Hoy es mi decimoctavo día del amigo, y como últimamente mis amistades se han remitido a pocas palabras útiles dichas con la frecuencia necesaria para sobrevivir, no creo ni estimo conveniente escribir nada más que esto, tomando en cuenta mis sutiles palabras y las personas que las leerán.

No sé con en realidad que decir cada año por estas fechas, no hay palabras, si la amistad existe pues hay que estarse quietos, prestos a complacerla y almidonarla, a darle un par de abrazos de vez en cuando para que se rellene de ese subsecuente cariño que requiere con tanta diligencia, con tan gran esmero que es difícil contrarrestar su efecto dominante sobre las almas humanas. La amistad al final es el charco de sentimientos ambivalentes de cariño y desdén que muchas veces necesitamos para dar respuesta a las variadas necesidades humanas de compañía, para no caer al abismo de la soledad, que en esta época ha dejado enclaustrados a varios contempóraneos, pegándoles a la ermitaña pared del olvido subsidiario.

¿Cómo contrarrestar su osadía, su impertinente mirada de almacigo que quebranta los espíritus humildes llenos de gloria, de hipocresía, vaya, de cualquier cosa llenos, como si fuese la sierpe que arrodillase ante el cuello de Zaratustra para morderle, para envenenar con su escaso líquido insurrecto las más grandes realidades y vidas humanas? No puede ser dada la respuesta a esta pregunta so pena de caer en blasfemia ante las miradas humanas que nos siguen, que nos fastidian, es mejor dejar las cosas como están, cada cual en lo suyo, callendo al abismo subliminal de la infamia. Contempóraneos entonces, los gritos nos subyugan a la áspera verdad de marfil y oro, a los dientes de los elefantes que cuelgan de la inusitada peste del hommo, del ser que marchita sus asperezas en la pared de su casa, su lugar de origen contra la guerra fría que se cuela en las entrañas. Y al final seguirá así, siendo asolada por la pobreza espiritual, por aquellos que confiaron en una amistad eterna y perdurable, en las miradas, porque en realidad frases célebres como el "solo sé que nada sé" del aclamado filósofo Sócrates, quedan colgando en el filo del hacha, hacía arriba apuntando a un cielo jaspeado de nubes que vuelvénse negras a medida que corre el tiempo, que van oscureciéndose, mirando a las personas secar su cuerpo en el antropofágico infierno terrenal, porque en realidad este es nuestro mundo y cada cual hace de él lo que quiere, y para eso, para compensar un poco el raciocinio intelectual que en muchos escasea, hay algunos que están dispuestos a vender su alma en pugna con el proceso por un regalo que denominan "amistad", y que al final de cuentas no es más que la manera más didáctica para no estar solos en este antro de verdades efímeras, como mariposas colgando en cuadros de exhibición.

Porque después de la muerte... ¿Quién nos recordará?