Al llegar a la cumbre todo estaba oscuro,
Hasta en los días más soleados siempre existen lugares sombríos.
Dejé caer la mochila que había dejado una marca de sudor en mi espalda y perdí la noción del tiempo en un breve suspiro.
¿Que había venido a hacer?
Lo más normal hubiera sido contemplar todo lo que decrecía a partir de mis pies apoyados en la última roca de la cima, donde aparecían montañas, bosques y un riachuelo que los cruzaba hasta desaparecer tras una inmensa explanada en busca de algún mar, todo grandioso, todo insignificante desde mi punto de vista.
Pero no, no era esa la razón, poco a poco comencé a recuperar la memoria que se me había perdido con el esfuerzo.
Llegué hasta este punto simplemente a destruirme, a perderme, a renacer, a reencontrarme de nuevo, a contarme cuentos mientras cerraba los ojos…
Había una vez un niño muy pequeño al que le gustaba mirar las estrellas, que por estar tan prendado de ellas, perdió todo lo que él conocía como suyo…
Había una vez un niño que tenia tanto miedo a estar solo que arrastraba a todo el mundo a la soledad más profunda para estar con el, sin saber que al entrar en la soledad todo desparecía menos el vacío…
Había una vez un niño que por huir de su sombra creyó que si miraba al sol dando la espalda a su sombra, ella desaparecería y lo único que descubrió fue que nuestros ojos necesitan todas las tonalidades de la vida para poder madurar y no quedarnos ciegos…
Y contándome cuentos abrí los ojos, mi espalda estaba seca y la memoria había comenzado de nuevo a reordenarse, solo me faltaba algo… pero ese algo tenía un nombre y un lugar, así que comencé a bajar de las cumbres para seguir el curso del riachuelo entre los bosques y montañas hasta llegar a la gran explanada y dejarme llevar hasta algún mar, hacia ella.
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