No necesito olerte para darme cuenta de tu olor putrefacto en el que mueres cada día de tu vida. Cuando te levantas en esas madrugadas heladas como en diciembre, sólo piensas en “la camiona” que no espera tu llegada porque sobran los dispuestos al “sacrificio”, y te cepillas presuroso con el dedo índice la boca maloliente de dientes casi blancos. No te miro, porque todos son iguales, y los veo repetidos en cada uno, como si cargaran la misma miseria y la misma pena, en un mundo en el que suelo cubrirme los ojos para no mirar tu maldita realidad. Me han dicho que por patriotismo debo negarte la comida que con sobrado esfuerzo quieres ganarte para continuar agonizando la vida. Tengo prohibido llorarte, como lloré a mi perro hace dos años, ¡total! si cuando te mueras te harán la fiesta que nadie te hizo en vida.
Me acuerdo cuando en un viaje de esos se mataron cuatro en el camino - son los muertos que se cobra el Bacà todos los años, ¡las lomas de Constanza están tan empinadas!-decían-. Al patrón sòlo le preocupó el estado de los pollos. A los pitìs nadie les llevó comida desde entonces. Si están vivos, tampoco a nadie le importa; nunca han preguntado por ellos.
Te miro taciturno, con la muerte en los ojos como futuro inmediato, tratando de venderte cada día para tan sólo comer ese día y resollar un día más.
Yo quisiera pedirte perdón por mi vida descansada, pero me enseñaron que el color determina tu futuro de por vida y por accidente nací jipato por mi padre. No, ya no es el color (otra vez perdón), ahora sòlo es la pobreza; el dinero puede cambiarte el color de la piel y tù no tienes en què caerte muerto.
Vi algunos parecidos a ti que olvidaron el creole junto al ingenio; esos viven pidiendo igualdad de derechos, olvidándose que el derecho tiene un precio inalcanzable para apátridas casi inexistentes que apenas alcanzan para comprase un carnet de identidad. Tú has tenido suerte, aunque los guarda el patrón, tienes visa y pasaporte. Te trajeron con todo preparado para explotarte mejor. Yo sólo sé que habitas en las barracas,como los otros, y que tomas un trago de clerén para las penas cuando no encuentras con quien fornicar.
Nunca supe de ti hasta hoy, por compartir la cola de este camión apestoso en esta noche de lluvia y de tormenta; donde no se percibe nada más que dos bultos; uno es un negro peón haitiano nacido en Juana Méndez que eres tú, y el otro es un jipato dominicano, nacido en Dajabòn, con todos los derechos ciudadanos, sin visa, ni pasaporte; sin cédula de identidad, y sin dinero; ese es tu capataz, que soy yo.
El camiòn siguiò su largo trayecto hacia la montaña. Desde lejos, la tormenta y la oscuridad de la noche no permitia ver que alli detras habia gente.
FIN
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