Estoy sentada en el avión, y creo que partiremos luego. Hijo, no sabes cuánto me duele el estómago de miedo, y el corazón por dejarte. Pero creo que estoy haciendo lo correcto, y creo que esto nos puede brindar algo mejor a tí y a mí también. Aunque debo confesarte que esta vez voy por mí, por mi necesidad de volver a verle, por mi necesidad de sus abrazos. Hace tanto tiempo que no sabía de Osvaldo, creo que desde que tenía ocho meses de embarazo y él vino a Chile y me vió con un tremendo vientre, inflado por el hermoso hijo que tengo ahora, tú. Recuerdo que ese día, ni ningún día lo esperaba. Yo estaba en la casa, tejiéndote un trajecito hermoso junto con la abuela, y de pronto llaman a la puerta, como solo Osvaldo lo hacía. No sabría describite la sensación que sentí en mi pecho, era una enorme alegría confundida con pena, arrepentimiento, vergüenza y tremendas ganas de que al otro lado fuera él el que tocaba. No lo veía ni sabía nada de él hace algo así como dos años, lo único que tenía claro sobre su vida era que vivía en México, y de pronto escuchar esos golpecitos inconfundibles en la puerta me hicieron girar. La abuela me miró, y se paró en un santiamén a abrir. Y adivina, era él, así como siempre, ni más viejo ni más joven, igual a aquél día en que lo ví irse, junto con todas las ilusiones que tenía nuestro amor. Corrí a abrazarlo, y sentí exactamente igual que hace dos años, con la diferencia qe entre nosotros, estabas tú en mi panza, y eso, debo confesarte, que en ese minuto dolió, y no por tí, sino por lo que me llevó a tí. Hijo hay tantas cosas que debiera contarte, y pretendo hacerlo en este cuaderno, para que sólo cuando puedas tener la comprensión y madurez suficiente, te enteres de tantas cosas.
Recuerdo que ese día fue uno de los días más maravilloso del embarazo, estuve con él toda la tarde, conversamos, te habló a tí, nunca supe qué. ¿te acuerdas?, calladito se posó en mi enorme vientre, y te susurró un par de palabras. Yo le hacía cariño en su cabecita, sabiendo que los minutos de aquella tarde se acababan, y que se iba. Hasta que llegó la hora, yo llorando lo despedí en la puerta de la casa, él llorando me dió un abrazo, y ambos llorando nos miramos tristes, sabiendo que él era mío, y yo suya, pero que el maldito destino lo tiene en México.
Desde ahí que nada más supe de él, hasta un mes atrás, cuando me llamó y me pidió que viniera con él a México, y aquí estoy. Hijo, quisiera seguir contándote cómo llegué a este avión pero ahora debo terminar porque una azafata me pide qeudeje el lápiz y el cuaderno a un lado y abroche mi cinturón qeu estamos prontos a partir. Llegando a Panamá (ahí es la escala) te cuento cómo es la experiencia e viajar en avión. Un beso hijo, que espero sientas en tu mejilla ala distancia qeu ya nos separa. |