Marina Marea era rea de un amor y de una pena. Paseaba acantilados y el suicidio acariciaba, deshojaba, las noches de luna llena o hermosa o ruin.
En los cantos sonrosados de su boca de arrebol, caminaban los sollozos de un lamento de entretela, entrecortado el aliento que se le iba en la espera y la esperanza. Por la tardanza de un barco que nunca asomaba su vela, que no surcaba el horizonte con su hombre y su condena de querer. Y de saber que quien se quiere lo requieren: las olas, los peces y el mar.
La niña Marina, trenzados tres rezos en su vientre, soltó caireles, tiró joyeles, desnudose de su sayo y de su alma. Mientras cantaba:
Triste que estoy triste
por mi marinero.
Muerta yo me muero
de tenerlo lejos.
Triste que estoy triste,
ya no lo estaré,
cuando llegue el alba
me despeñaré.
Se llevó la brisa aquel dolor, con temor, y deprisa lo acercó hasta el amado que volvía. Que la niebla, traicionera, escondía de Marina.
El marino rogó, robó, rizó los aires en la vela viendo venir el día y la tragedia. Mas en vano. Despuntando el primer rayo, la doncella regaló su desamor a la derrota. Y las rocas recibieron, en su seno, un ángel caído del cielo y un hombre cegado en su empeño. El resto, lo cuenta el viento:
Ya duermen los amantes
su sueño desdichado,
unidos en la muerte
los dos enamorados.
La mar no tuvo culpa,
la culpa fue del mal
de amar a quien se deja,
de amar a quien se va. |