Desperté.
Luego de pasar tanto tiempo sumida en la oscuridad, vi la luz.
No sabía donde me encontraba ni podía recordar nada de lo que pudiera haber ocurrido antes. En mi mente, solo había oscuridad.
Me sentía confundida. Bien podría haber estado de pie y no me habría enterado.
Giré mi cabeza para ver donde me encontraba. Estaba en un cuarto pequeño, sin más mobiliario que la cama en la que me hallaba tendida.
La habitación, que en un principio me había parecido tan luminosa, estaba en penumbra.
Intenté levantarme, pero al tensar mi cuerpo, el dolor que me recorrió, me dejó aturdida y volví a caer de espaldas en la cama.
Lo intenté de nuevo. Esta vez levanté solo la cabeza, temerosa de sufrir una nueva oleada de dolor.
Estaba desnuda.
A la tenue luz que se colaban por las rendijas del techo y las paredes, mi cuerpo, de un blanco extremo, se me antojaba como el de un muerto. Pero no estaba muerta.
Me senté a pesar del dolor. Grité involuntariamente, pero apenas lo pude escuchar yo misma. Algo obstruía la salida de mi voz. Levanté un brazo – estaba lleno de cardenales y líneas finas arrugadas – para llevarme la mano a la boca. Un gran trozo de tela me la llenaba.
Jadeé.
Un terrible pánico me invadió. Mi cuerpo estaba cubierto de manchas oscuras que adiviné como más moretones, también tenía cortes en las piernas, el estomago y en los senos.
Gemí de miedo y dolor. Me encontraba totalmente conciente de las heridas. Me ardían.
Pero que me había ocurrido?
Quien me había hecho esto?
Escuche movimientos cercanos en algún lugar. Alguien venia. Mi corazón resoplo por la emoción. Una vocecita pesimista dentro de mi cabeza me decía que era un soberana estupidez sentirse aliviada por la inminente llegada de un desconocido teniendo en cuenta el lamentable estado en el que alguien me había dejado.
Los pasos se acercaban. Parecía que fueran varios pares de pies. Hablaban entre sí, peor solo me llegaban frases sueltas que no tenían sentido: “…policía…” “No podemos hacer nada…” “Hay que terminar con es”.
No entendía de qué hablaban. Busqué algo para cubrirme. Tenía mucho frío. Intenté recordar como había llegado aquí, pero mi mente aun se resistía a cooperar.
Giré bruscamente mi cabeza al escuchar el pomo de la puerta girar. En ese instante, miles de imágenes superpuestas aparecieron ante mis ojos.
Una noche oscura y fría. Miedo. Hombres siguiéndome. Un callejón. Voces rudas. Oscuridad. Silencio.
Cuando la puerta se abrió por completo, mi mundo volvió a oscurecerse, esta vez para siempre.