saldrán de la tierra
a cobrar la sangre caída 50
en la resurrección del pueblo.
En medio de la Plaza fue este crimen.
No escondió el matorral la sangre pura
del pueblo, ni la tragó la arena de la pampa
Nadie escondió este crimen. 55
Este crimen fue en medio de la Patria
Los hombres del nitrato
Yo estaba en el salitre, con los héroes oscuros,
con el que cava nieve fertilizante y fina
en la corteza dura del planeta,
y estreché con orgullo sus manos de tierra. 60
Ellos me dijeron: «Mira,
hermano, cómo vivimos,
aquí en «Humberstone», aquí en «Mapocho»,
en «Ricaventura», en «Paloma»,
en «Fan de Azúcar» en «Piojillo». 65
Y me mostraron sus raciones
de miserables alimentos,
su piso de tierra en las casas,
el sol, el polvo, las vinchucas,
y la soledad inmensa. 70
Yo vi el trabajo de los derripiadores,
que dejan sumida, en el mango [190]
de la madera de la pala,
toda la huella de sus manos.
Yo escuché una voz que venía 75
desde el fondo estrecho del pique,
como de un útero infernal,
y después asomar arriba
una criatura sin rostro,
una mascara polvorienta 80
de sudor, de sangre y de polvo.
Y ése me dijo: «Adonde vayas,
habla tú de estos tormentos,
habla tú, hermano, de tu hermano
que vive abajo, en el infierno.» 85
La muerte
Pueblo, aquí decidiste dar tu mano
al perseguido obrero de la pampa, y llamaste,
llamaste al hombre, a la mujer, al niño,
hace un año, a esta Plaza.
Y aquí cayó tu sangre.
En medio de la patria fue vertida, 90
frente al palacio, en medio de la calle,
para que la mirara todo el mundo
y no pudiera borrarla nadie,
y quedaran sus manchas rojas
como planetas implacables. 95
Fue cuando mano y mano de chileno
alargaron sus dedos a la pampa,
y con el corazón entero
iría la unidad de sus palabras:
fue cuando ibas, pueblo, a cantar 100
una vieja canción con lágrimas,
con esperanza y con dolores:
vino la mano del verdugo
y empapó de sangre la plaza!
Cómo nacen las banderas
Están así hasta hoy nuestras banderas. 105
El pueblo las bordó con su ternura,
cosió los trapos con su sufrimiento.
Clavó la estrella con su mano ardiente. [191]
Y cortó, de camisa o firmamento,
azul para la estrella de la patria 110
El rojo, gota s grata, iba naciendo.
Los llamo
Uno a uno hablaré con ellos esta tarde.
Uno a uno, llegáis en el recuerdo,
esta tarde, a esta plaza.
Manuel Antonio López, 115
camarada.
Lisboa Calderón,
otros te traicionaron, nosotros continuamos tu jornada.
Alejandro Gutiérrez,
el estandarte que cayó contigo 120
sobre toda la tierra se levanta.
César Tapia,
tu corazón está en estas banderas,
palpita hoy el viento de la plaza.
Filomeno Chávez, 125
nunca estreché tu mano, pero aquí está tu mano:
es una mano pura que la muerte no mata.
Ramona Parra, joven
estrella iluminada,
Ramona Parra, frágil heroína, 130
Ramona Parra, flor ensangrentada,
amiga nuestra, corazón valiente,
niña ejemplar, guerrillera dorada:
juramos en tu nombre continuar esta lucha
para que así florezca tu sangre derramada. 135
Los enemigos
Ellos aquí trajeron los fusiles repletos
de pólvora, ellos mandaron el acerbo exterminio,
ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba,
un pueblo por deber y por amor reunido,
y la delgada niña cayó con su bandera, 140
y el joven sonriente rodó a su lado herido, [192]
y el estupor del pueblo vio caer a los muertos
con furia y con dolor.
Entonces, en el sitio
donde cayeron los asesinados, 145
bajaron las banderas a empaparse de sangre
para alzarse de nuevo frente a los asesinos.
Por estos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.
Para los que de sangre salpicaron la patria, 150
pido castigo.
Para el verdugo que mandó esta muerte
pido castigo.
Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
pido castigo. 155
Para el que dio la orden de agonía,
pido castigo.
Para los que defendieron este crimen,
pido castigo.
No quiero que me den la mano 160
empapada con nuestra sangre.
Pido castigo.
No los quiero de Embajadores,
tampoco en su casa tranquilos,
los quiero ver aquí juzgados, 165
en esta plaza, en este sitio.
Quiero castigo.
Están aquí
He de llamar aquí como si aquí estuvieran.
Hermanos: sabed que nuestra lucha
continuará en la tierra. 170
Continuará en la fábrica, en el campo,
en la calle, en la salitrera.
En el cráter del cobre verde y rojo, [193]
en el carbón y su terrible cueva.
Estará nuestra lucha en todas partes, 175
y en nuestro corazón, estas banderas
que presenciaron vuestra muerte,
que se empaparon en la sangre vuestra,
se multiplicarán como las hojas
de la infinita primavera. 180
Siempre
Aunque los pasos toquen mil años este sitio,
no borrarán la sangre de los que aquí cayeron.
Y no se extinguirá la hora en que caísteis,
aunque miles de voces crucen este silencio.
La lluvia empapará las piedras de la plaza, 185
pero no apagará vuestros nombres de fuego.
Mil noches caerán con sus alas oscuras,
sin destruir el día que esperan estos muertos.
El día que esperamos a lo largo del mundo
tantos hombres, el día final del sufrimiento. 190
Un día de justicia conquistada en la lucha,
y vosotros, hermanos caídos, en silencio,
estaréis con nosotros en ese vasto día
de la lucha final, en ese día inmenso.
IV
Crónica de 1948 (América)
Mal año, año de ratas, año impuro!
Alta y metálica es tu línea
en las orillas del océano
y del aire, como un alambre
de tempestades y tensión. 5
Pero, América, también eres
nocturna, azul y pantanosa:
ciénaga y cielo, una agonía
de corazones aplastados
como negras naranjas rotas 10
en tu silencio de bodega. [194]
Paraguay
Desenfrenado Paraguay!
De qué sirvió la luna pura
iluminando los papeles
de la geometría dorada? 15
Para qué sirvió el pensamiento
heredado de las columnas
y de los números solemnes?
Para este agujera abrumado
de sangre podrida, para 20
este hígado equinoccial
arrebatada por la muerte.
Para Moriñigo reinante,
sentado sobre las prisiones
en su charca de parafina, 25
mientras las plumas escarlata
de los colibríes eléctricos
vuelan y fulguran sobre
los pobres muertos de la selva.
Mal año, año de rosas desmedradas, 30
año de carabinas, mira, bajo tus ojos
no te ciegue
el aluminio del avión, la música
de su velocidad seca y sonora:
mira tu pan, tu tierra, tu multitud raída, 35
tu estirpe roca!
Miras ese valle
verde y ceniza desde el alto cielo?
Pálida agricultura, minería
harapienta, silencio y llanto
como el trigo, cayendo 40
y naciendo
en una eternidad malvada.
Brasil
Brasil, el Dutra, el pavoroso
pavo de las tierras calientes,
engordado por las amargas
ramas del aire venenoso: 45
sapo de las negras ciénagas
de nuestra luna americana:
botones dorados, ojillos
de rata gris amoratada:
Oh, Señor, de los intestinos 50
de nuestra pobre madre hambrienta,
de tanto sueño y resplandecientes [195]
libertadores, de tanto
sudor sobre los agujeros
de la mina, de tanta y tanta 55
soledad en las plantaciones,
América, elevas de pronto
a tu claridad planetaria
a un Dutra sacado del fondo
de tus reptiles, de tu sorda 60
profundidad y prehistoria.
Y así sucedió!
Albañiles
del Brasil, golpead la frontera,
pescadores, llorad de noche
sobre las aguas litorales, 65
mientras Dutra, con sus pequeños
ojos de cerdo selvático,
rompe con un hacha la imprenta,
quema los libros en la plaza,
encarcela, persigue y fustiga 70
hasta que el silencio se hace
en nuestra noche tenebrosa.
Cuba
En Cuba están asesinando!
Ya tienen a Jesús Menéndez
en un cajón recién comprado. 75
Él salió, como un rey, del pueblo,
y anduvo mirando raíces,
deteniendo a los transeúntes,
golpeando el pecho a los dormidos,
estableciendo las edades, 80
componiendo las almas rotas,
y levantando del azúcar
los sangrientos cañaverales,
el sudor que pudre las piedras,
preguntando por las cocinas 85
pobres: quién eres?, cuánto comes?,
tocando este brazo, esta herida,
y acumulando estos silencios
en una sola voz, la ronca
voz entrecortada de Cuba. 90
Lo asesinó un capitancito,
un generalito: en un tren [196]
le dijo: ven, y por la espalda
hizo fuego el generalito,
para que callara la voz 95
ronca de los cañaverales.
Centro América
Mal año, ves más allá de la espesa
sombra de matorrales la cintura
de nuestra geografía?
Una ola estrella
como un panal sus abejas azules 100
contra la costa y vuelan los destellos
del doble mar sobre la tierra angosta...
Delgada tierra como un látigo,
calentada como un tormento,
tu paso en Honduras, tu sangre 105
en Santo Domingo, de noche,
tus ojos desde Nicaragua
me tocan, me llaman, me exigen,
y por la tierra americana
toco las puertas para hablar, 110
toco las lenguas amarradas,
levanto las cortinas, hundo
la mano en la sangre:
Oh, dolores
de tierra mía, oh, estertores
del gran silencio establecido, 115
oh, pueblos de larga agonía,
oh, cintura de los sollozos.
Puerto Rico
Mr. Truman llega a la Isla
de Puerto Rico,
viene al agua
azul de nuestros mares puros 120
a lavar sus dedos sangrientos.
Acaba de ordenar la muerte
de doscientos jóvenes griegos,
sus ametralladoras funcionan
estrictamente,
cada día 125
por sus órdenes las cabezas
dóricas -uva y oliva-,
ojos del mar antiguo, pétalos
de la corola corinthiana,
caen al polvo griego. [197]
Los asesinos 130
alzan la copa
dulce de Chipre con los
expertos norteamericanos,
entre grandes risotadas, con
los bigotes chorreantes 135
de aceite frito y sangre griega.
Truman a nuestras aguas llega
a lavarse las manos rojas
de la sangre lejana. Mientras,
decreta, predica y sonríe 140
en la Universidad, en su idioma,
cierta la boca castellana,
cubre la luz de las palabras
que allí circularon como un
río de estirpe cristalina 145
y estatuye: «Muerte a tu lengua,
Puerto Rico.»
Grecia
(La sangre griega
baja en esta hora. Amanece
en las colinas.
Es un simple
arroyo entre el polvo y las piedras: 150
los pastores pisan la sangre
de otros pastores:
es un simple
hilo delgado que desciende
desde los montes hasta el mar,
hasta el mar que conoce y canta.) 155
...A tu tierra, a tu mar vuelve los ojos,
mira la claridad en las australes
aguas y nieves, construye el sol las uvas,
brilla el desierto, el mar de Chile surge
coa su linea golpeada... 160
En Lota están las bajas minas
del carbón: es un puerto frío,
del grave invierno austral, la lluvia
cae y cae sobre los techos, alas
de gaviotas color de niebla, 165
y bajo el mar sombrío el hombre
cava y cava el recinto negro. [198]
La vida del hombre es oscura
como el carbón, noche andrajosa,
pan miserable, duro día. 170
Yo por el mundo anduve largo,
pero jamás por los caminos
o las ciudades, nunca vi
más maltratados a los hombres.
Doce duermen en una pieza. 175
Las habitaciones tienen
techos de restos sin nombre:
pedazos de hojalata, piedras,
cartones, papeles mojados.
Niños y perros, en el vapor 180
húmedo de la estación fría,
se agrupan hasta darse el fuego
de la pobre vida que un día
será otra vez hambre y tinieblas.
Los tormentos
Una huelga más, los salarios 185
no alcanzan, las mujeres lloran
en las cocinas, los mineros
juntan una a una sus manos
y sus dolores.
Es la huelga
de los que bajo el mar excavaron, 190
tendidos en la cueva húmeda,
y extrajeron con sangre y fuerza
el terrón negro de las minas.
Esta vez vinieron soldados.
Rompieron sus casas, de noche. 195
Los condujeron a las minas
como a un presidio y saquearon
la pobre harina que guardaban,
el grano de arroz de los hijos.
Luego, golpeando las paredes, 200
los exilaron, los hundieron,
los acorralaron, marcándolos
como a bestias, y en los caminos,
en un éxodo de dolores,
los capitanes del carbón 205
vieron expulsados sus hijos,
atropelladas sus mujeres
y a centenares de mineros [199]
trasladados y encarcelados,
a Patagonia, en el frío antártico, 210
o a los desiertos de Pisagua.
El traidor
Y encima de estas desventuras
un tirano que sonreía
escupiendo las esperanzas
de los mineros traicionados. 215
Cada pueblo con sus dolores,
cada lucha con sus tormentos,
pero venid aquí a decirme
si entre los sanguinarios,
entre todos los desmandados 220
déspotas, coronados de odio,
con cetros de látigos verdes,
alguno fue como el de Chile?
Éste traicionó pisoteando
sus promesas y sus sonrisas, 225
éste del asco hizo su cetro,
éste bailó sobre los dolores
de su pobre pueblo escupido.
Y cuando en las prisiones llenas
por sus desleales decretos 230
se acumularon ojos negros
de agraviados y de ofendidos,
él bailaba en Viña del Mar,
rodeado de alhajas y copas.
Pero los negros ojos miran a 235
través de la noche negra.
Tú qué hiciste? No vino tu palabra
para el hermano de las bajas minas,
para el dolor de los traicionados,
no vino a ti la sílaba de llamas 240
para clamar y defender tu pueblo?
Acuso
Acusé entonces al que había
estrangulado la esperanza,
llamé a los rincones de América
y puse su nombre en la cueva 245 [200]
de las deshonras.
Entonces crímenes
me reprocharon, la jauría
de los vendidos y alquilados:
los «secretarios de gobierno»,
los policías, escribieron 250
con alquitrán su espeso insulto
contra mí, pero las paredes
miraban cuando los traidores
escribían con grandes letras
mi nombre, y la noche borraba, 255
con sus manos innumerables,
manos del pueblo y de la noche,
la ignominia que vanamente
quieren arrojar a mi canto.
Fueron de noche a quemar entonces 260
mi casa (el fuego marca ahora
el nombre de quien los enviara),
y los jueces se unieron todos
para condenarme, buscándome,
para crucificar mis palabras 265
y castigar estas verdades.
Cerraron las cordilleras
de Chile para que no partiera
a contar lo que aquí sucede,
y cuando México abrió sus puertas 270
para recibirme y guardarme,
Torres Bodet, pobre poeta,
ordenó que se me entregara
a los carceleros furiosos.
Pero mi palabra está viva, 275
y mi libre corazón acusa.
Qué pasará, qué pasará? En la noche
de Pisagua, la cárcel, las cadenas,
el silencio, la patria envilecida,
y este mal año, año de ratas ciegas, 280
este mal año de ira y de rencores,
qué pasará, preguntas, me preguntas? [201]
El pueblo victorioso
Está mi corazón en esta lucha.
Mi pueblo vencerá. Todos los pueblos
vencerán, uno a uno.
Estos dolores 285
se exprimirán como pañuelos hasta
estrujar tantas lágrimas vertidas
en socavones del desierto, en tumbas,
en escalones del martirio humano.
Pero está cerca el tiempo victorioso. 290
Que sirva el odio para que no tiemblen
las manos del castigo,
que la hora
llegue a su horario en el instante puro,
y el pueblo llene las calles vacías
con sus frescas y firmes dimensiones. 295
Aquí está mi ternura para entonces.
La conocéis. No tengo otra bandera.
V
González Videla el traidor de Chile (Epílogo) 1949
De las antiguas cordilleras salieron los verdugos,
como huesos, como espinas americanas en el hirsuto lomo
de una genealogía de catástrofes: establecidos fueron,
enquistados en la miseria de nuestras poblaciones.
Cada día la sangre manchó sus alamares. 5
Desde las cordilleras como bestias huesudas
fueron procreados por nuestra arcilla negra.
Aquéllos fueron los saurios tigres, los dinastas glaciales,
recién salidos de nuestras cavernas y de nuestras derrotas.
Así desenterraron los maxilares de Gómez 10
bajo las carreteras manchadas por cincuenta años de nuestra
sangre.
La bestia oscurecía las tierras con sus costillas
cuando después de las ejecuciones se torcía el bigote
junto al Embajador Norteamericano que le servía el té.
Los monstruos envilecieron, pero no fueron viles. Ahora 15
en el rincón que la luz reservó a la pureza,
en la nevada patria blanca de Araucanía,
un traidor sonríe sobre un trono podrido. [202]
En mi patria preside la vileza.
Es González Videla la rata que sacude 20
su pelambrera llena de estiércol y de sangre
sobre la tierra mía que vendió. Cada día
saca de sus bolsillos las monedas robadas
y piensa si mañana venderá territorio
o sangre.
Todo lo ha traicionado. 25
Subió como una rata a los hombros del pueblo
y desde allí, royendo la bandera sagrada
de mi país, ondula su cola roedora
diciendo al hacendado, al extranjero, dueño
del subsuelo de Chile: «Bebed toda la sangre 30
de este pueblo, yo soy el mayordomo
de los suplicios.»
Triste clown, miserable
mezcla de mono y rata, cuyo rabo
peinan en Wall Street con pomada de oro,
no pasarán los días sin que caigas del árbol 35
y seas el montón de inmundicia evidente
que el transeúnte evita pisar en las esquinas!
Así ha sido. La traición fue Gobierno de Chile.
Un traidor ha dejado su nombre en nuestra historia.
Judas enarbolando dientes de calavera 40
vendió a mi hermano,
dio veneno a mi patria,
fundó Pisagua, demolió nuestra estrella,
escupió los colores de una bandera pura.
Gabriel González Videla. Aquí dejo su nombre,
para que cuando el tiempo haya borrado 45
la ignominia, cuando mi patria limpie
su rostro iluminado por el trigo y la nieve,
más tarde, los que aquí busquen la herencia
que en estas líneas dejo como una brasa verde
hallen también el nombre del traidor que trajera 50
la copa de agonía que rechazó mi pueblo.
Mi pueblo, pueblo mío, levanta tu destino!
Rompe la cárcel, abre los muros que te cierran!
Aplasta el paso torvo de la rata que manda
desde el Palacio: sube tus lanzas a la aurora, 55
y en lo más alto deja que tu estrella iracunda
fulgure, iluminando los caminos de América. [203]
- VI -
América, no invoco tu nombre en vano [205]
Desde arriba (1942)
Lo recorrido, el aire
indefinible, la luna de los cráteres,
la seca luna derramada
sobre las cicatrices,
el calcáreo agujero de la túnica rota, 5
el ramaje de venas congeladas, el pánico del cuarzo,
del trigo, de la aurora,
las llaves extendidas en las rocas secretas,
la aterradora línea
del Sur despedazado, 10
el sulfato dormido en su estatura
de larga geografía,
y las disposiciones de turquesa
rodando en torno de la luz cortada,
del acre ramo sin cesar florido, 15
de la espaciosa noche de espesura.
II
Un asesino duerme
La cintura manchada por el vino
cuando el dios tabernario
pisa los vasos rotos y desgreña
la luz del alba desencadenada:
la rosa humedecida en el sollozo 5
de la pequeña prostituta, el viento de los días febriles
que entra por la ventana sin cristales
donde el vengado duerme con los zapatos puestos
en un olor amargo de pistolas,
en un color azul de ojos perdidos. 10 [206]
III
En la costa
En Santos, entre el olor dulceagudo de los plátanos
que, como un río de oro blando, abierto en las espaldas,
deja en las márgenes la estúpida saliva
del paraíso desquiciado,
y un clamor férreo de sombras, de agua y locomotora, 5
una corriente de sudor y plumas
algo que baja y corre desde el fondo de las hojas ardientes
como desde un sobaco palpitante:
una crisis de vuelos, una remota espuma.
IV
Invierno en el sur, a caballo
Yo he traspasado la corteza mil
veces agredida por los golpes australes:
he sentido el cogote del caballo dormirse
bajo la piedra fría de la noche del Sur,
tiritar en la brújula del monte deshojado, 5
ascender en la pálida mejilla que comienza:
yo conozco el final del galope en la niebla,
el harapo del pobre caminante:
y para mí no hay dios sino la arena oscura,
el lomo interminable de la piedra y la noche, 10
el insociable día
con un advenimiento
de mala ropa, de alma exterminada.
V
Los crímenes
Tal vez tú, de las noches oscuras has recorrido
el grito con puñal, la pisada en la sangre:
el solitario filo de nuestra cruz mil veces
pisoteada,
los grandes golpes en la callada puerta, 5
el abismo o el rayo que tragó al asesino
cuando ladran los perros y la violenta policía [207]
llega entre los dormidos
a torcer fuertemente los hilos de la lágrima
tirándolos del párpado aterrado. 10
VI
Juventud
Un perfume como una ácida espada
de ciruelas en un camino,
los besos del azúcar en los dientes,
las gotas vitales resbalando en los dedos,
la dulce pulpa erótica, 5
las eras, los pajares, los incitantes
sitios secretos de las casas anchas,
los colchones dormidos en el pasado, el agrio valle verde
mirado desde arriba, desde el vidrio escondido:
toda la adolescencia mojándose y ardiendo 10
como una lámpara derribada en la lluvia.
VII
Los climas
En el otoño caen desde el álamo
las altas flechas, el renovado olvido:
se hunden los pies en su frazada pura:
el frío de las hojas irritadas
es un espeso manantial de oro, 5
y un esplendor de espinas pone cerca del cielo
los secos candelabros de estatura erizada,
y el jaguar amarillo, entre las uñas,
huele una gota viva.
VIII
Varadero en Cuba
Fulgor de Varadero desde la costa eléctrica
cuando, despedazándose, recibe en la cadera
la Antilla, el mayor golpe de luciérnaga y agua,
el sinfín fulgurario del fósforo y la luna,
el intenso cadáver de la turquesa muerta: 5
y el pescador oscuro saca de los metales
una cola erizada de violetas marinas. [208]
IX
Los dictadores
Ha quedado un olor entre los cañaverales:
una mezcla de sangre y cuerpo, un penetrante
pétalo nauseabundo.
Entre los cocoteros las tumbas están llenas
de huesos demolidos, de estertores callados. 5
El delicado sátrapa conversa
con copas, cuellos y cordones de oro.
El pequeño palacio brilla como un reloj
y las rápidas risas enguantadas
atraviesan a veces los pasillos 10
y se reúnen a las voces muertas
y a las bocas azules, frescamente enterradas.
El llanto está escondido como una planta
cuya semilla cae sin cesar sobre el suelo
y hace crecer sin luz sus grandes hojas ciegas. 15
El odio se ha formado escama a escama,
golpe a golpe, en el agua terrible del pantano,
con un hocico lleno de légamo y silencio.
X
Centro-América
Qué luna como una culata ensangrentada,
qué ramaje de látigos,
qué luz atroz de párpado arrancado
te hacen gemir sin voz, sin movimiento,
rompen tu padecer sin voz, sin boca: 5
oh, cintura central, oh, paraíso
de llagas implacables.
De noche y día veo los martirios,
de día y noche veo al encadenado,
al rubio, al negro, al indio 10
escribiendo con manos golpeadas y fosfóricas
en las interminables paredes de la noche.
XI
Hambre en el sur
Veo el sollozo en el carbón de Lota
y la arrugada sombra del chileno humillado
picar la amarga veta de la entraña, morir,
vivir, nacer en la dura ceniza. [209]
agachados, caídos como si el mundo 5
entrara así y saliera así
entre polvo negro, entre llamas,
y sólo sucediera
la tos en el invierno, el paso
de un caballo en el agua negra, donde ha caído 10
una hoja de eucaliptus como un cuchillo muerto.
XII
Patagonia
Las focas están pariendo
en la profundidad de las zonas heladas,
en las crepusculares grutas que forman
los últimos hocicos del océano,
las vacas de la Patagonia 5
se destacan del día
como un tumulto, como un vapor pesado
que levanta en el frío su caliente columna
hacia las soledades.
Desierta eres, América, como una campana: 10
llena por dentro de un canto que no se eleva,
el pastor, el llanero, el pescador
no tienen una mano, ni una oreja, ni un piano,
ni una mejilla cerca: la luna los vigila,
la extensión los aumenta, la noche los acecha, 15
y un viejo día lento como los otros, nace.
XIII
Una rosa
Veo una rosa junto al agua, una pequeña copa
de párpados bermejos,
sostenida en la altura por un sonido aéreo:
una luz de hojas verdes toca los manantiales
y transfigura el bosque con solitarios seres 5
de transparentes pies:
el aire está poblado de claras vestiduras
y el árbol establece su magnitud dormida. [210]
XIV
Vida y muerte de una mariposa
Vuela la mariposa de Muzo en la tormenta:
todos los hilos equinocciales,
la pasta helada de las esmeraldas,
todo vuela en el rayo,
se sacuden las últimas consecuencias del aire 5
y entonces una lluvia de estambres verdes
el polen asustado de la esmeralda sube:
sus grandes terciopelos de fragancia mojada
caen en las riberas azules del ciclón,
se unen a las caídas levaduras terrestres, 10
regresan a la patria de las hojas.
XV
El hombre enterrado en la Pampa
De tango a tango, si alcanzara
a rayar el dominio, las praderas,
si ya dormido
saliendo de mi boca el cereal salvaje,
si yo escuchara en las llanuras 5
un trueno de caballos,
una furiosa tempestad de patas
pasar sobre mis dedos enterrados,
besaría sin labios la semilla
y amarraría a ella los vestigios 10
de mis ojos
para ver el galope que amó mi turbulencia:
mátame, vidalita,
mátame y se derrame mi substancia
como el ronco metal de las guitarras. 15
XVI
Obreros marítimos
En Valparaíso, los obreros del mar
me invitaron: eran pequeños y duros,
y sus rostros quemados eran la geografía
del Océano Pacífico: eran una corriente
adentro de las inmensas aguas, una ola muscular, 5
un ramo de alas marinas en la tormenta.
Era hermoso verlos como pequeños dioses pobres, [211]
semidesnudos, malnutridos, era hermoso
verlos luchar y palpitar con otros hombres más allá del
océano,
3Las vicisitudes políticas que rodearon la publicación de la primera edición y de otras clandestinas del Canto
General determinaron la extraña circunstancia de que este poema se extraviase. Sucesivas ediciones incurrieron en
la misma ausencia. Hernán Loyola, estudioso de la obra nerudiana, advierte esta falta y rescata el poema que ahora
incluimos.
con otros hombres de otros puertos miserables, y oírlos, 10
era el mismo lenguaje de españoles y chinos,
el lenguaje de Baltimore y Kronstadt,
y cuando cantaron «La Internacional» canté con ellos:
me subía del corazón un himno, quise decirles: «Hermanos»,
pero no tuve sino ternura que se me hacía canto 15
y que iba con su canto desde mi boca hasta el mar.
Ellos me reconocían, me abrazaban con sus poderosas
miradas
sin decirme nada, mirándome y cantando.
XVII
3
Un río
Yo quiero ir por el Papaloapán
como tantas veces por el terroso espejo,
tocando con las uñas el agua poderosa:
quiero ir hacia las matrices, hacia la contextura
de sus originales ramajes de cristal: 5
ir, mojarme la frente, hundir en la secreta
confusión del rocío
la piel, la sed, el sueño.
El sábalo saliendo del agua
como un violín de plata, 10
y en la orilla las flores atmosféricas
y las alas inmóviles
en un calor de espacio defendido
por espadas azules.
XVIII
América
Estoy, estoy rodeado
por madreselva y páramo, por chacal y centella,
por el encadenado perfume de las lilas: [212]
estoy, estoy rodeado
por días, meses, aguas que sólo yo conozco, 5
por uñas, peces, meses que sólo yo establezco,
estoy, estoy rodeado
por la delgada espuma combatiente
del litoral poblado de campanas.
La camisa escarlata del volcán y del indio, 10
el camino, que el pie desnudo levantó entre las hojas
y las espinas entre las raíces,
llega a mis pies de noche para que lo camine.
La oscura sangre como en un otoño
derramada en el suelo, 15
el temible estandarte de la muerte en la selva,
los pasos invasores deshaciéndose, el grito
de los guerreros, el crepúsculo de las lanzas dormidas,
el sobresaltado sueño de los soldados, los grandes
ríos en que la paz del caimán chapotea, 20
tus recientes ciudades de alcaldes imprevistos,
el coro de los pájaros de costumbre indomable,
en el pútrido día de la selva, el fulgor
tutelar de la luciérnaga,
cuando en tu vientre existo, en tu almenada 25
tarde, en tu descanso, en el útero de tus nacimientos, en el
terremoto, en el diablo de los campesinos, en la ceniza
que cae de los ventisqueros, en el espacio,
en el espacio puro, circular, inasible,
en la garra sangrienta de los cóndores, en la paz humillada 30
de Guatemala, en los negros,
en los muelles de Trinidad, en la Guayra:
todo es mi noche, todo
es mi día, todo
es mi aire, todo 35
es lo que vivo, sufro, levanto y agonizo.
América, no de noche
ni de luz están hechas las sílabas que canto.
De tierra es la materia apoderada
del fulgor y del pan de mi victoria, 40
y no es sueño mi sueño sino tierra.
Duermo rodeado de espaciosa arcilla
y por mis manos corre cuando vivo
un manantial de caudalosas tierras.
Y no es vino el que bebo sino tierra, 45
tierra escondida, tierra de mi boca,
tierra de agricultura con rocío,
vendaval de legumbres luminosas,
estirpe cereal, bodega de oro. [213]
XIX
América no invoco tu nombre en vano
América, no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
cuando aguanto en el alma la gotera,
cuando por las ventanas
un nuevo día tuyo me penetra, 5
soy y estoy en la luz que me produce,
vivo en la sombra que me determina,
duermo y despierto en tu esencial aurora
dulce como las uvas, y terrible,
conductor del azúcar y el castigo, 10
empapado en esperma de tu especie,
amamantado en sangre de tu herencia. [215]
- VII -
Canto General de Chile [217]
Eternidad
Escribo para una tierra recién secada, recién
fresca de flores, de polen, de argamasa,
escribo para unos cráteres cuyas cúpulas de tiza
repiten su redondo vacío junto a la nieve pura,
dictamino de pronto para lo que apenas 5
lleva el vapor ferruginoso recién salido del abismo,
hablo para las praderas que no conocen apellido
sino la pequeña campanilla del liquen o el estambre
quemado
o la áspera espesura donde la yegua arde.
De dónde vengo, sino de estas primerizas, azules 10
materias que se enredan o se encrespan o se destituyen
o se esparcen a gritos o se derraman sonámbulas,
o se trepan y forman el baluarte del árbol,
o se sumen y amarran la célula del cobre
o saltan a la rama de los ríos, o sucumben 15
en la raza enterrada del carbón o relucen
en las tinieblas verdes de la uva?
En las noches duermo como los ríos, recorriendo
algo incesantemente, rompiendo, adelantando
la noche natatoria, levantando las horas 20
hacia la luz, palpando las secretas
imágenes que la cal ha desterrado, subiendo por el bronce
hasta las cataratas recién disciplinadas, y toco
en un camino de ríos lo que no distribuye
sino la rosa nunca nacida, el hemisferio ahogado. 25
La tierra es una catedral de párpados pálidos,
eternamente unidos y agregados en un
vendaval de segmentos, en una sal de bóvedas,
en un color final de otoño perdonado. [218]
No habéis, no habéis rosado jamás en el camino 30
lo que la estalactita desnuda determina,
la fiesta entre las lámparas glaciales,
el alto frío de las hojas negras,
no habéis entrado conmigo en las fibras
que la tierra ha escondido, 35
no habéis vuelto a subir después de muertos
grano a grano las gradas de la arena
hasta que las coronas del rocío
de nuevo cubran una rosa abierta,
no podéis existir sin ir muriendo 40
con el vestuario usado de la dicha.
Pero yo soy el nimbo metálico, la argolla
encadenada a espacios, a nubes, a terrenos
que roca despertadas y enmudecidas aguas,
y vuelve a desafiar la intemperie infinita. 45 [219]
Himno y regreso (1939)
Patria, mi patria, vuelvo hacia ti la sangre.
Pero te pido, como a la madre el niño
lleno de llanto.
Acoge
esta guitarra ciega
y esta frente perdida. 5
Salí a encontrarte hijos por la tierra,
salía cuidar caídos con tu nombre de nieve,
salí a hacer una casa con tu madera pura,
salí a llevar tu estrella a los héroes heridos.
Ahora quiero dormir en tu substancia. 10
Dame tu clara noche de penetrantes cuerdas,
tu noche de navío, tu estatura estrellada.
Patria mía: quiero mudar de sombra.
Patria mía: quiero cambiar de rosa.
Quiero poner mi brazo en tu cintura exigua 15
y sentarme en tus piedras por el mar calcinadas,
a detener el trigo y mirarlo por dentro.
Voy a escoger la flora delgada del nitrato,
voy a hilar el estambre glacial de la campana,
y mirando tu ilustre y solitaria espuma 20
un ramo litoral tejeré a tu belleza.
Patria, mi patria
toda rodeada de agua combatiente
y nieve combatida,
en ti se junta el águila al azufre, 25
y en tu antártica mano de armiño y de zafiro
una gota de pura luz humana
brilla encendiendo el enemigo cielo.
Guarda tu luz, oh patria! mantén
tu dura espiga de esperanza en medio 30
del ciego aire temible.
En tu remota tierra ha caído toda esta luz difícil, [220]
este destino de los hombres,
que te hace defender una flor, misteriosa
sola, en la inmensidad de América dormida. 35
II
Quiero volver al sur (1941)
Enfermo en Veracruz, recuerdo un día
del Sur, mi tierra, un día de plata
como un rápido pez en el agua del cielo.
Loncoche, Lonquimay, Carahue, desde arriba
esparcidos, rodeados por silencio y raíces, 5
sentados en sus tronos de cueros y maderas.
El Sur es un caballo echado a pique
coronado con lentos árboles y rocío,
cuando levanta el verde hocico caen las gotas,
la sombra de su cola moja el gran archipiélago 10
y en su intestino crece el carbón venerado.
Nunca más, dime, sombra, nunca más, dime, mano,
nunca más, dime, pie, puerta, pierna, combate,
trastornarás la selva, el camino, la espiga,
la niebla, el frío, lo que, azul, determinaba 15
cada uno de tus pasos sin cesar consumidos?
Cielo, déjame un día de estrella a estrella irme
pisando luz y pólvora, destrozando mi sangre
hasta llegar al nido de la lluvia!
Quiero ir
detrás de la madera por el río 20
Toltén fragante, quiero salir de los aserraderos,
entrar en las cantinas con los pies empapados,
guiarme por la luz del avellano eléctrico,
tenderme junto al excremento de las vacas,
morir y revivir mordiendo trigo.
Océano, tráeme 25
un día del Sur, un día agarrado a tus olas,
un día de árbol mojado, trae un viento
azul polar a mi bandera fría!
III
Melancolía cerca de Orizaba (1942)
Qué hay para ti en el Sur sino un río, una noche,
unas hojas que el aire frío manifiesta
y extiende hasta cubrir las riberas del cielo?
Es que la cabellera del amor desemboca
como otra nieve o agua del deshecho archipiélago, 5 [221]
como otro movimiento subterráneo del fuego
y espera en los galpones otra vez,
donde las hojas caen tantas veces
temblando, devoradas por esa boca espesa,
y el brillo de la lluvia cierra su enredadera 10
desde la reunión de los granos secretos
hasta el follaje lleno de campanas y gotas?
Donde la primavera trae una voz mojada
que zumba en las orejas del caballo dormido
y luego cae al oro del trigo triturado 15
y luego asoma un dedo transparente en la uva.
Qué hay para ti esperándote, dónde, sin corredores,
sin paredes, te llama el Sur?
Como el llanero escuchas en tu mano la copa
de la tierra, poniendo tu oído en las raíces: 20
desde lejos un viento de hemisferio temible,
el galope en la escarcha de los carabineros:
donde la aguja cose con agua fina el tiempo
y su desmenuzada costura se destruye:
qué hay para ti en la noche de costado salvaje 25
aullando con la boca toda llena de azul?
Hay un día tal vez detenido, una espina
clava en el viejo día su aguijón degradado
y su antigua bandera nupcial se despedaza.
Quién ha guardado un día de bosque negro, quién 30
ha esperado unas horas de piedra, quién rodea
la herencia lastimada por el tiempo, quién huye
sin desaparecer en el centro del aire?
Un día, un día lleno de hojas desesperadas,
un día, una luz rota por el frío zafiro, 35
un silencio de ayer preservado en el hueco
de ayer, en la reserva del territorio ausente.
Amo tu enmarañada cabellera de cuero,
tu antártica hermosura de intemperie y ceniza,
tu doloroso peso de cielo combatiente: 40
amo el vuelo del aire del día en que me esperas,
sé que no cambia el beso de la tierra, y no cambia,
sé que no cae la hoja del árbol, y no cae:
sé que el mismo relámpago detiene sus metales
y la desamparada noche es la misma noche, 45
pero es mi noche, pero es mi planta, el agua
de las glaciales lágrimas que conocen mi pelo.
Sea yo lo que ayer me esperaba en el hombre: [222]
lo que en laurel, ceniza, cantidad, esperanza,
desarrolla su párpado en la sangre, 50
en la sangre que puebla la cocina y el bosque,
las fábricas que el hierro cubre de plumas negras,
las minas taladradas por el sudor sulfúrico.
No sólo el aire agudo del vegetal me espera:
no sólo el trueno sobre el nevado esplendor: 55
lágrimas y hambre como dos escalofríos
suben al campanario de la patria y repican:
de ahí que en medio del fragante cielo,
de ahí que cuando Octubre estalla, y corre
la primavera antártica sobre el fulgor del vino, 60
hay un lamento y otro y otro lamento y otro
hasta que cruzan nieve, cobre, caminos, naves,
y pasan a través de la noche y la tierra
hasta mi desangrada garganta que los oye.
Pueblo mío, qué dices? Marinero, 65
peón, alcalde, obrero del salitre, me escuchas?
Yo te oigo, hermano muerto, hermano vivo, te oigo,
lo que tú deseabas, lo que enterraste, todo,
la sangre que en la arena y en el mar derramabas,
el corazón golpeado que resiste y asusta. 70
Qué hay para ti en el Sur? La lluvia dónde cae?
Y desde el intersticio, qué muertos ha azotado?
Los míos, los del Sur, los héroes solos,
el pan diseminado por la cólera amarga,
el largo luto, el hambre, la dureza y la muerte, 75
fas hojas sobre ellos han caído, las hojas,
la luna sobre el pecho del soldado, la luna,
el callejón del miserable, y el silencio
del hombre en todas partes, como un mineral duro
cuya veta de frío hiela la luz de mi alma 80
antes de construir la campana en la altura.
Patria llena de gérmenes, no me llames, no puedo
dormir sin tu mirada de cristal y tiniebla.
Tu ronco grito de aguas y seres me sacude
y ando en el sueño al borde de tu espuma solemne 85
hasta la última isla de tu cintura azul.
Me llamas dulcemente como una novia pobre.
Tu larga luz de acero me enceguece y me busca
como una espada llena de raíces. [223]
Patria, tierra estimable, quemada luz ardiendo: 90
como el carbón adentro del fuego precipita
tu sal temible, tu desnuda sombra.
Sea yo lo que ayer me esperaba, y mañana
resista en un puñado de amapolas y polvo.
IV
Océano
Si tu desnudo aparecido y verde,
si tu manzana desmedida, si
en las tinieblas tu mazurca, dónde
está tu origen?
Noche 5
más dulce que la noche,
sal
madre, sal sangrienta, curva madre del agua,
planeta recorrido por la espuma y la médula:
titánica dulzura de estelar longitud: 10
noche con una sola ola en la mano:
tempestad contra el águila marina,
ciega bajo las manos del sulfato insondable:
bodega en tanta noche sepultada,
corola fría toda de invasión y sonido, 15
catedral enterrada a golpes en la estrella.
Hay el caballo herido que en la edad de tu orilla
recorre, por el fuego glacial substituido,
hay el abeto rojo transformado en plumaje
y deshecho en tus manos de atroz cristalería, 20
y la incesante rosa combatida en las islas
y la diadema de agua y luna que estableces.
Patria mía, a tu tierra
todo este cielo oscuro!
Toda esta fruta universal, toda esta 25
delirante corona!
Para ti esta copa de espumas donde el rayo
se pierde como un albatros ciego, y donde el sol del Sur
se levanta mirando tu condición sagrada.
Talabardera
Para mí esta montura dibujada
como pesada rosa en plata y cuero,
suave de hondura, lisa y duradera. [224]
Cada recorte es una mano, cada
costura es una vida, en ella vive 5
la unidad de las vidas forestales,
una cadena de ojos y caballos.
Los granos de la avena la formaron,
la hicieron dura matorrales y agua,
la cosecha opulenta le dio orgullo, 10
metal y tafiletes trabajados:
y así de desventuras y dominio
este trono salió por las praderas.
Alfarería
Torpe paloma, alcancía de greda,
en tu lomo de luto un signo, apenas
algo que te descifra. Pueblo mío,
cómo con tus dolores a la espalda,
apaleado y rendido, cómo fuiste 5
acumulando ciencia deshojada?
Prodigio negro, mágica materia
elevada a la luz por dedos ciegos,
mínima estatua en que lo más secreto
de la tierra nos abre sus idiomas, 10
cántaro de Pomaire en cuyo beso
tierra y piel se congregan, infinitas
formas del barro, luz de las vasijas,
la forma de una mano que fue mía,
el paso de una sombra que me llama, 15
sois reunión de sueños escondidos,
cerámica, paloma indestructible!
Telares
Sabéis que allí la nieve vigilando
los valles, o más bien
la primavera oscura del Sur, las aves negras
a cuyo pecho sólo una gota de sangre
vino a temblar, la bruma 5
de un gran invierno que extendió las alas,
así es el territorio, y su fragancia
sube de flores pobres, derribadas
por el peso de cobre y cordilleras.
Y allí el telar hilo a hilo, buscando 10
reconstruyó la flor, subió la pluma
a su imperio escarlata, entretejiendo
azules y azafranes, la madeja
del fuego y su amarillo poderío,
la estirpe del relámpago violeta, 15
el verde enarenado del lagarto. [225]
Manos del pueblo mío en los telares,
manos pobres que tejen, uno a uno,
los plumajes de estrella que faltaron
a tu piel, Patria de color oscuro, 20
substituyendo hebra por hebra el cielo
para que cante le hombre sus amores
y galope encendiendo cereales!
VI
Inundaciones
Los pobres viven abajo esperando que el río
se levante en la noche y se los lleve al mar.
He visto pequeñas cunas que flotaban, destrozos
de viviendas, sillas, y una cólera augusta
de lívidas aguas en que se confunden el cielo y el terror. 5
Sólo es para ti, pobre, para tu esposa y tu sembrado,
para tu perro y tus herramientas, para que aprendas a
mendigo.
El agua no sube hasta las casas de los caballeros
cuyos nevados cuellos vuelan desde las lavanderías.
Come este fango arrollador y estas ruinas que nadan 10
con tus muertos vagando dulcemente hacia el mar,
entre las pobres mesas y los perdidos árboles
que van de tumbo en tumbo mostrando sus raíces.
Terremoto
Desperté cuando la tierra de los sueños faltó bajo mi cama.
Una columna ciega de ceniza se tambaleaba en medio
de la noche,
yo te pregunto: he muerto?
Dame la mano en esta ruptura del planeta
mientras la cicatriz del cielo morado se hace estrella. 5
Ay!, pero recuerdo, dónde están?, dónde están?
Por qué hierve la tierra llenándose de muerte?
Oh máscaras bajo las viviendas arrolladas, sonrisas
que no alcanzaron el espanto, seres despedazados
bajo las vigas, cubiertos por la noche. 10
Y hoy amaneces, oh día azul, vestido
para un baile, con tu cola de oro
sobre el mar apagado de los escombros, ígneo
buscando el rostro perdido de los insepultos. [226]
VII
Atacama
Voz insufrible, diseminada
sal, substituida
ceniza, ramo negro
en cuyo extremo aljófar aparece la luna
ciega, por corredores enlutados de cobre. 5
Qué material, qué cisne hueco
hunde en la arena su desnudo agónico
y endurece su luz líquida y lenta?
Qué rayo duro rompe su esmeralda
entre sus piedras indomables hasta 10
cuajar la sal perdida?
Tierra, tierra
sobre el mar, sobre el aire, sobre el galope
de la amazona llena de corales:
bodega amontonada donde el trigo 15
duerme en la temblorosa raíz de la campana:
oh madre del océano!, productora
del ciego jaspe y la dorada sílice:
sobre tu pura piel de pan, lejos del bosque
nada sino tus líneas de secreto, 20
nada sino tu frente de arena,
nada sino las noches y los días del hombre,
pero junto a la sed del cardo, allí
donde un papel hundido y olvidado, una piedra
marca las hondas cunas de la espada y la copa, 25
indica los dormidos pies del calcio.
VIII
Tocopilla
De Tocopilla al sur, al norte, arena,
cales caídas, el lanchón, las tablas
rotas, el torcido hierro.
Quién a la línea pura del planeta,
áurea y cocida, sueño, sal y pólvora 5
agregó el utensilio deshecho, la inmundicia?
Quién puso el techo hundido, quién dejó las paredes
abiertas, con un ramo
de papeles pisados?
Lóbrega luz del hombre en ti destituido, 10
siempre volviendo al cuenco de tu luna calcárea,
apenas recibido por tu letal arena?
Gaviota enrarecida de las obras, arenque [227]
petrel ensortijado,
frutos, vosotros, hijos del espinel sangriento 15
y de la tempestad, habéis visto al chileno?
Habéis visto al humano, entre las dobles líneas del frío
y de las aguas, bajo la dentadura
de la línea de tierra, en la bahía?
Piojos, piojos ardientes atacando la sal, 20
piojos, piojos de costa, poblaciones, mineros,
desde una cicatriz del desierto hasta otra,
contra la costa de la luna, fuera!,
picando el sello frío sin edad.
Más allá de los pies de alcatraz, cuando 25
agua ni pan ni sombra tocan la dura etapa,
el ejercicio del salitre asoma
o la estatua del cobre decide su estatura.
Es todo como estrellas enterradas
como puntas amargas, como infernales 30
flores
blancas, nevadas de luz temblorosa
o verde y negra rama de esplendores pesados.
No vale allí la pluma sino la mano rota
del oscuro chileno, no sirve allí la duda. 35
Sólo la sangre. Sólo ese golpe duro
que en la vena pregunta por el hombre.
En la vena, en la mina, en la horadada cueva
sin agua y sin laurel.
Oh pequeños 40
compatriotas quemados por esta luz más agria
que el baño de la muerte, héroes oscurecidos
por el amanecer de la sal en la tierra,
dónde hacéis vuestro nido, errantes hijos?
Quién os ha visto entre las hebras rotas 45
de los puertos desérticos?
Bajo
la niebla de salmuera
o detrás de la costa metálica,
o tal vez o tal vez,
bajo el desierto ya, bajo 50
su palabra de polvo
para siempre!
Chile, Metal y Cielo,
y vosotros, chilenos,
semilla, hermanos duros, 55
todo dispuesto en orden y silencio
como la permanencia de las piedras. [228]
IX
Peumo
Quebré una hoja enlosada de matorral: un dulce
aroma de los bordes cortados
me tocó como un ala profunda que volara
desde la tierra, desde lejos, desde nunca.
Peumo, entonces vi tu follaje, tu verdura 5
minuciosa, encrespada, cubrir con sus impulsos
tu tronco terrenal y tu anchura olorosa.
Pensé cómo eres toda mi tierra: mi bandera
debe tener aroma de peumo al desplegarse,
un olor de fronteras que de pronto 10
entran en ti con toda la patria en su corriente.
Peumo puro, fragancia de años y cabelleras
en el viento, en la lluvia, bajo la curvatura
de la montaña, con un ruido de agua que baja
hasta nuestras raíces, oh amor, oh tiempo agreste 15
cuyo perfume puede nacer, desenredarse
desde una hoja y llenarnos hasta que derramamos
la tierra, como viejos cántaros enterrados!
Quilas
Entre las hojas rectas que no saben sonreír
escondes tu plantel de lanzas clandestinas.
Tú no olvidaste. Cuando paso por tu follaje
murmura la dureza, y despiertan palabras
que hieren, sílabas que amamantan espinas. 5
Tú no olvidas. Eras argamasa mojada
con sangre, eras columna de la casa y la guerra,
eras bandera, techo de mi madre araucana,
espada del guerrero silvestre, araucanía
erizada de flores que hirieron y mataron. 10
Ásperamente escondes las lanzas que fabricas
y que conoce el viento de la región salvaje,
la lluvia, el águila de los bosques quemados,
y el furtivo habitante recién desposeído.
Tal vez, tal vez: no digas a nadie tu secreto. 15
Guárdame a mí una lanza silvestre, o la madera
de una flecha. Yo tampoco he olvidado.
Drimis Winterei
Plantas sin nombre, hojas
y cuerdas montañosas,
ramas tejidas de aire verde, hilos
recién bordados, ganchos de metales oscuros, [229]
innumerable flora coronaria 5
de la humedad, del vasto vapor, del agua inmensa.
Y entre toda la forma que buscó esta enramada,
entre estas hojas cuyo molde intacto
equilibró en la lluvia su prodigio,
oh árbol, despertaste como un trueno 10
y en tu copa poblada por toda la verdura
se durmió como un pájaro el invierno.
X
Zonas eriales
Término abandonado! Línea loca
en que la hoguera o cardo enfurecido
forman capas de azul electrizado.
Piedras golpeadas por
las agujas del cobre, carreteras 5
de material silencio, ramas hundidas
en la sal de las piedras.
Aquí estoy, aquí estoy,
boca humana entregada al paso pálido
de un detenido tiempo como copa o cadera, 10
central presidio de agua sin salida,
árbol de corporal flor derribada,
únicamente sorda y brusca arena.
Patria mía, terrestre y ciega como
nacidos aguijones de la arena, para ti toda 15
la fundación de mi alma, para ti los perpetuos
párpados de mi sangre, para ti de regreso
mi plato de amapolas.
Dame de noche, en medio de las plantas terrestres,
la huraña rosa de rocío que duerme en tu bandera, 20
dame de luna o tierra tu pan espolvoreado
con tu temible sangre oscura:
bajo tu luz de arena
no hay muertos, sino largos ciclos de sal, azules
ramas de misterioso metal muerto. 25
XI
Chercanes
Me gustaría que no desconfiarais: es verano,
el agua me regó y levantó un deseo
como una rama, un canto mío me sostiene [230]
como un tronco arrugado, con ciertas cicatrices.
Minúsculos, amados, venid a mi cabeza. 5
Anidad en mis hombros en los que pasea
el fulgor de un lagarto, en mis pensamientos
sobre los que han caído tantas hojas,
oh círculos pequeños de la dulzura, granos
de alado cereal, huevecillo emplumado, 10
formas purísimas en que el ojo
certero dirige vuelo y vida,
aquí, unidad en mi oreja, desconfiados
y diminutos: ayudadme:
quiero ser más pájaro cada día. 15
Loica
Cerca de mí, sangrienta, pero ausente.
Con tu máscara cruel y tus ojos guerreros,
entre los terrones, saltando de un tesoro
a otro, en la plenitud pura y salvaje.
Cuéntame cómo entre todas, 5
entre toda la oscura formación anidada
en nuestros matorrales que la lluvia
tiñó con sus lamentos, cómo, sola,
tu pechera recoge todo el carmín del mundo?
Ay, eres espolvoreada por el verano rojo, 10
has entrado en la gruta del polen escarlata
y tu mancha recoge todo el fuego.
Y a esta mirada más que al firmamento
y a la noche nevada en su baluarte andino
cuando abre el abanico de cada día, nada 15
la detiene: sólo tu zarza
que sigue ardiendo sin quemar la tierra.
Chucao
En el frío follaje multiplicado, de pronto
la voz del chucao como si nadie existiera
sino ese grito de toda la soledad unida,
como esa voz de todos los árboles mojados.
Pasó la voz temblando sobre mi caballo, 5
más lenta y más profunda que un vuelo: me detuve,
dónde estaba? Qué días eran ésos?
Todo lo que viví galopando en aquellas
estaciones perdidas, el mundo de la lluvia
en las ventanas, el puma en la intemperie 10
rondando con dos puntas de fuego sanguinario,
y el mar de los canales, entre túneles verdes
de empapada hermosura, la soledad, el beso
de la que amé más joven bajo los avellanos, [231]
todo surgió de pronto cuando en la selva el grito 15
del chucao cruzó con sus sílabas húmedas.
XII
Botánica
El sanguinario litre y el benéfico boldo
diseminan su estilo
en irritantes besos de animal esmeralda
o antologías de agua oscura entre las piedras.
El chupón en la cima del árbol establece 5
su dentadura nívea
y el salvaje avellano construye su castillo
de páginas y gotas.
La altamisa y la chépica rodean
los ojos del orégano 10
y el radiante laurel de la frontera
perfuma las lejanas intendencias.
Quila y quelenquelén de las mañanas.
Idioma frío de las fucsias,
que se va por las piedras tricolores 15
gritando viva Chile con la espuma!
El dedal de oro espera
los dedos de la nieve
y rueda el tiempo sin su matrimonio
que uniría a los ángeles del fuego y del azúcar. 20
El mágico canelo
lava en la lluvia su racial ramaje,
y precipita sus lingotes verdes
bajo la vegetal agua del Sur.
La dulce aspa del ulmo 25
con fanegas de llores
sube las gotas del copihue rojo
a conocer el sol de las guitarras.
La agreste delgadilla
y el celestial poleo 30
bailan en las praderas con el joven rocío
recientemente armado por el río Toltén. [232]
La indescifrable doca
decapita su púrpura en la arena
y conduce sus triángulos marinos 35
hacia las secas lunas litorales.
La bruñida amapola,
relámpago y herida, dardo y boca,
sobre el quemante trigo
pone sus puntuaciones escarlata. 40
La patagua evidente
condecora sus muertos
y teje sus familias
con manantiales aguas y medallas de río.
El paico arregla lámparas 45
en el clima del Sur, desamparado,
cuando viene la noche
del mar nunca dormido.
El roble duerme solo,
muy vertical, muy pobre, muy mordido, 50
muy decisivo en la pradera pura
con su traje de roto maltratado
y su cabeza llena de solemnes estrellas.
XIII
Araucaria
Todo el invierno, toda la batalla,
todos los nidos del mojado hierro,
en tu firmeza atravesada de aire,
en tu ciudad silvestre se levantan.
La cárcel renegada de las piedras, 5
los hilos sumergidos de la espina,
hacen de tu alambrada cabellera
un pabellón de sombras minerales.
Llanto erizado, eternidad del agua,
monte de escamas, rayo de herraduras, 10
tu atormentada casa se construye
con pétalos de pura geología. [233]
El alto invierno besa tu armadura
y te cubre de labios destruidos:
la primavera de violento aroma 15
rompe su red en tu implacable estatua:
y el grave otoño espera inútilmente
derramar oro en tu estatura verde.
XIV
Tomás Lago
Otras gentes se acostaron entre las páginas durmiendo
como insectos elzevirianos, entre ellos
se han disputado ciertos libros recién impresos
como en el foot-ball, dándose goles de sabiduría.
Nosotros cantamos entonces en la primavera, 5
junto a los ríos que arrastran piedras de los Andes,
y estábamos trenzados con nuestras mujeres sorbiendo
más de un panal, devorando hasta el azufre del mundo.
No sólo eso sino mucho más: compartimos
la vida con humildes amigos que amamos, 10
y que nos enseñaron con las fechas del vino
el alfabeto honrado de la arena, el reposo
de los que han conseguido en la dureza
salir cantando. Oh días en que juntos
visitamos la cueva y los tugurios, 15
destrozamos las telas de araña, y en las márgenes
del Sur bajo la noche y su argamasa
removida viajamos:
todo era flor y patria pasajera,
todo era lluvia y material del humo. 20
Qué ancha carretera caminamos, deteniendo
el paso en las posadas, dirigiendo
la atención a un extremo crepúsculo, a una piedra,
a una pared escrita por un carbón, a un grupo
de fogoneros que de pronto 25
nos enseñaron todas las canciones de invierno.
Pero no sólo el orugo andaba camaleando,
en nuestras ventanas, bañado en celulosas,
cada vez más celestial en su papel de culto,
sino el ferruginoso, el iracundo, el vaquero 30
que nos quería cobrar con dos pistolas al pecho,
amenazándonos con comerse a nuestras madres
y empeñar nuestras posesiones
(llamando a todo esto heroísmo y otras cosas). [234]
Los dejamos pasar mirándolos, no pudieron 35
sacarnos una cáscara, doblegar un latido,
y se dirigieron cada uno a su tumba,
de diarios europeos o pesos bolivianos.
Nuestras lámparas siguen encendidas, ardiendo
más altas que el papel y que los forajidos. 40
Rubén Azócar
Hacia las islas!, dijimos. Eran días de confianza
y estábamos sostenidos por árboles ilustres:
nada nos parecía lejano, todo podía enredarse
de un momento a otro en la luz que producíamos.
Llegamos con zapatos de cuero grueso: llovía, 5
llovía en las islas, así se mantenía el territorio
como una mano verde, como un guante
cuyos dedos flotaban
entre las algas rojas.
Llenamos de tabaco el archipiélago, fumábamos
hasta tarde en el Hotel Nilsson, y disparábamos 10
ostras frescas hacia todos los puntos cardinales.
La ciudad tenía una fábrica religiosa
de cuyas puertas grandes, en la tarde inanimada,
salía como un largo coleóptero un desfile
negro, de sotanillas bajo la triste lluvia: 15
acudíamos a todos los borgoñas, llenábamos
el papel con los signos de un dolor jeroglífico.
Yo me evadí de pronto: por muchos años, distante,
en otros climas que acaudalaron mis pasiones
recordé las barcas bajo la lluvia, contigo, 20
que allí te quedabas para que tus grandes cejas
echaran sus raíces mojadas en las islas.
Juvencio Valle
Juvencio, nadie sabe como tú y yo el secreto
del bosque de Boroa: nadie
conoce ciertos senderos de tierra enrojecida
sobre los que despierta la luz del avellano.
Cuando la gente no nos oye no sabe 5
que escuchamos llover sobre árboles y techos
de zinc, y que aún amamos a la telegrafista,
aquella, aquella muchacha que como nosotros
conoce el grito hundido de las locomotoras
de invierno, en las comarcas.
Solo tú, silencioso, 10
entraste en el aroma que la lluvia derriba,
incitaste el aumento dorado de la flora, [235]
recogiste el jazmín antes de que naciera.
El barco triste, frente a los almacenes,
el barro triturado por las graves carretas 15
como la negra arcilla de ciertos sufrimientos,
está, quién como tú lo sabe?, derramado
detrás de la profunda primavera.
También
tenemos en Secreto otros tesoros:
hojas que como lenguas escarlata 20
cubren la tierra, y piedras suavizadas
por la corriente, piedras de los ríos.
Diego Muñoz
No sólo nos defendimos, así parece, con descubrimientos
y signos extendidos en papel tempestuoso,
sino que, capitanes, corregimos
a puñetazos la calle maligna
y luego entre acordeones elevamos 5
el corazón con aguas y cordajes.
Marinero, ya has regresado de tus puertos,
de Guayaquil, olores de frutas polvorientas,
y de toda la tierra un sol de acero
que te hizo derramar victoriosas espadas. 10
Hoy sobre los carbones de la patria ha llegado
una hora -dolores y amor- que compartimos,
y del mar sobresale sobre tu voz el hilo
de una fraternidad más ancha que la tierra.
XV
Jinete en la lluvia
Fundamentales aguas, paredes de agua, trébol
y avena combatida,
cordelajes ya unidos a la red de una noche
húmeda, goteante, salvajemente hilada,
gota desgarradora repetida en lamento, 5
cólera diagonal cortando cielo.
Galopan los caballos de perfume empapado,
bajo el agua, golpeando el agua, interviniéndola
con sus ramajes rojos de pelo, piedra y agua:
y el vapor acompaña como una leche loca 10
el agua endurecida con fugaces palomas.
No hay día sino los cisternales
del clima duro, del verde movimiento [236]
y las patas anudan veloz tierra y transcurso
entre bestial aroma de caballo con lluvia. 15
Mantas, monturas, pellones agrupados
en sombrías granadas sobre los
ardientes lomos de azufre que golpean
la selva decidiéndola.
Más allá, más allá, más allá, más allá,
más allá, más allá, más allá, más alláaaaaa, 20
los jinetes derriban la lluvia, los jinetes
pasan bajo los avellanos amargos, la lluvia
tuerce en trémulos rayos su trigo sempiterno.
Hay luz del agua, relámpago confuso
derramado en la hoja, y del mismo sonido del galope 25
sale un agua sin vuelo, herida por la tierra.
Húmeda rienda, bóveda enramada,
pasos de pasos, vegetal nocturno
de estrellas rotas como hielo o luna, ciclónico caballo
cubierto por las flechas como un helado espectro, 30
lleno de nuevas manos nacidas en la furia,
golpeante manzana rodeada por el miedo
y su gran monarquía de temible estandarte.
XVI
Mares de Chile
En lejanas regiones
tus pies de espuma, tu esparcida orilla
regué con llanto desterrado y loco.
Hoy a tu boca vengo, hoy a tu frente.
No al coral sanguinario, no a la quemada estrella, 5
ni a las incandescentes y derribadas aguas
entregué el respetuoso secreto, ni la sílaba.
Guardé tu voz, enfurecida, un pétalo
de tutelar arena
entre los muebles y los viejos trajes. 10
Un polvo de campanas, una mojada rosa.
Y muchas veces era el agua misma
de Arauco, el agua dura:
pero yo conservaba mi sumergida piedra
y en ella, el palpitante sonido de tu sombra. 15 [237]
Oh, mar de Chile, oh, agua
alta y ceñida como aguda hoguera,
presión y sueño y uñas de zafiro,
oh, terremoto de sal y leones!
Vertiente, origen, costa 20
del planeta, tus párpados
abren el mediodía de la tierra
atacando el azul de las estrellas.
La sal y el movimiento se desprenden de ti
y reparten océano a las grutas del hombre 25
hasta que más allá de las islas tu peso
rompe y extiende un ramo de substancias totales.
Mar del desierto norte, mar que golpea el cobre
y adelanta la espuma hacia la mano
del áspero habitante solitario, 30
entre alcatraces, rocas de frío sol y estiércol,
costa quemada al paso de una aurora inhumana!
Mar de Valparaíso, ola
de luz sola y nocturna,
ventana del océano 35
en que se asoma
la estatua de mi patria
viendo con ojos todavía ciegos.
Mar del Sur, mar océano,
mar, luna misteriosa, 40
por Imperial aterrador de robles,
por Chiloé a la sangre asegurado,
y desde Magallanes hasta el límite
todo el silbido de la sal, toda la luna loca,
y el estelar caballo desbocado del hielo. 45
XVII
Oda de invierno al río Mapocho
Oh, sí, nieve imprecisa,
oh, sí, temblando en plena flor de nieve,
párpado boreal, pequeño rayo helado
quién, quién te llamó hacia el ceniciento valle,
quién, quién te arrastró desde el pico del águila 5
hasta donde tus aguas puras tocan
los terribles harapos de mi patria?
Río, por qué conduces
agua fría y secreta, [238]
agua que el alba dura de las piedras 10
guardó en su catedral inaccesible
hasta los pies heridos de mi pueblo?
Vuelve, vuelve a tu copa de nieve, río amargo,
vuelve, vuelve a tu copa de espaciosas escarchas,
sumerge tu plateada raíz en tu secreto origen 15
o despéñate y rómpete en otro mar sin lágrimas?
Río Mapocho cuando la noche llega
y como negra estatua echada
duerme bajo tus puentes como un racimo negro
de cabezas golpeadas por el frío y el hambre 20
como por dos inmensas águilas, oh río,
oh duro río parido por la nieve,
por qué no te levantas como inmenso fantasma
o como nueva cruz de estrellas para los olvidados?
No, tu brusca ceniza corre ahora 25
junto al sollozo echado al agua negra,
junto a la manga rota que el viento endurecido
hace temblar debajo de las hojas de hierro.
Río Mapocho, adónde llevas
plumas de hielo para siempre heridas, 30
siempre junto a tu cárdena ribera
la flor salvaje nacerá mordida por los piojos
y tu lengua de frío raspará las mejillas
de mi patria desnuda?
Oh, que no sea,
oh, que no sea, y que una gota de tu espuma negra 35
salte del légamo a la flor del fuego
y precipite la semilla del hombre!
[239]
- VIII -
La tierra se llama Juan [241]
Cristóbal Miranda (Palero-Tocopilla)
Te conocí, Cristóbal, en las lanchas
de la bahía, cuando baja
el salitre, hacia el mar, en la quemante
vestidura de un día de Noviembre.
Recuerdo aquella extática apostura, 5
los cerros de metal, el agua quieta.
Y sólo el hombre de las lanchas, húmedo
de sudor, moviendo nieve.
Nieve de los nitratos, derramada
sobre los hombros del dolor, cayendo 10
a la barriga ciega de las naves.
Allí, paleros, héroes de una aurora
carcomida por ácidos, sujeta
a los destinos de la muerte, firmes,
recibiendo el nitrato caudaloso. 15
Cristóbal, este recuerdo para ti.
Para los camaradas de la pala,
a cuyos pechos entra el ácido
y las emanaciones asesinas,
hinchando como águilas aplastadas 20
los corazones, hasta que cae el hombre,
hasta que rueda el hombre hacia las calles,
hacia las cruces rotas de la pampa.
Bien, no digamos más, Cristóbal, ahora
este papel que te recuerda, a todos, 25
a los lancheros de bahía, al hombre
ennegrecido de los barcos, mis ojos
van con vosotros en esta jornada
y mi alma es una pala que levanta
cargando y descargando sangre y nieve, 30
junto a vosotros, vidas del desierto. [242]
II
Jesús Gutiérrez (Agrarista)
En Monterrey murió mi padre,
Genovevo Gutiérrez, se fue
con Zapata. De noche los caballos
cerca de casa, el humo
de los federales, los tiros en el viento, 5
el huracán que sale del maíz,
llevó el fusil de lado a lado,
desde las tierras de Sonora,
a ratos dormíamos, medíamos
ríos y bosques, a caballo, 10
entre muertos, a defender
la tierra del pobre, frijoles,
tortilla, guitarra, rodábamos
hasta el límite, éramos polvo,
los señores nos madrugaban, 15
hasta que de cada piedra
nacían nuestros fusiles.
Aquí está mi casa, mi tierra
pequeña, el certificado
firmado por mi general 20
Cárdenas, los guajolotes,
los patitos en la laguna,
ahora ya no se pelea,
mi padre quedó en Monterrey
y aquí colgado en la pared 25
junto a la puerta la canana,
el fusil listo, el caballo listo,
por la tierra, por nuestro pan,
mañana tal vez de galope,
si mi general lo aconseja. 30
III
Luis Cortés (de Tocapilla)
Camarada, me llamo Luis Cortés.
Cuando vino la represión, en Tocopilla
me agarraron. Me tiraron a Pisagua.
Usted sabe, camarada, cómo es eso.
Muchos cayeron enfermos, otros 5
enloquecieron. Es el peor
campo de concentración de González
Videla. Vi morir a Ángel Veas, [243]
del corazón, una mañana. Fue terrible
verlo morir en esa arena asesina, 10
rodeados de alambradas, después de toda
su vida generosa. Cuando me sentí enfermo
también del corazón, me trasladaron
a Garitaya. Usted no conoce, camarada.
Es en lo alto, en la frontera con Bolivia. 15
Un punto desolado, a 5.000 metros de altura.
Hay una agua salobre para beber, salobre
más que el agua del mar, y llena de pulgones
como gusanos rosados que pululan.
Hace frío y el cielo parece que encima 20
de la soledad cayera sobre nosotros,
sobre mi corazón que ya no pudo más.
Los mismos carabineros tuvieron piedad,
y contra las órdenes de dejarnos morir
sin que jamás quisieran enviar una camilla, 25
me amarraron a una mula y bajamos las montañas:
26 horas caminó la mula, y mi cuerpo
ya no resistía, camarada, entré la cordillera sin caminos,
y mi corazón enfermo, aquí me tiene, fíjese
en las magulladuras, no sé cuánto viviré, 30
pero a usted le toca, no pienso pedir nada,
diga usted, camarada, lo que hace al pueblo el maldito,
a los que lo llevamos a la altura en que ríe
con risa de hiena sobre nuestros dolores,
usted, camarada, dígalo, dígalo, no importa mi muerte 35
ni nuestros sufrimientos porque la lucha es larga,
pero que se conozcan estos padecimientos,
que se conozcan, camarada, no se olvide.
Olegario Sepúlveda (Zapatero Talcahuano)
Olegario Sepúlveda me llamo.
Soy zapatero, estoy
cojo desde el gran terremoto.
Sobre el conventillo un pedazo de cerro
y el mundo sobre mi pierna. 5
Allí grité dos días,
pero la boca se me llenó de tierra,
grité más suavemente
hasta que me dormí para morir. [244]
Fue un gran silencio el terremoto, 10
el terror en los cerros,
las lavanderas lloraban,
una montaña de polvo
enterró las palabras.
Aquí me ve con esta suela 15
frente al mar, lo único limpio,
las olas no debieran
llegar azules a mi puerta.
Talcahuano, tus gradas sucias,
tus corredores de pobreza, 20
en las colinas agua podrida,
madera rota, cuevas negras
donde el chileno mata y muere.
(Oh!, dolores del filo abierto
de la miseria, lepra del mundo, 25
arrabal de muertos, gangrena
acusadora y venenosa!
habéis llegado del sombrío
Pacífico, de noche, al puerto?
Habéis tocado entre las pústulas 30
la mano del niño, la rosa
salpicada de sal y orina?
Habéis levantado los ojos
por los escalones torcidos?
Habéis visto la limosnera 35
como un alambre en la basura
temblar, levantar las rodillas
y mirar desde el fondo donde
ya no quedan lágrimas ni odio?)
Soy zapatero en Talcahuano. 40
Sepúlveda, frente al Dique grande.
Cuando quiera. señor, los pobres
nunca cerramos la puerta.
V
Arturo Carrión (Navegante, Iquique)
Junio 1948. Querida Rosaura, aquí
me tienes, en Iquique, preso, mándame una camisa
y tabaco. No sé
hasta cuándo durará este baile.
Cuando me embarqué en el «Glenfoster» 5
pensé en ti, te escribí desde Cádiz,
allí fusilaban a gusto, luego fue más [245]
triste en Atenas, aquella mañana
en la cárcel a bala mataron
a doscientos setenta y tres muchachos: 10
la sangre corría fuera del muro,
vimos salir a los oficiales
griegos con los jefes norteamericanos, venían riéndose:
la sangre del pueblo les gusta,
pero había como un humo negro 15
en la ciudad, estaba escondido el llanto, el dolor, el luto,
te compré un tarjetero, allí
conocí un paisano chilote,
tiene un pequeño restaurant, me dijo
están mal las cosas, hay odio: 20
luego fue mejor en Hungría,
los campesinos tienen tierra,
reparten libros, en Nueva York
encontré tu carta, pero todos
se juntan, palo y palo al pobre, 25
ya ves, yo marinero viejo
y porque soy del sindicato,
apenas desde la cubierta
me sacaron, me preguntaron
sandeces, me dejaron preso, 30
policía por todas partes,
lágrimas también en la pampa:
hasta cuándo estas cosas
duran, todos se preguntan, hoy es uno
y el otro palo para el pobre, 35
dicen que en Pisagua hay dos mil,
yo pregunto qué le pasa al mundo,
pero no hay derecho a preguntas
así, dice la policía: no te olvides el tabaco, habla con Rojas
si no está preso, no llores, 40
el mundo tiene demasiadas
lágrimas, hace falta otra cosa
y aquí te digo hasta pronto, te
abraza y besa tu esposo amante
Arturo Camión Cornejo, cárcel 45
de Iquique. [246]
VI
Abraham Jesús Brito (Poeta popular)
Jesús Brito es su nombre, Jesús Parrón o pueblo,
y fue haciéndose agua por los ojos,
y por las manos se fue haciendo raíces,
hasta que lo plantaron de nuevo donde estuvo
antes de ser, antes de que brotara 5
del territorio, entre las piedras pobres.
Y fue entre mina y marinero un ave
nudosa, un patriarcal talabartero
de la corteza suave de la patria terrible:
mientras más fría, más azul la hallaba: 10
mientras más duro el suelo, más luna le salía:
cuanto más hambre, más cantaba.
Y todo el mundo ferroviario abría
con su llave y su lira sarmentosa,
y por la espuma de la patria andaba 15
lleno de paquetitos estrellados,
él, el árbol del cobre, iba regando
cada pequeño trébol sucedido,
el espantoso crimen, el incendio,
y el ramo de los ríos tutelares. 20
Su voz era la de los roncos gritos
perdidos en la noche de los raptos,
él llevaba campanas torrenciales
recogidas de noche en su sombrero,
y recogía en su harapiento saco 25
las desbordantes lágrimas del pueblo.
Iba por los ramales arenosos,
por la extensión hundida del salitre,
por los ásperos cerros litorales
construyendo el romance clavo a clavo, 30
y teja a teja levantando el verso:
dejando en él la mancha de las manos
y las goteras de la ortografía.
Brito, por las paredes capitales,
entre el rumor de las cafeterías, 35
andabas como un árbol peregrino
buscando tierra con los pies profundos,
hasta que fuiste haciéndole raíces,
piedra y terrón y minería oscura. [247]
Brito, tu majestad fue golpeada 40
como un tambor de majestuoso cuero
y era una monarquía a la intemperie
tu señorío de arboleda y pueblo.
Árbol errante, ahora tus raíces
cantan bajo la tierra, y en silencio. 45
Un poco más profundo eres ahora.
Ahora tienes tierra y tienes tiempo.
VII
Antonino Bernales (Pescador, Colombia)
El trío Magdalena anda como la luna,
lento por el planeta de hojas verdes,
un ave roja aúlla, zumba el sonido
de viejas alas negras, las riberas
tiñen el trascurrir de aguas y de aguas. 5
Todo es el río, toda vida es río,
y Antonino Bernales era río.
Pescador, carpintero, boga, aguja
de red, clavo para las tablas,
martillo y canto, todo era Antonino 10
mientras el Magdalena como la luna lenta
arrastraba el caudal de las vidas del río.
Más alto en Bogotá, llamas, incendio,
sangre, se oye decir, no está bien claro,
Gaytán ha muerto. Entre las hojas 15
como un chacal la risa de Laureano
azuza las hogueras, un temblor
de pueblo como un escalofrío
recorre el Magdalena.
Es Antonino Bernales el culpable. 20
No se movió de su pequeña choza.
Pasó durmiendo aquellos días.
Pero los abogados lo decretan,
Enrique Santos quiere sangre.
Todos se unen bajo las levitas. 25
Antonino Bernales ha caído
asesinado en la venganza,
cayó abriendo los brazos en el río,
volvió a su río como al agua madre.
El Magdalena lleva al mar su cuerpo 30
y del mar a otros ríos, a otras aguas
y a otros mares y a otros pequeños ríos [248]
girando alrededor de la tierra.
Otra vez
entra en el Magdalena, son las márgenes
que él ama, abre los brazos de agua roja, 35
pasa entre sombras, entre luz espesa,
y otra vez sigue su camino de agua.
Antonino Bernales, nadie puede
distinguirte en el cauce, yo sí, yo te recuerdo
y oigo arrastrar tu nombre que no puede 40
morir, y que envuelve la tierra,
apenas nombre, entre los nombres, pueblo.
VIII
Margarita Naranjo (Salitrera «María Elena» Antofagasta)
Estoy muerta. Soy de María Elena.
Toda mi vida la viví en la pampa.
Dimos la sangre para la Compañía
norteamericana, mis padres antes, mis hermanos.
Sin que hubiera huelga, sin nada nos rodearon. 5
Era de noche, vino todo el Ejército,
iban de casa en casa despertando a la gente,
llevándola al campo de concentración.
Yo esperaba que nosotros no fuéramos.
Mi marido ha trabajado tanto para la Compañía, 10
y para el Presidente, fue el más esforzado
consiguiendo los votos aquí, es tan querido,
nadie tiene nada que decir de él, él lucha
por sus ideales, es puro y honrado
como pocos. Entonces vinieron a nuestra puerta, 15
mandados por el Coronel Urízar,
y lo sacaron a medio vestir y a empellones
lo tiraron al camión que partió en la noche,
hacia Pisagua, hacia la oscuridad. Entonces
me pareció que no podía ya respirar más, me parecía 20
que la tierra faltaba debajo de los pies,
es tanta la traición, tanta la injusticia,
que me subió a la garganta algo como un sollozo
que no me dejó vivir. Me trajeron comida
las compañeras, y les dije: «No comeré hasta que vuelva.» 25
Al tercer día hablaron al señor Urízar,
que se rió con grandes carcajadas, enviaron
telegramas y telegramas que el tirano en Santiago [249]
no contestó. Me fui durmiendo y muriendo,
sin comer, apreté los dientes para no recibir 30
ni siquiera la sopa o el agua. No volvió, no volvió,
y poco a poco me quedé muerta, y me enterraron:
aquí, en el cementerio de la oficina salitrera,
había en esa tarde un viento de arena,
lloraban los viejos y las mujeres y cantaban 35
las canciones que tantas veces canté con ellos.
Si hubiera podido, habría mirado a ver si estaba
Antonio, mi marido, pero no estaba, no estaba,
no lo dejaron venir ni a mi muerte: ahora,
aquí estoy muerta, en el cementerio de la pampa 40
no hay más que soledad en torno a mí, que ya no existo,
que ya no existiré sin él, nunca más, sin él.
IX
José Cruz Achachalla (Minero, Bolivia)
Sí, Señor, José Cruz Achachalla,
de la Sierra de Granito, al sur de Oruro.
Pues allí debe vivir aún
mi madre Rosalía:
a unos señores trabaja, 5
lavándoles, pues, la ropa.
Hambre pasábamos, capitán,
y con una varilla golpeaban
a mi madre todos los días.
Por eso me hice minero. 10
Me escapé por las grandes sierras,
una hojita de coca, señor,
unas ramas sobre la cabeza
y andar, andar, andar. Los buitres
me perseguían desde el cielo, 15
y pensaba: son mejores
que los señores blancos de Oruro,
y así anduve hasta el territorio
de las minas.
Hace ya
cuarenta años, era yo entonces 20
un niño hambriento. Los mineros
me recogieron. Fui aprendiz
y en las oscuras galerías,
uña por uña contra la tierra,
recogí el estaño escondido. 25 [250]
No sé adónde ni para qué
salen los lingotes plateados:
vivimos mal, las casas rotas,
y el hambre, otra vez, señor,
y cuando 30
nos reunimos, capitán,
para un peso más de salario,
el viento rojo, el palo, el fuego,
la policía nos golpeaba,
y aquí estoy, pues, capitán, 35
despedido de los trabajos,
dígame dónde me voy,
nadie me conoce en Oruro,
estoy viejo como las piedras,
ya no puedo cruzar los montes, 40
qué voy a hacer por los caminos,
aquí mismo me quedo ahora,
que me entierren en el estaño,
sólo el estaño me conoce.
José Cruz Achachalla, sí, 45
no sigas moviendo los pies,
hasta aquí llegaste, hasta aquí,
Achachalla, hasta aquí llegaste.
X
Eufrosino Martínez (Casa Verde, Chuquicamata)
Teníamos que tomar las planchas calientes
del cobre con las manos, y entregárselas
a la pala mecánica. Salían casi ardiendo,
pesaban como el mundo, íbamos extenuados
transportando las láminas del mineral, a veces 5
una de ellas caía sobre un pie quebrantándolo,
sobre una mano dejándola convertida en muñón.
Vinieron los gringos y dijeron: «Llévenlas
en menos tiempo, y váyanse a sus casas.»
A duras penas, para irnos más temprano, 10
hicimos la tarea. Pero volvieron ellos:
«Ahora trabajan menos, ganen menos.»
Fue la huelga en la Casa Verde, diez semanas,
huelga, y cuando volvimos al trabajo,
con un pretexto: dónde está su herramienta?, 15
me echaron a la calle. Usted mire estas manos,
son sólo callos que hizo el cobre,
óigame el corazón, no le parece
que da saltos?, el cobre lo machaca,
y apenas puedo andar de un sitio a otro 20 [251]
buscando, hambriento, trabajo que no encuentro:
parece que me ven agachado, llevando
las hojas invisibles del cobre que me mata.
XI
Juan Figueroa (Casa de Yodo «María Elena», Antofagasta)
Uste es Neruda? Pase, camarada.
Sí, de la Casa del Yodo, ya no quedan
otros viviendo. Yo me aguanto.
Sé que ya no estoy vivo, que me espera
la tierra de la pampa. Son cuatro horas 5
al día, en la Casa del Yodo.
Viene por unos tubos, sale como una masa,
como una goma cárdena. La entramos
de batea en batea la envolvemos
como criatura. Mientras tanto, 10
el ácido nos roe, nos socava,
entrando por los ojos y la boca,
por la piel, por las uñas.
De la Casa del Yodo no se sale
cantando, compañero. Y si pedimos 15
que nos den otros pesos de salario
para los hijos que no tienen zapatos,
dicen: «Moscú los manda», camarada,
y declaran estado de sitio, y nos rodean
como si fuéramos bestias y nos golpean, 20
y así son, camarada, estos hijos de puta!
Aquí me tiene usted, ya soy el último:
dónde está Sánchez?, dónde está Rodríguez?
Podridos bajo el polvo de Polvillo.
Al fin la muerte les dio lo que pedíamos: 25
sus rostros tienen máscaras de yodo.
XII
El maestro Huerta (De la mina «La Despreciada», Antofagasta)
Cuando usted vaya al Norte, señor,
vaya a la mina «La Despreciada»,
y pregunte por el maestro Huerta.
Desde lejos no verá nada,
sino los grises arenales. 5
Luego, verá las estructuras,
el andarivel, los desmontes.
Las fatigas, los sufrimientos
no se ven, están bajo tierra
moviéndose, rompiendo seres, 10 [252]
o bien descansan, extendidos,
transformándose silenciosos.
Era «picano» el maestro Huerta.
Medía 1.95 m.
Los picanos son los que rompen 15
el terreno hacia el desnivel,
cuando la veta se rebaja.
500 metros abajo,
con el agua hasta la cintura,
el picano pica que pica. 20
No sale del infierno sino
cada cuarenta y ocho horas,
hasta que las perforadoras
en la roca, en la oscuridad,
en el barro, dejan la pulpa 25
por donde camina la mina.
El maestro Huerta, gran picano,
parecía que llenaba el pique
con sus espaldas. Entraba
cantando como un capitán. 30
Salía agrietado, amarillo,
corcovado, reseco, y sus ojos
miraban como los de un muerto.
Después se arrastró por la mina.
Ya no pudo bajar al pique. 35
El antimonio le comió las tripas.
Enflaqueció, que daba miedo,
pero no podía andar.
Las piernas las tenía picadas
como por puntas, y como era 40
tan alto, parecía
como un fantasma hambriento
pidiendo sin pedir, usted sabe.
No tenía treinta años cumplidos.
Pregunto dónde está enterrado. 45
Nadie se lo podrá decir,
porque la arena y el viento derriban
y entierran las cruces, más tarde.
Es arriba, en «La Despreciada»,
donde trabajó el maestro Huerta. 50
XIII
Amador Cea (De Coronel, Chile, 1949)
Como habían detenido a mi padre
y pasó el Presidente que elegimos
y dijo que todos éramos libres, yo pedí que a mi viejo lo
soltaran. [253]
Me llevaron y me pegaron todo un día.
No conozco a nadie en el cuartel. No sé, no puedo 5
ni recordar sus caras. Era la policía.
Cuando perdía el conocimiento, me tiraban
agua en el cuerpo y me seguían pegando.
En la tarde, antes de salir, me llevaron
arrastrando a una sala de baño, 10
me empujaron la cabeza adentro de una taza
de W.C. llena de excrementos. Me ahogaba.
«Ahora, sal a pedir libertad al Presidente,
que te manda este regalo», me decían.
Me siento apaleado, esta costilla me la rompieron. 15
Pero por dentro estoy como antes, camarada.
A nosotros no nos rompen sino matándonos.
XIV
Benilda Varela (Concepción, Ciudad Universitaria, Chile, 1949)
Arreglé la comida a mis chiquillos y salí.
Quise entrar a Lota a ver a mi marido.
Como se sabe, mandan la policía
y nadie puede entrar sin su permiso.
Les cayó mal mi cara. Eran las órdenes 5
de González Videla, antes de entrar
a decir sus discursos para que nuestra gente
tenga miedo. Así pasó: me agarraron,
me desnudaron, me tiraron al suelo a golpes.
Perdí el sentido. Me desperté en el suelo 10
desnuda, con una sábana mojada sobre
mi cuerpo sangrante. Reconocí a un verdugo:
se llama Víctor Molina ese bandido.
Apenas abrí los ojos, me siguieron golpeando
con pedazos de goma. Tengo todo morado 15
con sangre, y no puedo moverme.
Eran cinco, y los cinco me golpeaban
como a un saco. Y esto duró seis horas.
Si no he muerto, es para decirles, camaradas:
tenemos que luchar mucho más, hasta que desaparezcan 20
estos verdugos de la faz de la tierra.
Que conozcan los pueblos sus discursos
en la ONU sobre la «libertad»,
mientras los bandidos matan a golpes a las mujeres
en los sótanos, sin que nadie lo sepa. 25
Aquí no ha pasado nada, dirán, y don Enrique
Molina nos hablará del triunfo del «espíritu».
Pero no pasará todo esto siempre. [254]
Un fantasma recorre el mundo, y pueden empezar de nuevo
a golpear en los sótanos: ya pagarán sus crímenes. 30
XV
Calero, trabajador del banano (Costa Rica, 1940)
No te conozco. En las páginas de Fallas leí tu vida,
gigante oscuro, niño golpeado, harapiento y errante.
De aquellas páginas vuelan tu risa y las canciones
entre los bananeros, en el barro sombrío, la lluvia y el
sudor.
Qué vida la de los nuestros, qué alegrías segadas, 5
qué fuerzas destruidas por la comida innoble,
qué cantos derribados por la vivienda rota,
qué poderes del hombre deshechos por el hombre!
Pero cambiaremos la tierra. No irá tu sombra alegre
de charco en charco hacia la muerte desnuda. 10
Cambiaremos, uniendo tu mano con la mía,
la noche que te cubre con su bóveda verde.
(Las manos de los muertos que cayeron
con éstas y otras manos que construyen
están selladas como las alturas andinas 15
con la profundidad de su hierro enterrado.)
Cambiaremos la vida para que tu linaje
sobreviva y construya su luz organizada.
XVI
Catástrofe en Sewell
Sánchez, Reyes, Ramírez, Núñez, Álvarez.
Estos nombres son como los cimientos de Chile.
El pueblo es el cimiento de la patria.
Si los dejáis morir, la patria va cayendo,
va desangrándose hasta quedar vacía. 5
Ocampo nos ha dicho: cada minuto
hay un herido, y cada hora un muerto.
Cada minuto y cada hora
la sangre nuestra cae, Chile muere. [255]
Hoy es el humo del incendio, ayer fue el gas grisú, 10
anteayer el derrumbe, mañana el mar o el frío,
la máquina y el hambre, la imprevisión o el ácido.
Pero allí donde muere el marinero,
pero allí donde mueren los pampinos,
pero allí donde en Sewell se perdieron, 15
está todo cuidado, las máquinas, los vidrios,
los hierros, los papeles,
menos el hombre, la mujer o el niño.
No es el gas: es la codicia la que mata en Sewell.
Ese grifo cerrado de Sewell para que no cayera 20
ni una gota de agua para el pobre café de los mineros,
ahí está el crimen, el fuego no es culpable.
Por todas partes al pueblo se le cierran los grifos
para que el agua de la vida no se reparta.
Pero el hambre y el frío y el fuego que devora 25
nuestra raza, la flor, los cimientos de Chile,
los harapos, la casa miserable,
eso no se raciona, siempre hay bastante
para que cada minuto haya un herido
y cada hora un muerto. 30
Nosotros no tenemos dioses donde acudir.
Las pobres madres vestidas de negro
habrán rezado mientras lloraron ya todas sus lágrimas.
Nosotros no rezamos.
Stalin dijo: «Nuestro mejor tesoro 35
es el hombre»,
los cimientos, el pueblo.
Stalin alza, limpia, construye, fortifica,
preserva, mira, protege, alimenta,
pero también castiga. 40
Y esto es cuanto quería deciros, camaradas:
hace falta el castigo.
No puede ser este derrumbe humano,
esta sangría de la patria amada,
esta sangre que cae del corazón del pueblo 45
cada minuto, esta muerte
de cada hora.
Yo me llamo como ellos, como los que murieron.
Yo soy también Ramírez, Muñoz, Pérez, Fernández.
Me llamo Álvarez, Núñez, Tapia, López, Contreras. 50
Soy pariente de todos los que mueren, soy pueblo,
y por toda esta sangre que cae estoy de luto.
Compatriotas, hermanos muertos, de Sewell, muertos
de Chile, obreros, hermanos, camaradas,
hoy que estáis silenciosos, vamos a hablar nosotros. 55 [256]
Y que vuestro martirio nos ayude
a construir una patria severa
que sepa florecer y castigar.
XVII
La tierra se llama Juan
Detrás de los libertadores estaba Juan
trabajando, pescando y combatiendo,
en su trabajo de carpintería o en su mina mojada.
Sus manos han arado la tierra y han medido
los caminos.
Sus huesos están en todas partes. 5
Pero vive. Regresó de la tierra. Ha nacido.
Ha nacido de nuevo como una planta eterna.
Toda la noche impura trató de sumergirlo
y hoy afirma en la aurora sus labios indomables.
Lo ataron, y es ahora decidido soldado. 10
Lo hirieron, y mantiene su salud de manzana.
Le cortaron las manos, y hoy golpea con ellas.
Lo enterraron, y viene cantando con nosotros.
Juan, es tuya la puerta y el camino.
La tierra
es tuya, pueblo, la verdad ha nacido 15
contigo, de tu sangre.
No pudieron exterminarte. Tus raíces,
árbol de humanidad,
árbol de eternidad,
hoy están defendidas con acero, 20
hoy están defendidas con tu propia grandeza
en la patria soviética, blindada,
contra las mordeduras del lobo agonizante.
Pueblo, del sufrimiento nació el orden.
Del orden tu bandera de victoria ha nacido. 25
Levántala con todas las manos que cayeron,
defiéndelas con todas las manos que se juntan:
y que avance a la lucha final, hacia la estrella
la unidad de tus rostros invencibles. [257]
- IX -
Que despierte el leñador [259]
... Y tú Capharnaum, que hasta
los cielos estás levantada, hasta los
infiernos serás abajada...
San Lucas, X, 15 [261]
Que despierte el leñador
Al oeste de Colorado River
hay un sitio que amo.
Acudo con todo lo que palpitando
transcurre en mí, con todo
lo que fui, lo que soy, lo que sostengo. 5
Hay unas altas piedras rojas, el aire
salvaje de mil manos
las hizo edificadas estructuras:
el escarlata ciego subió desde el abismo
y en ellas se hizo cobre, fuego y fuerza. 10
América extendida como la piel del búfalo,
aérea y clara noche del galope,
allí hacia las alturas estrelladas,
bebo tu copa de verde rocío.
Sí, por agria Arizona y Wisconsin nudoso, 15
hasta Milwaukee levantada contra el viento y la nieve
o en los enardecidos pantanos de West Palm,
cerca de los pinares de Tacoma, en el espeso
olor de acero de tus bosques,
anduve pisando tierra madre, 20
hojas azules, piedras de cascada,
huracanes que temblaban como toda la música,
ríos que rezaban como los monasterios,
ánades y manzanas, tierras y aguas,
infinita quietud para que el trigo nazca. 25
Allí puede, en mi piedra central, extender al aire
ojos, nidos, manos, hasta oír
libros, locomotoras, nieve, luchas,
fábricas, tumbas, vegetales, pasos,
y de Manhattan la luna en el navío, 30
el canto de la máquina que hila,
la cuchara de hierro que come tierra,
la perforadora con su golpe de cóndor
y cuanto corta, oprime, corre, cose:
seres y ruedas repitiendo y naciendo. 35 [262]
Amo el pequeño hogar del farmer. Recientes madres
duermen
aromadas como el jarabe del tamarindo, las telas
recién planchadas. Arde
el fuego en mil hogares rodeados de cebollas.
(Los hombres cuando cantan cerca del río tienen 40
una voz ronca como las piedras del fondo:
el tabaco salió de sus anchas hojas
y como un duende del fuego llegó a estos hogares.)
Missouri adentro venid, mirad el queso y la harina,
las tablas olorosas, rojas como violines, 45
el hombre navegando la cebada,
el potro azul recién montado huele
el aroma del pan y de la alfalfa:
campanas, amapolas, herrerías,
y en los destartalados cinemas silvestres 50
el amor abre su dentadura
en el sueño nacido de la tierra.
Es tu paz lo que amamos, no tu máscara.
No es hermoso tu rostro de guerrero.
Eres hermosa y ancha Norte América. 55
Vienes de humilde cuna como una lavandera,
junto a tus ríos, blanca.
Edificada en lo desconocido,
es tu paz de panal lo dulce tuyo.
Amamos tu hombre con las manos rojas 60
de barro de Oregón, tu niño negro
que te trajo la música nacida
en su comarca de marfil: amamos
tu ciudad, tu substancia,
tu luz, tus mecanismos, la energía 65
del Oeste, la pacífica
miel, de colmenar y aldea,
el gigante muchacho en el tractor,
la avena que heredaste
de Jefferson, la rueda rumorosa 70
que mide tu terrestre oceanía,
el humo de una fábrica y el beso
número mil de una colonia nueva:
tu sangre labradora es la que amamos:
tu mano popular llena de aceite. 75
Bajo la noche de las praderas hace ya tiempo
reposan sobre la piel del búfalo en un grave
silencio las sílabas, el canto
de lo que fui antes de ser, de lo que fuimos.
Melville es un abeto marino, de sus ramas 80 [263]
nace una curva de carena, un brazo
de madera y navío, Whitman innumerable
como los cereales, Poe en su matemática
tiniebla, Dreiser, Wolfe,
frescas heridas de nuestra propia ausencia, 85
Lockridge reciente, atados a la profundidad,
cuántos otros, atados a la sombra:
sobre ellos la misma aurora del hemisferio arde
y de ellos está hecho lo que somos.
Poderosos infantes, capitanes ciegos, 90
entre acontecimientos y follajes amedrentados a veces,
interrumpidos por la alegría y por el duelo,
bajo las praderas cruzadas de tráfico,
cuántos muertos en las llanuras antes no visitadas:
inocentes atormentados, profetas recién impresos, 95
sobre la piel del búfalo de las praderas.
De Francia, de Okinawa, de los atolones
de Leyte (Norman Mailer lo ha dejado escrito),
del aire enfurecido y de las olas,
han regresado casi todos los muchachos. 100
Casi todos... Fue verde y amarga la historia
de barro y sudor: no oyeron
bastante el canto de los arrecifes
ni tocaron tal vez sino para morir en las islas, las coronas
de fulgor y fragancia:
sangre y estiércol 105
los persiguieron, la mugre y las ratas,
y un cansado y desolado corazón que luchaba.
Pero ya han vuelto,
los habéis recibido
en el ancho espacio de las tierras extendidas
y se han cerrado (los que han vuelto) como una corola 110
de innumerables pétalos anónimos
para renacer y olvidar.
II
Perro además han encontrado
un huésped en la casa,
o trajeron nuevos ojos (o fueron ciegos antes) 115
o el hirsuto ramaje les rompió los párpados
o nuevas cosas hay en las tierras de América. [264]
Aquellos negros que combatieron contigo, los
duros y sonrientes, mirad:
Han puesto una cruz ardiendo
frente a sus caseríos, 120
han colgado y quemado a tu hermano de sangre:
le hicieron combatiente, hoy le niegan
palabra y decisión: se juntan
de noche los verdugos
encapuchados, con la cruz y el látigo.
(Otra cosa 125
se oía en ultramar combatiendo.)
Un huésped imprevisto
como un viejo octopus roído,
inmenso, circundante,
se instaló en tu casa, soldadito:
la prensa destila el antiguo veneno, cultivado en Berlín. 130
Los periódicos (Times, Newsweek, etc.) se han convertido
en amarillas hojas de delación: Hearst,
que cantó el canto de amor a los nazis, sonríe
y afila las uñas para que salgáis de nuevo
hacia los arrecifes o las estepas 135
a combatir por este huésped que ocupa tu casa.
No te dan tregua: quieren seguir vendiendo
acero y balas, preparan nueva pólvora
y hay que venderla pronto, antes de que se adelante
la fresca pólvora y caiga en nuevas manos. 140
Por todas partes los amos instalados
en tu mansión alargan sus falanges,
aman a España negra y una copa de sangre te ofrecen
(un fusilado, cien): el cocktail Marshall.
Escoged sangre joven: campesinos 145
de China, prisioneros
de España,
sangre y sudor de Cuba azucarera,
lágrimas de mujeres
de las minas de cobre y del carbón en Chile, 150
luego batid con energía,
como un golpe de garrote,
no olvidando trocitos de hielo y algunas gotas
del canto Defendemos la cultura cristiana.
Es amarga esta mezcla? 155
Ya te acostumbrarás, soldadito, a beberla.
En cualquier sitio del mundo, a la luz de la luna,
o en la mañana, en el hotel de lujo, [265]
pida usted esta bebida que vigoriza y refresca
y páguela con un buen billete 160
con la imagen de Washington.
Has encontrado también que Carlos Chaplin, el último
padre de la ternura en el mundo,
debe huir, y que los escritores (Howard Fast, etc.),
los sabios y los artistas 165
en tu tierra
deben sentarse para ser enjuiciados por «un-american»
pensamientos
ante un tribunal de mercaderes enriquecidos por la guerra.
Hasta los últimos confines del mundo llega el miedo.
Mi tía lee estas noticias asustada, 170
y todos los ojos de la tierra miran
esos tribunales de vergüenza y venganza.
Son los estrados de los Babbits sangrientos,
de los esclavistas, de los asesinos de Lincoln,
son las nuevas inquisiciones levantadas ahora 175
no por la cruz (y entonces era horrible e inexplicable)
sino por el oro redondo que golpea
las mesas de los prostíbulos y los bancos
y que no tiene derecho a juzgar.
En Bogotá se unieron Moriñigo, Trujillo, 180
González Videla, Somoza, Dutra, y aplaudieron.
Tú, joven americano, no los conoces: son
los vampiros sombríos de nuestro cielo, amarga
es la sombra de sus alas:
prisiones,
martirio, muerte, odio: las tierras 185
del Sur con petróleo y nitrato
concibieron monstruos.
De noche en Chile, en Lota,
en la humilde y mojada casa de los mineros,
llega la orden del verdugo. Los hijos
se despiertan llorando.
Miles de ellos 190
encarcelados, piensan.
En Paraguay
la densa sombra forestal esconde
los huesos del patriota asesinado, un tiro
suena
en la fosforescencia del verano.
Ha muerto 195
allí la verdad. [266]
Por qué no intervienen
en Santo Domingo a defender el Occidente Mr.
Vandenberg,
Mr. Armour, Mr. Marshall, Mr. Hearst?
Por qué en Nicaragua el Sr. Presidente,
despertado de noche, atormentado, tuvo 200
que huir para morir en el destierro?
(Hay allí bananas que defender y no libertades,
y para eso basta con Somoza.)
Las grandes
victoriosas ideas están en Grecia
y en China para auxilio 205
de gobiernos manchados como alfombras inmundas.
Ay, soldadito!
III
Yo también más allá de tus tierras, América,
ando y hago mi casa errante, vuelo, paso,
canto y converso a través de los días. 210
Y en el Asia, en la URSS, en los Urales me detengo
y extiendo el alma empapada de soledades y resina.
Amo cuanto en las extensiones
a golpe de amor y lucha el hombre ha creado.
Aún rodea mi casa en los Urales 215
la antigua noche de los pinos
y el silencio como una alta columna.
Trigo y acero aquí han nacido
de la mano del hombre, de su pecho.
Y un canto de martillos alegra el bosque antiguo 220
como un nuevo fenómeno azul.
Desde aquí miro extensas zonas de hombre,
geografía de niños y mujeres, amor,
fábricas y canciones, escuelas
que brillan como alhelíes en la selva 225
donde habitó hasta ayer el zorro salvaje.
Desde este punto abarca mi mano en el mapa
el verde de las praderas, el humo
de mil talleres, los aromas
textiles, el asombro 230
de la energía dominada. [267]
Vuelvo en las tardes
por los nuevos caminos recién trazados
y entro en las cocinas
donde hierve el repollo y de donde sale 235
un nuevo manantial para el mundo.
También aquí regresaron los muchachos,
pero muchos millones quedaron atrás,
enganchados, colgando de las horcas,
quemados en hornos especiales, 240
destruidos hasta no quedar de ellos
sino el nombre en el recuerdo.
Fueron asesinadas también sus poblaciones:
la tierra soviética fue asesinada:
millones de vidrios y de huesos se confundieron, 245
vacas y fábricas, hasta la Primavera
desapareció tragada por la guerra.
Volvieron los muchachos, sin embargo,
y el amor por la patria construida
se había mezclado en ellos con tanta sangre 250
que Patria dicen con las venas,
Unión Soviética cantan con la sangre.
Fue alta la voz de los conquistadores
de Prusia y de Berlín cuando volvieron
para que renacieran las ciudades, 255
los animales y la primavera.
Walt Whitman, levanta tu barba de hierba,
mira conmigo desde el bosque,
desde estas magnitudes perfumadas.
Qué ves allí, Walt Whitman? 260
Veo, me dice mi hermano profundo,
veo cómo trabajan las usinas,
en la ciudad que los muertos recuerdan,
en la capital pura,
en la resplandeciente Stalingrado. 265
Veo desde la planicie combatida
desde el padecimiento y el incendio
nacer en la humedad de la mañana
un tractor rechinante hacia las llanuras.
Dame tu voz y el peso de tu pecho enterrado, 270
Walt Whitman, y las graves
raíces de tu rostro
para cantar estas reconstrucciones!
Cantemos juntos lo que se levanta
de todos los dolores, lo que surge 275 [268]
del gran silencio, de la grave
victoria:
Stalingrado, surge tu voz de acero,
renace piso a piso la esperanza
como una casa colectiva,
y hay un temblor de nuevo en marcha 280
enseñando,
cantando
y construyendo.
Desde la sangre surge Stalingrado
como una orquesta de agua, piedra y hierro 285
y el pan renace en las panaderías,
la primavera en las escuelas,
sube nuevos andamios, nuevos árboles,
mientras el viejo y férreo Volga palpita.
Estos libros,
en frescas cajas de pino y cedro, 290
están reunidos sobre la tumba
de los verdugos muertos:
estos teatros hechos en las ruinas
cubren martirio y resistencia:
libros claros como monumentos: 295
un libro sobre cada héroe,
sobre cada milímetro de muerte,
sobre cada pétalo de esta gloria inmutable.
Unión Soviética, si juntáramos
toda la sangre derramada en tu lucha, 300
toda la que diste como una madre al mundo
para que la libertad agonizante viviera,
tendríamos un nuevo océano,
grande como ninguno,
profundo como ninguno, 305
viviente como todos los ríos,
activo como el fuego de los volcanes araucanos.
En ese mar hunde tu mano,
hombre de todas las tierras,
y levántala después para ahogar en él 310
al que olvidó, al que ultrajó,
al que mintió y al que manchó,
al que se unió con cien pequeños canes
del basural de Occidente
para insultar tu sangre, Madre de los libres! 315
Desde el fragante olor de los pinos urales
miro la biblioteca que nace [269]
en el corazón de Rusia,
el laboratorio en que el silencio
trabaja, miro los trenes que llevan 320
madera y canciones a las nuevas ciudades,
y en esta paz balsámica crece un latido
como en un nuevo pecho:
a la estepa muchachas y palomas
regresan agitando la blancura, 325
los naranjales se pueblan de oro:
el mercado tiene hoy
cada amanecer
un nuevo aroma,
un nuevo aroma que llega desde las altas tierras 330
en donde el martirio fue más grande:
los ingenieros hacen temblar el mapa
de las llanuras con sus números
y las cañerías se envuelven como largas serpientes
en las tierras del nuevo invierno vaporoso. 335
En tres habitaciones del viejo Kremlin
vive un hombre llamado José Stalin.
Tarde se apaga la luz de su cuarto.
El mundo y su patria no le dan reposo.
Otros héroes han dado a luz una patria, 340
él además ayudó a concebir la suya,
a edificarla
y defenderla.
Su inmensa patria es, pues, parte de él mismo
y no puede descansar porque ella no descansa. 345
En otro tiempo la nieve y la pólvora
lo encontraron frente a los viejos bandidos
que quisieron (como ahora otra vez) revivir
el knut, y la miseria, la angustia de los esclavos,
el dormido dolor de millones de pobres. 350
Él estuvo contra los que como Wrangel y Denikin
fueron enviados desde Occidente para «defender la
cultura.»
Allí dejaron el pellejo aquellos defensores
de los verdugos, y en el ancho terreno
de la URSS, Stalin trabajó noche y día. 355
Pero más tarde vinieron en una ola de plomo
los alemanes cebados por Chamberlain.
Stalin los enfrentó en todas las vastas fronteras,
en todos los repliegues, en todos los avances
y hasta Berlín sus hijos como un huracán de pueblos 360
llegaron y llevaron la paz ancha de Rusia. [270]
Molotov y Voroshilov
están allí, los veo,
con los otros, los altos generales,
los indomables. 365
Firmes como nevados encinares.
Ninguno de ellos tiene palacios.
Ninguno de ellos tiene regimientos de siervos.
Ninguno de ellos se hizo rico en la guerra
vendiendo sangre. 370
Ninguno de ellos va como un pavo real
a Río de Janeiro o a Bogotá
a dirigir a pequeños sátrapas manchados de tortura:
ninguno de ellos tiene doscientos trajes:
ninguno de ellos tiene acciones en fábricas de armamentos, 375
y todos ellos tienen
acciones
en la alegría y en la construcción
del vasto país donde resuena la aurora
levantada en la noche de la muerte. 380
Ellos dijeron «Camarada» al mundo.
Ellos hicieron rey al carpintero.
Por esa aguja no entrará un camello.
Lavaron las aldeas.
Repartieron la tierra. 385
Elevaron al siervo.
Borraron al mendigo.
Aniquilaron a los crueles.
Hicieron luz en la espaciosa noche.
Por eso a ti, muchacha de Arkansas o más bien 390
a ti joven dorado de West Point o mejor
a ti mecánico de Detroit o bien
a ti cargador de la vieja Orleáns, a todos
hablo y digo: afirma el paso,
abre tu oído al vasto mundo humano, 395
no son los elegantes del State Departament
ni los feroces dueños del acero
los que te están hablando
sino un poeta del extremo Sur de América,
hijo de un ferroviario de Patagonia, 400
americano como el aire andino,
hoy fugitivo de una patria en donde
cárcel, tormento, angustia imperan
mientras cobre y petróleo lentamente
se convierten en oro para reyes ajenos.
Tú no eres 405 [271]
el ídolo que en una mano lleva el oro
y en la otra la bomba.
Tú eres
lo que soy, lo que fui, lo que debemos
amparar, el fraternal subsuelo
de América purísima, los sencillos 410
hombres de los caminos y las calles.
Mi hermano Juan vende zapatos
como tu hermano John,
mi hermana Juana pela papas,
como tu prima Jane, 415
y mi sangre es minera y marinera
como tu sangre, Peter.
Tú y yo vamos a abrir las puertas
para que pase el aire de los Urales
a través de la cortina de tinta, 420
tú y yo vamos a decir al furioso:
«My dear guy, hasta aquí no más llegaste»,
más acá la tierra nos pertenece
para que no se oiga el silbido
de la ametralladora sino una 425
canción, y otra canción, y otra canción.
IV
Pero si armas tus huestes, Norte América,
para destruir esa frontera pura
y llevar al matarife de Chicago
a gobernar la música y el orden 430
que amamos,
saldremos de las piedras y del aire
para morderte:
saldremos de la última ventana
para volcarte fuego:
saldremos de las olas más profundas
para clavarte con espinas:
saldremos del surco para que la semilla
golpee como un puño colombiano, 435
saldremos para negarte el pan y el agua,
saldremos para quemarte en el infierno.
No pongas la planta entonces, soldado, [272]
en la dulce Francia, porque allí estaremos
para que las verdes viñas den vinagre 440
y las muchachas pobres te muestren el sitio
donde está fresca la sangre alemana.
No subas las secas sierras de España
porque cada piedra se convertirá en fuego,
y allí mil años combatirán los valientes: 445
no te pierdas entre los olivares porque nunca
volverás a Oklahoma, pero no entres
en Grecia, que hasta la sangre que hoy estás derramando
se levantará de la tierra para deteneros.
No vengáis entonces a pescar a Tocopilla 450
porque el pez espada conocerá vuestros despojos
y el oscuro minero desde la araucanía
buscará las antiguas flechas crueles
que esperan enterradas nuevos conquistadores.
No confiéis del gaucho cantando una vidalita, 455
ni del obrero de los frigoríficos. Ellos
estarán en todas partes con ojos y puños,
como los venezolanos que os esperan para entonces
con una botella de petróleo y una guitarra en las manos.
No entres, no entres a Nicaragua tampoco. 460
Sandino duerme en la selva hasta ese día,
su fusil se ha llenado de lianas y de lluvia,
su rostro no tiene párpados,
pero las heridas con que lo matasteis están vivas
como las manos de Puerto Rico que esperan 465
la luz de los cuchillos.
Será implacable el mundo para vosotros.
No sólo serán las islas despobladas, sino el aire
que ya conoce las palabras que le son queridas.
No llegues a pedir carne de hombre
al alto Perú: en la niebla roída de los monumentos 470
el dulce antepasado de nuestra sangre afila
contra ti sus espadas de amatista,
y por los valles el ronco caracol de batalla
congrega a los guerreros, a los honderos
hijos de Amaru. Ni por las cordilleras mexicanas 475
busques hombres para llevarlos a combatir la aurora:
los fusiles de Zapata no están dormidos,
son aceitados y dirigidos a las tierras de Texas.
No entres a Cuba, que del fulgor marino
de los cañaverales sudorosos 480
hay una sola oscura mirada que te espera [273]
y un solo grito hasta matar o morir.
No llegues
a tierra de partisanos en la rumorosa
Italia: no pases de las filas de los soldados con «jacquet»
que mantienes en Roma, no pases de San Pedro: 485
más allá los santos rústicos de las aldeas,
los santos marineros del pescado
aman el gran país de la estepa
en donde floreció de nuevo el mundo.
No toques
los puentes de Bulgaria, no te darán el paso, 490
los ríos de Rumania, les echaremos sangre hirviendo
para que quemen a los invasores:
no saludes al campesino que hoy conoce
la tumba de los feudales, y vigila
con su arado y su rifle: no lo mires 495
porque te quemará como una estrella.
No desembarques
en China: ya no estará Chang el Mercenario
rodeado de su podrida corte de mandarines:
habrá para esperaros una selva
de hoces labriegas y un volcán de pólvora. 500
En otras guerras existieron fosos con agua
y luego alambradas repetidas, con púas y garras,
pero este foso es más grande, estas aguas más hondas,
estos alambres más invencibles que todos los metales.
Son un átomo y otro del metal humano, 505
son un nudo y mil nudos de vidas y vidas:
son los viejos dolores de los pueblos
de todos los remotos valles y reinos,
de todas las banderas y navíos,
de todas las cuevas donde se amontonaron, 510
de todas las redes que salieron contra la tempestad,
de todas las ásperas arrugas de las tierras,
de todos los infiernos en las calderas calientes,
de todos los telares y las fundiciones,
de todas las locomotoras perdidas o congregadas. 515
Este alambre da mil vueltas al mundo:
parece dividido, desterrado,
y de pronto se juntan sus imanes
hasta llenar la tierra.
Pero aún 520
más allá, radiantes y determinados,
acerados, sonrientes,
para cantar o combatir
os esperan [274]
hombres y mujeres de la tundra y la taiga, 525
guerreros del Volga que vencieron la muerte,
niños de Stalingrado, gigantes de Ukrania,
toda una vasta y alta pared de piedra y sangre,
hierro y canciones, coraje y esperanza.
Si tocáis ese muro caeréis 530
quemados como el carbón de las usinas,
las sonrisas de Rochester se harán tinieblas
que luego esparcirá el aire estepario
y luego enterrará para siempre la nieve.
Vendrán los que lucharon desde Pedro 535
hasta los nuevos héroes que asombraron la tierra
y harán de sus medallas pequeñas balas frías
que silbarán sin tregua desde toda
la vasta tierra que hoy es alegría.
Y desde el laboratorio cubierto de enredaderas 540
saldrá también el átomo desencadenado
hacia vuestras ciudades orgullosas.
V
Que nada de esto pase.
Que despierte el Leñador.
Que venga Abraham con su hacha 545
y con su plato de madera
a comer con los campesinos.
Que su cabeza de corteza,
sus ojos vistos en las tablas,
en las arrugas de la encina, 550
vuelvan a mirar el mundo
subiendo sobre los follajes,
más altos que las sequoias.
Que entre a comprar en las farmacias,
que tome un autobús a Tampa, 555
que muerda una manzana amarilla,
que entre en un cine, que converse
con toda la gente sencilla.
Que despierte el Leñador.
Que venga Abraham, que hinche 560
su vieja levadura la tierra
dorada y verde de Illinois,
y levante el hacha en su pueblo [275]
contra los nuevos esclavistas,
contra el látigo del esclavo, 565
contra el veneno de la imprenta,
contra la mercadería
sangrienta que quieren vender.
Que marchen cantando y sonriendo
el joven blanco, el joven negro, 570
contra las paredes de oro,
contra el fabricante de odio,
contra el mercader de su sangre,
cantando, sonriendo y venciendo.
Que despierte el Leñador. 575
VI
Paz para los crepúsculos que vienen,
paz para el puente, paz para el vino,
paz para las letras que me buscan
y que en mi sangre suben enredando
el viejo canto con tierra y amores, 580
paz para la ciudad en la mañana
cuando despierta el pan, paz para el río
Mississipi, río de las raíces:
paz para la camisa de mi hermano,
paz en el libro como un sello de aire, 585
paz para el gran koljós de Kiev,
paz para las cenizas de estos muertos
y de estos otros muertos, paz para el hierro
negro de Brooklyn, paz para el cartero
de casa en casa como el día, 590
paz para el coreógrafo que grita
con un embudo a las enredaderas,
paz para mi mano derecha,
que sólo quiere escribir Rosario:
paz para el boliviano secreto 595
como una piedra de estaño, paz
para que tú te cases, paz para todos
los aserraderos de Bío-Bío,
paz para el corazón desgarrado
de España guerrillera: 600
paz para el pequeño Museo de Wyoming
en donde lo más dulce
es una almohada con un corazón bordado, [276]
paz para el panadero y sus amores
y paz para la harina: paz 605
para todo el trigo que debe nacer,
para todo el amor que buscará follaje,
paz para todos los que viven: paz
para todas las tierras y las aguas.
Yo aquí me despido, vuelvo 610
a mi casa, en mis sueños,
vuelvo a la Patagonia en donde
el viento golpea los establos
y salpica hielo el Océano.
Soy nada más que un poeta: os amo a todos, 615
ando errante por el mundo que amo:
en mi patria encarcelan mineros
y los soldados mandan a los jueces.
Pero yo amo hasta las raíces
de mi pequeño país frío. 620
Si tuviera que morir mil veces
allí quiero morir:
si tuviera que nacer mil veces
allí quiero nacer,
cerca de la araucaria salvaje, 625
del vendaval del viento sur,
de las campanas recién compradas.
Que nadie piense en mí.
Pensemos en toda la tierra,
golpeando con amor en la mesa. 630
No quiero que vuelva la sangre
a empapar el pan, los frijoles,
la música: quiero que venga
conmigo el minero, la niña,
el abogado, el marinero, 635
el fabricante de muñecas,
que entremos al cine y salgamos
a beber el vino más rojo.
Yo no vengo a resolver nada.
Yo vine aquí para cantar 640
y para que cantes conmigo. [277]
- X -
El fugitivo [279]
El fugitivo (1948)
Por la alta noche, por la vida entera,
de lágrima a papel, de ropa en ropa,
anduve en estos días abrumados.
Fui el fugitivo de la policía:
y en la hora de cristal, en la espesura 5
de estrellas solitarias,
crucé ciudades, bosques,
chacarerías, puertos,
de la puerta de un ser humano a otro,
de la mano de un ser a otro ser, a otro ser. 10
Grave es la noche, pero el hombre
ha dispuesto sus signos fraternales,
y a ciegas por caminos y por sombras
llegué a la puerta iluminada, al pequeño
punto de estrella que era mío, 15
al fragmento de pan que en el bosque los lobos
no habían devorado.
Una vez, a una casa, en la campiña,
llegué de noche, a nadie
antes de aquella noche había visto, 20
ni adivinado aquellas existencias.
Cuanto hacían, sus horas
eran nuevas en mi conocimiento.
Entré, eran cinco de familia:
todos como en la noche de un incendio 25
se habían levantado.
Estreché una
y otra mano, vi un rostro y otro rostro,
que nada me decían: eran puertas
que antes no vi en la calle,
ojos que no conocían mi rostro, 30
y en la alta noche, apenas [280]
recibido, me tendí al cansancio,
a dormir la congoja de mi patria.
Mientras venía el sueño,
el eco innumerable de la tierra 35
con sus roncos ladridos y sus hebras
de soledad, continuaba la noche,
y yo pensaba: «Dónde estoy? Quiénes
son? Por qué me guardan hoy?
Por qué ellos, que hasta hoy no me vieron 40
abren sus puertas y defienden mi canto?»
Y nadie respondía
sino un rumor de noche deshojada,
un tejido de grillos construyéndose:
la noche entera apenas 45
parecía temblar en el follaje.
Tierra nocturna, a mi ventana
llegabas con tus labios,
para que yo durmiera dulcemente
como cayendo sobre miles de hojas, 50
de estación a estación, de nido a nido
de rama en rama, hasta quedar de pronto
dormido como un muerto en tus raíces.
II
Era el otoño de las uvas.
Temblaba el parral numeroso. 55
Los racimos blancos, velados,
escarchaban sus dulces dedos,
y las negras uvas llenaban
sus pequeñas ubres repletas
de un secreto río redondo. 60
El dueño de casa, artesano
de magro rostro, me leía
el pálido libro terrestre
de los días crepusculares.
Su bondad conocía el fruto, 65
la rama troncal y el trabajo
de la poda que deja el árbol
su desnuda forma de copa.
A los caballos conversaba
como a inmensos niños: seguían 70
detrás de él los cinco gatos [281]
y los perros de aquella casa,
unos enarcados y lentos,
otros corriendo locamente
bajo los fríos durazneros. 75
Él conocía cada rama,
cada cicatriz de los árboles,
y su antigua voz me enseñaba
acariciando a los caballos.
III
Otra vez a la noche acudí entonces. 80
Al cruzar la ciudad la noche andina,
la noche derramada abrió su rosa
sobre mi traje.
Era invierno en el Sur.
La nieve había
subido a su alto pedestal, el frío 85
quemaba con mil puntas congeladas.
El río Mapocho era de nieve negra.
Y yo, entre calle y calle de silencio
por la ciudad manchada del tirano.
Ay!, era yo como el mismo silencio 90
mirando cuánto amor y amor caía
a través de mis ojos en mi pecho.
Porque esa calle y la otra y el dintel
de la noche nevada, y la nocturna
soledad de los seres, y mi pueblo 95
hundido, oscuro, en su arrabal de muertos,
todo, la última ventana
con su pequeño ramo de luz falsa,
el apretado coral negro
de habitación y habitación, el viento 100
nunca gastado de mi tierra,
todo era mío, todo
hacia mí en el silencio levantaba
una boca de amor llena de besos.
IV
Una joven pareja abrió una puerta 105
que antes tampoco conocí.
Era ella [282]
dorada como el mes de junio,
y él era un ingeniero de altos ojos.
Desde entonces con ellos pan y vino
compartí,
poco a poco 110
llegué a su intimidad desconocida.
Me dijeron: «Estábamos
separados,
nuestra disensión era ya eterna:
hoy nos unimos para recibirte, 115
hoy te esperamos juntos.»
Allí, en la pequeña
habitación reunidos,
hicimos silenciosa fortaleza.
Guardé silencio hasta en el sueño. 120
Estaba en plena
palma de la ciudad, casi escuchaba
los pasos del Traidor, junto a los muros
que me apartaban, oía
las voces sucias de los carceleros, 125
sus carcajadas de ladrón, sus sílabas
de borrachos metidos entre balas
en la cintura de la patria mía.
Casi rozaban mi piel silenciosa
los eructos de Holgers y Pobletes, 130
sus pasos, arrastrándose, tocaban
casi mi corazón y sus hogueras:
ellos enviando al tormento a los míos,
yo reservando mi salud de espada.
Y otra vez, en la noche, adiós, Irene, 135
adiós Andrés, adiós amigo nuevo,
adiós a los andamios, a la estrella,
adiós tal vez a la casa inconclusa
que frente a mi ventana parecía
poblarse de fantasmas lineales. 140
Adiós al punto ínfimo de monte
que recogía en mis ojos cada tarde,
adiós a la luz verde neón que abría
con su relámpago cada nueva noche.
V
Otra vez, otra noche, fui más lejos. 145
Toda la cordillera de la costa,
el ancho margen hacia el mar Pacífico,
y luego entre las calles torcidas, [283]
calleja y callejón, Valparaíso.
Entré a una casa de marineros. 150
La madre me esperaba.
«No lo supe hasta ayer -me dijo-; el hijo
me llamó, y el nombre de Neruda
me recorrió como un escalofrío.
Pero le dije: qué comodidades, 155
hijo, podemos ofrecerle?» «Él pertenece
a nosotros, los pobres -me respondió-,
él no hace burla ni desprecio
de nuestra pobre vida, él la levanta
y la defiende.» «Yo le dije: sea, 160
y ésta es su casa desde hoy.»
Nadie me conocía en esa casa.
Miré el limpio mantel, la jarra de agua
pura como esas vidas que del fondo
de la noche como alas 165
de cristal a mí llegaban.
Fui a la ventana: Valparaíso abría sus mil párpados
que temblaban, el aire
del mar nocturno entró en mi boca,
las luces de los cerros, el temblor 170
de la luna marítima en el agua,
la oscuridad como una monarquía
aderezada de diamantes verdes,
todo el nuevo reposo que la vida
me entregaba.
Miré: la mesa estaba puesta, 175
el pan, la servilleta, el vino, el agua,
y una fragancia de tierra y ternura
humedeció mis ojos de soldado.
Junto a esa ventana de Valparaíso
pasé días y noches. 180
Los navegantes de mi nueva casa
cada día buscaban
un barco en que partir.
Eran
engañados una vez y otra vez.
El «Atomena»
no podía llevarlos, el «Sultana» 185
tampoco. Me explicaron:
ellos pagaban la mordida o coima,
a unos y otros jefes. Otros
daban más.
Todo estaba podrido
como en el Palacio de Santiago. 190
Aquí se abrían los bolsillos [284]
del caporal, del Secretario,
no eran tan grandes como los bolsillos
del Presidente, pero roían
el esqueleto de los pobres. 195
Triste república azotada
como una perra por ladrones,
aullando sola en los caminos,
golpeada por la policía.
Triste nación gonzalizada, 200
arrojada por los tahúres
al vómito del delator,
vendida en las esquinas rotas,
desmantelada en un remate.
Triste república en la mano 205
del que vendió su propia hija
y su propia patria entregó
herida, muda y maniatada.
Volvían los dos marineros
y partían a cargar al hombro 210
sacos, bananas, comestibles,
añorando la sal de las olas,
el pan marino, el alto cielo.
En mi día solitario el mar
se alejaba: miraba entonces 215
la llama vital de los cerros,
cada casa colgando, el
latido de Valparaíso:
los altos cerros desbordantes
de vidas, las puertas pintadas 220
de turquesa, escarlata y rosa,
los escalones desdentados,
los racimos de puertas pobres,
las viviendas desvencijadas,
la niebla, el humo extendiendo sus 225
redes de sal sobre las cosas,
los árboles desesperados
agarrándose a las quebradas,
la ropa colgada en los brazos
de las mansiones inhumanas, 230
el ronco silbato de pronto
hijo de las embarcaciones,
el sonido de la salmuera,
de la niebla, la voz marina,
hecha de golpes y susurros, 235
todo eso envolvía mi cuerpo [285]
como un nuevo traje terrestre
y habité la bruma de arriba,
el alto pueblo de los pobres.
VI
Ventana de los cerros! Valparaíso, estaño frío, 240
roto en un grito y otro de piedras populares!
Mira conmigo desde mi escondite
el puerto gris tachonado de barcas,
agua lunar apenas movediza,
inmóviles depósitos del hierro. 245
En otra hora lejana,
poblado estuvo tu mar, Valparaíso,
por los delgados barcos del orgullo,
los Cinco Mástiles con susurro de trigo,
los diseminadores del salitre, 250
los que de los océanos nupciales
a ti vinieron, colmando tus bodegas.
Altos veleros del día marino,
comerciales cruzados, estandartes
henchidos por la noche marinera, 255
con vosotros el ébano y la pura
claridad del marfil, y los aromas
del café y de la noche en otra luna,
Valparaíso, a tu paz peligrosa
vinieron envolviéndote en perfume. 260
Temblaba el «Potosí» con sus nitratos
avanzando en el mar, pescado y flecha,
turgencia azul, ballena delicada,
hacia otros negros puertos de la tierra.
Cuánta noche del Sur sobre las velas 265
enrolladas, sobre los empinados
pezones de la máscara del buque,
cuando sobre la Dama del navío,
rostro de aquellas proas balanceadas,
toda la noche de Valparaíso, 270
la noche austral del mundo, descendía. [286]
VII
Era el amanecer del salitre en las pampas.
Palpitaba el planeta del abono
hasta llenar a Chile como un barco
de nevadas bodegas. 275
Hoy miro cuanto quedó de todos
los que pasaron sin dejar sus huellas
en las arenas del Pacífico.
Mirad lo que yo miro,
el huraño detritus
que dejó en la garganta de mi patria 280
como un collar de pus, la lluvia de oro.
Que te acompañe, caminante,
esta mirada inmóvil que perfora,
atada al cielo de Valparaíso.
Vive el chileno 285
entre basura y vendaval, oscuro
hijo de la dura Patria.
Vidrios despedazados, techos rotos,
muros aniquilados, cal leprosa,
puerta enterrada, piso de barro, 290
sujetándose apenas al vestigio
del suelo.
Valparaíso, rosa inmunda,
pestilencial sarcófago marino!
No me hieras con tus calles de espinas, 295
con tu corona de agrios callejones,
no me dejes mirar al niño herido
por tu miseria de mortal pantano!
Me duele en ti mi pueblo,
toda mi patria americana, 300
todo lo que han roído de tus huesos
dejándote ceñida por la espuma
como una miserable diosa despedazada,
en cuyo dulce pecho roto
orinan los perros hambrientos. 305
VIII
Amo, Valparaíso, cuanto encierras,
y cuanto irradias, novia del océano,
hasta más lejos de tu nimbo sordo.
Amo la luz violenta con que acudes [287]
al marinero en la noche del mar, 310
y entonces eres -rosa de azaharesluminosa
y desnuda, fuego y niebla.
Que nadie venga con un martillo turbio
a golpear lo que amo, a defenderte:
nadie sino mi ser por tus secretos: 315
nadie sino mi voz por tus abiertas
hileras de rocío, por tus escalones
en donde la maternidad salobre
del mar te besa, nadie sino mis labios
en tu corona fría de sirena, 320
elevada en el aire de la altura,
oceánico amor, Valparaíso.
Reina de todas las costas del mundo,
verdadera central de olas y barcos,
eres en mí como la luna o como 325
la dirección del aire en la arboleda.
Amo tus criminales callejones,
tu luna de puñal sobre los cerros,
y entre tus plazas la marinería
revistiendo de azul la primavera. 330
Que se entienda, te pido, puerto mío,
que yo tengo derecho
a escribirte lo bueno y lo malvado
y soy como las lámparas amargas
cuando iluminan las botellas rotas. 335
IX
Yo recorrí los afamados mares,
el estambre nupcial de cada isla,
soy el más marinero del papel
y anduve, anduve, anduve,
hasta la última espuma, 340
pero tu penetrante amor marino
fue señalado en mí como ninguno.
Eres la montañosa
cabeza capital
del gran océano, 345
y en tu celeste grupa de centaura
tus arrabales lucen la pintura
roja y azul de las jugueterías.
Cabrías en un frasco marinero [288]
con tus pequeñas casas y el «Latorre» 350
como una plancha gris en una sábana
si no fuera porque la gran tormenta
del más inmenso mar,
el golpe verde
de las rachas glaciales, el martirio
de tus terrenos sacudidos, el horror 355
subterráneo, el oleaje
de todo el mar contra tu antorcha,
te hicieron magnitud de piedra umbría,
huracanada iglesia de la espuma.
Te declaro mi amor, Valparaíso, 360
y volveré a vivir tu encrucijada,
cuando tú y yo seamos libres
de nuevo, tú en tu trono
de mar y viento, yo en mis húmedas
tierras filosofales. Veremos cómo surge 365
la libertad entre el mar y la nieve.
Valparaíso, Reina sola,
sola en la soledad del solitario
Sur del Océano,
miré cada peñasco
amarillo de tu altura, 370
toqué tu pulso torrencial, tus manos
de portuaria me dieron el abrazo
que mi alma te pidió en la hora nocturna
y te recuerdo reinando en el brillo
de fuego azul que tu reino salpica. 375
No hay otra como tú sobre la arena,
Albacora del Sur, Reina del agua.
X
Así, pues, de noche en noche,
aquella larga hora, la tiniebla
hundida en todo el litoral chileno, 380
fugitivo pasé de puerta en puerta.
Otras casas humildes, otras manos
en cada arruga de la Patria estaban
esperando mis pasos.
Tú pasaste
mil veces por esa puerta que no te dijo nada, 385
por ese muro sin pintar, por esas
ventanas con marchitas flores. [289]
Para mí era el secreto:
estaba para mí palpitando,
era en las zonas del carbón, 390
empapadas por el martirio,
era en los puertos de la costa
junto al antártico archipiélago,
era, escucha, tal vez en esa
calle sonora, entre la música 395
del mediodía de las calles,
o junto al parque esa ventana
que nadie distinguió entre las otras
ventanas, y que me esperaba
con un plato de sopa clara 400
y el corazón sobre la mesa.
Todas las puertas eran mías,
todos dijeron: «Es mi hermano,
tráelo a esta casa pobre»,
mientras mi patria se teñía 405
con tantos castigos
como un lagar de vino amargo.
Vino el pequeño hojalatero,
la madre de aquellas muchachas,
el campesino desgarbado, 410
el hombre que hacía jabones,
la dulce novelista, el joven
clavado como un insecto
a la oficina desolada,
vinieron y en su puerta había 415
un signo secreto, una llave
defendida como una torre
para que yo entrara de pronto,
de noche, de tarde o de día
y sin conocer a nadie 420
dijera: «Hermano, ya sabes quién soy,
me parece que me esperabas.»
XI
Qué puedes tú, maldito, contra el aire?
Qué puedes tú, maldito, contra todo
lo que florece y surge y calla y mira, 425
y me espera y te juzga?
Maldito, con tus traiciones
está lo que compraste, lo que debes [290]
regar a cada rato con monedas.
Maldito, puedes 430
relegar, apresar y dar tormentos,
y apresuradamente pagar pronto,
antes de que el vendido se arrepienta,
podrás dormir apenas
rodeado de compradas carabinas, 435
mientras en el regazo de mi patria
vivo yo, el fugitivo de la noche!
Qué triste es tu pequeña y pasajera
victoria! Mientras Aragón, Ehremburg,
Eluard, los poetas 440
de París, los valientes
escritores
de Venezuela y otros y otros y otros
están conmigo,
tú, Maldito, 445
entre Escanilla y Cuevas,
Peluchoneaux y Poblete!
Yo por escalas que mi pueblo asume,
en socavones que mi pueblo esconde,
sobre mi patria y su ala de paloma 450
duermo, sueño y derribo tus fronteras.
XII
A todos, a vosotros
los silenciosos seres de la noche
que tomaron mi mano en las tinieblas, a vosotros,
lámparas 455
de la luz inmortal, líneas de estrella,
pan de las vidas, hermanos secretos,
a todos, a vosotros,
digo: no hay gracias,
nada podrá llenar las copas 460
de la pureza,
nada puede
contener todo el sol en las banderas
de la primavera invencible,
como vuestras calladas dignidades. 465
Solamente
pienso
que he sido tal vez digno de tanta [291]
sencillez, de flor tan pura,
que tal vez soy vosotros, eso mismo, 470
esa miga de tierra, harina y canto,
ese amasijo natural que sabe
de dónde sale y dónde pertenece.
No soy una campana de tan lejos,
ni un cristal enterrado tan profundo 475
que tú no puedas descifrar, soy sólo
pueblo, puerta escondida, pan oscuro,
y cuando me recibes, te recibes
a ti mismo, a ese huésped
tantas veces golpeado 480
y tantas veces
renacido.
A todo, a todos,
a cuantos no conozco, a cuantos nunca
oyeron este nombre, a los que viven
a lo largo de nuestros largos ríos, 485
al pie de los volcanes, a la sombra
sulfúrica del cobre, a pescadores y labriegos,
a indios azules en la orilla
de lagos centelleantes como vidrios,
al zapatero que a esta hora interroga 490
clavando el cuero con antiguas manos,
a ti, al que sin saberlo me ha esperado,
yo pertenezco y reconozco y canto.
XIII
Arena americana, solemne
plantación, roja cordillera, 495
hijos, hermanos desgranados
por las viejas tormentas,
juntemos todo el grano vivo
antes de que vuelva a la tierra,
y que el nuevo maíz que nace 500
haya escuchado tus palabras
y las repita y se repitan.
Y se canten de día y de noche,
y se muerdan y se devoren,
y se propaguen por la tierra, 505
y se hagan, de pronto, silencio,
se hundan debajo de las piedras,
encuentren las puertas nocturnas,
y otra vez salgan a nacer, [292]
a repartirse, a conducirse 510
como el pan, como la esperanza,
como el aire de los navíos.
El maíz te lleva mi canto,
salido desde las raíces
de mi pueblo, para nacer, 515
para construir, para cantar,
y para ser otra vez semilla
más numerosa, en la tormenta.
Aquí están mis manos perdidas.
Son invisibles, pero tú 520
las ves a través de la noche,
a través del viento invisible.
Dame tus manos, yo las veo
sobre las ásperas arenas
de nuestra noche americana, 525
y escojo la tuya y la tuya,
esa mano y aquella otra mano,
la que se levanta a luchar
y la que vuelve a ser sembrada.
No me siento solo en la noche, 530
en la oscuridad de la tierra.
Soy pueblo, pueblo innumerable.
Tengo en mi voz la fuerza pura
para atravesar el silencio
y germinar en las tinieblas. 535
Muerte, martirio, sombra, hielo,
cubren de pronto la semilla.
Y parece enterrado el pueblo.
Pero el maíz vuelve a la tierra.
Atravesaron el silencio 540
sus implacables manos rojas.
Desde la muerte renacemos.
[293]
- XI -
Las Flores de Punitaqui [295]
El valle de las piedras (1946)
Hoy ha caído, 25 de abril, sobre los campos de Ovalle,
la lluvia, la esperada, el agua de 1946.
En este primer jueves mojado, un día de vapor
construye sobre los cerros su gris ferretería.
Es este jueves de las pequeñas semillas 5
que en sus bolsas guardaron los campesinos hambrientos:
hoy apresuradamente picarán la tierra y en ella
dejarán caer sus granitos de verde vida.
Recién ayer subí Ríos Hurtado hacia arriba:
hacia arriba, entre los ásperos cerros quisquillosos, 10
erizados de espinas, porque el gran cactus andino,
como un cruel candelabro, aquí se establece.
Y sobre sus eriales espinas, como una vestidura
escarlata, o como una mancha de terrible arrebol,
como sangre de un cuerpo arrastrado sobre un millar de púas, 15
el quintral ha encendido sus lámparas sangrientas.
Las rocas son inmensas bolsas coaguladas
en la edad del fuego, sacos ciegos de piedra
que rodaron hasta fundirse en estas
implacables estatuas que vigilan el valle. 20
El río lleva un dulce y agónico rumor
de últimas aguas entre la sauceoscura
multitud del follaje, y los álamos
dejan caer a gotas su delgado amarillo. [296]
Es el otoño de Norte Chico, el atrasado otoño. 25
Aquí más parpadea la luz en el racimo.
Como una mariposa, se detiene más tiempo
el transparente sol hasta cuajar la uva,
y brillan sobre el valle sus paños moscateles.
II
Hermano Pablo
Mas hoy los campesinos vienen a verme: «Hermano,
no hay agua, hermano Pablo, no hay agua, no ha llovido.
Y la escasa corriente
del río
siete días circula, siete días se seca. 5
Nuestras vacas han muerto arriba en la cordillera.
Y la sequía empieza a matar niños.
Arriba, muchos no tienen qué comer.
Hermano Pablo, tú hablarás al Ministro.»
(Sí, hermano Pablo hablará al Ministro, pero ellos no saben 10
cómo me ven llegar
esos sillones de cuero ignominioso
y luego la madera ministerial, fregada
y pulida por la saliva aduladora.)
Mentirá el Ministro, se sobará las manos, 15
y las ganaderías del pobre comunero,
con el burro y el perro, por las deshilachadas
rocas, caerán, de hambre en hambre, hacia abajo.
III
El hambre y la ira
Adiós, adiós a tu predio, a la sombra
que ganaste, a la rama
transparente, a la tierra consagrada,
al buey, adiós, al agua avara, [297]
adiós, a las vertientes, a la música 5
que no llegó en la lluvia, al cinto pálido
de la resaca y pedregosa aurora.
Juan Ovalle, la mano te di, mano sin agua,
mano de piedra, mano de pared y sequía.
Y te dije: a la parda oveja, a las más ásperas 10
estrellas, a la luna como cárdeno cardo,
maldice, al ramo roto de los labios nupciales,
pero al hombre no toques, al hombre aún no derrames
pegándole en las venas, aún no tiñas la arena,
aún no enciendas el valle con el árbol 15
de las caídas ramas arteriales.
Juan Ovalle, no mates. Y tu mano
me contestó: «Estas tierras
quieren matar, buscan de noche
venganza, el viejo aire ambarino 20
en la amargura es aire de veneno,
y la guitarra es como una cadera
de crimen, y el viento es un cuchillo.»
IV
Les quitan la tierra
Porque detrás del valle y la sequía,
detrás del río y la delgada hoja,
acechando el terrón y la cosecha,
el ladrón de las tierras.
Mira aquel árbol de sonante púrpura, 5
contempla su estandarte arrebolado,
y detrás de su estirpe matutina,
el ladrón de tierras.
Oyes como la sal del arrecife
el viento de cristal en los nogales, 10
pero sobre el azul de cada día
el ladrón de tierras.
Sientes entre las capas germinales
latir el trigo en su flecha dorada,
pero entre el pan y el hombre hay una máscara: 15
el ladrón de tierras. [298]
V
Hacia los minerales
Después a las altas piedras
de sal y de oro, a la enterrada
república de los metales
subí:
eran los dulces muros en que una 5
piedra se amarra con otra,
con un beso de barro oscuro.
Un beso entre piedra y piedra
por los caminos tutelares,
un beso de tierra y tierra 10
entre las grandes uvas rojas,
y como un diente junto a otro diente
la dentadura de la tierra,
las pircas de materia pura,
las que llevan el interminable 15
beso de las piedras del río
a los mil labios del camino.
Subamos desde la agricultura al oro.
Aquí tenéis los altos pedernales.
El peso de la mano es como un ave. 20
Un hombre, un ave, una substancia de aire,
de obstinación, de vuelo, de agonía,
un párpado tal vez, pero un combate.
Y de allí en la transversal cuna del oro,
en Punitaqui, frente a frente, 25
con los callados palanqueros
del pique, de la pala, ven,
Pedro, con tu paz de cuero,
ven, Ramírez, con tus abrasadas
manos que indagaron el útero 30
de las cerradas minerías,
salud, en las gradas, en
los calcáreos subterráneos
del oro, abajo en sus matrices,
quedaron vuestras digitales 35
herramientas marcadas con fuego. [299]
VI
Las flores de Punitaqui
Era dura la patria allí como antes.
Era una sal perdida el oro,
era
un pez enrojecido y en el terrón colérico
su pequeño minuto triturado
nacía, iba naciendo de las uñas sangrientas. 5
Entre el alba como un almendro frío,
bajo los dientes de las cordilleras,
el corazón perfora su agujero,
rastrea, toca, sufre, sube, y a la altura
más esencial, más planetaria, llega 10
con camiseta rota.
Hermano de corazón quemado,
junta en mi mano esta jornada,
y bajemos una vez más a las capas dormidas
en que tu mano como una tenaza 15
agarró el oro vivo que quería volar
aún más profundo, aún más bajo, aún.
Y allí con unas flores
las mujeres de allí, las chilenas de arriba,
las minerales hijas de la mina, 20
un ramo entre mis manos, unas flores
de Punitaqui, unas rojas flores,
geranios, flores pobres
de aquella tierra dura,
depositaron en mis manos como 25
si hubieran sido halladas en la mina más honda,
si aquellas flores hijas de agua roja
volvieran desde el fondo sepultado del hombre.
Tomé sus manos y sus flores, tierra
despedazada y mineral, perfume 30
de pétalos profundos y dolores.
Supe al mirarlas de dónde vinieron
hasta la soledad dura del oro,
me mostraron como gotas de sangre
las vidas derramadas. 35
Eran en su pobreza [300]
la fortaleza florecida, el ramo
de la ternura y su metal remoto.
Flores de Punitaqui, arterias, vidas, junto
a mi cama, en la noche, vuestro aroma 40
se levanta y me guía por los más subterráneos
corredores del duelo,
por la altura picada, por la nieve, y aún
por las raíces donde sólo las lágrimas alcanzan.
Flores, flores de altura, 45
flores de mina y piedra, flores
de Punitaqui, hijas
del amargo subsuelo: en mí, nunca olvidadas.
quedasteis vivas, construyendo
la pureza inmortal, una corola 50
de piedra que no muere.
VII
El oro
Tuvo el oro ese día de pureza.
Antes de hundir de nuevo su estructura
en la sucia salida que lo aguarda,
recién llegado, recién desprendido
de la solemne estatua de la tierra, 5
fue depurado por el fuego, envuelto
por el sudor y las manos del hombre.
Allí se despidió el pueblo del oro.
Y era terrestre su contacto, puro
como la madre gris de la esmeralda. 10
Igual era la mano sudorosa
que recorrió el lingote enmarañado,
a la cepa de tierra reducida
por la infinita dimensión del tiempo,
al color terrenal de las semillas, 15
al suelo poderoso de secretos,
a la tierra que labra los racimos.
Tierras del oro sin manchar, humanos
materiales, metal inmaculado
del pueblo, virginales minerías, 20 [301]
que se tocan sin verse en la implacable
encrucijada de sus dos caminos:
el hombre seguirá mordiendo el polvo,
seguirá siendo tierra pedregosa,
y el oro subirá sobre su sangre 25
hasta herir y reinar sobre el herido.
VIII
El camino del oro
Entrad, señor, comprad patria y terreno,
habitaciones, bendiciones, ostras,
todo se vende aquí donde llegasteis.
No hay torre que no caiga en vuestra pólvora,
no hay presidencia que rechace nada, 5
no hay red que no reserve su tesoro.
Como somos tan «libres» como el viento,
podéis comprar el viento, la cascada,
y en la desarrollada celulosa
ordenar las impuras opiniones, 10
o recoger amor sin albedrío,
destronado en el lino mercenario.
El oro se cambió de ropa usando
formas de trapo, de papel raído,
fríos filos de lámina invisible, cinturones de dedos
enroscados.
15
A la doncella en su nuevo castillo
llevó el padre de abierta dentadura
el plato de billetes
que devoró la bella disputándolo
en el suelo y a golpes de sonrisa. 20
Al Obispo subió la investidura
de los siglos del oro, abrió la puerta
de los jueces, mantuvo las alfombras,
hizo temblar la noche en los burdeles,
corrió con los cabellos en el viento. 25
(Yo he vivido la edad en que reinaba.
He visto consumida podredumbre,
pirámides de estiércol abrumadas
por el honor: llevados y traídos [302]
césares de la lluvia purulenta, 30
convencidos del peso que ponían
en las balanzas, rígidos
muñecos de la muerte, calcinados
por su ceniza dura y devorante.
IX
Fui más allá del oro: entré en la huelga.
Allí duraba el hilo delicado
que une a los seres, allí la cinta pura
del hombre estaba viva.
La muerte los mordía,
el oro, ácidos dientes y veneno 5
estiraba hacia ellos, pero el pueblo
puso sus pedernales en la puerta,
fue terrón solidario que dejaba
transcurrir la ternura y el combate
como dos aguas paralelas,
hilos 10
de las raíces, olas de la estirpe.
Vi la huelga en los brazos reunidos
que apartan el desvelo
y en una pausa trémula de lucha
vi por primera vez lo único vivo! 15
La unidad de las vidas de los hombres.
En la cocina de la resistencia
con sus fogones pobres, en los ojos
de las mujeres, en las manos insignes
que con torpeza se inclinaban 20
hacia el ocio de un día
como en un mar azul desconocido,
en la fraternidad del pan escaso,
en la reunión inquebrantable, en todos
los gérmenes de piedra que surgían, 25
en aquella granada valerosa
elevada en la sal del desamparo,
hallé por fin la fundación perdida,
la remota ciudad de la ternura. [303]
X
El poeta
Antes anduve por la vida, en medio
de un amor doloroso: antes retuve
una pequeña página de cuarzo
clavándome los ojos en la vida.
Compré bondad, estuve en el mercado 5
de la codicia, respiré las aguas
más sordas de la envidia, la inhumana
hostilidad de máscaras y seres.
Viví un mundo de ciénaga marina
en que la flor de pronto, la azucena 10
me devoraba en su temblor de espuma,
y donde puse el pie resbaló mi alma
hacia las dentaduras del abismo.
Así nació mi poesía, apenas
rescatada de ortigas, empuñada 15
sobre la soledad como un castigo,
o apartó en el jardín de la impudicia
su más secreta flor hasta enterrarla.
Aislado así como el agua sombría
que vive en sus profundos corredores, 20
corrí de mano en mano, al aislamiento
de cada ser, al odio cuotidiano.
Supe que así vivían, escondiendo
la mitad de los seres, como peces
del más extraño mar, y en las fangosas 25
inmensidades encontré la muerte.
La muerte abriendo puertas y caminos.
La muerte deslizándose en los muros.
XI
La muerte en el mundo
La muerte iba mandando y recogiendo
en lugares y tumbas su tributo:
el hombre con puñal o con bolsillo,
a mediodía o en la luz nocturna,
esperaba matar, iba matando, 5
iba enterrando seres y ramajes,
asesinando y devorando muertos.
Preparaba sus redes, estrujaba,
desangraba, salía en las mañanas
oliendo sangre de la cacería, 10 [304]
y al volver de su triunfo estaba envuelto
por fragmentos de muerte y desamparo,
y matándose entonces enterraba
con ceremonia funeral sus pasos.
Las casas de los vivos eran muertas. 15
Escoria, techos rotos, orinales,
agusanados callejones, cuevas
acumuladas con el llanto humano.
-Así debes vivir -dijo el decreto.
-Púdrete en tu substancia -dijo el Jefe. 20
-Eres inmundo -razonó la Iglesia.
-Acuéstate en el lodo -te dijeron.
Y unos cuantos armaron la ceniza
para que gobernara y decidiera,
mientras la flor del hombre se golpeaba 25
contra los muros que le construyeron.
El Cementerio tuvo pompa y piedra.
Silencio para todos y estatura
de vegetales altos y afilados.
Al fin estás aquí, por fin nos dejas 30
un hueco en medio de la selva amarga,
por fin te quedas tieso entre paredes
que no traspasarás. Y cada día
las flores como un río de perfume
se juntaron al río de los muertos. 35
Las flores que la vida no tocaba
cayeron sobre el hueco que dejaste.
XII
El hombre
Aquí encontré el amor. Nació en la arena,
creció sin voz, tocó los pedernales
de la dureza, y resistió a la muerte.
Aquí el hombre era vida que juntaba
la intacta luz, el mar sobreviviente, 5
y atacaba y cantaba y combatía
con la misma unidad de los metales.
Aquí los cementerios eran tierra
apenas levantada, cruces rotas,
sobre cuyas maderas derretidas 10
se adelantaban los vientos arenosos. [305]
XIII
La huelga
Extraña era la fábrica inactiva.
Un silencio en la planta, una distancia
entre máquina y hombre, como un hilo
cortado entre planetas, un vacío
de las manos del hombre que consumen 5
el tiempo construyendo, y las desnudas
estancias sin trabajo y sin sonido.
Cuando el hombre dejó las madrigueras
de la turbina, cuando desprendió
los brazos de la hoguera y decayeron 10
las entrañas del horno, cuando sacó los ojos
de la rueda y la luz vertiginosa
se detuvo en su círculo invisible,
de todos los poderes poderosos,
de los círculos puros de potencia, 15
de la energía sobrecogedora,
quedó un montón de inútiles aceros
y en las salas sin hombre, el aire viudo,
el solitario aroma del aceite.
Nada existía sin aquel fragmento 20
golpeado, sin Ramírez,
sin el hombre de ropa desgarrada.
Allí estaba la piel de los motores,
acumulada en muerto poderío,
como negros cetáceos en el fondo 25
pestilente de un mar sin oleaje,
o montañas hundidas de repente
bajo la soledad de los planetas.
XIV
El pueblo
Paseaba el pueblo sus banderas rojas
y entre ellos en la piedra que tocaron
estuve, en la jornada fragorosa
y en las altas canciones de la lucha.
Vi cómo paso a paso conquistaban. 5
Sólo su resistencia era camino,
y aislados eran como trozos rotos
de una estrella, sin bocas y sin brillo.
Juntos en la unidad hecha en silencio,
eran el fuego, el canto indestructible, 10
el lento paso del hombre en la tierra [306]
hecho profundidades y batallas.
Eran la dignidad que combatía
lo que fue pisoteado, y despertaba
como un sistema, el orden de las vidas 15
que tocaban la puerta y se sentaban
en la sala central con sus banderas.
XV
La letra
Así fue. Y así será. En las sierras
calcáreas, y a la orilla
del humo, en los talleres,
hay un mensaje escrito en las paredes
y el pueblo, sólo el pueblo, puede verlo. 5
Sus letras transparentes se formaron
con sudor y silencio. Están escritas.
Las amasaste, pueblo, en tu camino
y están sobre la noche como el fuego
abrasador y oculto de la aurora. 10
Entra, pueblo, en las márgenes del día.
Anda como un ejército, reunido,
y golpea la tierra con tus pasos
y con la misma identidad sonora.
Sea uniforme tu camino como 15
es uniforme el sudor en la batalla,
uniforme la sangre polvorienta
del pueblo fusilado en los caminos.
Sobre esta claridad irá naciendo
la granja, la ciudad, la minería, 20
y sobre esta unidad como la tierra
firme y germinadora se ha dispuesto
la creadora permanencia, el germen
de la nueva ciudad para las vidas.
Luz de los gremios maltratados, patria 25
amasada por manos metalúrgicas,
orden salido de los pescadores
como un ramo del mar, muros armados
por la albañilería desbordante,
escuelas cereales, armaduras 30
de fábricas amadas por el hombre.
Paz desterrada que regresas, pan
compartido, aurora, sortilegio
del amor terrenal, edificado
sobre los cuatro vientos del planeta. 35 [307]
- XIII -
Los ríos del canto [309]
Carta a Miguel Otero Silva. En Caracas (1948)
Un amigo me trajo tu carta escrita
con palabras invisibles, sobre su traje, en sus ojos.
Qué alegre eres. Miguel, qué alegres somos!
Ya no queda en un mundo de úlceras estucadas
sino nosotros, indefinidamente alegres. 5
Veo pasar al cuervo y no me puede hacer daño.
Tú observas al escorpión y limpias tu guitarra.
Vivimos entre las fieras, cantando, y cuando tocamos
un hombre, la materia de alguien en quien creíamos,
y éste se desmorona como un pastel podrido, 10
tú en tu venezolano patrimonio recoges
lo que puede salvarse, mientras que yo defiendo
la brasa de la vida.
Qué alegría, Miguel!
Tú me preguntarás dónde estoy? Te contaré
-dando sólo detalles útiles al Gobierno- 15
que en esta costa llena de piedras salvajes
se unen el mar y el campo, olas y pinos,
águilas y petreles, espumas y praderas.
Has visto desde muy cerca y todo el día
cómo vuelan los pájaros del mar? Parece 20
que llevaran las cartas del mundo a sus destinos.
Pasan los alcatraces como barcos del viento,
otras aves que vuelan como flechas y traen
los mensajes de reyes difuntos, de los príncipes
enterrados con hilos de turquesa en las costas andinas 25
y las gaviotas hechas de blancura redonda,
que olvidan continuamente sus mensajes.
Qué azul es la vida, Miguel, cuando hemos puesto en ella
amor y lucha, palabras que son el pan y el vino,
palabras que ellos no pueden deshonrar todavía, 30
porque nosotros salimos a la calle con escopeta y cantos.
[310]
Están perdidos con nosotros, Miguel.
Qué pueden hacer sino matarnos y aun así
les resulta un mal negocio, sólo pueden
tratar de alquilar un piso frente a nosotros y seguirnos 35
para aprender a reír y a llorar como nosotros.
Cuando yo escribía versos de amor, que me brotaban
por todas partes, y me moría de tristeza,
errante, abandonado, royendo el alfabeto,
me decían: «Qué grande eres, oh Teócrito!» 40
Yo no soy Teócrito: tomé a la vida,
me puse frente a ella, la besé hasta vencerla,
y luego me fui por los callejones de las minas
a ver cómo vivían oros hombres.
Y cuando salí con las manos teñidas de basura y dolores, 45
las levanté mostrándolas en las cuerdas de oro,
y dije: «Yo no comparto el crimen.»
Tosieron, se disgustaron mucho, me quitaron el saludo,
me dejaron de llamar Teócrito, y terminaron
por insultarme y mandar toda la policía a encarcelarme, 50
porque no seguía preocupado exclusivamente de asuntos
metafísicos.
Pero yo había conquistado la alegría.
Desde entonces me levanté leyendo las cartas
que traen las aves del mar desde tan lejos,
cartas que vienen mojadas, mensajes que poco a poco 55
voy traduciendo con lentitud y seguridad: soy meticuloso
como un ingeniero en este extraño oficio.
Y salgo de repente a la ventana. Es un cuadrado
de transparencia, es pura la distancia
de hierbas y peñascos, y así voy trabajando 60
entre las cosas que amo: olas, piedras, avispas,
con una embriagadora felicidad marina.
Pero a nadie le gusta que estemos alegres, a ti te asignaron
un papel bonachón: «Pero no exagere, no se preocupe»,
y a mí me quisieron clavar en un insectario, entre las
lágrimas,
65
para que éstas me ahogaran y ellos pudieran decir sus
discursos en mi tumba.
Yo recuerdo un día en la pampa arenosa
del salitre, había quinientos hombres [311]
en huelga. Era la tarde abrasadora
de Tarapacá. Y cuando los rostros habían recogido 70
toda la arena y el desangrado sol seco del desierto,
yo vi llegar a mi corazón, como una copa que odio,
la vieja melancolía. Aquella hora de crisis,
en la desolación de los salares, en ese minuto débil de
la lucha, en que podríamos haber sido vencidos, 75
una niña pequeñita y pálida venida de las minas
dijo con una voz valiente en que se juntaban el cristal y el
acero
un poema tuyo, un viejo poema tuyo, que rueda entre los
ojos arrugados
de todos los obreros y labradores de mi patria, de América.
Y aquel trozo de canto tuyo refulgió de repente 80
en mi boca como una flor purpúrea
y bajó hacia mi sangre, llenándola de nuevo
con una alegría desbordante nacida de tu canto.
Y yo pensé no sólo en ti, sino en tu Venezuela amarga.
Hace años, vi un estudiante que tenía en los tobillos 85
la señal de las cadenas que un general le había impuesto,
y me contó cómo los encadenados trabajaban en los
caminos
y los calabozos donde la gente se perdía. Porque así ha sido
nuestra América:
una llanura con ríos devorantes y constelaciones
de mariposas (en algunos sitios, las esmeraldas son espesas
como manzanas),
90
pero siempre a lo largo de la noche y de los ríos
hay tobillos que sangran, antes cerca del petróleo,
hoy cerca del nitrato, en Pisagua, donde un déspota sucio
ha enterrado la flor de mi patria para que muera, y él pueda
comerciar con los huesos.
Por eso cantas, por eso, para que América deshonrada y
herida
95
haga temblar sus mariposas y recoja sus esmeraldas
sin la espantosa sangre del castigo, coagulada
en las manos de los verdugos y de los mercaderes.
Yo comprendí qué alegre estarías, cerca del Orinoco,
cantando,
seguramente, o bien comprando vino para tu casa, 100
ocupando tu puesto en la lucha y en la alegría,
ancho de hombros, como son los poetas de este tiempo,
-con trajes claros y zapatos de camino-.
Desde entonces, he ido pensando que alguna vez te
escribiría, [312]
y cuando el amigo llegó, todo lleno de historias tuyas 105
que se te desprendían de todo el traje
y que bajo los castaños de mi casa se derramaron,
me dijo: «Ahora», y tampoco comencé a escribirte.
Pero hoy ha sido demasiado: pasó por mi ventana
no sólo un ave del mar, sino millares, 110
y recogí las cartas que nadie lee y que ellas llevan
por las orillas del mundo, hasta perderlas.
Y entonces, en cada una leía palabras tuyas
y eran como las que yo escribo y sueño y canto,
y entonces decidí enviarte esta carta, que termino aquí 115
para mirar por la ventana el mundo que nos pertenece.
II
A Rafael Alberti (Puerto de Santa María, España)
Rafael, antes de llegar a España me salió al camino
tu poesía, rosa literal, racimo biselado,
y ella hasta ahora ha sido no para mí un recuerdo
sino luz olorosa, emanación de un mundo.
A tu tierra reseca por la crueldad trajiste 5
el rocío que el tiempo había olvidado,
y España despertó contigo en la cintura,
otra vez coronada de aljófar matutino.
Recordarás lo que yo traía: sueños despedazados
por implacables ácidos, permanencias. 10
en aguas desterradas, en silencios
de donde las raíces amargas emergían
como palos quemados en el bosque.
Cómo puedo olvidar, Rafael, aquel tiempo?
A tu país llegué como quien cae 15
a una luna de piedra, hallando en todas partes
águilas del erial, secas espinas,
pero tu voz allí, marinero, esperaba
para darme la bienvenida y la fragancia
del alhelí, la miel de los frutos marinos. 20
Y tu poesía estaba en la mesa, desnuda.
Los pinares del Sur, las razas de la uva [313]
dieron a tu diamante cortado sus resinas,
y al tocar tan hermosa claridad, mucha sombra
de la que traje al mundo, se deshizo. 25
Arquitectura hecha en la luz, como los pétalos,
a través de tus versos de embriagador aroma,
yo vi el agua de antaño, la nieve hereditaria,
y a ti más que a ninguno debo España.
Con tus dedos toqué panal y páramo, 30
conocí las orillas gastadas por el pueblo
como por un océano, y las gradas
en que la poesía fue estrellando
toda su vestidura de zafiros.
Tú sabes que no enseña sino el hermano. Y en esa 35
hora no sólo aquello me enseñaste,
no sólo la apagada pompa de nuestra estirpe,
sino la rectitud de tu destino,
y cuando una vez más llegó la sangre a España
defendí el patrimonio del pueblo que era mío. 40
Ya sabes tú, ya sabe todo el mundo estas cosas.
Yo quiero solamente estar contigo,
y hoy que te falta la mitad de la vida,
tu tierra, a la que tienes más derecho que un árbol,
hoy que de las desdichas de la patria no sólo 45
el luto del que amamos, sino tu ausencia cubren
la herencia del olivo que devoran los lobos,
te quiero dar, ay!, si pudiera, hermano grande,
la estrellada alegría que tú me diste entonces.
Entre nosotros dos la poesía 50
se toca como piel celeste,
y contigo me gusta recoger un racimo,
este pámpano, aquella raíz de las tinieblas.
La envidia que abre puertas en los seres
no pudo abrir tu puerta ni la mía. Es hermoso 55
como cuando la cólera del viento
desencadena su vestido afuera
y están el pan, el vino y el fuego con nosotros,
dejar que aúlle el vendedor de furia,
dejar que silbe el que pasó entre tus pies, 60
y levantar la copa llena de ámbar
con todo el rito de la transparencia. [314]
Alguien quiere olvidar que tú eres el primero?
Déjalo que navegue y encontrará tu rostro.
Alguien quiere enterrarnos precipitadamente? 65
Está bien, pero tiene la obligación del vuelo.
Vendrán, pero quién puede sacudir la cosecha
que con la mano del otoño fue elevada
hasta teñir el mundo con el temblor del vino?
Dame esa copa, hermano, y escucha: estoy rodeado 70
de mi América húmeda y torrencial, a veces
pierdo el silencio, pierdo la corola nocturna,
y me rodea el odio, tal vez nada, el vacío
de un vacío, el crepúsculo
de un perro, de una rana, 75
y entonces siento que tanta tierra mía nos separe,
y quiero irme a tu casa en que, yo sé, me esperas,
sólo para ser buenos como sólo nosotros
podemos serlo. No debemos nada.
Y a ti sí que te deben, y es una patria: espera. 80
Volverás, volveremos. Quiero contigo un día
en tus riberas ir embriagados de oro
hacia tus puertos, puertos del Sur que entonces no alcancé.
Me mostrarás el mar donde sardinas
y aceitunas disputan las arenas, 85
y aquellos campos con los toros de ojos verdes
que Villalón (amigo que tampoco
me vino a ver, porque estaba enterrado)
tenía, y los toneles del jerez, catedrales
en cuyos corazones gongorinos 90
arde el topacio con pálido fuego.
Iremos, Rafael, adonde yace
aquel que con sus manos y las tuyas
la cintura de España sostenía.
El muerto que no pudo morir, aquel a quien tú guardas, 95
porque sólo tu existencia lo defiende.
Allí está Federico, pero hay muchos que, hundidos,
enterrados,
entre las cordilleras españolas, caídos [315]
injustamente, derramados,
perdido cereal en las montañas, 100
son nuestros, y nosotros estamos en su arcilla.
Tú vives porque siempre fuiste un dios milagroso.
A nadie más que a ti te buscaron, querían
devorarte los lobos, romper tu poderío.
Cada uno quería ser gusano en tu muerte. 105
Pues bien, se equivocaron. Es tal vez la estructura
de tu canción, intacta transparencia,
armada decisión de tu dulzura,
dureza, fortaleza delicada,
la que salvó tu amor para la tierra. 110
Yo iré contigo para probar el agua
del Genil, del dominio que me diste,
a mirar en la plata que navega
las efigies dormidas que fundaron
las sílabas azules de tu canto. 115
Entraremos también en las herrerías: ahora
el metal de los pueblos allí espera
nacer en los cuchillos: pasaremos cantando
junto a las redes rojas que mueve el firmamento.
Cuchillos, redes, cantos borrarán los dolores. 120
Tu pueblo llevará con las manos quemadas
por la pólvora, como laurel de las praderas
lo que tu amor fue desgranando en la desdicha.
Sí, de nuestros destierros nace la flor, la forma
de la patria que el pueblo reconquista con truenos, 125
y no es un día solo el que elabora
la miel perdida, la verdad del sueño,
sino cada raíz que se hace canto
hasta poblar el mundo con sus hojas.
Tú estás allí, no hay nada que no mueva 130
la luna diamantina que dejaste:
la soledad, el viento en los rincones,
todo toca tu puro territorio,
y los últimos muertos, los que caen
en la prisión, leones fusilados, 135
y los de las guerrillas, capitanes
del corazón, están humedeciendo
tu propia investidura cristalina,
tu propio corazón con sus raíces. [316]
Ha pasado el tiempo desde aquellos días en que
compartimos
140
dolores que dejaron una herida radiante,
el caballo de la guerra que con sus herraduras
atropelló la aldea destrozando los vidrios.
Todo aquello nació bajo la pólvora,
todo aquello te aguarda para elevar la espiga, 145
y en ese nacimiento te envolverán de nuevo
el humo y la ternura de aquellos duros días.
Ancha es la piel de España y en ella tu acicate
vive como una espada de ilustre empuñadura,
y no hay olvido, no hay invierno que te borre, 150
hermano fulgurante, de los labios del pueblo.
Así te hablo, olvidando tal vez una palabra,
contestando al fin cartas que no recuerdas
y que cuando los climas del Este me cubrieron
como aroma escarlata, llegaron 155
hasta mi soledad.
Que tu frente dorada
encuentre en esta carta un día de otro tiempo,
y otro tiempo de un día que vendrá.
Me despido
hoy, 1948, dieciséis de diciembre,
en algún punto de América en que canto. 160
III
A González Carbalho (en Río de la Plata)
Cuando la noche devoró los sonidos humanos, y desplomó
su sombra línea a línea,
oímos, en el silencio acrecentado, más allá de los seres,
el rumor de río de González Carbalho,
su agua profunda y permanente, su transcurso que parece 5
inmóvil como el crecimiento del árbol o del tiempo.
Este gran poeta fluvial acompaña el silencio del mundo,
con sonora austeridad, y el que quiera en medio
de los tráfagos oírlo, que ponga (como lo hace en los
bosques o en los llanos, el explorador extraviado) su oído 10
sobre la tierra: y aún en medio de la calle, oirá subir [317]
entre los pasos del estruendo, esta poesía: las voces
profundas de la tierra y del agua.
Entonces, bajo la ciudad y su atropello, bajo las lámparas
de falda escarlata, como el trigo que nace, irrumpiendo en 15
toda latitud, este río que canta.
Sobre su cauce, asustadas aves de
crepúsculo, gargantas de arrebol que dividen el espacio,
hojas purpúreas que descienden.
Todos los hombres que se atrevan a mirar la soledad: 20
los que toquen la cuerda abandonada, todos los
inmensamente puros, y aquellos que desde la nave
escucharon
sal, soledad y noche reunirse,
oirán el coro de González Carbalho surgir alto y cristalino
desde su primavera nocturna. 25
Recordáis otro? Príncipe de Aquitania: a su torre abolida,
substituyó en la hora inicial, el rincón de las lágrimas
que el hombre milenario trasvasó copa a copa.
Y que lo sepa aquel que no miró los rostros, el vencedor
o el vencido: 30
preocupados del viento de zafiro o de la copa amarga:
más allá de la calle y la calle, más allá de una hora,
tocad esas tinieblas, y continuemos juntos.
Entonces en el mapa desordenado de las pequeñas vidas
con tinta azul: el río, el río de las aguas que cantan, 35
hecho de la esperanza, del padecer perdido,
del agua sin angustia que sube a la victoria.
Mi hermano hizo este río:
de su alto y subterráneo canto se construyeron
estos graves sonidos mojados de silencio. 40
Mi hermano es este río que rodea las cosas.
Donde estéis, en la noche, de día, de camino,
sobre los desvelados trenes de las praderas, [318]
o junto a la empapada rosa del alba fría,
o más bien 45
en medio de los trajes, tocando
el torbellino,
caed en tierra, que vuestro rostro reciba
este gran latido de agua secreta que circula.
Hermano, eres el río más largo de la tierra: 50
detrás del orbe suena tu voz grave de río,
y yo mojo las manos en tu pecho
fiel a un tesoro nunca interrumpido,
fiel a la transparencia de la lágrima augusta,
fiel a la eternidad agredida del hombre. 55
IV
A Silvestre Revueltas, de México en su muerte (oratorio menor)
Cuando un hombre como Silvestre Revueltas
vuelve definitivamente a la tierra,
hay un rumor, una ola
de voz y llanto que prepara y propaga su partida.
Las pequeñas raíces dicen a los cereales: «Murió
Silvestre»,
5
y el trigo ondula su nombre en las laderas
y luego el pan lo sabe.
Todos los árboles de América ya lo saben
y también las flores heladas de nuestra región ártica.
Las gotas de agua lo trasmiten, 10
los ríos indomables de la
Araucanía ya saben la noticia.
De ventisquero a lago, de lago a planta,
de planta a fuego, de fuego a humo:
todo lo que arde, canta, florece, baila y revive,
todo lo permanente, alto y profundo de nuestra América lo
acogen:
15
pianos y pájaros, sueños y sonidos, la red palpitante
que une en el aire todos nuestros climas,
tiembla y traslada el coro funeral.
Silvestre ha muerto, Silvestre ha entrado en su música
total,
en su silencio sonoro. 20
Hijo de la tierra, niño de la tierra, desde hoy entras en el
tiempo. [319]
Desde hoy tu nombre lleno de música volará
cuando se toque tu patria, como desde una campana;
con un sonido nunca oído, con el sonido de lo que fuiste,
hermano.
Tu corazón de catedral nos cubre en este instante, como el
firmamento
25
y tu canto grande y grandioso, tu ternura volcánica,
llena toda la altura como una estatua ardiendo.
Por qué has derramado la vida? Por qué
has vertido
en cada copa tu sangre? Por qué 30
has buscado
como un ángel ciego, golpeándose contra las puertas
oscuras?
Ah, pero de tu nombre sale música
y de tu música, como de un mercado,
salen coronas de laurel fragante 35
y manzanas de olor y simetría.
En este día solemne de despedida eres tú el despedido,
pero tú ya no oyes,
tu noble frente falta y es como si faltara
un gran árbol en medio de la casa del hombre. 40
Pero la luz que vemos es otra luz desde hoy,
la calle que doblamos es una nueva calle,
la mano que tocamos desde hoy tiene tu fuerza,
todas las cosas toman vigor en tu descanso
y tu pureza subirá desde las piedras 45
a mostrarnos la claridad de la esperanza.
Reposa, hermano, el día tuyo ha terminado,
con tu alma dulce y poderosa lo llenaste
de luz más alta que la luz del día
y de un sonido azul como la voz del cielo. 50
Tu hermano y tus amigos me han pedido
que repita tu nombre en el aire de América,
que lo conozca el toro de la pampa, y la nieve,
que lo arrebate el mar, que lo discuta el viento.
Ahora son las estrellas de América tu patria 55
y desde hoy tu casa sin puertas es la Tierra. [320]
V
A Miguel Hernández asesinado en los presidios de España
Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías,
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre los montes, y en tu máscara 5
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.
También el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza deshojada. 10
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.
Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego azul. 15
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
te escucho, sangre, música, panal agonizante.
No he visto deslumbradora raza como la tuya,
ni raíces tan duras, ni manos de soldado,
ni he visto nada vivo como tu corazón 20
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.
Joven eterno, vives, comunero de antaño,
inundado por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado y oscuro como el metal innato,
esperando el minuto que eleve tu armadura. 25
No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que te
buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva 30
los rostros enterrados.
Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán un día.
[321]
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos 35
de perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana, el espacio que cubres 40
con tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame darles yo el desdeñoso olvido
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.
Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
de la crueldad, Mao Tse-tung dirige 45
tu poesía despedazada en el combate
hacia nuestra victoria.
Y Praga rumorosa
construyendo la dulce colmena que cantaste,
Hungría verde limpia sus graneros
y baila junto al río que despertó del sueño. 50
Y de Varsovia sube la sirena desnuda
que edifica mostrando su cristalina espada.
Y más allá la tierra se agiganta,
la tierra,
que visitó tu canto, y el acero
que defendió tu patria están seguros, 55
acrecentados sobre la firmeza
de Stalin y sus hijos.
Ya se acerca
la luz a tu morada.
Miguel de España, estrella
de tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío,
no te olvido, hijo mío!
Pero aprendí la vida 60
con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
y encontré en mí no el llanto
sino las armas
inexorables!
Espéralas! Espérame! [323]
- XIII -
Coral del año nuevo para la patria en tinieblas [325]
Saludo (1949)
Feliz año, chilenos, para la patria en tinieblas
feliz año para todos, para cada uno menos uno,
somos tan pocos, feliz año, compatriotas, hermanos,
hombres, mujeres, niños, hoy a Chile, a vosotros
vuela mi voz, golpea como un pájaro ciego 5
tu ventana, y te llama desde lejos.
Patria, el verano cubre tu cuerpo dulce y duro.
Las aristas de donde se ha marchado la nieve
galopando al océano con labios turbulentos,
se ven azules y altas como carbón del cielo. 10
Tal vez hoy, a esta hora, llevas la verde túnica
que adoro, bosques, aguas, y en la cintura el trigo.
Y junto al mar, amada, patria marina, mueves
tu universo irisado de arenas y de ostras.
Tal vez, tal vez... Quién soy para tocar de lejos 15
tu nave, tu perfume? Soy parte tuya: círculo
secreto de madera sorprendido en tus árboles,
crecimiento callado como tu suave azufre,
estentórea ceniza de tu alma subterránea.
Cuando salí de ti perseguido, erizado 20
de barbas y pobreza, sin ropa, sin papel
para escribir las letras que son mi vida, sin
nada más que un pequeño saco, traje dos libros
y una sección de espino recién cortada al árbol.
(Los libros: una geografía 25
y el Libro de las Aves de Chile.)
Todas las noches leo tu descripción, tus ríos:
ellos guían mi sueño, mi exilio, mi frontera. [326]
Toco tus trenes, paso la mano a tus cabellos,
me detengo a pensar en la ferruginosa 30
piel de tu geografía, bajo los ojos
a la lunaria esfera de arrugas y de cráteres,
y hacia el Sur mientras duermo va mi silencio envuelto
en tus finales truenos de sal desmoronada.
Cuando despierto (es otro el aire, la luz, otra 35
la calle, el campo, las estrellas) toco
la rodaja de espino tuyo que me acompaña,
cortada en Melipilla de un árbol que me dieron.
Y miro en la coraza del espino tu nombre,
áspero Chile, patria, corazón de corteza, 40
veo en su forma dura como la tierra, el rostro
de los que amo y me dieron sus manos como espinos,
los hombres del desierto, del nitrato y el cobre.
El corazón del árbol espinoso
es un círculo liso como un metal bruñido, 45
ocre como una mancha de dura sangre seca,
rodeada por un iris azufrado de leña,
y tocando este puro prodigio de la selva,
recuerdo sus hostiles y ensortijadas flores
cuando por las guirnaldas espinudas y espesas 50
el perfume violento de su fuerza te arroja.
Y así vidas y olores de mi país me siguen,
viven conmigo, encienden su terca llamarada
dentro de mí, gastándome y naciendo.
En otras tierras miran a través de mi ropa, 55
me ven como una lámpara que pasa por las calles,
dando una luz marina que traspasa las puertas:
es la espada encendida que me diste y que guardo,
como el espino, pura, poderosa, indomable.
II
Los hombres de Pisagua
Pero la mano que te acaricia se detiene
junto al desierto, al borde de la costa marítima,
en un mundo azotado por la muerte.
Eres tú, Patria, eres ésta, éste es tu rostro?
Este martirio, esta corona roja 5
de alambres oxidados por el agua salobre?
Es Pisagua también tu rostro ahora? [327]
Quién te hizo daño, cómo atravesaron
con un cuchillo tu desnuda miel?
Antes que a nadie, a ellos mi saludo, 10
a los hombres, al plinto de dolores,
a las mujeres, ramas de mañío,
a los niños, escuelas transparentes,
que sobre las arenas de Pisagua
fueron la patria perseguida, fueron 15
todo el honor de la tierra que amo.
Será el honor sagrado de mañana
haber sido arrojado a tus arenas,
Pisagua: haber sido de pronto
recogido a la noche del terror 20
por orden de un felón envilecido
y haber llegado a tu calcáreo infierno
por defender la dignidad del hombre.
No olvidaré tu costa muerta donde
del mar hostil la sucia dentellada 25
ataca las paredes del tormento
y a pique se levantan los baluartes
de los pelados cerros infernales:
no olvidaré cómo miráis las aguas
hacia el mundo que olvida vuestros rostros, 30
no olvidaré cuando con ojos llenos
de interrogante luz, volvéis la cara
hacia las tierras pálidas de Chile
dominada por lobos y ladrones.
Sé cómo os han tirado la comida, 35
como a perros sarnosos, en el suelo,
hasta que hicisteis de pequeñas latas
vacías vuestros platos:
sé cómo os arrojaron a dormir
y cómo en fila recibisteis, 40
ceñudos y valientes,
los inmundos frijoles
que tantas veces a la arena echasteis.
Sé cómo, cuando recibíais
ropa, alimentos que de toda 45
la extensión de la patria se juntaron,
sentisteis con orgullo
que tal vez, que tal vez no estabais solos.
Valientes, acerados compatriotas
que dais un nuevo sentido a la tierra: 50 [328]
os escogieron en la cacería,
para que por vosotros todo el pueblo
sufriera en desterrados arenales.
Y escogieron infierno examinando
el mapa, hasta que hallaron 55
esta salobre cárcel, estos muros
de soledad, de sobrecogedora
angustia, para que machacarais la cabeza
bajo los pies del ínfimo tirano.
Pero no hallaron su propia materia: 60
no estáis hechos de estiércol como el pútrido,
agusanado traidor: mintieron
sus informes, hallaron
la firmeza metálica del pueblo,
el corazón del cobre y su silencio. 65
Es el metal que fundará la patria
cuando el viento del pueblo enarenado
expulse al capitán de la basura.
Firmes, firmes hermanos,
firmes cuando en camiones, agredidos 70
de noche en las cabañas, empujados,
amarrados los brazos con alambre,
sin despertar, apenas sorprendidos
y atropellados, fuisteis a Pisagua,
llevados por armados carceleros. 75
Después volvieron ellos
y llenaron camiones con familias
desamparadas, golpeando a los niños.
Y un llanto de hijos dulces aparece
aún en la noche del desierto, un llanto 80
de millares de bocas infantiles,
como un coro que busca el duro viento
para que oigamos, para que no olvidemos.
III
Los héroes
Félix Morales, Ángel Veas,
asesinados en Pisagua,
feliz año nuevo, hermanos, [329]
bajo la dura tierra que amasteis,
que defendisteis. Hoy estáis 5
bajo los salares que crujen
diciendo vuestros nombres puros,
bajo las rosas extendidas
del salitre, bajo la arena
cruel del desierto ilimitado. 10
Feliz año nuevo, hermanos
míos, cuánto amor
me habéis enseñado, cuánta
extensión sobre la ternura
habéis abarcado en la muerte! 15
Sois como las islas que nacen
de pronto en medio del océano,
sustentadas por el espacio
y la firmeza submarina.
Yo aprendí el mundo de vosotros: 20
la pureza, el pan infinito.
Me mostrasteis la vida, el área
de la sal, la cruz de los pobres.
Crucé las vidas del desierto
como un barco en un mar oscuro 25
y me mostrabais a mi lado
los trabajos del hombre, el suelo,
la casa andrajosa, el silbido
de la miseria en las llanuras.
Félix Morales, te recuerdo 30
pintando un retrato alto, fino,
esbelto y joven como un nuevo
tamarugo, en las extensiones
sedientas de la pampa.
Tu melena bravía golpeaba 35
tu frente pálida, pintabas
el retrato de un demagogo
para las próximas elecciones.
Te recuerdo dando la vida
en tu pintura, encaramado 40
en la escalera, resumiendo
toda su dulce juventud. [330]
Ibas haciendo la sonrisa
de tu verdugo en la tela,
agregando blanco, midiendo, 45
añadiendo luz a la boca
que ordenó después tu agonía.
Ángel, Ángel, Ángel Veas,
obrero de la pampa, puro
como el metal desenterrado, 50
ya te asesinaron, ya estás
donde quisieron que estuvieras
los amos del suelo de Chile:
bajo las piedras devoradoras
que con tus manos tantas veces 55
levantaste hacia la grandeza.
Nada más puro que tu vida.
Sólo los párpados del aire.
Sólo las madres del agua.
Sólo el metal inaccesible. 60
Llevaré por la vida entera
el honor de haber estrechado
tu noble mano combatiente.
Eras tranquilo, eras madera
educada en el sufrimiento 65
hasta ser herramienta pura.
Te recuerdo cuando se honraba
la Intendencia de Iquique contigo,
trabajador, asceta, hermano.
Faltaba pan, harina. Entonces 70
te levantabas antes del alba
y con tus manos repartías
el pan para todos. Nunca
te vi más grande, eras el pan,
eras el pan del pueblo, abierto 75
con tu corazón en la tierra.
Y cuando tarde en la jornada [331]
volvías cargando el volumen
del día de lucha terrible,
sonreías como la harina, 80
entrabas a tu paz de pan,
y te repartías de nuevo,
hasta que el sueño reunía
tu desgranado corazón.
IV
González Videla
Quién fue? Quién es? dónde estoy, me preguntan
en otras tierras en donde voy errante.
En Chile no preguntan, los puños hacia el viento,
los ojos en las minas se dirigen a un punto,
a un vicioso traidor que con ellos lloraba 5
cuando pidió sus votos para trepar al trono.
Lo vieron estos hombres de Pisagua, los bravos
titanes del carbón: derramaba las lágrimas,
se sacaba los dientes prometiendo,
abrazaba y besaba a los niños que ahora, 10
se limpian con arena la huella de su pústula.
En mi pueblo, en mi tierra lo conocemos. Duerme
el labrador pensando cuándo sus duras manos
podrán rodear su cuello de perro mentiroso,
y el minero en la sombra de su cueva intranquila 15
estira el pie soñando que aplastó con la planta
a este piojo maligno, degradado insaciable.
Sabe quién es el que había detrás de una cortina
de bayonetas, o detrás de animales de feria,
o detrás de los nuevos mercaderes, 20
pero nunca detrás del pueblo que lo busca
para hablar una hora con él, su última hora.
A mi pueblo arrancó su esperanza, sonriendo,
la vendió en las tinieblas a su mejor postor,
y en vez de casas frescas y libertad, lo hirieron, 25
la apalearon en la garganta de la mina,
le dictaron salario detrás de una cureña,
mientras una tertulia gobernaba bailando
con dientes afilados de caimanes nocturnos. [332]
V
Yo no sufrí
Pero tú no sufriste? Yo no sufrí. Yo sufro
sólo los sufrimientos de mi pueblo. Yo vivo
adentro, adentro de mi patria, célula
de su infinita y abrasada sangre.
No tengo tiempo para mis dolores. 5
Nada me hace sufrir sino estas vidas
que a mí me dieron su confianza pura,
y que un traidor hizo rodar al fondo
del agujero muerto, desde donde
hay que volver a levantar la rosa. 10
Cuando el verdugo presionó a los jueces
para que condenaran
mi corazón, mi enjambre decidido,
el pueblo abrió su laberinto inmenso,
el sótano en que duermen sus amores, 15
y allí me sostuvieron, vigilando
hasta la entrada de la luz y el aire.
Me dijeron: «Te debes a nosotros,
eres el que pondrá la marca fría
sobre los sucios nombres del malvado.» 20
Y no sufrí sino no haber sufrido.
Sino no haber recorrido las oscuras
cárceles de mi hermano y de mi hermano,
con toda mi pasión como una herida,
y cada paso roto a mí rodaba, 25
cada golpe en tu espalda me golpeaba,
cada gota de sangre del martirio
resbaló hacia mi canto que sangraba.
VI
En este tiempo
Feliz año... Hoy tú que tienes
mi tierra a tus dos lados, feliz eres, hermano.
Yo soy errante hijo de lo que amo.
Respóndeme, piensa que estoy contigo
preguntándote, piensa que soy el viento de enero, 5
viento Puelche, viento viejo de las montañas
que cuando abres la puerta te visita
sin entrar, aventando sus rápidas preguntas. [333]
Dime, has entrado a un campo de trigo o de cebada,
están dorados? Háblame de un día de ciruelas. 10
Lejos de Chile pienso en un día redondo,
morado, transparente, de azúcar en racimos,
y de granos espesos y azules que gotean
en mi boca sus copas cargadas con delicia.
Dime, mordiste hoy la grupa pura 15
de un durazno, llenándote de inmortal ambrosía,
hasta que fuiste fuente tú también de la tierra,
fruto y fruto entregados al esplendor del mundo?
VII
Antes me hablaron
Por estas mismas tierras forasteras anduve
en otro tiempo: el nombre de mi patria brillaba
como los constelados secretos de su cielo.
El perseguido en todas las latitudes, ciego,
abrumado por la amenaza y la ignominia, 5
me tocaba las manos, me decía «chileno»
con una voz teñida por la esperanza. Entonces
tu voz tenía el eco de un himno, eran pequeñas
tus manos arenosas, patria, pero cubrieron
más de una herida, rescataron 10
más de una primavera desolada.
Llevas guardada toda esa esperanza,
reprimida en tu paz, bajo la tierra,
ancha semilla para todo el hombre,
resurrección segura de la estrella. 15
VIII
Las voces de Chile
Antes la voz de Chile fue metálica
voz de la libertad, de viento y plata,
antes sonó en la altura
del planeta recién cicatrizado,
de nuestra América agredida 5
por matorrales y centauros.
Hasta la nieve intacta, en el desvelo,
subió tu coro de hojas honorables,
el canto de aguas libres de tus ríos,
la majestad azul de tu decoro. 10 [334]
Era Isidoro Errázuriz vertiendo
su combatiente estrella cristalina,
sobre pueblos oscuros y amarrados,
era Bilbao con su frente
de pequeño planeta tumultuoso, 15
fue Vicuña Mackenna transportando
su innumerable y germinal follaje
preñado de señales y semillas
por otros pueblos en que la ventana
fue cerrada a la luz. Ellos entraron 20
y encendieron la lámpara en la noche,
y en el amargo día de otros pueblos
fueron la luz más alta de la nieve.
IX
Los mentirosos
Hoy se llaman Gajardo, Manuel Trucco
Hernán Santa Cruz, Enrique Berstein,
Germán Vergara, los que -previo pagodicen
hablar, oh Patria, en tu sagrado
nombre y pretenden defenderte hundiendo 5
tu herencia de león en la basura.
Enanos amasados como píldoras
en la botica del traidor, ratones
del presupuesto, mínimos
mentirosos, cicateros 10
de nuestra fuerza, pobres
mercenarios de manos extendidas
y lenguas de conejos calumniosos.
No son mi patria, lo declaro
a quien me quiera oír en estas tierras, 15
no son el hombre grande del salitre,
no son la sal del pueblo transparente,
no son las lentas manos que construyen
el monumento de la agricultura,
no son, no existen, mienten y razonan 20
para seguir, sin existir, cobrando.
X
Serán nombrados
Mientras escribo mi mano izquierda me reprocha.
Me dice: por qué los nombras, qué son, qué significan.
Por qué no los dejaste en su anónimo lodo
de invierno, en ese lodo que orinan los caballos? [335]
Y mi mano derecha le responde: «Nací 5
para golpear las puertas, para empuñar los golpes,
para encender las últimas y arrinconadas sombras
en donde se alimenta la araña venenosa.»
Serán nombrados. No me entregaste, patria,
el dulce privilegio de nombrarte 10
sólo en tus alhelíes y tu espuma,
no me diste palabras, patria, para llamarte
sólo con nombres de oro, de polen, de fragancia,
para esparcir sembrando las gotas de rocío
que caen de tu negra cabellera imperiosa: 15
me diste con la leche y la carne las sílabas
que nombrarán también los pálidos gusanos
que viajan en tu vientre,
los que acosan tu sangre saqueándote la vida.
XI
Los gusanos del bosque
Algo del bosque antiguo cayó, fue la tormenta
tal vez, purificando crecimientos y capas,
y en los troncos caídos fermentaron los hongos,
las babosas cruzaron sus hilos nauseabundos,
y la madera muerta que cayó de la altura 5
se llenó de agujeros y larvas espantosas.
Así está tu costado, patria, la desdichada
gobernación de insectos que pueblan tus heridas,
los gruesos traficantes que mastican alambre,
los que desde Palacio negocian con el oro, 10
los gusanos que juntan micros y pesquerías,
los que roen algo cubiertos por el manto
del traidor que baila su zamba enardecida,
el periodista que encarcela a sus camaradas,
el sucio delator que hace gobierno, 15
el cursi que se adueña de una revista cursi
con el oro robado a los yaganes,
el almirante tonto como un tomate, el griego
que escupe a sus vasallos una balsa con dólares.
XII
Patria te quieren repartir
«Lo llamaban chileno», dicen de mí estas larvas.
Quieren quitarme patria bajo los pies, desean
cortarte para ellos como baraja sucia
y repartirte entre ellos como carne grasienta. [336]
No los amo. Ellos creen que ya te tienen muerta, 5
cuarteada, y en la orgía de sus designios sucios
te gastan como dueños. No los amo. A mí déjame
amarte en tierra y pueblo, déjame perseguir
mi sueño en tus fronteras marinas y nevadas,
déjame recoger todo el perfume amargo 10
tuyo que en una copa llevo por los caminos,
pero no puedo estar con ellos, no me pidas
cuando muevas los hombros y caigan en el suelo
con sus germinaciones de animales podridos,
no me pidas que crea que son tus hijos. Es otra 15
la madera sagrada de mi pueblo.
Mañana
serás en tu angostura de embarcación ceñida,
entre tus dos mareas de océano y de nieve,
la más amada, el pan, la tierra, el hijo.
De día el noble rito del tiempo libertado, 20
de noche la entidad estrellada del cielo.
XIII
Reciben órdenes contra Chile
Pero detrás de todos ellos hay que buscar, hay algo
detrás de los traidores y las ratas que roen,
hay un imperio que pone la mesa,
que sirve las comidas y las balas.
Quieren hacer de ti lo que logran en Grecia. 5
Los señoritos griegos en el banquete, y balas
al pueblo en las montañas: hay que extirpar el vuelo
de la nueva Victoria de Samotracia, hay que ahorcar,
matar, perder, hundir el cuchillo asesino
empuñado en New York, hay que romper con fuego 10
el orgullo del hombre que asomaba
por todas partes como si naciera
de la tierra regada por la sangre.
Hay que armar a Chiang y al ínfimo Videla,
hay que darles dinero para cárceles, alas 15
para que bombardeen compatriotas, hay que darles
un mendrugo, unos dólares, ellos hacen el resto,
ellos mienten, corrompen, bailan sobre los muertos
y sus esposas lucen los «visones» más caros.
No importa la agonía del pueblo, este martirio 20
necesitan los amos dueños del cobre: hay hechos:
los generales dejan el ejército y sirven
de asistentes al Staff en Chuquicamata, [337]
en el salitre el general «chileno»
manda con su charrasca cuánto deben pedir 25
como alza de salario los hijos de la pampa.
Así mandan de arriba, de la bolsa con dólares,
así recibe la orden el enano traidor,
así los generales hacen de policías,
así se pudre el tronco del árbol de la patria. 30
XIV
Recuerdo el mar
Chileno, has ido al mar en este tiempo?
Anda en mi nombre, moja tus manos y levántalas
y yo desde otras tierras adoraré esas gotas
que caen desde el agua infinita en tu rostro.
Yo conozco, he vivido toda la costa mía, 5
el grueso mar del Norte, de los páramos, hasta
el peso tempestuoso de la espuma en las islas.
Recuerdo el mar, las costas agrietadas y férreas
de Coquimbo, las aguas altaneras de Tralca,
las solitarias olas del Sur, que me crearon. 10
Recuerdo en Puerto Montt o en las islas, de noche,
al volver por la playa, la embarcación que espera,
y nuestros pies dejaban en sus huellas el fuego,
las llamas misteriosas de un dios fosforescente.
Cada pisada era un reguero de fósforo. 15
íbamos escribiendo con estrellas la tierra.
Y en el mar resbalando la barca sacudía
un ramaje de fuego marino, de luciérnagas,
una ola innumerable de ojos que despertaban
una vez y volvían a dormir en su abismo. 20
XV
No hay perdón
Yo quiero tierra, fuego, pan, azúcar, harina,
mar, libros, patria para todos, por eso
ando errante: los jueces del traidor me persiguen
y sus turiferarios tratan, como los micos
amaestrados, de encharcar mi recuerdo. 5
Yo fui con él, con ese que preside, a la boca
de la mina, al desierto de la aurora olvidada,
yo fui con él y dije a mis pobres hermanos:
«No guardaréis los hilos de la ropa harapienta, [338]
no tendréis este día sin pan, seréis tratados 10
como si fuerais hijos de la patria.» «Ahora
vamos a repartir la belleza, y los ojos
de las mujeres no llorarán por sus hijos.»
Y cuando en vez de amor repartido, en la noche
al hambre y al martirio sacaran a ese mismo, 15
a ese que lo escuchó, a ese que su fuerza
y su ternura de árbol poderoso entregara,
entonces yo no estuve con el pequeño sátrapa,
sino con aquel hombre sin nombre, con mi pueblo.
Yo quiero mi país para los míos, quiero 20
la luz igual sobre la cabellera
de mi patria encendida,
quiero el amor del día y del arado,
quiero borrar la linea que con odio
hacen para apartar el pan del pueblo, 25
y al que desvió la línea de la patria
hasta entregarla como carcelero,
atada, a los que pagan por herirla,
yo no voy a cantarlo ni callarlo,
voy a dejar su número y su nombre 30
clavado en la pared de fa deshonra.
XVI
Tú lucharás
Este año nuevo, compatriota, es tuyo.
Ha nacido de ti más que del tiempo, escoge
lo mejor de tu vida y entrégalo al combate.
Este año que ha caído como un muerto en su tumba
no puede reposar con amor y con miedo. 5
Este año muerto es año de dolores que acusan.
Y cuando sus raíces amargas, en la hora
de la fiesta, en la noche, se desprendan y caigan
y suba otro cristal ignorado al vacío
de un año que tu vida llenará poco a poco, 10
dale la dignidad que requiere mi patria,
la tuya, esta angostura de volcanes y vinos.
Ya no soy ciudadano de mi país: me escriben
que el clown indecoroso que gobierna ha borrado
con otros miles de nombres el mío 15
de las listas que eran la ley de la República.
Mi nombre está borrado para que yo no exista,
para que el torvo buitre de la mazmorra vote
y voten los bestiales encargados que dan
los golpes y el tormento en los sótanos 20 [339]
del gobierno, para que voten bien garantizados
los mayordomos, caporales, socios
del negociante que entregó la Patria.
Yo estoy errante, vivo la angustia de estar lejos
del preso y de la flor, del hombre y de la tierra, 25
pero tú lucharás para cambiar la vida.
Tú lucharás para borrar la mancha
de estiércol sobre el mapa, tú lucharás sin duda
para que la vergüenza de este tiempo termine
y se abran las prisiones del pueblo y se levanten 30
las alas de la victoria traicionada.
XVII
Feliz año para mi patria en tinieblas
Feliz Año este año, para ti, para todos
los hombres, y las tierras, Araucanía amada.
Entre tú y mi existencia hay esta noche nueva
que nos separa, y bosques y ríos y caminos.
Pero hacia ti, pequeña patria mía, 5
como un caballo oscuro mi corazón galopa:
entro por sus desiertos de pura geografía,
paso los valles verdes donde la uva acumula
sus verdes alcoholes, el mar de sus racimos.
Entro en tus pueblos de jardín cerrado, 10
blanco como camelias, en el agrio
olor de tus bodegas, y penetro
como un madero al agua de los ríos que tiemblan
trepidando y cantando con labios desbordados.
Recuerdo, en los caminos, tal vez en este tiempo, 15
o más bien en otoño, sobre las casas dejan
las mazorcas doradas del maíz a secarse,
y cuántas veces fui como un niño arrobado
viendo el oro en los techos de los pobres.
Te abrazo, debo ahora 20
retornar a mi sitio escondido. Te abrazo
sin conocerte: dime quién eres, reconoces
mi voz en el coro de lo que está naciendo?
Entre todas las cosas que te rodean, oyes
mi voz, no sientes cómo te rodea mi acento 25
emanado como agua natural de la tierra? [340]
Soy yo que abrazo toda la superficie dulce,
la cintura florida de mi patria y te llamo
para que hablemos cuando se apague la alegría
y entregarte esta hora como una flor cerrada. 30
Feliz año nuevo para mi patria en tinieblas.
Vamos juntos, está el mundo coronado de trigo,
el alto cielo corre deslizando y rompiendo
sus altas piedras puras contra la noche: apenas
se ha llenado la nueva copa con un minuto 35
que ha de juntarse al río del tiempo que nos lleva.
Este tiempo, esta copa, esta tierra son tuyos:
conquístalos y escucha cómo nace la aurora.
[341]
- XIV -
El gran océano [343]
El gran Océano
Si de tus dones y de tus destrucciones, Océano, a mis manos
pudiera destinar una medida, una fruta, un fermento,
escogería tu reposo distante, las líneas de tu acero,
tu extensión sigilada por el aire y la noche,
y la energía de tu idioma blanco 5
que destroza y derriba sus columnas
en su propia pureza demolida.
No es la última ola con su salado peso
la que tritura costas y produce
la paz de arena que rodea el mundo: 10
es el central volumen de la fuerza,
la potencia extendida de las aguas,
la inmóvil soledad llena de vidas.
Tiempo, tal vez, o copa acumulada
de todo movimiento, unidad pura 15
que no selló la muerte, verde víscera
de la totalidad abrasadora.
Del brazo sumergido que levanta una gota
no queda sino un beso de la sal. De los cuerpos
del hombre en tus orillas una húmeda fragancia 20
de flor mojada permanece. Tu energía
parece resbalar sin ser gastada,
parece regresar a su reposo.
La ola que desprendes,
arco de identidad, pluma estrellada, 25
cuando se despeñó fue sólo espuma,
y regresó a nacer sin consumirse.
Toda tu fuerza vuelve a ser origen.
Sólo entregas despojos triturados,
cáscaras que apartó tu cargamento, 30 [344]
lo que expulsó la acción de tu abundancia,
todo lo que dejó de ser racimo.
Tu estatua está extendida más allá de las olas.
Viviente y ordenada como el pecho y el manto
de un solo ser y sus respiraciones, 35
en la materia de la luz izadas,
llanuras levantadas por las olas,
forman la piel desnuda del planeta.
Llenas tu propio ser con tu substancia.
Colmas la curvatura del silencio. 40
Con tu sal y tu miel tiembla la copa,
la cavidad universal del agua,
y nada falta en ti como en el cráter
desollado, en el vaso cerril:
cumbres vacías, cicatrices, señales 45
que vigilan el aire mutilado.
Tus pétalos palpitan contra el mundo,
tiemblan tus cereales submarinos,
las suaves ovas cuelgan su amenaza,
navegan y pululan las escuelas, 50
y sólo sube al hilo de las redes
el relámpago muerto de la escama,
un milímetro herido en la distancia
de tus totalidades cristalinas.
II
Los nacimientos
Cuando se trasmutaron las estrellas
en tierra y en metal, cuando apagaron
la energía y volcada fue la copa
de auroras y carbones, sumergida
la hoguera en sus moradas, 5
el mar cayó como una gota ardiendo
de distancia en distancia, de hora en hora:
su fuego azul se convirtió en esfera,
el aire de sus ruedas fue campana,
su interior esencial tembló en la espuma, 10
y en la luz de la sal fue levantada
la flor de su espaciosa autonomía. [345]
Mientras que como lámparas letárgicas
dormían las estrellas segregadas
adelgazando su pureza inmóvil, 15
el mar llenó de sal y mordeduras
su magnitud, pobló de llamaradas
y movimientos la extensión del día,
creó la tierra y desató la espuma,
dejó rastros de goma en sus ausencias, 20
invadió con estatuas el abismo,
y en sus orillas se fundó la sangre.
Estrella de oleajes, agua madre,
madre materia, médula invencible,
trémula iglesia levantada en lodo: 25
la vida en ti palpó piedras nocturnas,
retrocedió cuando llegó a la herida,
avanzó con escudos y diademas,
extendió dentaduras transparentes,
acumuló la guerra en su barriga. 30
Lo que formó la oscuridad quebrada
por la substancia fría del relámpago,
Océano, en tu vida está viviendo.
La tierra hizo del hombre su castigo.
Dimitió bestias, abolió montañas, 35
escudriñó los huevos de la muerte.
Mientras tanto en tu edad sobrevivieron
las aspas del transcurso sumergido,
y la creada magnitud mantiene
las mismas esmeraldas escamosas, 40
los abetos hambrientos que devoran
con bocas azuladas de sortija,
el cabello que absorbe ojos ahogados,
la madrépora de astros combatientes,
y en la fuerza aceitada del cetáceo 45
se desliza la sombra triturando.
Se construyó la catedral sin manos
con golpes de marea innumerable,
la sal se adelgazó como una aguja,
se hizo lámina de agua incubadora, 50
y seres puros, recién extendidos,
pulularon tejiendo las paredes
hasta que como nidos agrupados
con el gris atavío de la esponja, [346]
se deslizó la túnica escarlata, 55
vivió la apoteosis amarilla,
creció la flor calcárea de amaranto.
Todo era ser, substancia temblorosa,
pétalos carniceros que mordían,
acumulada cantidad desnuda, 60
palpitación de plantas seminales,
sangría de las húmedas esferas,
perpetuo viento azul que derribaba
los límites abruptos de los seres.
Y así la luz inmóvil fue una boca 65
y mordió su morada pedrería.
Fue, Océano, la forma menos dura,
la traslúcida gruta de la vida,
la masa existencial, deslizadora
de racimos, las telas del ovario, 70
los germinales dientes derramados,
las espadas del suero matutino,
los órganos acerbos del enlace:
todo en ti palpitó llenando el agua
de cavidades y estremecimientos. 75
Así la copa de las vidas tuvo
su turbulento aroma, sus raíces,
y estrellada invasión fueron las olas:
cintura y plenitud sobrevivieron,
penacho y latitud enarbolaron 80
los huéspedes dorados de la espuma.
Y tembló para siempre en las orillas
la voz del mar, los tálamos del agua,
la huracanada piel derribadora,
la leche embravecida de la estrella. 85
III
Los peces y el ahogado
De pronto vi pobladas las regiones
de intensidad, de formas aceradas,
bocas como una línea que cortaba,
relámpagos de plata sumergida,
peces de luto, peces ojivales, 5
peces de firmamento tachonado,
peces cuyos lunares resplandecen,
peces que cruzan como escalofríos, [347]
blanca velocidad, ciencias delgadas
de la circulación, bocas ovales 10
de la carnicería y el aumenta.
Hermosa fue la mano o la cintura
que rodeaba la luna fugitiva
vio trepidar la población pesquera,
húmedo río elástico de vidas, 15
crecimiento de estrella en las escamas,
ópalo seminal diseminado
en la sábana oscura del océano.
Vio arder las piedras de plata que mordían
estandartes de trémulo tesoro, 20
y sometió su sangre descendiendo
a la profundidad devoradora,
suspendido por bocas que recorren
su torso con sortijas sanguinarias
hasta que desgreñado y dividido 25
como espiga sangrienta, es un escudo
de la marea, un traje que trituran
las amatistas, una herencia herida
bajo el mar, en el árbol numeroso.
IV
Los hombres y las islas
Los hombres oceánicos despertaron, cantaban
las aguas en las islas, de piedra en piedra verde:
las doncellas textiles cruzaban el recinto
en que el fuego y la lluvia entrelazados
procreaban diademas y tambores.
La luna melanésica 5
fue una dura madrépora, las flores azufradas
venían del océano, las hijas
de la tierra temblaban como olas
en el viento nupcial de las palmeras
y entraron a la carne los arpones 10
persiguiendo las vidas de la espuma.
Canoas balanceadas en el día desierto,
desde las islas como puntos de polen hacia
la metálica masa de América nocturna: [348]
diminutas estrellas sin nombre, perfumadas 15
como manantiales secretos, rebosantes
de plumas y corales, cuando
los ojos oceánicos descubrieron la altura
sombría de la costa del cobre, la escarpada
torre de nieve, y los hombres de arcilla 20
vieron bailar los estandartes húmedos
y los ágiles hijos atmosféricos
de la remota soledad marina,
llegó la rama
del azahar perdido, vino el viento
de la magnolia oceánica, la dulzura 25
del acicate azul en las caderas,
el beso de las islas sin metales,
puras como la miel desordenada,
sonoras como sábanas del cielo.
V
Rapa Nui
Tepito-te-henúa, ombligo del mar grande,
taller del mar, extinguida diadema.
De tu lava escorial subió la frente
del hombre más arriba del Océano,
los ojos agrietados de la piedra 5
midieron el ciclónico universo,
y fue central la mano que elevaba
la pura magnitud de tus estatuas.
Tu roca religiosa fue cortada
hacia todas las líneas del Océano 10
y los rostros del hombre aparecieron
surgiendo de la entraña de las islas,
naciendo de los cráteres vacíos
con los pies enredados al silencio.
Fueron los centinelas y cerraron 15
el ciclo de las aguas que llegaban
desde todos los húmedos dominios,
y el mar frente a las máscaras detuvo
sus tempestuosos árboles azules.
Nadie sino los rostros habitaron 20
el círculo del reino. Era callado
como la entrada de un planeta, el hilo
que envolvía la boca de la isla. [349]
Así, en la luz del ábside marino
la fábula de piedra condecora 25
la inmensidad con sus medallas muertas,
y los pequeños reyes que levantan
toda esta solitaria monarquía
para la eternidad de las espumas,
vuelven al mar en la noche invisible, 30
vuelven a sus sarcófagos de sal.
Sólo el pez luna que murió en la arena.
Sólo el tiempo que muerde los moais.
Sólo la eternidad en las arenas
conocen las palabras: 35
la luz sellada, el laberinto muerto,
las llaves de la copa sumergida.
VI
Los constructores de estatuas (Rapa Nui)
Yo soy el constructor de las estatuas. No tengo nombre.
No tengo rostro. El mío se desvió hasta correr
sobre la zarza y subir impregnando las piedras.
Ellas tienen mi rostro petrificado la grave
soledad de mi patria, la piel de Oceanía. 5
Nada quieren decir, nada quisieron
sino nacer con todo su volumen de arena,
subsistir destinadas al tiempo silencioso.
Tú me preguntarás si la estatua en que tantas
uñas y manos, brazos oscuros fui gastando, 10
te reserva una sílaba del cráter, un aroma
antiguo, preservado por un signo de lava?
No es así, las estatuas son lo que fuimos, somos
nosotros, nuestra frente que miraba las olas,
nuestra materia a veces interrumpida, a veces 15
continuada en la piedra semejante a nosotros.
Otros fueron los dioses pequeños y malignos, [350]
peces, pájaros que entretuvieron la mañana,
escondiendo las hachas, rompiendo la estatura
de los más altos rostros que concibió la piedra. 20
Guarden los dioses el conflicto, si lo quieren,
de la cosecha postergada, y alimenten
el azúcar azul de la flor en el baile.
Suban ellos y bajen la llave de la harina:
empapen ellos todas las sábanas nupciales 25
con el polen mojado que imperceptible danza
adentro de la roya primavera del hombre,
pero hasta estas paredes, a este cráter, no vengas
sino tú, pequeñito mortal, picapedrero.
Se van a consumir esta carne y la otra, 30
la flor perecerá tal vez, sin armadura,
cuando estéril aurora, polvo reseco, un día
venga la muerte al cinto de la isla orgullosa,
y tú, estatua, hija del hombre, quedarás
mirando con los ojos vacíos que subieron 35
desde una mano y otra de inmortales ausentes.
Arañarás la tierra hasta que nazca
la firmeza, hasta que caiga la sombra en la estructura
como sobre una abeja colosal que devora
su propia miel perdida en el tiempo infinito. 40
Tus manos tocarán la piedra hasta labrarla
dándole la energía solitaria que pueda
subsistir, sin gastarse los nombres que no existen,
y así desde una vida a una muerte, amarrados
en el tiempo como una sola mano que ondula, 45
elevamos la torre calcinada que duerme.
La estatua que creció sobre nuestra estatura.
Miradlas hoy, tocad esta materia, estos labios
tienen el mismo idioma silencioso que duerme
en nuestra muerte, y esta cicatriz arenosa, 50
que el mar y el tiempo como lobos han lamido,
eran parte de un rostro que no fue derribado,
punto de un ser, racimo que derrotó cenizas.
Así nacieron, fueron vidas que labraron [351]
su propia celda dura, su panal en la piedra. 55
Y esta mirada tiene más arena que el tiempo.
Más silencio que toda la muerte en su colmena.
Fueron la miel de un grave designio que habitaba
la luz deslumbradora que hoy resbala en la piedra.
VII
La lluvia (Rapa Nui)
No, que la Reina no reconozca
tu rostro, es más dulce
así, amor mío, lejos de las efigies, el peso
de tu cabellera en mis manos, recuerdas
el árbol de Mangareva cuyas flores caían 5
sobre tu pelo? Estos dedos no se parecen
a los pétalos blancos: míralos, son como raíces,
son como tallos de piedra sobre los que resbala
el lagarto. No temas, esperemos que caiga la lluvia,
desnudos,
la lluvia, la misma que cae sobre Manu Tara. 10
Pero así como el agua endurece sus rasgos en la piedra,
sobre nosotros cae llevándonos suavemente
hacia la oscuridad, más abajo del agujero
de Ranu Raraku. Por eso
que no te divise el pescador ni el cántaro. Sepulta 15
tus pechos de quemadura gemela en mi boca,
y que tu cabellera sea una pequeña noche mía,
una oscuridad cuyo perfume mojado me cubre.
De noche sueño que tú y yo somos dos plantas
que se elevaron juntas, con raíces enredadas, 20
y que tú conoces la tierra y la lluvia como mi boca,
porque de tierra y de lluvia estamos hechos. A veces
pienso que con la muerte dormiremos abajo,
en la profundidad de los pies de la efigie, mirando
el Océano que nos trajo a construir y a amar. 25
Mis manos no eran férreas cuando te conocieron, las aguas
de otro mar las pasaban como a una red: ahora
agua y piedras sostienen semillas y secretos. [352]
Ámame dormida y desnuda, que en la orilla
eres como la isla: tu amor confuso, tu amor 30
asombrado, escondido en la cavidad de los sueños,
es como el movimiento del mar que nos rodea.
Y cuando yo también vaya durmiéndome
en tu amor, desnudo,
deja mi mano entre tus pechos para que palpite 35
al mismo tiempo que tus pezones mojados en la lluvia.
VIII
Los oceánicos
Sin más dioses que el cuero de las focas podridas,
honor del mar, yámanas azotados
por el látigo antártico, alacalufes
untados con aceites y detritus:
entre los muros de cristal y abismo 5
la pequeña canoa, en la erizada
enemistad de témpanos y lluvias,
llevó el amor errante de los lobos
y las brasas del fuego sustentadas
sobre las últimas aguas mortales. 10
Hombre, si el exterminio
no bajó de los ríos de la nieve
ni de la luna endurecida
sobre el vapor glacial de los glaciares,
sino del hombre que hasta en la substancia 15
de la nieve perdida y de las aguas
finales del Océano,
especuló con huesos desterrados
hasta empujarte más allá de todo,
y hoy más allá de todo y de la nieve 20
y de la tempestad desatada del hielo
va tu piragua por la sal salvaje
y la furiosa soledad buscando
la guarida del pan, eres Océano,
gota del mar y de su azul furioso, 25
y tu raído corazón me llama
como increíble fuego que no muere.
Amo la helada planta combatida
por el aullido del viento espumoso, [353]
y al pie de las gargantas, 30
el diminuto pueblo lucernario
que arde sobre las lámparas crustáceas
del agua removida por el frío,
y la antártica aurora en su castillo
de pálido esplendor imaginario. 35
Amo hasta las raíces turbulentas
de las plantas quemadas por la aurora
de manos transparentes,
pero hacia ti, sombra del mar, hijo
de las plumas glaciales, harapiento 40
oceánida, va esta ola
nacida en las rupturas, dirigida
como el amor herido bajo el viento.
IX
Antártica
Antártica, corona austral, racimo
de lámparas heladas, cineraria
de hielo desprendida
de la piel terrenal, iglesia rota
por la pureza, nave desbocada 5
sobre la catedral de la blancura,
inmoladero de quebrados vidrios,
huracán estrellado en las paredes
de la nieve nocturna,
dame tu doble pecho removido 10
por la invasora soledad, el cauce
del viento aterrador enmascarado
por todas las corolas del armiño,
con todas las bocinas del naufragio
y el hundimiento blanco de los mundos, 15
o tu pecho de paz que limpia el frío
como un puro rectángulo de cuarzo,
y lo no respirado, el infinito
material transparente, el aire abierto,
la soledad sin tierra y sin pobreza. 20
Reino del mediodía más severo,
arpa de hielo susurrada, inmóvil,
cerca de las estrellas enemigas.
Todos los mares son tu mar redondo. [354]
Todas las resistencias del Océano 25
concentraron en ti su transparencia,
y la sal te pobló con sus castillos,
el hielo hizo ciudades elevadas
sobre una aguja de cristal, el viento
recorrió tu salado paroxismo 30
como un tigre quemado por la nieve.
Tus cúpulas parieron el peligro
desde la nave de los ventisqueros,
y en tu dorsal desierto está la vida
como una viña bajo el mar, ardiendo 35
sin consumirse, reservando el fuego
para la primavera de la nieve.
X
Los hijos de la costa
Parias del mar, antárticos
perros azotados,
yaganes muertos sobre cuyos huesos
bailan los propietarios que pagaron
por tarifa los cuellos altaneros 5
cercenados a golpe de navaja.
Changos de Antofagasta y de la costa seca,
parias, piojos helados del océano,
nietas de Rapa, pobres de Anga-Roa,
lémures rotos, leprosos de Hotu-Iti, 10
siervos de las Galápagos, codiciados
haraposos de los archipiélagos,
ropas deshilachadas que a través
del parche sucio muestran
la contextura del combate, 15
la piel salada por el aire, el valiente
trazo de ser humano y ambarino:
a la patria del mar vino el embarque,
vino la cuerda, el sello, el fundamento,
el billete con un perfil borroso, 20
detritus de botellas en la playa,
vino el gobernador, el diputado,
y el corazón del mar se hizo costura,
se hizo bolsillo, yodo y agonía.
Cuando llegaron a vender fue dulce 25
el amanecer, las camisas [355]
eran como la nieve en el navío,
y los hijos celestes se encendieron,
flor y fogata, luna y movimiento.
Piojos del mar, comed ahora estiércol, 30
acechad las despojos, los zapatos
rotos del navegante, del gerente,
oled a deyecciones y a pescado.
Ya entrasteis en el círculo
de donde no saldréis sino a morir. 35
No a la muerte del mar, con agua y luna,
sino a los desquiciados agujeros
de la necrología, porque ahora
si queréis olvidar, estáis perdidos.
Antes la muerte tuvo territorios, 40
trasmigración, etapas, estaciones,
y pudisteis subir bailando, envueltos
en el rocío diurno de la rosa
o en la navegación del pez de plata:
hoy estáis muertos para siempre: hundidos 45
en el decreto tétrico del fraile,
y sólo sois gusanos de la tierra
que cuando más revolverán la cola
bajo las notarías del infierno.
Venid y pululad por las orillas 50
del mar: os aceptamos
aún, podéis salir a pescar siempre
que nuestra Sociedad Pesquera Inc.
sea garantizada: podéis iros
rascando las costillas en los muelles, 55
cargando sacos de garbanzos,
durmiendo en las escorias litorales.
Sois en verdad una amenaza, roñosos
desheredados de la espuma: es mucho
mejor que, si el sacerdote os da permiso, 60
entréis en el navío que os espera,
y que, con todo y piojos, a la nada
os llevará, sin ataúd, mordidos
por las últimas olas y desdichas,
siempre que no se paguen, a la muerte. 65 [356]
XI
La muerte
Escualos parecidos a las ovas,
al naval terciopelo del abismo,
y que de pronto como angostas lunas
aparecéis con filo empurpurado:
aletas aceitadas en tiniebla, 5
luto y velocidad, naves del miedo
a las que asciende como una corola
el crimen con su luz vertiginosa,
sin una voz, en una hoguera verde,
en la cuchillería de un relámpago. 10
Puras formas sombrías que resbalan
bajo la piel del mar, como el amor,
como el amor que invade la garganta,
como la noche que brilla en las uvas,
como el fulgor del vino en los puñales: 15
anchas sombras de cuero desmedido
como estandartes de amenaza: ramos
de brazos, bocas, lenguas que rodean
con ondulante flor lo que devoran.
En la mínima gota de la vida 20
aguarda una indecisa primavera
que cerrará con su sistema inmóvil
lo que tembló al caer en el vacío:
la cinta ultravioleta que desliza
un cinturón de fósforo perverso 25
en la agonía negra del perdido,
y el tapiz del ahogado recubierto
por un bosque de lanzas y murenas
temblorosas y activas como el telar que teje
en la profundidad devoradora. 30
XII
La ola
La ola viene del fondo, con raíces
hijas del firmamento sumergido.
Su elástica invasión fue levantada
por la potencia pura del Océano:
su eternidad apareció inundando 5
los pabellones del poder profundo [357]
y cada ser le dio su resistencia,
desgranó fuego frío en su cintura
hasta que de las ramas de la fuerza
despegó su nevado poderío. 10
Viene como una flor desde la tierra
cuando avanzó con decidido aroma
hasta la magnitud de la magnolia,
pero esta flor del fondo que ha estallado
trae toda la luz que fue abolida, 15
trae todas las ramas que no ardieron
y todo el manantial de la blancura.
Y así cuando sus párpados redondos,
su volumen, sus copas, sus corales
hinchan la piel del mar apareciendo 20
todo este ser de seres submarinos:
es la unidad del mar que se construye:
la columna del mar que se levanta:
todos sus nacimientos y derrotas.
La escuela de la sal abrió las puertas, 25
voló toda la luz golpeando el cielo,
creció desde la noche hasta la aurora
la levadura del metal mojado,
toda la claridad se hizo corola,
creció la flor hasta gastar la piedra, 30
subió a la muerte el río de la espuma,
atacaron las plantas procelarias,
se desbordó la rosa en el acero:
los baluartes del agua se doblaron
y el mar desmoronó sin derramarse 35
su torre de cristal y escalofrío.
XIII
Los puertos
Acapulco, cortado como una piedra azul,
cuando despierta, el mar amanece en tu puerta
irisado y bordado como una caracola,
y entre tus piedras pasan peces como relámpagos
que palpitan cargados por el fulgor marino. 5
Eres la luz completa, sin párpados, el día [358]
desnudo, balanceado como una flor de arena,
entre la infinidad extendida del agua
y la altura encendida con lámparas de arcilla.
Junto a ti las lagunas me dieron el amor 10
de la tarde caliente con bestias y manglares,
los nidos como nudos en las ramas de donde
el vuelo de las garzas elevaba la espuma,
y en el agua escarlata como un crimen hervía
un pueblo encarcelado de bocas y raíces. 15
Topolobampo, apenas trazado en las orillas
de la dulce y desnuda California marina,
Mazatlán estrellado, puerto de noche, escucho
las olas que golpean tu pobreza
y tus constelaciones, el latido 20
de tus apasionados orfeones,
tu corazón sonámbulo que canta
bajo las redes rojas de la luna.
Guayaquil, sílaba de lanza, filo
de estrella ecuatorial, cerrojo abierto 25
de las tinieblas húmedas que ondulan
como una trenza de mujer mojada:
puerta de hierro maltratado
por el sudor amargo
que moja los racimos, 30
que gotea el marfil en los ramajes
y resbala a la boca de los hombres
mordiendo como un ácido marino.
Subí a las rocas de Mollendo, blancas,
árido resplandor y cicatrices, 35
cráter cuyo agrietado continente
sujeta entre las piedras su tesoro,
la angostura del hombre acorralado
en las calvicies del despeñadero,
sombra de las metálicas gargantas, 40
promontorio amarillo de la muerte.
Pisagua, letra del dolor, manchada
por el tormento, en tus ruinas vacías,
en tus acantilados pavorosos,
en tu cárcel de piedra y soledades 45
se pretendió aplastar la planta humana,
se quiso hacer de corazones muertos
una alfombra, bajar la desventura [359]
como marca rabiosa hasta romper
la dignidad: allí por los salobres 50
callejones vacíos, los fantasmas
de la desolación mueven sus mantos,
y en las desnudas grietas ofendidas
está la historia como un monumento
golpeado por la espuma solitaria. 55
Pisagua, en el vacío de tus cumbres,
en la furiosa soledad, la fuerza
de la verdad del hambre se levanta
como un desnudo y noble monumento.
No es sólo un hombre, no es sólo una sangre 60
lo que manchó la vida en tus laderas,
son todos los verdugos amarrados
a la ciénaga herida, a los suplicios,
al matorral de América enlutada,
y cuando se poblaron con cadenas 65
tus desérticas piedras escarpadas
no sólo fue mordida una bandera,
no fue sólo un bandido venenoso,
sino la fauna de las aguas viles
que repite sus dientes en la historia, 70
atravesando con mortal cuchillo
el corazón del pueblo desdichado,
maniatando la tierra que los hizo,
deshonrando la arena de la aurora.
Oh puertos arenosos, inundados 75
por el salitre, por la sal secreta
que deja los dolores en la patria
y lleva el oro al dios desconocido
cuyas uñas rasparon la corteza
de nuestros dolorosos territorios. 80
Antofagasta, cuya voz remota
desemboca en la luz cristalizada
y se amontona en sacos y bodegas
y se reparte en la aridez matutina
hacia la dirección de los navíos. 85
Rosa reseca de madera, Iquique,
entre tus blancas balaustradas, junto
a tus muros de pino que la luna
del desierto y del mar han impregnado. [360]
fue vertida la sangre de mi pueblo, 90
fue asesinada la verdad, deshecha
en sanguinaria pulpa la esperanza:
el crimen fue enterrado por la arena
y la distancia hundió los estertores.
Tocopilla espectral, bajo los montes, 95
bajo la desnudez llena de agujas
corre la nieve seca del nitrato
sin extinguir la luz de su designio
ni la agonía de la mano oscura
que sacudió la muerte en los terrones. 100
Desamparada costa que rechazas
el agua ahogada del amor humano,
escondido en tus márgenes calcáreas
como el metal mayor de la vergüenza.
A tus puertos bajó el hombre enterrado 105
a ver la luz de las calles vendidas,
a desatar el corazón espeso,
a olvidar arenales y desdichas.
Tú cuando pasas, quién eres, quién resbala
por tus ojos dorados, quién sucede 110
en los cristales? Bajas y sonríes,
aprecias el silencio en las maderas,
tocas la luna opaca de los vidrios
y nada más: el hombre está guardado
por carnívoras sombras y barrotes, 115
está extendido en su hospital durmiendo
sobre los arrecifes de la pólvora.
Puertos del Sur, que deshojaron
la lluvia de las hojas en mi frente:
coníferas amargas del invierno 120
de cuyo manantial lleno de agujas
llovió la soledad en mis dolores.
Puerto Saavedra, helado en las riberas
del Imperial: las desembocaduras
enarenadas, el glacial lamento 125
de las gaviotas que me parecían
surgir como azahares tempestuosos,
sin que nadie arrullara sus follajes,
dulces desviadas hacia mi ternura,
despedazadas por el mar violento 130
y salpicadas en las soledades. [361]
Más tarde mi camino fue la nieve
y en las casas dormidas del Estrecho
en Punta Arenas, en Puerto Natales,
en la extensión azul del aullido, 135
en la silbante, en la desenfrenada
noche final de la tierra, vi las tablas
que resistieron, encendí las lámparas
bajo el viento feroz, hundí mis manos
en la desnuda primavera antártica 140
y besé el polvo frío de las últimas flores.
XIV
Los navíos
Los barcos de la seda sobre la luz llevados,
erigidos en la violeta matutina,
cruzando el sol marítimo con rojos pabellones
deshilachados como estambres andrajosos,
el olor caluroso de las cajas doradas 5
que la canela hizo sonar como violines,
y la codicia fría que susurró en los puertos
en una tempestad de manos restregadas,
las bienvenidas suavidades verdes
de los jades, y el pálido cereal de la seda, 10
todo paseó en el mar como un viaje del viento,
como un baile de anémonas que desaparecieron.
Vinieron las delgadas velocidades, finas
herramientas del mar, peces de trapo,
dorados por el trigo, destinados 15
por sus mercaderías cenicientas,
por piedras desbordantes que brillaron
como el fuego cayendo entre sus velas,
o repletos de flores sulfurosas
recogidas en páramos salinos. 20
Otros cargaron razas, dispusieron
en la humedad de abajo, encadenados,
ojos cautivos que agrietaron con lágrimas
la pesada madera del navío.
Pies recién separados del marfil, amarguras 25
amontonadas como frutos malheridos,
dolores desollados como ciervos: cabezas
que desde los diamantes del verano cayeron
a la profundidad del estiércol infame.
Barcos llenos de trigo que temblaron 30 [362]
sobre las olas como en las llanuras
el viento cereal de las espigas:
naves de las ballenas, erizadas
de corazones duros como harpones,
lentas de cacería, desplazando 35
hacia Valparaíso sus bodegas,
velas grasientas que se sacudieron
heridas por el hielo y el aceite
hasta colmar las copas de la nave
con la cosecha blanda de la bestia. 40
Barcas desmanteladas que cruzaron
de tumbo en tumbo en el furor marino
con el hombre agarrado a sus recuerdos
y a los andrajos últimos del buque,
antes que, como manos cercenadas, 45
los fragmentos del mar los condujeran
a las delgadas bocas que poblaron
el espumoso mar en su agonía.
Naves de los nitratos, aguzadas
y alegres, como indómitos delfines 50
hacia las siete espumas deslizadas
por el viento en sus sábanas gloriosas,
finas como los dedos y las uñas,
veloces como plumas y corceles,
navegadoras de la mar morena 55
que pica los metales de mi patria.
XV
A una estatua de proa (Elegía)
En las arenas de Magallanes te recogimos cansada
navegante, inmóvil
bajo la tempestad que tantas veces tu pecho dulce y doble
desafió dividiendo en sus pezones.
Te levantamos otra vez sobre los mares del Sur, pero ahora 5
fuiste la pasajera de lo oscuro, de los rincones, igual
al trigo y al metal que custodiaste
en alta mar, envuelta por la noche marina.
Hoy eres mía, diosa que el albatros gigante
rozó con su estatura extendida en el vuelo, 10 [363]
como un manto de música dirigida en la lluvia
por tus ciegos y errantes párpados de madera.
Rosa del mar, abeja más pura que los sueños,
almendrada mujer que desde las raíces
de una encina poblada por los cantos 15
te hiciste forma, fuerza de follaje con nidos,
boca de tempestades, dulzura delicada
que iría conquistando la luz con sus caderas.
Cuando ángeles y reinas que nacieron contigo
se llenaron de musgo, durmieron destinadas 20
a la inmovilidad con un honor de muertos,
tú subiste a la proa delgada del navío
y ángel y reina y ola, temblor del mundo fuiste.
El estremecimiento de los hombres subía
hasta tu noble túnica con pechos de manzana, 25
mientras tus labios eran oh dulce! humedecidos
por otros besos dignos de tu boca salvaje.
Bajo la noche extraña tu cintura dejaba
caer el peso puro de la nave en las olas
cortando en la sombría magnitud un camino 30
de fuego derribado, de miel fosforescente.
El viento abrió en tus rizos su caja tempestuosa,
el desencadenado metal de su gemido,
y en la aurora la luz te recibió temblando
en los puertos, besando tu diadema mojada.
A veces detuviste sobre el mar tu camino 36
y el barco tembloroso bajó por su costado,
como una gruesa fruta que se desprende y cae,
un marinero muerto que acogieron la espuma
y el movimiento puro del tiempo y del navío. 40
Y sólo tú entre todos los rostros abrumados
por la amenaza, hundidos en un dolor estéril,
recibiste la sal salpicada en tu máscara,
y tus ojos guardaron las lágrimas saladas.
Más de una pobre vida resbaló por tus brazos 45
hacia la eternidad de las aguas mortuorias,
y el roce que te dieron los muertos y los vivos
gastó tu corazón de madera marina.
Hoy hemos recogido de la arena tu forma.
Al final, a mis ojos estabas destinada. 50 [364]
Duermes tal vez, dormida, tal vez has muerto, muerta:
tu movimiento, al fin, ha olvidado el susurro
y el esplendor errante cerró su travesía.
Iras del mar, golpes del cielo han coronado
tu altanera cabeza con grietas y rupturas, 55
y tu rostro como una caracola reposa
con heridas que marcan tu frente balanceada.
Para mí tu belleza guarda todo el perfume,
todo el ácido errante, toda su noche oscura.
Y en tu empinado pecho de lámpara o de diosa, 60
torre turgente, inmóvil amor, vive la vida.
Tú navegas conmigo, recogida, hasta el día
en que dejen caer lo que soy en la espuma.
XVI
El hombre en la nave
Más allá de la línea de la nave
hilada por la sal en movimiento,
entre la grasa muerta que traspasa los sueños
el tripulante duerme con desnuda fatiga,
alguien de guardia arrastra un cabo de metal, 5
suena el mundo
del barco, rechina el viento en las maderas,
palpitan sordamente los hierros viscerales,
el fogonero mira su rostro en un espejo:
en un pedazo roto de vidrio, reconoce 10
de esa huesuda máscara manchada por el humo
unos ojos: aquellos ojos que amó Graciela
Gutiérrez, antes de que muriera, sin que junto
a su lecho estos ojos que amó pudieran verla,
llevarla en esa última embarcación, adentro 15
de la jornada, entre las brasas y el aceite.
No importa, con los besos que se unían
entre los viajes y los regalos aquellos, ahora nadie,
nadie en la casa. El amor en la noche del mar,
toca todos los lechos de los que duermen, vive 20
más abajo del barco, como un alga
nocturna que desliza sus ramas hacia arriba.
Hay otros extendidos en la noche del viaje,
en el vacío sin mar bajo los sueños,
como la vida, alturas fragmentadas, pedazos 25 [365]
de la noche, pedruscos que apartaron
la destrozada red de los sueños.
La tierra
de noche invade el mar con sus olas y cubre
el corazón del pobre pasajero dormido
con una sola sílaba de polvo, con una 30
cucharada de muerte que lo reclama.
Toda piedra oceánica es océano, la mínima
cintura ultravioleta de la medusa, el cielo
con todo su vacío constelado, la luna
tiene mar abolido en sus espectros: 35
pero el hombre cierra sus ojos, muerde un poco
sus pasos, amenaza su corazón pequeño,
y solloza y araña la noche con sus uñas,
buscando tierra, haciéndose gusanos.
Es tierra que las aguas no cubren y no matan. 40
Es orgullo de arcilla que morirá en el cántaro,
quebrándose, apartando las gotas que cantaron,
amarrando a la tierra su indecisa costura.
No busques en el mar esta muerte, no esperes
territorio, no guardes el puñado de polvo 45
para integrarlo intacto y entregarlo a la tierra.
Entrégalo a estos labios infinitos que cantan,
dónalo a este coro de movimiento y mundo,
destrúyete en la eterna maternidad del agua.
XVII
Los enigmas
Me habéis preguntado qué hila el crustáceo entre sus patas de
oro
y os respondo: El mar lo sabe.
Me decís qué espera la ascidia en su campana transparente?
Qué espera?
Yo os digo, espera como vosotros el tiempo.
Me preguntáis a quién alcanza el abrazo del alga Macrocustis? 5 [366]
Indagadlo, indagadlo a cierta hora, en cierto mar que conozco.
Sin duda me preguntaréis por el marfil maldito del narwhal,
para que yo os conteste
de qué modo el unicornio marino agoniza arponeado.
Me preguntáis tal vez por las plumas alcionarias que tiemblan
en los puros orígenes de la marea austral? 10
Y sobre la construcción cristalina del pólipo habéis barajado,
sin duda
una pregunta más, desgranándola ahora?
Queréis saber la eléctrica materia de las púas del fondo?
La armada estalactita que camina quebrándose?
El anzuelo del pez pescador, la música extendida 15
en la profundidad como un hilo en el agua?
Yo os quiero decir que esto lo sabe el mar, que la vida en
sus arcas
es ancha como la arena, innumerable y pura
y entre las uvas sanguinarias el tiempo ha pulido
la dureza de un pétalo, la luz de la medusa 20
y ha desgranado el ramo de sus hebras corales
desde una cornucopia de nácar infinito.
Yo no soy sino la red vacía que adelanta
ojos humanos, muertos en aquellas tinieblas,
dedos acostumbrados al triángulo, medidas 25
de un tímido hemisferio de naranja.
Anduve como vosotros escarbando
la estrella interminable,
y en mi red, en la noche, me desperté desnudo,
única presa, pez encerrado en el viento. 30
XVIII
Las piedras de la orilla
Oceánicas, no tenéis la materia
que emerge de las tierras vegetales
entre la primavera y las espigas.
El tacto azul del aire que navega [367]
entre las uvas, no conoce el rostro 5
que de la soledad sale al océano.
El rostro de las rocas destrozadas,
que no conoce abejas, que no tiene
más que la agricultura de las olas,
el rostro de las piedras que aceptaron 10
la desolada espuma del combate
en sus eternidades agrietadas.
Ásperas naves de granito hirsuto
entregado a la cólera, planetas
en cuya inmóvil dimensión detienen 15
las banderas del mar su movimiento.
Tronos de la intemperie huracanada.
Torres de soledades sacudidas.
Tenéis, rocas del mar, el victorioso
color del tiempo, el material gastado 20
por una eternidad en movimiento.
El fuego hizo nacer estos lingotes
que el mar estremeció con sus granadas.
Esta arruga en que el cobre y la salmuera
se unieron: este hierro anaranjado, 25
estas manchas de plata y de paloma,
son el muro mortal y la frontera
de la profundidad con sus racimos.
Piedras de soledad, piedras amadas
de cuyas duras cavidades cuelga 30
el tumultuoso frío de las algas,
y a cuyo borde ornado por la luna
sube la soledad de las orillas.
Desde los pies perdidos en la arena
qué aroma se perdió, qué movimiento 35
de corola nupcial trepó temblando?
Plantas de arena, triángulos carnosos,
aplanadas substancias que llegaron [368]
a encender su fulgor sobre las piedras,
primavera marina, delicada 40
copa sobre las piedras erigida.
pequeño rayo de amaranto apenas
encendido y helado por la furia,
dadme la condición que desafía
las arenas del páramo estrellado. 45
Piedras del mar, centellas detenidas
en el combate de la luz, campanas
doradas por el óxido, filudas
espadas del dolor, cúpulas rotas
en cuyas cicatrices se construye 50
la estatua desdentada de la tierra.
XIX
Mollusca gongorina
De California traje un múrex espinoso,
la sílice en sus púas, ataviada con humo
su erizada apostura de rosa congelada,
y su interior rosado de paladar ardía
con una suave sombra de corola carnosa. 5
Mas tuve una cyprea cuyas manchas cayeron
sobre su capa, ornando su terciopelo puro
con círculos quemados de pólvora o pantera,
y otra llevó en su lomo liso como una copa
una rama de ríos tatuados en la luna. 10
Mas la línea espiral, no sostenida
sino por aire y mar, oh
escalera, scalaria delicada,
oh monumento frágil de la aurora
que un anillo con ópalo amasado 15
enrolla deslizando la dulzura.
Saqué del mar, abriendo las arenas,
la ostra erizada de coral sangriento,
spondylus, cerrando en sus mitades
la luz de su tesoro sumergido, 20
cofre envuelto en agujas escarlatas,
o nieve con espinas agresoras. [369]
La oliva grácil recogí en la arena,
húmeda caminante, pie de púrpura,
alhaja humedecida en cuya forma 25
la fruta endureció su llamarada,
pulió el cristal su condición marina
y ovaló la paloma su desnudo.
La caracola del tritón retuvo
la distancia en la gruta del sonido 30
y en la estructura de su cal trenzada
sostiene el mar con pétalos, su cúpula.
Oh rostellaria, flor impenetrable
como un signo elevado en una aguja,
mínima catedral, lanza rosada. 35
espada de la luz, pistilo de agua.
Pero en la altura de la aurora asoma
el hijo de la luz, hecho de luna,
el argonauta que un temblor dirige,
que un trémulo contacto de la espuma 40
amasó, navegando en una ola
con su nave espiral de jazminero.
Y entonces escondida en la marea,
boca ondulante de la mar morada,
sus labios de titánica violeta, 45
la tridacna cerró como un castillo,
y allí su rosa colosal devora
las azules estirpes que la besan:
monasterio de sal, herencia inmóvil
que encarceló una ola endurecida. 50
Pero debo nombrar, tocando apenas
oh Nautilus, tu alada dinastía,
la redonda ecuación en que navegas
deslizando tu nave nacarada,
tu espiral geometría en que se funden, 55
reloj del mar, el nácar y la línea
y debo hacia las islas, en el viento,
irme contigo, dios de la estructura. [370]
XX
Las aves maltratadas
Alta sobre Tocopilla está la pampa nitrosa,
los páramos, la mancha de los salares, es el
desierto sin una hoja, sin un escarabajo,
sin una brizna, sin una sombra, sin tiempo.
Allí la garuma de los mares hizo sus nidos, 5
hace tiempo, en la arena solitaria y caliente,
dejó sus huevos desgranando el vuelo
desde la costa, en olas de plumaje,
hacia la soledad, hacia el remoto
cuadrado del desierto que alfombraron 10
con el tesoro suave de la vida.
Hermoso río desde el mar, salvaje
soledad del amor, plumas del viento
redondeadas en globos de magnolia,
vuelo arterial, palpitación alada 15
en que todas las vidas acumulan
en un río reunido, sus presiones:
así la sal estéril fue poblada,
fue coronado el páramo de plumas
y el vuelo se incubó en los arenales. 20
Llegó el hombre. Tal vez llenaron
su miseria de pálido extraviado
del desierto, las ramas del arrullo
que como el mar temblaba en el desierto,
tal vez lo deslumbró como una estrella 25
la extensión crepitante de blancura,
pero vinieron otros en sus pasos.
Llegaron en el alba, con garrotes
y con cestos, robaron el tesoro,
apalearon las aves, derrotaron 30
nido a nido la nave de las plumas,
sopesaron los huevos y aplastaron
aquellas que tenían criatura.
Las levantaron a la luz y arrojaron
contra la tierra del desierto, en medio 35 [371]
del vuelo y del graznido y de la ola
del rencor, y las aves extendieron
toda su furia en el aire invadido,
y cubrieron el sol con sus banderas:
pero la destrucción golpeó los nidos, 40
enarboló el garrote y arrasada
fue la ciudad del mar en el desierto.
Más tarde la ciudad, en la salmuera
vespertina de nieblas y borrachos
oyó pasar los cestos que vendían 45
huevos de ave de mar, frutos salvajes
de páramo en que nada sobrevive,
sino la soledad sin estaciones,
y la sal agredida y rencorosa.
XXI
Leviathan
Arca, paz iracunda, resbalada
noche bestial, antártica extranjera,
no pasarás junto a mí desplazando
tu témpano de sombra sin que un día
entre por tus paredes y levante 5
tu armadura de invierno submarino.
Hacia el Sur crepitó tu fuego negro
de expulsado planeta, el territorio
de tu silencio que movió las algas
sacudiendo la edad de la espesura. 10
Fue sólo forma, magnitud cerrada
por un temblor del mundo en que desliza
su majestad de cuero amedrentado
por su propia potencia y su ternura.
Arca de cólera encendida 15
con las antorchas de la nieve negra,
cuando tu sangre ciega fue fundada
la edad del mar dormía en los jardines,
y en su extensión la luna deshacía
la cola de su imán fosforescente. 20
La vida crepitaba
como una hoguera azul, madre medusa, [372]
multiplicada tempestad de ovarios,
y todo el crecimiento era pureza,
palpitación de pámpano marino. 25
Así fue tu gigante arboladura
dispuesta entre las aguas como el paso
de la maternidad sobre la sangre,
y tu poder fue noche inmaculada
que resbaló inundando las raíces. 30
Extravío y terror estremecieron
la soledad, y huyó tu continente
más allá de las islas esperadas:
pero el terror pasó sobre los globos
de la luna glacial, y entró en tu carne, 35
agredió soledades que ampararon
tu aterradora lámpara apagada.
La noche fue contigo: te envolvía
adhiriéndote un limo tempestuoso
y revolvió tu cola huracanada 40
el hielo en que dormían las estrellas.
Oh gran herida, manantial caliente
revolviendo sus truenos derrotados
en la comarca del arpón, teñido
por el mar de la sangre, desangrada, 45
dulce y dormida bestia conducida
como un ciclón de rotos hemisferios
hasta las barcas negras de la grasa
pobladas por rencor y pestilencia.
Oh gran estatua muerta en los cristales 50
de la luna polar, llenando el cielo
como una nube de terror que llora
y cubre los océanos de sangre.
XXII
Phalacro-Corax
Aves estercolarias de las islas,
multiplicada voluntad del vuelo,
celeste magnitud, innumerable
emigración del viento de la vida,
cuando vuestros cometas se deslizan 5
enarenando el cielo sigiloso [373]
del callado Perú, vuela el eclipse.
Oh lento amor, salvaje primavera
que desarraiga su colmada copa
y navega la nave de la especie 10
con un fluvial temblor de agua sagrada
desplazando su cielo caudaloso
hacia las islas rojas del estiércol.
Yo quiero sumergirme en vuestras alas,
ir hacia el Sur durmiendo, sostenido 15
por toda la espesura temblorosa.
Ir en el río oscuro de las flechas
con una voz perdida, dividirme
en la palpitación inseparable.
Después, lluvia del vuelo, las calcáreas 20
islas abren su frío paraíso
donde cae la luna del plumaje,
la tormenta enlutada de las plumas.
El hombre inclina entonces la cabeza
ante el arrullo de las aves madres, 25
y escarba estiércol con las manos ciegas
que levantan las gradas una a una,
raspa la claridad del excremento,
acumula las heces derramadas,
y se prosterna en medio de las islas 30
de la fermentación, como un esclavo,
saludando las ácidas riberas
que coronan los pájaros ilustres.
XXIII
No sólo el albatros
No de la primavera, no esperadas
sois, no en la sed de la corola,
no en la morada miel que se entreteje
hebra por hebra en cepas y racimos,
sino en la tempestad, en la andrajosa 5
cúpula torrencial del arrecife,
en la grieta horadada por la aurora,
y más aún, sobre las lanzas verdes
del desafío, en la desmoronada
soledad de los páramos marinos. 10
Novias de sal, palomas procelarias, [374]
a todo aroma impuro de la tierra
distéis el dorso por el mar mojado,
y en la salvaje claridad hundisteis
la geometría celestial del vuelo. 15
Sagradas sois, no sólo la que anduvo
como gota ciclónica, en la rama
del vendaval: no sólo 1a que anida
en las vertientes de la furia, sino
la gaviota de nieve redondeada, 20
la forma del guanay sobre la espuma,
la plateada fardela de platino.
Cuando cayó cerrado como un nudo
el alcatraz, hundiendo su volumen,
y cuando navegó la profecía 25
en las alas extensas del albatros,
y cuando el viento del petrel volaba
sobre la eternidad en movimiento,
más allá de los viejos cormoranes,
mi corazón se recogió en su copa 30
y extendió hacia los mares y las plumas
la desembocadura de su canto.
Dadme el estaño helado que en el pecho
lleváis hacia las piedras tempestuosas,
dadme la condición que se congrega 35
en las garras del águila marina,
o la estatura inmóvil que resiste
todos los crecimientos y rupturas,
el viento de azahar desamparado
y el sabor de la patria desmedida. 40
XXIV
La noche marina
Noche marina, estatua blanca y verde,
te amo, duerme conmigo. Fui por todas
las calles calcinándome y muriendo,
creció conmigo la madera, el hombre
conquistó su ceniza y se dispuso 5
a descansar rodeado por la tierra.
Cerró la noche para que tus ojos [375]
no vieran su reposo miserable:
quiso proximidad, abrió los brazos
custodiado por seres y por muros, 10
y cayó al sueño del silencio, bajando
a tierra funeral con sus raíces.
Yo, noche Océano, a tu forma abierta,
a tu extensión que Aldebarán vigila,
a la boca mojada de tu canto 15
llegué con el amor que me construye.
Te vi, noche del mar, cuando nacías
golpeada por el nácar infinito:
vi tejerse las hebras estrelladas
y la electricidad de tu cintura 20
y el movimiento azul de los sonidos
que acosan tu dulzura devorada.
Ámame sin amor, sangrienta esposa.
Ámame con espacio, con el río
de tu respiración, con el aumento 25
de todos tus diamantes desbordados;
ámame sin la tregua de tu rostro,
dame la rectitud de tu quebranto.
Hermosa eres, amada, noche hermosa:
guardas la tempestad como una abeja 30
dormida en tus estambres alarmados,
y sueño y agua tiemblan en las copas
de tu pecho acosado de vertientes.
Nocturno amor, seguí lo que elevabas,
tu eternidad, la torre temblorosa 35
que asume las estrellas, la medida
de tu vacilación, las poblaciones
que levanta la espuma en tus costados;
estoy encadenado a tu garganta
y a los labios que rompes en la arena. 40
Quién eres? Noche de los mares, dime
si tu escarpada cabellera cubre
toda la soledad, si es infinito
este espacio de sangre y de praderas.
Dime quién eres; llena de navíos, 45
llena de lunas que tritura el viento, [376]
dueña de todos los metales, rosa
de la profundidad, rosa mojada
por la intemperie del amor desnudo.
Túnica de la tierra, estatua verde, 50
dame una ola como una campana,
dame una ola de azahar furioso,
la multitud de hogueras, los navíos
del cielo capital, el agua en que navego,
la multitud del fuego celeste: quiero un solo 55
minuto de extensión y más que todos
los sueños, tu distancia:
toda la púrpura que mides, el grave
pensativo sistema constelado:
toda tu cabellera que visita 60
la oscuridad, y el día que preparas.
Quiero tener tu frente simultánea,
abrirla en mi interior para nacer
en todas tus orillas, ir ahora
con todos los secretos respirados, 65
con tus oscuras líneas resguardadas
en mí como la sangre o las banderas,
llevando estas secretas proporciones
al mar de cada día, a los combates
que en cada puerta -amores y amenazas- 70
viven dormidos.
Pero entonces
entraré en la ciudad con tantos ojos
como los tuyos, y sostendré la vestidura
con que me visitaste, y que me toquen
hasta el agua total que no se mide: 75
pureza y destrucción contra toda la muerte,
distancia que no puede gastarse, música
para los que duermen y para los que despiertan.
[377]
- XV -
Yo soy [379]
La frontera (1904)
Lo primero que vi fueron árboles, barrancas
decoradas con flores de salvaje hermosura,
húmedo territorio, bosques que se incendiaban
y el invierno detrás del mundo, desbordado.
Mi infancia son zapatos mojados, troncos rotos 5
caídos en la selva, devorados por lianas
y escarabajos, dulces días sobre la avena,
y la barba dorada de mi padre saliendo
hacia la majestad de los ferrocarriles.
Frente a mi casa el agua austral cavaba 10
hondas derrotas, ciénagas de arcillas enlutadas,
que en el verano eran atmósfera amarilla
por donde las carretas crujían y lloraban
embarazadas con nueve meses de trigo.
Rápido sol del Sur:
rastrojos, humaredas 15
en caminos de tierras escarlatas, riberas
de ríos de redondo linaje, corrales y potreros
en que reverberaba la miel del mediodía.
El mundo polvoriento entraba grado a grado
en los galpones, entre barricas y cordeles 20
a bodegas cargadas con el resumen rojo
del avellano, todos los párpados del bosque.
Me pareció ascender en el tórrido traje
del verano, con las máquinas trilladoras,
por las cuestas, en la tierra barnizada de boldos, 25
erguida entre los robles, indeleble,
pegándose en las ruedas como carne aplastada.
Mi infancia recorrió las estaciones: entre
los rieles, los castillos de madera reciente, [380]
la casa sin ciudad, apenas protegida 30
por reses y manzanos de perfume indecible
fui yo, delgado niño cuya pálida forma
se impregnaba de bosques vacíos y bodegas.
II
El hondero (1919)
Amor, tal vez amor indeciso, inseguro:
sólo un golpe de madreselvas en la boca,
sólo unas trenzas cuyo movimiento subía
hacia mi soledad como una hoguera negra,
y lo demás: el río nocturno, las señales 5
del cielo, la fugaz primavera mojada,
la enloquecida frente solitaria, el deseo
levantando sus crueles tulipas en la noche.
Yo deshojé las constelaciones, hiriéndome,
afilando los dedos en el tacto de estrellas, 10
hilando hebra por hebra la contextura helada
de un castillo sin puertas,
oh estrellados amores
cuyo jazmín detiene su transparencia en vano,
oh nubes que en el día del amor desembocan
como un sollozo entre las hierbas hostiles, 15
desnuda soledad amarrada a una sombra,
a una herida adorada, a una luna indomable.
Nómbrame, dije tal vez a los rosales:
ellos tal vez, la sombra de confusa ambrosía,
cada temblor del mundo conocía mis pasos, 20
me esperaba el rincón más oculto, la estatua
del árbol soberano en la llanura:
todo en la encrucijada llegó a mi desvarío
desgranando mi nombre sobre la primavera.
Y entonces, dulce rostro, azucena quemada, 25
tú la que no dormiste con mi sueño, bravía,
medalla perseguida por una sombra, amada
sin nombre, hecha de toda la estructura del polen,
de todo el viento ardiendo sobre estrellas impuras:
oh amor, desenredado jardín que se consume, 30
en ti se levantaron mis sueños y crecieron
como una levadura de panes tenebrosos. [381]
III
La casa
Mi casa, las paredes cuya madera fresca,
recién cortada huele aún: destartalada
casa de la frontera, que crujía
a cada paso, y silbaba con el viento de guerra
del tiempo austral, haciéndose elemento 5
de tempestad, ave desconocida
bajo cuyas heladas plumas creció mi canto.
Vi sombras, rostros que como plantas
en torno a mis raíces crecieron, deudos
que cantaban tonadas a la sombra de un árbol 10
y disparaban entre los caballos mojados,
mujeres escondidas en la sombra
que dejaban las torres masculinas,
galopes que azotaban la luz,
enrarecidas
noches de cólera, perros que ladraban. 15
Mi padre con el alba oscura
de la tierra, hacia qué perdidos archipiélagos
en sus trenes que aullaban se deslizó?
Más tarde amé el olor del carbón en el humo,
los aceites, los ejes de precisión helada, 20
y el grave tren cruzando el invierno extendido
sobre la tierra, como una oruga orgullosa.
De pronto trepidaron las puertas.
Es mi padre.
Lo rodean los centuriones del camino:
ferroviarios envueltos en sus mantas mojadas, 25
el vapor y la lluvia con ellos revistieron
la casa, el comedor se llenó de relatos
enronquecidos, los vasos se vertieron,
y hasta mí, de los seres, como una separada
barrera, en que vivían los dolores, 30
llegaron las congojas, las ceñudas
cicatrices, los hombres sin dinero,
la garra mineral de la pobreza.
IV
Compañeros de viaje (1921)
Luego llegué a la capital, vagamente impregnado
de niebla y lluvia. Qué calles eran esas?
Los trajes de 1921 pululaban
en un olor atroz de gas, café y ladrillos. [382]
Entre los estudiantes pasé sin comprender, 5
reconcentrando en mí las paredes, buscando
cada tarde en mi pobre poesía las ramas,
las gotas y la luna que se habían perdido.
Acudí al fondo de ella, sumergiéndome
cada tarde en sus aguas, agarrando impalpables 10
estímulos, gaviotas de un mar abandonado,
hasta cerrar los ojos y naufragar en medio
de mi propia substancia.
Fueron tinieblas, fueron
sólo escondidas, húmedas hojas del subsuelo?
De qué materia herida se desgranó la muerte 15
hasta tocar mis miembros, conducir mi sonrisa
y cavar en las calles un pozo desdichado?
Salí a vivir: crecí y endurecido
fui por los callejones miserables,
sin compasión, cantando en las fronteras 20
del delirio. Los muros se llenaron de rostros:
ojos que no miraban la luz, aguas torcidas
que iluminaba un crimen, patrimonios
de solitario orgullo, cavidades
llenas de corazones arrasados. 25
Con ellos fui: sólo en su coro
mi voz reconoció las soledades
donde nació.
Entré a ser hombre
cantando entre las llamas, acogido 30
por compañeros de condición nocturna
que cantaron conmigo en los mesones,
y que me dieron más de una ternura,
más de una primavera defendida
por sus hostiles manos, 35
único fuego, planta verdadera
de los desmoronados arrabales.
V
La estudiante (1923)
Oh tú, más dulce, más interminable
que la dulzura, carnal enamorada
entre las sombras: de otros días
surges llenando de pesado polen
tu copa, en la delicia. [383]
Desde la noche llena 5
de ultrajes, noche como el vino
desbocado, noche de oxidaba púrpura,
a ti caí como una torre herida,
y entre las pobres sábanas tu estrella
palpitó contra mí quemando el cielo. 10
Oh redes del jazmín, oh fuego físico
alimentado en esta nueva sombra,
tinieblas que tocamos apretando
la cintura central, golpeando el tiempo
con sanguinarias ráfagas de espigas. 15
Amor sin nada más, en el vacío
de una burbuja, amor con calles muertas,
amor, cuando murió toda la vida
y nos dejó encendiendo los rincones.
Mordí mujer, me hundí desvaneciéndome 20
desde mi fuerza, atesoré racimos,
y salí a caminar de beso en beso,
atado a las caricias, amarrado
a esta gruta de fría cabellera,
a estas piernas por labios recorridas: 25
hambriento entre los labios de la tierra,
devorando con labios devorados.
VI
El viajero (1927)
Y salí por los mares a los puertos.
El mundo entre fas grúas
y las bodegas de la orilla sórdida
mostró en su grieta chusmas y mendigos,
compañías de hambrientos espectrales 5
en el costado de los barcos.
Países
recostados, resecos, en la arena,
trajes talares, mantos fulgurantes
salían del desierto, armados
como escorpiones, guardando el agujero 10
del petróleo, en la polvorienta
red de los calcinados poderíos.
Viví en Birmania, entre las cúpulas
de metal poderoso, y la espesura
donde el tigre quemaba sus anillos 15
de oro sangriento. Desde mis ventanas [384]
en Dalhousie Street, el olor
indefinible, musgo en las pagodas,
perfumes y excrementos, polen pólvora,
de un mundo saturado por la humedad humana, 20
subió hasta mí.
Las calles me llamaron
con sus innumerables movimientos
de telas de azafrán y escupos rojos,
junto al sucio oleaje del Irrawadhy, del
agua cuyo espesor, sangre y aceite, 25
venía descargando su linaje
desde las tierras altas cuyos dioses
podo menos dormían rodeados por su barro.
VII
Lejos de aquí
India, no amé tu desgarrado traje,
tu desarmada población de harapos.
Por años fui con ojos que querían
trepar los promontorios del desprecio,
entre ciudades como cera verde, 5
entre los talismanes, las pagodas
cuya pastelería sanguinaria
esparcía terribles aguijones.
Vi el miserable acumulado, encima
de otro, del sufrimiento de su hermano, 10
las calles como ríos de congoja,
las pequeñas aldeas aplastadas
entre las gruesas uñas de las flores,
y fui en la muchedumbre, centinela
del tiempo, separando ennegrecidas 15
cicatrices, certámenes de esclavos.
Entré a los templos, estuco y pedrería
hacen las gradas, sangre y muerte sucias,
y los bestiales sacerdotes, ebrios
del estupor ardiente, disputándose 20
monedas revolcadas en el suelo,
mientras, oh pequeño ser humano,
los grandes ídolos de pies fosfóricos,
estiraban las lenguas vengativas,
o sobre un falo de piedra escarlata 25
resbalaban las flores trituradas. [385]
VIII
Las máscaras de yeso
No amé... No sé si fue piedad o vómito.
Corrí por las ciudades, Saigón, Madrás,
Khandy, hasta las enterradas, majestuosas
piedras de Anuradapurha, y en la roca
de Ceylán, como ballenas 5
las efigies de Sidartha, fui más lejos:
en el polvillo de Penang, por las riberas
de los ríos, en la selva
de silencio purísimo, colmado
por el rebaño de las intensas vidas, 10
más allá de Bangkok, las vestiduras
de bailarinas con máscara de yeso.
Golfos pestilenciales elevaban
techos de pedrería desbordante,
y en anchos ríos la vivienda 15
de millares de pobres, apretados
en las embarcaciones, y otros, todos
cubrían la infinita tierra,
más allá de los ríos amarillos,
como una sola piel de fiera rota, 20
piel de los pueblos, pelaje humillado
por unos amos y otros.
Capitanes y príncipes
vivían sobre el húmedo estertor
de agonizantes lámparas, desangrando
la vida de los pobres artesanos, 25
y entre garras y látigos, más alto
era la concesión, el europeo,
el norteamericano del petróleo,
fortificando templos de aluminio,
arando sobre la piel desamparada, 30
estableciendo nuevos sacrificios de sangre.
IX
El baile (1929)
En la profundidad de Java, entre las sombras
territoriales: aquí está el palacio iluminado.
Paso entre arqueros verdes, adheridos
a los muro, entro
en la sala del trono. Está el monarca, 5
apoplético cerdo, pavo impuro, [386]
cargado de cordones, constelado,
entre dos de sus amos holandeses,
mercaderes ceñudos que vigilan.
Qué repugnante grupo de insectos, cómo arrojan 10
sobre los seres concienzudamente
paladas de vileza.
Los centinelas sórdidos
de las lejanas tierras, y el monarca
como un saco ciego, arrastrando
su carne espesa y sus estrellas falsas 15
sobre una humilde patria de plateros.
Pero entraron de pronto
desde el remoto fondo del palacio
diez bailarinas, lentas como un sueño
bajo las aguas.
Cada pie se acercaba 20
de costado avanzando miel nocturna
como un pez de oro, y sus máscaras ocre
llevaban sobre el pelo de aceitada espesura
una corona fresca de azahares.
Hasta que se situaron 25
frente al sátrapa, y con ellas la música, un rumor
de élitros de cristal, la danza pura
que creció como flor, las manos claras
construyendo una estatua fugitiva,
la túnica golpeada en los talones 30
por un golpe de ola o de blancura,
y en cada movimiento de paloma
hecha en metal sagrado, el susurrante
aire del archipiélago, encendido
como un árbol nupcial en primavera. 35
X
La guerra (1936)
España, envuelta en sueño, despertando
como una cabellera con espigas,
te vi nacer, tal vez, entre las breñas
y las tinieblas, labradora,
levantarte entre las encinas y los montes 5
y recorrer el aire con las venas abiertas.
Pero te vi atacada en las esquinas
por los antiguos bandoleros. Iban
enmascarados, con sus cruces hechas
de víboras, con los pies metidos 10
en el glacial pantano de los muertos. [387]
Entonces vi tu cuerpo desprendido
de matorrales, roto
sobre la arena encarnizada, abierto,
sin mundo, aguijoneado en la agonía. 15
Hasta hoy corre el agua de tus peñas
entre los calabozos, y sostienes
tu corona de púas en silencio,
a ver quién puede más, si tus dolores
o los rostros que cruzan sin mirarte. 20
Yo viví con tu aurora de fusiles,
y quiero que de nuevo pueblo y pólvora
sacudan los ramajes deshonrados
hasta que tiemble el sueño y se reúnan
los frutos divididos en la tierra. 25
XI
El amor
El firme amor, España, me diste con tus dones.
Vino a mí la ternura que esperaba
y me acompaña la que lleva el beso
más profundo a mi boca.
No pudieron
apartarla de mí las tempestades 5
ni las distancias agregaron tierra
al espacio de amor que conquistamos.
Cuando antes del incendio, entre las mieses
de España apareció tu vestidura,
yo fui doble noción, luz duplicada, 10
y la amargura resbaló en tu rostro
hasta caer sobre piedras perdidas.
De un gran dolor, de arpones erizados
desemboqué en tus aguas, amor mío,
como un caballo que galopa en medio 15
de la ira y la muerte, y lo recibe
de pronto una manzana matutina,
una cascada de temblor silvestre.
Desde entonces, amor, te conocieron
los páramos que hicieron mi conducta, 20
el océano oscuro que me sigue,
y los castañas del Otoño inmenso.
Quién no te vio, amorosa, dulce mía,
en la lucha, a mi lado, como una
aparición, con todas las señales 25 [388]
de la estrella? Quién, si anduvo
entre las multitudes a buscarme,
porque soy grano del granero humano,
no te encontró, apretada a mis raíces,
elevada en el canto de mi sangre? 30
No sé, mi amor, si tendré tiempo y sitio
de escribir otra vez tu sombra fina
extendida en mis páginas, esposa:
son duros estos días y radiantes,
y recogemos de ellos la dulzura 35
amasada con párpados y espinas.
Yo no sé recordar cuándo comienzas:
estabas antes del amor,
venías
con todas las esencias del destino,
y antes de ti, la soledad fue tuya, 40
fue tal vez tu dormida cabellera.
Hoy, copa de mi amor, te nombro apenas,
título de mis días, adorada,
y en el espacio ocupas como el día
toda la luz que tiene el universo. 45
XII
México (1940)
México, de mar a mar te viví, traspasado
por tu férreo color, trepando montes
sobre los que aparecen monasterios
llenos de espinas,
el ruido venenoso
de la ciudad, los dientes solapados 5
del pululante poetiso, y sobre
las hojas de los muertos y las gradas
que construyó el silencio irreductible,
como muñones de un amor leproso,
el esplendor mojado de las ruinas. 10
Pero del acre campamento, huraño
sudor, lanzas de granos amarillos,
sube la agricultura colectiva
repartiendo los panes de la patria.
Otras veces calcáreas cordilleras 15 [389]
interrumpieron mi camino,
formas
de los ametrallados ventisqueros
que despedazan la corteza oscura
de la piel mexicana, y los caballos
que cruzan como el beso de la pólvora 20
bajo las patriarcales arboledas.
Aquellos que borraron bravamente
la frontera del predio y entregaron
la tierra conquistada por la sangre
entre los olvidados herederos, 25
también aquellos dedos dolorosos
anudados al sur de las raíces,
la minuciosa máscara tejieron,
poblaron de floral juguetería
y de fuego textil el territorio. 30
No supe qué amé más, si la excavada
antigüedad de rostros que guardaron
la intensidad de piedras implacables,
o la rosa reciente, construida
por una mano ayer ensangrentada. 35
Y así de tierra a tierra fui tocando
el barro americano, mi estatura,
y subió por mis venas el olvido
recostado en el tiempo, hasta que un día
estremeció mi boca su lenguaje. 40
XIII
En los muros de México (1943)
Los países se tienden junto a los ríos, buscan
el suave pecho, los labios del planeta,
tú, México, tocaste
los nidos de la espina,
la desértica altura del águila sangrienta, 5
la miel de la columna combatida.
Otros hombres buscaron el ruiseñor, hallaron
el humo, el valle, regiones como la piel humana:
tú, México, enterraste las manos en la tierra, [390]
tú creciste en la piedra de mirada salvaje. 10
Cuando llegó a tu boca la rosa de rocío
el látigo del cielo la convirtió en tormento,
Fue tu origen un viento de cuchillos
entre dos mares de irritada espuma.
Tus párpados se abrieron en la espesa amapola 15
de un día enfurecido
y la nieve extendía su espaciosa blancura
en donde el fuego vivo comenzaba a habitarte.
Conozco tu corona de nopales
y sé que bajo sus raíces 20
tu subterránea estatua, México, se construye
con las aguas secretas de la tierra
y los lingotes ciegos de las minas.
Oh, tierra, oh esplendor
de tu perpetua y dura geografía, 25
la derramada rosa del mar de California,
el rayo verde que Yucatán derrama,
el amarillo amor de Sinaloa,
los párpados rosados de Morelia,
y el largo hilo de henequén fragante 30
que amarra el corazón a tu estatura.
México augusto de rumor y espadas,
cuando la noche en la tierra era más grande,
repartiste la cuna del maíz a los hombres.
Levantaste la mano llena de polvo santo 35
y la pusiste en medio de tu pueblo
como una nueva estrella de pan y de fragancia.
El campesino entonces a la luz de la pólvora
miró su tierra desencadenada
brillar sobre los muertos germinales. 40
Canto a Morelos. Cuando caía
su fulgor taladrado,
una pequeña gota iba llamando
bajo la tierra basta llenar la copa
de sangre, y de la copa un río 45
hasta llegar a toda la silenciosa orilla
de América, empapándola de misteriosa esencia.
Canto a Cuauhtémoc. Toco
su linaje de luna [391]
y su fina sonrisa de dios martirizado. 50
Dónde estás, has perdido,
antiguo hermano, tu dureza dulce?
En qué te has convertido?
En dónde vive tu estación de fuego?
Vive en la piel de nuestra mano oscura, 55
vive en los cenicientos cereales:
cuando, después de la nocturna sombra
se desgranan las cepas de la aurora,
los ojos de Cuauhtémoc abren su luz remota
sobre la vida verde del follaje. 60
Canto a Cárdenas. Yo estuve;
yo viví la tormenta de Castilla.
Eran los días ciegos de las vidas.
Altos dolores como ramas crueles
herían nuestra madre acongojada. 65
Era el abandonado luto, los muros del silencio
cuando
se traicionaba, se asaltaba y hería
a esa patria del alba y del laurel.
Entonces 70
sólo la estrella roja de Rusia y la mirada
de Cárdenas brillaron en la noche del hombre.
General, Presidente de América, te dejo en este canto
algo del resplandor que recogí en España.
México, has abierto las puertas y las manos 75
al errante, al herido,
al desterrado, al héroe.
Siento que esto no pueda decirse en otra forma
y quiero que se peguen mis palabras
otra vez como besos en tus muros. 80
De par en par abriste tu puerta combatiente
y se llenó de extraños hijos tu cabellera
y tú tocaste con tus duras manos
las mejillas del hijo
que te parió con lágrimas la tormenta del mundo. 85
Aquí termino, México,
aquí te dejo esta caligrafía
sobre las sienes para que la edad
vaya borrando este nuevo discurso
de quien te amó por libre y por profundo. 90
Adiós te digo, pero no me voy.
Me voy, pero no puedo
decirte adiós. [392]
Porque en mi vida, México, vives como una pequeña
águila equivocada que circula en mis venas, 95
y sólo al fin la muerte le doblará las alas
sobre mi corazón de soldado dormido.
XIV
El regreso (1944)
Regresé... Chile me recibió con el rostro amarillo
del desierto.
Peregriné sufriendo
de árida luna en cráter arenoso
y encontré los dominios eriales del planeta,
la lisa luz sin pámpanos, la rectitud vacía. 5
Vacía? Pero sin vegetales, sin garras, sin estiércol
me reveló la tierra su dimensión desnuda
y a lo lejos su larga línea fría en que nacen
aves y pechos ígneos de suave contextura.
Pero más lejos hombres cavaban las fronteras, 10
recogían metales duros, diseminados
unos como la harina de amargos cereales,
otros como la altura calcinada del fuego,
y hombres y luna, todo me envolvió en su mortaja
hasta perder el hilo vacío de los sueños. 15
Me entregué a los desiertos y el hombre de la escoria
salió de su agujero, de su aspereza muda
y supe los dolores de mi pueblo perdido.
Entonces fui por calles y curules y dije
cuanto vi, mostré las manos que tocaron 20
los terrones ahítos de dolor, las viviendas
de la desamparada pobreza, el miserable
pan y la soledad de la luna olvidada.
Y codo a codo con mi hermano sin zapatos
quise cambiar el reino de las monedas sucias. 25
Fui perseguido, pero nuestra lucha sigue.
La verdad es más alta que la luna.
La ven como si fueran en un navío negro
los hombres de las minas cuando miran la noche. [393]
Y en la sombra mi voz es repartida 30
por la más dura estirpe de la tierra.
XV
La línea de madera
Yo soy un carpintero ciego, sin manos.
He vivido
bajo las aguas, consumiendo frío,
sin construir las cajas fragantes, las moradas
que cedro a cedro elevan la grandeza,
pero mi canto fue buscando hilos del bosque, 5
secretas fibras, ceras delicadas,
y fue cortando ramas, perfumando
la soledad con labios de madera.
Amé cada materia, cada gota
de púrpura o metal, agua y espiga 10
y entré en espesas capas resguardadas
por espacio y arena temblorosa,
hasta cantar con boca destruida,
como un muerto, en las uvas de la tierra.
Arcilla, barro, vino me cubrieron, 15
enloquecí tocando las caderas
de la piel cuya flor fue sostenida
como un incendio bajo mi garganta,
y en la piedra pasearon mis sentidos
invadiendo cerradas cicatrices. 20
Cómo cambié sin ser, desconociendo
mi oficio antes de ser,
la metalurgia
que estaba destinada a mi dureza,
o los aserraderos olfateados
por las cabalgaduras en invierno? 25
Todo se hizo ternura y manantiales
y no serví sino para nocturno. [394]
XVI
La bondad combatiente
Pero no tuve la bondad muerta en las calles.
Rechacé su acueducto purulento
y no toqué su mar contaminado.
Extraje el bien como un metal, cavando
más allá de los ojos que mordían, 5
y entre las cicatrices fue creciendo
mi corazón nacido en las espadas.
No salí desbocado, descargando
tierra o puñal entre los hombres.
No era
mi oficio el de la herida o el veneno. 10
No sujeté el inerme en ataduras
que le cruzaran látigos helados,
no fui a la plaza a buscar enemigos
acechando con mano enmascarada:
no hice más que crecer con mis raíces, 15
y el suelo que extendió mi arboladura
descifró los gusanos que yacían.
Vino a morderme Lunes y le di algunas hojas.
Vino a insultarme Martes y me quedé dormido.
Llegó Miércoles luego con dientes iracundos. 20
Yo lo dejé pasar construyendo raíces.
Y cuando Jueves vino con una venenosa
lanza negra de ortigas y de escamas
lo esperé en medio de mi poesía
y en plena luna le rompí un racimo. 25
Vengan aquí a estrellarse en esta espada.
Vengan a deshacerse en mis dominios.
Vengan en amarillos regimientos,
o en la congregación de sulfurosos.
Morderán sombra y sangre de campanas 30
bajo las siete leguas de mi canto. [395]
XVII
Se reúne el acero (1945)
He visto al mal y al malo, pero no en sus cubiles.
Es una historia de hadas la maldad con caverna.
A los pobres después de haber caído
al harapo, a la mina desdichada,
le han poblado con brujas el camino. 5
Encontré la maldad sentada en tribunales:
en el Senado la encontré vestida
y peinada, torciendo los debates
y las ideas hacia los bolsillos.
El mal y el malo 10
recién salían de bañarse: estaban
encuadernados en satisfacciones,
y eran perfectos en la suavidad
de su falso decoro.
He visto al mal, y para
desterrar esta pústula he vivido 15
con otros hombres, agregando vidas,
haciéndome secreta cifra, metal sin nombre,
invencible unidad de pueblo y polvo.
El orgulloso estaba fieramente
combatiendo en su armario de marfil 20
y pasó la maldad en meteoro
diciendo: «Es admirable
su solitaria rectitud.
Dejadlo».
El impetuoso sacó su alfabeto 25
y montado en su espada se detuvo
a perorar en la calle desierta.
Pasó el malo y le dijo: «Qué valiente!»
y se fue al Club a comentar la hazaña.
Pero cuando fui piedra y argamasa, 30
torre y acero, sílaba asociada:
cuando estreché las manos de mi pueblo
y fui al combate con el mar entero:
cuando dejé mi soledad y puse
mi orgullo en el museo, mi vanidad en el 35 [396]
desván de los carruajes desquiciados,
cuando me hice partido con otros hombres, cuando
se organizó el metal de la pureza,
entonces vino el mal y dijo: «Duro
con ellos, a la cárcel, mueran!» 40
Pero era tarde ya, y el movimiento
del hombre, mi partido,
es la invencible primavera, dura
bajo la tierra, cuando fue esperanza
y fruto general para más tarde. 45
XVIII
El vino
Vino de primavera... Vino de otoño, dadme
mis compañeros, una mesa en que caigan
hojas equinocciales, y el gran río del mundo
que palidezca un poco moviendo su sonido
lejos de nuestros cantos.
Soy un buen compañero. 5
No entraste en esta casa para que te arrancara
un pedazo de ser. Tal vez cuando te vayas
te lleves algo mío, castañas, rosas o
una seguridad de raíces o naves
que quise compartir contigo, compañero. 10
Canta conmigo hasta que las copas
se derramen dejando púrpura desprendida
sobre la mesa.
Esa miel viene a tu boca
desde la tierra, desde sus oscuros racimos.
Cuántos me faltan, sombras del canto,
compañeros 15
que amé dando la frente, sacando de mi vida
la incomparable ciencia varonil que profeso,
la amistad, arboleda de rugosa ternura.
Dame la mano, encuéntrate conmigo,
simple, no busques nada en mis palabras 20 [397]
sino la emanación de una planta desnuda.
Por qué me pides más que a un obrero? Ya sabes
que a golpes fui forjando mi enterrada herrería,
y que no quiero hablar sino como es mi lengua.
Sal a buscar doctores si no te gusta el viento. 25
Nosotros cantaremos con el vino fragoso
de la tierra: golpearemos las copas del Otoño,
y la guitarra o el silencio irán trayendo
líneas de amor, lenguaje de ríos que no existen,
estrofas adoradas que no tienen sentido. 30
XIX
Los frutos de la tierra
Cómo sube la tierra por el maíz buscando
lechosa luz, cabellos, marfil endurecido,
la primorosa red de la espiga madura
y todo el reino de oro que se va desgranando?
Quiero comer cebollas, tráeme del mercado 5
una, un globo colmado de nieve cristalina,
que transformó la tierra en cera y equilibrio
como una bailarina detenida en su vuelo.
Dame unas codornices de cacería, oliendo
a musgo de las selvas, un pescado vestido 10
como un rey, destilando profundidad mojada
sobre la fuente,
abriendo pálidos ojos de oro
bajo el multiplicado pezón de los limones.
Vámonos, y bajo el castaño la fogata
dejará su tesoro blanco sobre las brasas, 15
y un cordero con toda su ofrenda irá dorando
su linaje hasta ser ámbar para tu boca.
Dadme todas las cosas de la tierra, torcazas
recién caídas, ebrias de racimos salvajes,
dulces anguilas que al morir, fluviales, 20
alargaron sus perlas diminutas,
y una bandeja de ácidos erizos [398]
darán su anaranjado submarino
al fresco firmamento de lechugas.
Y antes de que la liebre marinada 25
llene de aroma el aire del almuerzo
como silvestre fuga de sabores,
a las ostras del Sur, recién abiertas,
en sus estuches de esplendor salado,
va mi beso empapado en las substancias 30
de la tierra que ama y que recorro
con todos los caminos de mi sangre.
XX
La gran alegría
La sombra que indagué ya no me pertenece.
Yo tengo la alegría duradera del mástil,
la herencia de los bosques, el viento del camino
y un día decidido bajo la luz terrestre.
No escribo para que otros libros me aprisionen 5
ni para encarnizados aprendices de lirio,
sino para sencillos habitantes que piden
agua y luna, elementos del orden inmutable,
escuelas, pan y vino, guitarras y herramientas.
Escribo para el pueblo aunque no pueda 10
leer mi poesía con sus ovos rurales.
Vendrá el instante en que una línea, el aire
que removió mi vida, llegará a sus orejas,
y entonces el labriego levantará los ojos,
el minero sonreirá rompiendo piedras, 15
el palanquero se limpiará la frente,
el pescador verá mejor el brillo
de un pez que palpitando le quemará las manos,
el mecánico, limpio, recién lavado, lleno
de aroma de jabón mirará mis poemas, 20
y ellos dirán tal vez: «Fue un camarada.»
Eso es bastante, ésa es la corona que quiero.
Quiero que a la salida de fábricas y minas
esté mi poesía adherida a la tierra,
al aire, a la victoria del hombre maltratado. 25
Quiero que un joven halle en la dureza [399]
que construí, con lentitud y con metales,
como una caja, abriéndola, cara a cara, la vida,
y hundiendo el alma toque las ráfagas que hicieron
mi alegría, en la altura tempestuosa. 30
XXI
La muerte
He renacido muchas veces, desde el fondo
de estrellas derrotadas, reconstruyendo el hilo
de las eternidades que poblé con mis manos,
y ahora voy a morir, sin nada más, con tierra
sobre mi cuerpo, destinado a ser tierra. 5
No compré una parcela del cielo que vendían
los sacerdotes, ni acepté tinieblas
que el metafísico manufacturaba
para despreocupados poderosos.
Quiero estar en la muerte con los pobres 10
que no tuvieron tiempo de estudiarla,
mientras los apaleaban los que tienen
el cielo dividido y arreglado.
Tengo lista mi muerte, como un traje
que me espera, del color que amo, 15
de la extensión que busqué inútilmente,
de la profundidad que necesito.
Cuando el amor gastó su materia evidente
y la lucha desgrana sus martillos
en otras manos de agregada fuerza, 20
viene a borrar la muerte las señales
que fueron construyendo tus fronteras.
XXII
La vida
Que otro se preocupe de los osarios...
El mundo
tiene un color desnudo de manzana: los ríos
arrastran un caudal de medallas silvestres
y en todas partes vive Rosalía la dulce [400]
y Juan el compañero...
Ásperas piedras hacen 5
el castillo, y el barro más suave que las uvas
con los restos del trigo hizo mi casa.
Anchas tierras, amor, campanas lentas,
combaten reservados a la aurora,
cabelleras de amor que me esperaron, 10
depósitos dormidos de turquesa:
casas, caminos, olas que construyen
una estatua barrida por los sueños,
panaderías en la madrugada,
relojes educados en la arena, 15
amapolas del trigo circulante,
y estas manos oscuras que amasaron
los materiales de mi propia vida:
hacia vivir se encienden las naranjas
sobre la multitud de los destinos! 20
Que los sepultureros escarben las materias
aciagas: que levanten
los fragmentos sin luz de la ceniza,
y hablen en el idioma del gusano.
Yo tengo frente a mí sólo semillas, 25
desarrollos radiantes y dulzura.
XXIII
Testamento (I)
Dejo a los sindicatos
del cobre, del carbón y del salitre
mi casa junto al mar de Isla Negra.
Quiero que allí reposen los maltratados hijos
de mi patria, saqueada por hachas y traidores, 5
desbaratada en su sagrada sangre,
consumida en volcánicos harapos.
Quiero que al limpio amor que recorriera
mi dominio, descansen los cansados,
se sienten a mi mesa los oscuros, 10
duerman sobre mi cama los heridos.
Hermano, ésta es mi casa, entra en el mundo
de flor marina y piedra constelada
que levanté luchando en mi pobreza. [401]
Aquí nació el sonido en mi ventana 15
como en una creciente caracola
y luego estableció sus latitudes
en mi desordenada geología.
Tú vienes de abrasados corredores,
de túneles mordidos por el odio, 20
por el salto sulfúrico del viento:
aquí tienes la paz que te destino,
agua y espacio de mi oceanía.
XXIV
Testamento (II)
Dejo mis viejos libros, recogidos
en rincones del mundo, venerados
en su tipografía majestuosa,
a los nuevos poetas de América,
a los que un día
hilarán en el ronco telar interrumpido 5
las significaciones de mañana.
Ellos habrán nacido cuando el agreste puño
de leñadores muertos y mineros
haya dado una vida innumerable
para limpiar la catedral torcida, 10
el grano desquiciado, el filamento
que enredó nuestras ávidas llanuras.
Toquen ellos infierno, este pasado
que aplastó los diamantes, y defiendan
los mundos cereales de su canto, 15
lo que nació en el árbol del martirio.
Sobre los huesos de caciques, lejos
de nuestra herencia traicionada, en pleno
aire de pueblos que caminan solos,
ellos van a poblar el estatuto 20
de un largo sufrimiento victorioso.
Que amen como yo amé mi Manrique, mi Góngora,
mi Garcilaso, mi Quevedo:
fueron
titánicos guardianes, armaduras [402]
de platino y nevada transparencia, 25
que me enseñaron el rigor, y busquen
en mi Lautréamont viejos lamentos
entre pestilenciales agonías.
Que en Maiakovsky vean cómo ascendió la estrella
y cómo de sus rayos nacieron las espigas. 30
XXV
Disposiciones
Compañeros, enterradme en Isla Negra,
frente al mar que conozco, a cada área rugosa
de piedras y de olas que mis ojos perdidos
no volverán a ver.
Cada día de océano
me trajo, niebla o puros derrumbes de turquesa, 5
o simple extensión, agua rectilínea, invariable,
lo que pedí, el espacio que devoró mi frente.
Cada paso enlutado de cormorán, el vuelo
de grandes aves grises que amaban el invierno,
y cada tenebroso círculo de sargazo 10
y cada grave ola que sacude su frío,
y más aún, la tierra que un escondido herbario
secreto, hijo de brumas y de sales, roído
por el ácido viento, minúsculas corolas
de la costa pegadas a la infinita arena: 15
todas las llaves húmedas de la tierra marina
conocen cada estado de mi alegría,
saben
que allí quiera dormir entre los párpados
del mar y de la tierra...
Quiero ser arrastrado
hacia abajo en las lluvias que el salvaje 20
viento del mar combate y desmenuza,
y luego por los cauces subterráneos, seguir
hacia la primavera profunda que renace.
Abrid junto a mí el hueco de la que amo, y un día
dejadla que otra vez me acompañe en la tierra. 25 [403]
XXVI
Voy a vivir (1949)
Yo no voy a morirme. Salgo ahora
en este día lleno de volcanes
hacia la multitud, hacia la vida.
Aquí dejo arregladas estas cosas
hoy que los pistoleros se pasean 5
con la «cultura occidental» en brazos,
con las manos que matan en España
y las horcas que oscilan en Atenas
y la deshonra que gobierna a Chile
y paro de contar.
Aquí me quedo 10
con palabras y pueblos y caminos
que me esperan de nuevo, y que golpean
con manos consteladas en mi puerta.
XXVII
A mi partido
Me has dado la fraternidad hacia el que no conozco.
Me has agregado la fuerza de todos los que viven.
Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento.
Me has dado la libertad que no tiene el solitario.
Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego. 5
Me diste la rectitud que necesita el árbol.
Me enseñaste a ver la unidad y la diferencia de los
hombres.
Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la
victoria de todos.
Me enseñaste a dormir en las camas duras de mis
hermanos.
Me hiciste construir sobre la realidad como sobre una
roca.
10
Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético.
Me has trecho ver la claridad del mundo y la posibilidad
de la alegría.
Me has hecho indestructible porque contigo no termino en
mí mismo. [404]
XXVIII
Aquí termino (1949)
Este libro termina aquí. Ha nacido
de la ira como una brasa, como los territorios
de bosques incendiados, y deseo
que continúe como un árbol rojo
propagando su clara quemadura. 5
Pero no sólo cólera en sus ramas
encontraste: no sólo sus raíces
buscaron el dolor sino la fuerza,
y fuerza soy de piedra pensativa,
alegría de manos congregadas. 10
Por fin, soy libre adentro de los seres.
Entre los seres, como el aire vivo,
y de la soledad acorralada
salgo a la multitud de los combates,
libre porque en mi mano va tu mano, 15
conquistando alegrías indomables.
Libro común de un hombre, pan abierto
es esta geografía de mi canto,
y una comunidad de labradores
alguna vez recogerá su fuego 20
y sembrará sus llamas y sus hojas
otra vez en la nave de la tierra.
Y nacerá de nuevo esta palabra,
tal vez en otro tiempo sin dolores,
sin las impuras hebras que adhirieron 25
negras vegetaciones en mi canto,
y otra vez en la altura estará ardiendo
mi corazón quemante y estrellado.
Así termina este libro, aquí dejo
mi Canto general escrito 30
en la persecución, cantando bajo
las alas clandestinas de mi patria.
Hoy 5 de febrero, en este año
de 1949, en Chile, en «Godomar
de Chena», algunos meses antes 35
de los cuarenta y cinco años de mi edad. |