EL DESFILE DEL "ORGULLO" GAY EN CALI
No hay nada más peligroso para el progreso y el desarrollo de cualquier comunidad que adaptarse a la cultura del engaño, la mentira y el disimulo.
Esa es la angustiosa situación que agobia actualmente a Colombia.
Todas las ciudades importantes del país están en este momento habitadas por ciudadanos que diariamente admiran y elogian el traje nuevo del emperador.
Y Cali, la ciudad más importante de Colombia, es la más esquizofrénica de todas.
En una ciudad con más prostíbulos de muchachos que bibliotecas y canchas de fútbol (el deporte nacional), uno se queda pasmado al comprobar que ni en el directorio telefónico ni en el catálogo de la Biblioteca Departamental figura la palabra gay.
Será por eso, tal vez, que Cali tiene fama de ser la ciudad más homofóbica de Colombia, lo cual parece una humorada si uno, mirando los toros desde la barrera, analiza desde la realidad objetiva el fenómeno de las sexualidades alternativas en la Sucursal del Cielo que, muy atinadamente, Andrés Caicedo, un escritor gay, llamaba "La Sucursal del Culo".
Cali es hoy en día un inmenso closet de puertas entreabiertas en cuyo interior decenas de miles de adolescentes famélicos y desnutridos dan culo para financiar sus masivas dosis diarias de cocaína, basuco y marihuana.
Mientras a cualquier asociación o gremio, por pequeño que sea, la alcaldía y el departamento de polícía les dan permiso para desfilar por la calle quinta desde el Paseo Bolívar hasta el Parque Panamericano (junto a las piscinas y el estadio Pascual Guerrero) a los "líderes" de la comunidad gay los mandaron a desfilar por los extramuros de la ciudad.
En una ciudad donde la Alcaldía, el Concejo Municipal y las Secretarías están controladas por una rosca de maricas de closet, eso se llama disimulo.
Homofobia oficial, dicen muchos.
Taparrabos, digo yo.
No es que la clase dirigente y las autoridades de Cali se íncomoden o avergüencen si la comunidad gay desfila por el centro de la ciudad, sino que no hay nada más inquietante que la proximidad de la candela para los que tienen rabo de paja.
En el Paseo Bolívar y entre los matorrales frente al Cementerio del Norte (junto al Centro Comercial de La 14, en el barrio Calima) muchachos, travestis y transexuales ejercen el oficio más antiguo del mundo ante la olímpica indiferencia de los agentes de policía.
Supongo, dadas las condiciones del medio "ambíente", que la mayoría de esos adolescentes flacuchentos y ojerosos que deambulan hasta la madrugada por el barrio San Fernando se encuentran en permanente batalla contra los cuadros de diarrea recurrente del VIH.
Yo lo llamaría emergencia médica del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida.
Pero, seguramente, las autoridades de Cali ya se encuentran preparando una campaña contra el inusitado aumento de la anorexia juvenil.
Hay otros mundos, pero están en éste. |